Nazanin Armanian
Visualicen por un momento esta “noticia”: “Varios grupos de personas, después de retener a decenas de hombres y mujeres contra su voluntad, les arrancaron la ropa como manda la tradición, y después de desnudarles y sujetarles las piernas y los brazos, les amputaron los genitales. Luego, en presencia de sus víctimas ya mutiladas —empapadas de sangre, aterrorizadas— participaron en una fiesta recitando oraciones, bailando y cantando. Todo salió con normalidad y sin incidentes”.
Esto no es una inocentada. Si los retenidos
fuesen niñas y niños, estaríamos narrando la dantesca escena —aunque en versión
suavizada y censurada para no herir las “sensibilidades” de los adultos— de la
agresión física y psicológica que comenten millones de padres y madres contra
sus hijos e hijas en las ceremonias de circuncisión y ablación en todo el mundo
y con la impunidad que les otorgan sus credos y el poder legal que ejercen sobre
proles.
Es como el derecho de los progenitores a
“corregir razonablemente” a sus vástagos. ¿Y por qué no podemos “corregir
razonablemente” a nuestras parejas, padres, abuelos o al vecino y a su hijo,
cuando creemos que se equivocan? ¿No será porque ellos nos devolverían el golpe
y un niño, no? Mutilan a sus hijos e hijas simplemente porque se ven con derecho de hacerlo.
La noticia de que cuatro niñas africanas
residentes en España habían sido sometidas a la ablación —la Mutilación Genital
Femenina (MGF)— durante el viaje “vacacional” de la familia a Mali, o que en
EEUU varios bebés judíos murieron después de hacerles la circuncisión —la
Mutilación Genital Masculina (MGM)— nos recuerda que cada año varios millones
de niñas, al igual que millones de niños nacidos “musulmanes” y “judíos” del
mundo, sufren esta peculiar violencia física y psicológica por parte de sus
padres y madres.
Madres que “rompen” a sus hijas pequeñas
“Desmasculinizar a las niñas, eliminando los
rastros externos de androginia y aclarar el sexo de la niña ante la comunidad,
su iniciación a la vida adulta, impedir ser promiscua en el futuro, controlar
sus deseos garantizando la fidelidad y el sometimiento sexual de la niña-esposa,
aumentar su fecundidad o impedir el embarazo de las esclavas sexuales” son
parte de los insensatos argumentos a favor de la MGF en nombre de la virtud, la
rectitud moral, el orden social y la supervivencia del grupo. Mujeres de
África, Asia e incluso América (las indígenas de Colombia) someten así a
sus hijas a la MGF.
Martha Zein, experta en violencia sexual, revela
que los profesionales de la tortura —por ejemplo, los entrenados en la
Escuela Mecánica de la Armada argentina o de Guantánamo— saben que la privación
sensorial es el camino más eficaz para subyugar a una persona. Son las
terminaciones nerviosas las que nos conectan con la vida, nos constituyen como
seres vivos. Según Zein, la parte externa del clítoris contiene más de 8.000
terminaciones nerviosas, conectadas con una red de otras 18.000 terminaciones
nerviosas de la región pélvica, cuya misión es proporcionar placer. Extirparlo
rompe esta conexión con la vida para siempre.
Ignorada por el Corán y la Biblia, se cree que
la práctica de la ablación, en Egipto, por ejemplo, llega al segundo milenio
aC. En algunos países europeos y en EEUU, entre los siglos XVIII y XX, había
médicos que realizaban MGF como cura para la ninfomanía, la locura, la
epilepsia o la histeria. Es curioso que por un lado, dichos “científicos”
ocultaban que las pacientes mutiladas podían desarrollar tumores y quistes,
trastornos renales, infecciones, infertilidad, problemas en el parto,
hemorragias, fístulas, desgarros e incontinencias; y por otro, no recetaban el
mismo tratamiento para los mismos males observados en los hombres.
La MGF es más compleja por ser considerada
sexista: es el ejercicio del poder de un adulto sobre una menor por razones
“supersticiosas”.
En Kenia, los educadores inventan ceremonias
alternativas del paso a la madurez para las niñas y ofrecen otros trabajos a
las mutiladoras profesionales. A pesar de que 26 estados africanos firmaron en
1997 la Declaración de Addis Abeba para prohibir la ablación, su práctica se
extiende apoyada por el fanatismo religioso.
Padres que organizan la agresión a sus hijos
Aunque la circuncisión no aparece en el Corán,
los chicos nacidos musulmanes han sido “purificados” mediante esta forma de
MGM, al igual que los judíos, quienes sí tienen mandato “divino” para realizarlo.
Según la Génesis 17, los Yahvé proponen un reto al anciano Abraham de 99 años y
a los hombres de su tribu: si desean recibir la gracia divina deben mostrarle
su lealtad cortándose el genital, mutilación necesaria para alcanzar los
mensajes ocultos de la Torá, aunque a primera vista no haya una relación
directa entre ambas cosas. Ese día de la circuncisión de Abraham se denominará
IomKipur o Día del Perdón.
Disertaciones teológicas o consideraciones
relacionadas con la higiene al margen, las posibles raíces de la MGM llegan
desde el culto agrícola a la Dama de Altas Montañas, Kybéle (Cibeles),
desarrollado en Asia menor (1200 a.C.). Durante el ritual anual, los sacerdotes
se autocastraban a semejanza de Attis, el hijo-amante de la diosa, al que
Kybéle mutiló para asegurar su fidelidad. Attis muere desangrado para resucitar
tres días después, el 25 de marzo, anunciando la llegada de la primavera. En
medio de rituales orgiásticos, los fanáticos devotos entregaban su miembro
amputado como ofrenda al templo de la diosa. Después, se disfrazaban de mujer,
se maquillaban y bailaban en una especie de carnaval.
Parece que la fascinación de aquellos hombres
por el poder de las diosas era el motivo de que quisieran renunciar a su
masculinidad, con el fin de asemejarse a la mujer-diosa. Hoy son las diosas del
poder, como Angela Merkel o Hillary Clinton, quienes se visten de hombres para
ser aceptadas.
Que muchos de los iniciados murieran por los
cortes hizo que la costumbre evolucionara en una ofrenda simbólica: la entrega
del prepucio tras una circuncisión, que por su parte y con el tiempo, se
convirtió en celibato masculino, como otra forma de renunciar al órgano más
representativo de la virilidad y a su funcionamiento.
No es habitual tener una “maraca de alianza”, aunque
sea con Dios en los genitales, sino en la parte exhibida y superior del cuerpo:
la bindi (“punto”, en hindi), por ejemplo de algunas mujeres indias,
señala que están casadas, o el velo de las mujeres de las religiones semíticas
muestran su “decencia”, igual que la txapela
representa la identidad vasca de su portador, o los cortes que realizan sobre
su cuerpo los integrantes de diferentes tribus africanas muestran su
pertenencia a una etnia o un estatus social, valores estéticos o mágicos.
La “marca de alianza” en los genitales de los
bebes judíos y musulmanes mata a cientos de ellos cada año, y no sólo
en las regiones subdesarrolladas y por el uso de cuchilla de los peluqueros
callejeros. En EEUU, entre 2000 y 2013 la prensa informó de que 13 bebés se
habían contagiado de herpes, dos habían muerto por una práctica extraña y
perversa (una forma de pederastia) llamada metzitzah b’peh y otros
dos sufrían daños cerebrales debido a la succión bucal del pene
circuncidado del bebé por los rabinos. Si no fueran sacerdotes, estos hombres
serían acusados de pederastia, pero la ley les ampara a ellos (que no al niño)
ya que la práctica “forma parte del rito de circuncisión”. Grupos como
Intactamerica o Motehrs against CIR se oponen a la MG de los bebés varones, por
ser un ataque a la integridad física y a la dignidad de los pequeños.
El origen “divino” e imaginario de la
circuncisión no la hace menos criminal que la mutilación de las niñas por
razones “terrenales”. Ellos y ellas deben estar protegidos de alteraciones
corporales en nombre de la cultura y de las creencias de los adultos.