Nazanin Armanian
www.publico.es/170815
Cada año decenas de miles de mujeres son
raptadas por toda clase de individuos. Cientos de millones de mujeres son
retenidas “legalmente” dentro de unas “fronteras” establecidas por unos
gobiernos que recurren a su derecho de soberanía, a la tradición y la religión
para robar su libertad. Una escandalosa y normalizada agresión a la dignidad de
la mujer que ha neutralizado de tal modo nuestra capacidad de rebeldía, que
sólo es noticia cuando cobra un formato inaudito. Veamos:
Primer caso. En la India, donde el capitalismo más
esclavista cohabita felizmente con cientos de sectas religiosas y miles de
supersticiones (bajo la máscara de “exóticas”), justo cuando un sector de la
sociedad exigió la ejecución de todos los violadores -como remedio al crimen de
la agresión sexual- un pueblo del Estado de Guyarat ofreció una nueva
modalidad de castigo a las mujeres que son raptadas y además violadas: llevar
sobre su cabeza un saco varios kilos de piedra hasta que acierten una
adivinanza. La última víctima, una joven casada y con dos hijos, afirmaba haber
sido capturada por cinco hombres y haber sido su esclava sexual durante ocho
largos meses.
Obviamente, la noticia no es esta. Ni lo es el
cómo consiguió huir de sus secuestradores. Ni que en vez de recibir apoyo por
las autoridades y la familia, fuese rechazada por todo el mundo y que tuviera
que regresar a la casa de su padre, donde tampoco encontró paz. La noticia es
que para demostrar que decía la verdad, no se había fugado con un amante y que
el bebé que llevaba en su entrañas era realmente fruto de la violación, tuvo
que someterse a un ritual que es una mezcla de un juego de niños y las torturas
propias de Guantánamo: adivinar si el número de los granos de trigo escondidos
en el puño cerrado de un sacerdote varón es par o impar. No acertó, por lo
tanto mentía. Fue entonces cuando tuvo que llevar un saco de 10 kilos de piedra
sobre la cabeza durante días para volver a hacer el mismo rito hasta que
acertase. Sólo así lograría la purificación. Ella tuvo suerte y se equivocó
“sólo” cuatro veces, teniendo que soportar el peso de 40 kilos de piedras,
destrozando sus cervicales. ¿No decía el
hinduismo que la purificación se logra mediante la sabiduría?
En la
India, la violencia sexual es una epidemia social. Incluso las mujeres
que pertenecen a la casta de “intocables” se vuelven “tocables” por los hombres
“honorables” de toda la jerarquía social. Además, las películas de Bollywood
son el escaparate de una cultura sexualizada, donde los atractivos actores son
acosadores empedernidos que con sus artimañas exhiben su capacidad de conseguir
la chica en la que se han fijado.
Segundo caso: Koria Badbad Hafed, saharaui de 23 años. Fue
retenida contra su voluntad por su familia biológica en diciembre del 2010
durante una visita a “casa” antes de continuar con sus estudios.
Vivía en España desde que tenía 7 años. Fue
acogida por el programa “Vacaciones en Paz”, que pretende paliar el dolor y las
carencias que sufren los niños encerrados en los campos de refugiados. Desde
hace cinco años, quienes se supone que deben quererla y protegerla, no sólo han
roto la relación de Hafred con su familia de España y su vida allí durante 15
años, sino que le niegan el derecho a ser feliz y decidir su futuro.
Según las tradiciones de su pueblo, (cuya
definición es “aquellos vicios y costumbres que se mantienen por la élite
gobernante a lo largo del tiempo porque les aporta importantes beneficios”) sus
secuestradores simplemente cumplen con su deber: buscarle un hombre-marido
antes de que Koria se convierta en una “cualquiera” al estudiar en una
universidad, ir al teatro o pasear por una playa, dando mal ejemplo a otras
muchachas del grupo que no saben cómo escaparse del mortal control de los
hombres sobre su cuerpo. Hasta este momento, ninguna autoridad local o
internacional ha lanzado una orden de “busca y captura” de sus secuestradores.
Ahora bien. ¿En qué se diferenciaría una “Sahara
ya liberada”, de un régimen como Marruecos y de Arabia Saudí? Por favor,
¡que no intenten ocultar detrás de las indumentarias de colores o del pelo
suelto de sus mujeres saharáuis, la misma mentalidad, las mismas leyes y normas
sociales de misoginia que consideran a la mujer una incapacitada -aunque
tenga varios títulos universitarios- y necesitada de un carabinero varón
llamado “tutor”, y muy a menudo indocto, para preservar la maldita “honra” de
los hombres!
Tercer caso: El secuestro de la totalidad de mujeres de
Arabia (y su primo “Saudí” porque el país es del pueblo, no de la
familia de Al Saud) por las autoridades, ha creado un insólito fenómeno en
esta nación: “mujeres travestis”. Se trata de feministas kamikazes que
burlan el sistema de apartheid de género del Estado, se visten de hombre, e
incluso se ponen bigotes adhesivos para conducir o realizar un sinfín de
actividades prohibidas, algunas castigadas incluso por la “ley antiterrorista”.
Ellas desafían la opresión integral que sufre la
mujer a pesar de cometer un grave “pecado”: el Islam, -al igual que el
cristianismo y el judaísmo-, prohíbe el “travestismo”, para que los hombres y
las mujeres no confundan sus roles: él con “pantalones” administrando el poder
(de ahí el dicho de “¿Quién lleva pantalones en tu casa?”) y ella con
falda, atendiendo a sus hijos.
El mal de misoginia fue noticia el 19 de
julio en este país, cuando dos muchachas que viajaban en una motocicleta en la
ciudad Yeda, fueron asaltadas y violadas. La fiscalía, tras detener a los
agresores, también pidió pena para las jóvenes y sus “tutores”: ellas por
viajar sin un acompañante masculino, y ellos por negligencia y haberlas dejado
ir solas.
Cuarto caso: Sandra Bland, una afroamericana de 28 años fue
retenida el pasado 10 de junio por la policía vial por una infracción menor de
tráfico en Hempstead (EEUU) y fue amenazada con una pistola de descarga
eléctrica para minutos después, ser arrestada por una falsa agresión. Días
después apareció ahorcada en su celda.
Las autoridades, que suelen encubrir a las
fuerzas de orden (pues forma parte del brazo armado del régimen), defendieron
la versión policial, que apuntaba al suicidio como causa de la muerte. Días
después y bajo la presión social, el fiscal tuvo que admitir posible homicidio,
desmintiendo el informe del forense que al igual que la policía había mentido.
¿Tuvo que ver su rapto y su posible asesinato con que ella era activista de
derechos civiles y había colgado varios vídeos sobre agresiones policiales y su
impunidad en las redes sociales?
Si un tal Donald Trump, multimillonario
candidato a presidir EEUU -que según Samuel Huntington representa el mundo
“civilizado”- llama a las mujeres (blancas) “cerdas, perras, gordas y animales
repugnantes”, se puede imaginar cómo se les trata a las que son pobres, negras
y activistas.
Quinto caso: Amnistía Internacional respalda a los hombres
que utilizan a “chicas desechables” pidiendo la legalización del negocio
mundial de prostituir a mujeres y niñas. Las guerras y la brutal pobreza han
llenado el mercado de cientos de millones de niñas huérfanas y viudas sin
sustento, y de mujeres que han perdido su trabajo, dejándolas a merced de
empresarios del negocio redondo de “usar y tirar” mujeres. Y ahora el mercado
necesita regularizarse.
Amnistía, conocedora de las infinitas razones
que hay para no legalizar la prostitución, ¿daría un permiso de “trabajo” a las
niñas prostituidas por Boko Haram de Nigeria, por ejemplo, a las que “el mundo”
iba a rescatar? Fue noticia en mayo del 2014. Sin embargo los salvadores
carecían de intenciones decentes: hubo muchos intereses petrolíferos y
geopolíticos en juego.
Una vez que EEUU envió militares al país, que es
el séptimo productor mundial de crudo, no se habló más de la terrible pesadilla
que están viviendo aquellas menores a las que algunas ONG llamarían
“trabajadoras sexuales”. Al negocio de compra-venta de niñas y mujeres
secuestradas y torturadas sólo le faltaba el sello de legitimidad de una ONG:
estos mercaderes de la caridad, cuya misión es dar la falsa idea de que el
sistema es capaz de reparar sus propios crímenes.
La crisis
económica y la ola conservadora que recorre el mundo han destruido buena parte
de las conquistas sociales, aumentando la discriminación de la mujer, y haciendo
necesaria la unión internacional de todas las personas
progresistas para poner fin al carcomido sistema patriarcal.
Tenía razón Sherezade, la contadora de cuentos
de Las Mil y Una Noches: “una mujer nunca debe perder o
entregar sus alas”. Es imprescindible elaborar estrategias de poder y
parar el proceso del asalto del neoliberalismo a las conquistas de la mujer.