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Hay fechas en la
historia de los pueblos de enorme valor simbólico pues marcan un punto de
inflexión determinante en todos los aspectos de su vida. Es el caso de la
ocupación estadounidense de Haití iniciada hace un siglo.
En 1915, la Marina
de Guerra de Estados Unidos desembarcó en Puerto Príncipe, ocupando en pocos
días las ciudades más importantes del país y estableciendo un control militar
de sus aduanas que duraría hasta su retirada, el 15 de agosto de 1934. En aquel
momento, sobre todo entre 1911 y 1915, Haití vivía una severa crisis política:
levantamientos populares, asesinatos políticos, exilios forzados, cambios
sucesivos en la presidencia (seis presidentes tuvo entonces Haití). Aquella
crisis se agudizó con el golpe de Estado de febrero de 1915 contra el general
presidente Vilbrun Guillaume Sam. Luego de su derrocamiento, éste fue linchado
por manifestantes en las calles de Puerto Príncipe.
Pero como aquel
levantamiento popular contra Sam amenazaba varios intereses comerciales
estadounidenses en el país y planteaba la posibilidad de que Rosalvo Bobo,
considerado por muchos un líder nacionalista y antiimperialista, emergiera como
el próximo presidente, el gobierno
estadounidense decidió invadir para preservar su dominio económico.
El primer objetivo
de la estrategia militar yanqui fue obtener el control de los puertos marítimos
y del comercio, proteger los ingresos de los aranceles, y tomar el control
directo del país. Establecieron el Convenio haitiano-estadounidense en 1916,
redactaron una nueva Constitución en 1918 e impusieron reformas económicas en
función de sus propios intereses y un trato racista en todos los niveles de la
vida.
La tragedia no
terminó con la salida oficial de las tropas en agosto de 1934, sino que
prosiguió después, destruyendo la vida de millones de ciudadanos por varias
generaciones.
El 28 de julio de
1915, fecha de desembarco de los soldados norteamericanos, representa una
bisagra que marcó la evolución de la formación social haitiana, y, al mismo
tiempo, uno de los primeros pasos del expansionismo estadounidense en el
Caribe. Salvo para los historiadores defensores de los intereses del
imperialismo norteamericano y de las clases dominantes haitianas, queda claro
para todos que esta ocupación transformó a Haití en una perfecta neocolonia de
Estados Unidos a través de un largo proceso de destrucción –mediante una
violencia inusitada– de las estructuras económicas y disposiciones legales
creadas y adoptadas desde el triunfo de la gran revolución antiesclavista de
1804.
A partir de aquella
ocupación –que sigue hasta nuestros días bajo otras formas–, el imperialismo
atribuyó a Haití, en la división internacional del trabajo, el papel de
principal productor de mano de obra barata para sus empresas instaladas tanto
en este país como en otros del Caribe. Una razón que explica el proceso de
empobrecimiento cada vez mayor del pueblo haitiano, la destrucción de la
economía rural, el hambre, el desempleo, y el éxodo masivo de millones de
personas hacia otros lugares.
La ocupación, en consecuencia, no trajo beneficio alguno para el pueblo
haitiano, y fue responsabilidad exclusiva de Estados Unidos y de sus cómplices
en Haití. Todo planteo contrario es simplemente un discurso perverso para
justificar lo injustificable.
Pasado el tiempo, no
se ha podido hasta ahora establecer fehacientemente la cantidad de víctimas de
la ocupación. Varios historiadores haitianos las cifran en más de 15 mil. Pero
hubo acontecimientos durante esos 19 años de especial crueldad. En esta lista
aparecen la masacre de campesinos en Marchaterre, la imposición de un sistema
de trabajo denominado corvée, que no
era otra cosa que la vuelta a la esclavitud al suponer el trabajo gratuito de
los pequeños campesinos, por ejemplo, en la construcción de caminos, y el
terrorismo implementado por los ocupantes para vencer a la resistencia guerrillera
de los cacos.
En este marco, es
propicio rendir homenaje a los patriotas que se opusieron y lucharon por todos
los medios, fundamentalmente a los principales líderes de los cacos:
Charlemagne Péralte y Benoit Batraville. Éstos, a través de sus batallas y
posicionamientos antiimperialistas, dejaron ejemplos que nos guían. Ejemplos
que no podemos olvidar en nuestra lucha actual en contra de la Misión de las
Naciones Unidas para la Estabilización de Haití, la Minustah, una muestra clara
de que la ocupación imperialista sigue.
Marchaterre es, a su
vez, un acontecimiento que la historiografía oficial intenta sepultar bajo el
manto del olvido. Durante una marcha pacífica, el 6 de diciembre de 1929,
cuando varios miles de campesinos desfilaban en ese lugar al grito de “abajo
los impuestos, abajo la ocupación, abajo la miseria”, los militares
estadounidenses abrieron fuego, asesinando a 22 personas e hiriendo a otras 51.
Violaron luego a mujeres y niñas e incendiaron las casas de los campesinos.
Rememorar el inicio
de la ocupación no puede ser por tanto un simple ejercicio académico sino una
obligación ligada a la voluntad política de seguir la lucha por la recuperación
de la soberanía de Haití y el derecho a la autodeterminación. Un combate que
merece ser acompañado por todos los luchadores democráticos y antiimperialistas
–sobre todo los de América Latina–, para ayudarnos, entre otros objetivos, a
echar a la Minustah.
Fuente original: http://brecha.com.uy/
Fuente original: http://brecha.com.uy/