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Mientras la
situación se enmarañaba en Irak la semana pasada y aparecía la posible
configuración del primer Estado yihadista en la historia moderna, recordé esta
perla del verano de 2002. En aquel entonces, el periodista Ron Suskind tuvo una
reunión con “un importante asesor” del presidente George W. Bush (identificado
posteriormente como Karl Rove). Describió como sigue parte de su conversación:
“El asistente dijo
que gente como yo estaba ‘en lo que llamamos la comunidad basada en la
realidad’, que definió como gente que ‘cree que las soluciones emergen de su
estudio bien ponderado de la realidad discernible’. Asentí con la cabeza y
murmuré algo sobre principios de la ilustración y del método empírico. Me
interrumpió. ‘No es la manera como el mundo sigue funcionando realmente’,
siguió diciendo. ‘Ahora somos un imperio, y cuando actuamos, creamos nuestra
propia realidad. Y mientras estáis estudiando esa realidad –juiciosamente, cómo
os plazca– volveremos a actuar, creando otras realidades nuevas, que también
podéis estudiar, y así se arreglarán las cosas. Somos protagonistas de la
historia… y vosotros, todos vosotros, tendréis que limitaros a estudiar lo que
hacemos.’”
A medida que los
eventos se desarrollan en medio de un creciente caos en toda la región que
funcionarios de los años de Bush gustaban de llamar Gran Medio Oriente,
considerad la escalofriante exactitud de esa declaración. El presidente, su
vicepresidente Dick Cheney, su secretario de defensa Donald Rumsfeld, y su
consejera de seguridad nacional Condoleezza Rice, entre otros, fueron
ciertamente “protagonistas de la historia”. Crearon “nuevas realidades” y,
exactamente como sugirió Rove, al resto de nosotros solo nos queda “estudiar”
lo que hicieron.
¡Y qué hicieron! Sus
sueños geopolíticos no podrían haber sido más grandiosos o más globales.
(Evitemos la palabra “megalómanos”.) Esperaban pacificar el Gran Medio Oriente,
guarnecer Irak durante generaciones, hacer que Siria e Irán se sometieran al
poder estadounidense, “purgar” el “pantano” global de terroristas, y crear una
Pax Americana global basada en fuerzas armadas tan dominantes que ningún otro
país o bloque de países pudiera llegar a desafiarlas.
Era casi un sueño y
nada, ni un pellizco, llegó a realizarse. Exactamente como sugirió Rove que
procederían –exactamente como ya sabía que harían en el verano de 2002–
actuaron para crear un mundo según su imagen, un mundo que imaginaban que
controlarían como ninguna potencia imperial en la historia. Utilizando esas
fuerzas armadas insuperables, lanzaron una invasión que penetró el corazón
petrolífero de Medio Oriente. Tomaron una capital importante, Bagdad, mientras
“decapitaban” (como decían en aquel entonces) el régimen que dirigía Irak y que
había, de un modo particularmente brutal, reprimido tensiones mutuamente
destructivas.
No les faltaba nada
en cuanto a confianza. Entre las primeras acciones de L. Paul Bremer III, el
procónsul que nombraron para dirigir su ocupación, hubo una orden
desmovilizando el ejército de 350.000 hombres del autócrata iraquí Sadam
Hussein y también el resto de sus fuerzas armadas. Su plan: reemplazarlas por
una fuerza de protección de las fronteras ligeramente armada –inicialmente de
12.000 soldados y al final de tal vez 40.000– armados y entrenados por
Washington.
Considerando su
visión del mundo, tenía total sentido. ¿Por qué necesitaría Irak más que eso
con la presencia de militares estadounidenses, bueno, siempre, en una serie de
bases permanentes que los contratistas del Pentágono estaban construyendo? ¿Qué
peligros podrían aparecer en el vecindario con una fuerza semejante? Muy pronto
quedó en claro que lo que habían hecho
realmente era enviar al cuerpo de oficiales iraquíes y a la mayor parte de los
soldados del país a las filas de desocupados, creando la base para una
insurgencia suní con capacidad militar. ¡Un comienzo brillante!
Nótese que ahora las
noticias están repletas de comentarios sobre la falta de una fuerza aérea
iraquí funcional. Por eso, en los últimos meses, el primer ministro Maliki ha
estado pidiendo al gobierno de Obama que vuelva a enviar el poder aéreo
estadounidense a colmar la brecha. Sadam Hussein tenía una fuerza aérea. Otrora
había sido una de las mayores en Medio Oriente. El gobierno de Bush, sin
embargo, llegó a la conclusión de que las nuevas fuerzas armadas iraquíes no
necesitarían aviones de guerra, helicópteros, o muchas otras cosas, sobre todo
si la Fuerza Aérea de EE.UU. estaría cerca en bases como Balad en Irak Central.
¿Quién necesitaba dos fuerzas aéreas?
Cuidado con lo que deseas
Todo debía ser una
especie de milagro bélico. Los invasores estadounidenses serían recibidos como
liberadores, la misión cumplida rápidamente e “importante operaciones de combate”
terminadas en un destello –como George Bush anunció de un modo tan infame el 1º
de mayo de 2003, después que su Top Gun aterrizara sobre la cubierta del USS
Abraham Lincoln-. No menos milagroso fue el hecho de que sería esencialmente
algo gratuito. Después de todo, como señaló en esos días el subsecretario Paul
Wolfowitz, Irak “flota sobre un mar de petróleo”, lo que significaba que un
país “liberado” pagaría todos los costes de “reconstrucción” sin pestañear.
Los busheviques entraron a Irak con un
poderoso sentido de que estaban construyendo un protectorado estadounidense.
¿Por qué entonces no sería facilísimo realizar sus ambiciosos planes de
privatizar la economía iraquí, desmantelar el vasto sector público del país
(dejando sin trabajo a otro ejército de empleados), e imponer sus corporaciones
amigas para que ayudaran a dirigir el país y a gigantescas compañías petroleras
para acelerar la economía energética, sufriente después de años de sanciones y
de mal mantenimiento?
A fin de cuentas, el
Irak de Washington bombearía suficiente petróleo crudo de una de las mayores
reservas de combustible fósil del planeta para hundir la OPEC, dejando en
libertad al poder estadounidense para que flotara a alturas aún mayores sobre
ese mar de petróleo. Como autoridad ocupante, con una arrogancia despampanante,
emitieron “órdenes” que sonaban como si hubieran sido escritas por funcionarios
de alguna potencia imperial del Siglo XIX.
En breve, fue algo
propio para los libros de historia. Y ninguna cosa –nada– resultó como
pensaban. Casi se podría decir que no importa qué soñaran, lo que ocurría era
invariablemente lo contrario. Para los que vivíamos en la comunidad basada en
la realidad, por ejemplo, hace tiempo que era evidente que su guerra y
ocupación costaría a EE.UU. literal y figurativamente un ojo de la cara (y que
los costes para los iraquíes serían incalculables). Más de dos billones de
dólares más tarde –sin incluir astronómicos costes futuros de postguerra– Irak
es una catástrofe.
Y 25.000 millones de
dólares más tarde, el último vestigio del Irak estadounidense, las fuerzas de
seguridad que, a fin de cuentas, Washington formó en proporciones masivas,
parecen estar en un estado de disolución. Se informa que hace un poco más de
una semana, ante el avance de 800-1.300 combatientes del Estado Islámico de
Irak y Siria (ISIS, por sus siglas en inglés) y la oposición de milicias
tribales y poblaciones locales, cerca de 50.000 oficiales y soldados del
ejército abandonaron su armamento estadounidense a los insurgentes suníes y
yihadistas extranjeros, dejaron sus uniformes al borde de diferentes
carreteras, y huyeron.
Como resultado,
partes importantes de Irak, incluyendo Mosul, la segunda ciudad por su tamaño,
cayeron en manos de insurgentes suníes, algunos de pasado sadamista, y un pequeño ejército de yihadistas
evidentemente financiados por Arabia Saudí y Kuwait, ambos aliados de EE.UU.
La arrogancia de
esos años de ocupación deja a cualquiera sin respiración. Bush y sus máximos
funcionarios transformaron la realidad en una escala casi inimaginable y, al
estudiar la región en la actualidad, los resultados no tienen ninguna relación
con el mundo que se habían imaginado. Ninguna en absoluto. Por otra parte, hubo
dos sueños que habían tenido que, de cierta manera, llegaron a realizarse.
Muchos
estadounidenses todavía recuerdan las afirmaciones engañosas del gobierno de
Bush –completas con visiones de nubes en forma de hongos ascendiendo de las
ciudades estadounidenses– de que Sadam Hussein tenía un floreciente programa
nuclear en Irak. Pero ¿quién recuerda que, como parte de la justificación de la
invasión, la administración también había pretendido que existía una “madura y
simbiótica” relación entre el Irak de Sadam Hussein y al Qaida?
En otras palabras,
la invasión sería justificada de cierto modo como respuesta a los ataques del
11-S (con los cuales Sadam Hussein no tuvo nada que ver). ¿Quién recuerda que,
el año después que las tropas estadounidenses ocuparon Bagdad, cuando la
evidencia del programa nuclear se había ido al traste, el vicepresidente Dick
Cheney, respaldado por George W. Bush, dobló la apuesta respecto a al Qaida?
“Evidentemente hubo
una relación. Ha sido atestiguada”, dijo el vicepresidente en CNBC en
junio de 2004. “La evidencia es abrumadora. Comienza a principio de los años
noventa. Involucra toda una serie de contactos, contactos a alto nivel con
Osama bin Laden y funcionarios de los servicios de inteligencia iraquíes”.
Basadas en inteligencia cuidadosamente seleccionada, resultó que esas
afirmaciones también eran fraudulentas, o como dijo cortésmente David Kay, el
hombre asignado por el gobierno para encontrar las armas faltantes de
destrucción masiva y esos vínculos con al Qaida, “carentes de evidencia”.
Para entonces, sin
embargo, 57% de los estadounidenses había sido convencido de que ciertamente
hubo una relación significativa entre Irak de Sadam y al Qaida, y 20% creía que
Sadam estaba directamente relacionado con los ataques del 11-S.
Ten cuidado, como
dicen, con lo que deseas. Más de una década después de su invasión y ocupación,
después que Cheney formuló esas fervientes afirmaciones, ningún gobierno
tendría el menor problema en vincular al Qaida con Irak (o Siria, Yemen, o una
serie de otros países). Una década después, aparece la evidencia. Irak suní,
junto con áreas de la vecina Siria, uno de los países que supuestamente se
rendiría ante el poderío estadounidense, que ahora incluye un rudimentario Estado
yihadista, una criatura traída al mundo en parte significativa gracias a los
sueños y fantasías de los visionarios del gobierno de Bush. En todo el Gran
Medio Oriente, el yihadismo e imitadores baratos de al Qaida de todo tipo están
en auge, mientras grupos terroristas desestabilizan desde regiones de Pakistán
al Norte de África.
Creando un arco de inestabilidad
En el período antes
y después de la invasión de Irak, altos funcionarios de Bush y sus seguidores
neoconservadores hablaron con deleite de doblegar un área desde el Norte de
África pasando por Medio Oriente y hasta Asia Central que calificaron de “arco
de inestabilidad”. En un discurso de febrero de 2006 ante la Legión Americana,
centrado en su Guerra Global contra el Terror, por ejemplo, el presidente Bush
dijo: “Lenta pero seguramente estamos ayudando a transformar el Medio Oriente
en general de ser un arco de inestabilidad a ser un arco de libertad. Y a
medida que la libertad llega a más gente en esa región vital, tendremos nuevos
aliados en la guerra contra el terror, y nuevos socios en la causa de la
moderación en el mundo musulmán y en la causa de la paz.”
Para entonces ese
“arco”, que en el período antes del 11-S había sido razonablemente estable, ya
estaba en llamas. Actualmente flamea. Casi 13 años después del inicio de la
Guerra Global contra el Terror y de los primeros bombardeos en Afganistán, 11
años después de que se hizo caso omiso de una protesta global contra la guerra
y se lanzó la invasión de Irak, y tres años después que los estadounidenses se
reunieron frente a la Casa Blanca para celebrar la muerte de Osama bin Laden,
ese arco ha sido desestabilizado de un modo sorprendente.
A medida que
recientemente las cosas pasaron de mal a peor en Irak, combatientes yihadistas
en Pakistán atacaron el Aeropuerto Internacional de Karachi, un ataque que
impactó al país y sugirió que el alcance de los talibanes paquistaníes estaba
aumentando. Al mismo tiempo, después de una pausa de seis meses, el gobierno de
Obama reinició su campaña de asesinatos con drones de la CIA en las zonas
fronterizas tribales de Pakistán, un programa profundamente impopular que ha
sido un factor desestabilizador significativo por derecho propio.
Mientras tanto, en
Yemen, donde EE.UU. ha estado realizando durante años una guerra de operaciones
especiales y drones contra un creciente grupo imitador de al Qaida,
combatientes desconocidos paralizaron durante días el suministro de
electricidad en Sanaa, la capital. El baño de sangre sirio, por cierto,
continúa con cálculos de 160.000 o más muertos en ese conflicto multilateral,
mientras en Libia, que ahora es un país esencialmente ingobernable y caótico de
milicias yihadistas y de otro carácter y de ambiciosos generales, las tensiones
y los combates aumentaron.
Hay que verlo como
la pesadilla de George W. Bush y el sueño húmedo de Osama bin Laden. El 11 de
septiembre de 2001, una organización relativamente pequeña, modestamente
financiada y especializada en la planificación de sorpresas terroristas cada
par de años realizó un notable acto de suerte televisada. De esas torres
colapsadas, vino todo lo demás, gracias en gran parte a los actos de los
fundamentalistas del gobierno de Bush, cuyos máximos funcionarios pensaron que
habían encontrado su principal oportunidad, hablando geopolíticamente, en la
carnicería del momento.
Casi 13 años
después, existe un proto-Estado yihadista, un califato de fantasía, en el
corazón de Medio Oriente. Ahora, cuando son muchísimos en la región, yihadistas
de una tendencia al Qaidista están armados hasta los dientes con armamento
estadounidense desechado. En el Norte de África, otros yihadistas utilizan
armamento de los antiguos arsenales del autócrata libio Muamar Gadafi, saqueado
después de la intervención del presidente Obama de 2011 en ese país. Los
yihadistas de ISIS tienen ahora cientos de millones de dólares robados de la
filial en Mosul del banco central iraquí como financiamiento y han avanzado
hacia Bagdad. Incluso Osama bin Laden no podría haber supuesto que las cosas resultarían
tan bien.
Las armas de la locura
Después de la caída
de Mosul, ISIS avanzó con incluso más rapidez que el ejército estadounidense en
camino hacia Bagdad en la primavera de 2003. En algunas ciudades y pueblos
dominados por suníes, las tomas fueron notablemente incruentas. En Baiji, con
una central que suministra electricidad a Bagdad y la mayor refinería de
petróleo de Irak (que ahora está bajo ataque), se informa que los insurgentes
llamaron a la policía y le pidieron que abandonara la ciudad, y lo hizo. En
Kirkuk, una ciudad en el norte de Irak que los kurdos han reivindicado hace
tiempo como la capital natural para un Kurdistán independiente, tropas iraquíes
abandonaron silenciosamente sus armas y uniformes y abandonaron la ciudad,
mientras fuerzas kurdas armadas se instalaban, sin duda permanentemente.
Teniendo todo en
cuenta, ha sido una debacle como hemos visto solo dos veces en nuestra
historia. En China, cuando en 1949 las fuerzas armadas de Chiang Kai-shek, en
gran parte armadas y entrenadas por EE.UU., se desintegraron ante las fuerzas
insurgentes del líder comunista Mao Zedong y un cuarto de siglo después, cuando
una creación militar puramente estadounidense, el ejército sudvietnamita,
colapsó ante una ofensiva de tropas norvietnamitas y fuerzas rebeldes locales.
En cada caso, la derrota resultante fue psicológicamente inquietante en EE.UU.
y condujo a acerbos debates, extraordinariamente extraños, y duraderos sobre
quién “perdió” China y quién “perdió” Vietnam.
Ya aparecen señales
en este país tempranas de un debate igualmente extraño sobre la “pérdida” de
Irak. No debiera sorprender a nadie, ya que lo único que queda por distribuir
es la culpa. El senador John McCain, ferviente partidario de la invasión y
ocupación de 2003, lanzó la vuelta más reciente del juego de la culpa. Culpó
por la avalancha de eventos a la decisión de la administración de Obama de
retirar fuerzas de EE.UU. de Irak en 2011 (gracias a un acuerdo negociado por
el gobierno de Bush), sin dejar una presencia significativa. Citándose a sí
mismo como si fuera otra persona, dijo: “Lindsey Graham y John McCain tenían
razón. El senador Graham y yo predijimos que esto sucedería por no haber dejado
fuerzas en Irak.”
El senador Roy Blunt
de Missouri fue típico de los políticos republicanos que comenzaron a promover
esa línea. “Es una situación desesperada”, dijo. “Se desarrolla rápido. Parece
que todo resulta mal por nuestra política de no dejar a nadie allí como fuerza
estabilizadora.”
En un estallido
semejante, la página editorial del Wall Street Journal escribió: “Al
retirarse totalmente de Irak, el señor Obama colocó su deseo de tener un tema
de conversación para su campaña por la reelección por sobre los intereses de
EE.UU. Ahora nosotros y el mundo enfrentamos esa realidad: Una guerra civil en
Irak y el nacimiento de un refugio terrorista que tiene la confianza, y
adquiere rápidamente los medios, de enarbolar una bandera para una nueva
generación de yihadistas, en Irak “y más allá”.
Y así van las cosas.
En este caso, sin embargo, es posible que todo el asunto no importe mucho. En
un país visiblemente cansado por nuestras guerras en este siglo, muchas
personalidades de la elite consideran que más intervención en Irak es
desagradable, es posible que “Quién perdió Irak” nunca llegue a conseguir el
tipo de fuerza que obtuvieron los otros dos debates “perdidos”.
Mientras tanto, sin
embargo, el mundo de Medio Oriente está sufriendo un vuelco total. Tomemos el
ejemplo de Irán. En otro tiempo, se pensaba que Irak era solo una parada
intermedia. Como gustaban de decir bromeando los neoconservadores de esos días:
“Todos quieren ir a Bagdad. Los hombres de verdad quieren ir a Teherán”. Sucede
que rápidamente el vecindario alrededor de Bagdad se volvió tan desagradable
que el gobierno de Bush se encontró pronto tan atascado en insurgencias
minoritarias imposibles de ganar en Irak y Afganistán que nunca colocó a los
militares de EE.UU. en ese camino a Teherán.
Actualmente, parece
que los iraníes se aprestan a ir al rescate de Washington en Irak. Ya se
rumorea que podrían estar enviando, o considerando el envío de, elementos de
los Guardias Republicanos para proteger Bagdad. Como resultado, EE.UU. se
encuentra en una alianza tácita con Irán en Irak, mientras se mantiene en su
contra en Siria. Al mismo tiempo, todavía está aliado con Arabia Saudí en Siria
contra el régimen de Bacher al-Asad, mientras enfrenta los desastrosos frutos
del financiamiento saudí del brutal Estado yihadista recién renacido que
aparece por lo menos temporariamente en las tierras fronterizas suníes de Irak
y Siria.
El sistema en Medio
Oriente, como otrora era conocido, se ha evaporado en gran parte, con la
singular excepción de Israel, y donde existía, ahora hay cada vez más caos. Es
muy probable que solo empeore. Es posible que “nosotros” no solo hayamos
“perdido” Irak, ¿pero cabe alguna duda de que Washington perdió en Irak? Los
objetivos estadounidenses en la región fueron consumidos por las llamas de una
manera tan espectacular, tan ignominiosa, que actualmente no queda nada de
ellos.
A la pregunta,
“¿Quién perdió Irak?” puede no haber ninguna respuesta, o tal vez solo la
reacción sombría: nadie. A fin de cuentas, es seguro que los iraquíes serán los
perdedores, a lo grande, como los sirios al otro lado de la frontera, ahora
inexistente, entre lo que hasta hace poco eran dos países.
En cuanto al futuro
que Washington puede ofrecer, parece que el gobierno de Obama considera
responder a la crisis en Irak de la única manera que conoce: con bombas,
misiles crucero y drones. Los sueños geopolíticos de la era de Bush están
enterrados en algún sitio en lo profundo de los escombros de Irak, mientras la
actual Casa Blanca no tiene ni visionarios ni sueños globales, grandiosos o de
otro tipo. Solo hay managers y burócratas tratando de manejar un planeta poco
cooperativo. La pregunta que sigue existiendo es: ¿Volverán o no a enviar el
poder aéreo estadounidense a Irak? ¿Perderán o no, su insensatez y
desestabilizarán predeciblemente aún más una situación terrible?
Mientras tanto, una
pequeña nota al pie de la historia futura: en vista de lo que acabamos de ver,
podría valer la pena ser escéptico respecto a las noticias provenientes de
Afganistán sobre las capacidades cada vez más impresionantes de las fuerzas de
seguridad afganas, otra gigantesca pandilla establecida, financiada, entrenada
y armada por los militares estadounidenses (y contratistas privados asociados).
Después de todo ¿no hemos oído algo semejante antes en algún otro sitio?
Tom Engelhardt es uno de los fundadores de
American Empire Proyect. Es autor de The United States of Fear y de una
historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture (a partir de la
cual se ha adaptado parte de este ensayo). Dirige TomDispatch.com, del Nation
Institute. Su último libro, en coautoría con Nick Turse, es Terminator
Planet: The First History of Drone Warfare, 2001-2050.