Bernardo
Barranco V.
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Después de haber
externado su postura inflexible y tradicionalista sobre el rol de la
mujer y sobre la condición homosexual, el cardenal Norberto Rivera ha recibido
cuestionamientos y hasta demandas por discriminación. Ante las críticas de
colectivos de mujeres y homosexuales, el cardenal ha contestado de manera
escueta que el evangelio y la doctrina no cambian a pesar de las constantes
deserciones de la Iglesia, y a pesar de los embates de la sociedad moderna.
Después de citar
algunas parábolas sobre el seguimiento a Jesús, el cardenal Rivera, en su
homilía del pasado domingo 23 de agosto, habla de la inmutabilidad del
evangelio y de los principios de la Iglesia, al decirnos: No sólo en los
momentos de crisis personal, sino también en los momentos de crisis social y
cultural, como los que estamos viviendo, con frecuencia tenemos noticia de que
algún compañero, amigo o familiar se alejó de su fe porque consideró que
perdonar era absurdo, que la indisolubilidad del matrimonio era imposible, que
amar el dolor y la cruz era repugnante, que respetar la vida no es moderno ni
progresista, que no robar sólo es para los que no saben aprovechar las
oportunidades.
Es más, hasta nos
molesta que en este tiempo de deserciones la Iglesia continúe anunciando el
mismo evangelio, cuando la huida de tantos se podría evitar proclamando un
evangelio más atractivo, moderno y progresista, y por supuesto con propuestas
consensuadas y democráticas, aunque no sean precisamente las de Jesucristo, que
consideramos ya superadas.
El problema no es
presentar un evangelio progresista a modo de la cultura imperante. No se trata
de deformar la doctrina de la Iglesia para hacerla más atractiva. La cuestión
de fondo es la actitud pastoral con que la Iglesia asume y se desarrolla en la
sociedad moderna. El cardenal tiene una visión pesimista y apocalíptica de la
cultura actual. Refugiarse en la tradición es una justificación. Al apelar a la
inmutabilidad del evangelio, el cardenal corre el riesgo de caer en
fundamentalismos o las tendencias literalistas de leer las sagradas escrituras.
El gran reto es
ayudar a vivir un evangelio que aspira a guardar rasgos inalterables como signo
de identidad en una sociedad permanentemente mutable. No puede aspirar a un
evangelio inmutable en una realidad inmutable. La fe y las expresiones de un
creyente del siglo XXI no pueden ser las mismas de aquel del siglo III. Hay una
autonomía e independencia del proceso temporal y cultural respecto del corpus
religioso de la Iglesia. Y dicho sea de paso, la presiona para temporalizarse.
En un mismo lapso
pueden darse interpretaciones totalmente diferentes en lo doctrinal. Por
ejemplo, mientras el cardenal Rivera ha insistido hasta el cansancio en México
por la libertad religiosa, por un Estado laico flexible y una laicidad que
supere las confrontaciones históricas, en Francia los católicos conservadores
reivindican la radicalidad del laicismo. Presionan para que el Estado laico se
imponga ante las expresiones visibles de musulmanes en las escuelas públicas.
Aquí Rivera aboga por una laicidad positiva y tolerante mientras en Francia se
reivindica un laicismo radical, ya no a los católicos como antaño, sino contra
el islam.
Si algo caracteriza
la vigencia del cristianismo ha sido su capacidad de adaptación a diferentes
formaciones civilizatorias a lo largo de más de 2 mil años. Otro ejemplo, en
1864, el papa Pío IX publica el Syllabus (listado recopilatorio de los
principales errores de nuestro tiempo). Es un categórico documento magisterial
que condenaba los valores de la modernidad. Como la libertad de pensamiento, la
democracia, la tolerancia, la separación entre la Iglesia y el Estado, el
individuo. La católica debe ser la religión de Estado, y condena la libertad de
culto, la libertad religiosa, de imprenta y de conciencia. Apuntala la noción
que afirma que el pontífice romano no puede conciliarse con el progreso, el
liberalismo y la cultura moderna.
Hasta principios del
siglo XX se condenó a los católicos modernistas y se construyeron cofradías de
espionaje y persecución, como Sodalitium
Pianum, y ahí está la condena al famoso caso del teólogo francés Lamennais
(1881). Tan sólo un siglo después, en el Concilio Vaticano II, todas estas
condenas se matizan al grado de que se opera una apertura y aceptación de
ciertos valores modernos, así como una opción preferencial por la democracia,
que es resignificada.
Sin embargo, podemos
ver cómo muchas de estas reminiscencias perduran en el fondo de discursos
ultraconservadores de algunos actores religiosos, a pesar de revestirlos con
ropajes aparentemente plausibles. Veamos, la postura anticapitalista del papa
Francisco se nutre de esta corriente.
La Iglesia y su
doctrina no son inmunes a los cambios civilizatorios. En la Iglesia hay
diversidad y matices que al cardenal Rivera se le dificulta aceptar. En ese
sentido el evangelio se incultura. La inculturación es un concepto que emana de
las realidades africanas y del mundo indígena latinoamericano, que demandan
que, en lugar de que las culturas se adapten al evangelio, la propia Iglesia,
en actitud misionera, debe adaptarse. En sus primeros pasos como pastor en
Chiapas, Samuel Ruiz quedó impactado con el método de evangelización de los
años cincuenta, ya que para enseñar el evangelio primero debían castellanizar a
los indígenas.
Ante la velocidad en
las transformaciones actuales en las sociedades tecnológicas y líquidas, el
reto es inmenso. En ese sentido el papa Francisco, frente al Sínodo sobre la
familia, sin pretender cambiar una coma de la doctrina, demanda de la Iglesia una actitud pastoral más compasiva, abierta
y flexible, especialmente ante los divorciados vueltos a casar. Esto ha
propiciado la furia de monseñores de la curia que reprochan el inicio de una
pérdida de identidad.
Frente al mundo
moderno actual muchos cardenales, como Rivera, se colocan en una necia actitud
de contracultura. Sin embargo, corren el riego de petrificar el mensaje,
absolutizar y cosificar una postura más ideológica que evangélica. Pero,
parafraseando al papa Francisco, diría: quién
soy yo para juzgar al cardenal Rivera.