María
Landi
www.atrio.org/050714
“No
debe de haber mejor caso de estudio sobre el racismo [y la doble moral] de los
medios occidentales que su cobertura de las recientes muertes israelíes y
palestinas”. Joe Catron, activista y periodista.
¿Ven? Solo nos estamos defendiendo!
Entre el 12 de junio
–cuando desaparecieron los tres jóvenes colonos en Cisjordania ocupada– hasta
el 30 en que se hallaron sus cuerpos, Israel llevó a cabo la operación
“Guardián de mi hermano” con el fin explícito de destruir a Hamas, al que
Netanyahu –sin ninguna evidencia– acusó del hecho.
En dos semanas 600
palestinos fueron detenidos, 12 fueron asesinados, incluyendo cuatro niños de
10, 13, 16 y 17 años; dos personas murieron de ataque cardíaco cuando las
tropas israelíes invadieron sus hogares; hubo más de un centenar de heridos (15
de ellos niños y niñas), algunos graves (incluyendo una niña de 9 años
deliberadamente arrollada por un automóvil de colonos cerca de Belén); más de
2200 viviendas fueron allanadas y vandalizadas con extrema violencia, y algunas
decenas fueron directamente demolidas (una práctica despiadada y abominable que
los sionistas heredaron de los colonizadores británicos).
Además Israel realizó 35 ataques aéreos sobre Gaza (contra 18 cohetes
caseros de la resistencia palestina que, como es habitual, no causaron víctimas).
Hebrón, la mayor
ciudad palestina (casi 200.000 habitantes), fue puesta bajo toque de queda, el
ejército ocupó edificios y azoteas y rastreó todas las localidades vecinas en
la zona donde desaparecieron los colonos. No deja de ser sospechoso que con
todo ese despliegue (y la eficiencia de los servicios de inteligencia
israelíes) tardaran más de dos semanas en encontrar los cuerpos a pocos metros
de donde habían desaparecido. Algunas fuentes calificadas han filtrado el dato de
que el hallazgo
habría sido hecho mucho antes, pero se ocultó para poder continuar
con la operación de persecución de Hamas y la detención de varios centenares de
sus miembros.
Poco importó que
ninguna organización palestina reivindicara el secuestro y asesinato de los
colonos (como sí ha ocurrido en el pasado) y que los líderes de Hamas negaran
toda responsabilidad. Tampoco se necesita imaginación para darse cuenta de que,
si no era para canjearlos por presos palestinos, el crimen no podía reportarle
beneficio alguno a Hamas, a solo dos semanas de haber alcanzado un acuerdo con
Fatah y establecido un gobierno transitorio de unidad nacional.
En cambio, quienes
tenemos memoria sabemos bien que esta dinámica no es nueva: cada vez que los
palestinos obtienen algún avance en el plano político (ya sea dentro de su
territorio ocupado o en el plano internacional), Israel lanza una operación para
hacer trizas ese logro y hacerlos regresar al único terreno que conoce: el de
la violencia.
El mismo Ban Ki-Moon
pidió a Israel que presentara evidencias de la responsabilidad de Hamas en el
crimen de los jóvenes, y Amnistía
Internacional afirmó que la operación de castigo colectivo sobre la
población palestina (un crimen de guerra según el derecho internacional
humanitario) no haría justicia al homicidio de los colonos.
Israel, haciendo
como de costumbre, oídos sordos a las exhortaciones de la comunidad
internacional, ayer cercó el barrio de Hebrón donde viven –según afirma– los
dos principales sospechosos y procedió a destruir con explosivos sus viviendas;
una medida punitiva brutal, sin mediar juicio ni garantías de ningún tipo, que
afectó a los numerosos integrantes de ambas familias (incluyendo muchas niñas y
niños).
Inmediatamente
después del hallazgo de los cuerpos de los tres colonos se desató en Israel una
ola de furia ciudadana, con llamados de “Muerte a los árabes” para tomar
venganza y exigiendo al gobierno que acabe con ellos de una vez para siempre.
No faltaron políticos israelíes que se sumaran a esta campaña. Hubo ataques de
turbas a personas y propiedades palestinas y un par de intentos de secuestro de
niños. Mohammed Abu Khdeir (16) fue secuestrado, torturado y quemado vivo por
colonos enfurecidos en Jerusalén Este, lo cual desató una inusual ola de
protestas violentas que ya han dejado un saldo de más de 250 palestinos heridos
en la ciudad.
Víctimas invisibles
Todos los medios
occidentales se han hecho eco de la muerte de los tres jóvenes colonos. Los
gobiernos no tardaron en condenar el hecho y expresar su pésame a su par
israelí. Pero ninguno se molestó en informar sobre la violencia
desproporcionada desplegada por Israel durante la operación reciente, ni los
otros en condenar los 15 asesinatos de palestinos (incluyendo niños y adolescentes)
ni en expresar sus condolencias a ese pueblo. Ni los tabloides ni las pantallas
de televisión han registrado sus nombres o sus rostros, ni hemos visto imágenes
de sus funerales ni del llanto desconsolado de sus madres.
Irónicamente,
Netanyahu afirmó que los colonos “fueron secuestrados y asesinados a sangre
fría por animales”. Uno se pregunta cómo se debe calificar a un ejército
que mató a 15 jóvenes en pocos días, o que asesinó a un niño
palestino cada tres días en los últimos 13 años, y a 1500 desde el
año 2000; o que cada madrugada irrumpe con violencia en los hogares
palestinos, arranca a los niños de sus camas, los lleva esposados y de ojos
vendados con rumbo desconocido, los interroga bajo torturas e incomunicación y
los juzga en tribunales militares por el (supuesto) delito de tirar piedras a
las fuerzas que ocupan su país.[1]
Ante la parcialidad con que los medios occidentales (des)informan sobre este conflicto, una vez más debemos repetir que la violencia de los ocupados no es la causa de la ocupación: es un síntoma, una consecuencia de la violencia original e impune que desde hace casi 70 años ejerce uno de los ejércitos más poderosos del mundo sobre un pueblo limpiado étnicamente, ocupado militarmente, colonizado territorialmente y discriminado jurídicamente. No por casualidad las víctimas palestinas son entre cuatro y cinco veces más que las israelíes.
Esta desproporción
de los medios y gobiernos parece indicar que para el mundo la vida palestina es
barata y desechable, mientras que la judía es sacrosanta. Toda vida humana es
preciosa, y la muerte violenta de un joven –cualquiera sea su filiación étnica
o religiosa– es un crimen que debe ser repudiado y castigado. Precisamente por
eso Occidente debe admitir de una vez por todas que la vida de miles de niños y
jóvenes palestinos es tan valiosa como la de tres colonos judíos, y el dolor de
sus madres y sus familias es igual de profundo.
En medio de la explosión de rabia, recriminaciones y odio generalizado que campean en este momento, no deja de ser un alivio escuchar algunas voces sensatas de las propias familias de las víctimas: “Estoy contra el secuestro y el asesinato. Ya sea judío o árabe, ¿quién aceptaría que su hijo o hija sean secuestrados o asesinados? Llamo a las dos partes a parar el derramamiento de sangre”, dijo el padre de Mohammed Abu Khdeir. “El asesinato es asesinato. No importa la nacionalidad o la edad, no hay justificación ni perdón para cualquier asesinato”, dijo el tío de Neftalí Frnaenkel, uno de los tres jóvenes colonos.
Sin olvidar que una
de las familias es víctima de una violenta ocupación desde hace tres o cuatro
generaciones, y la otra es víctima de su propia decisión de vivir en un
territorio robado que (independientemente de su particular interpretación
teológica) la comunidad internacional entera considera que pertenece y debe ser
devuelto a otro pueblo.
[1] Conviene recordar, en este contexto, que en febrero
Amnistía Internacional denunció a Israel por su “cruel
indiferencia hacia la vida humana” en la matanza de decenas de adultos y
niños palestinos en los últimos tres años, asegurando que las fuerzas israelíes
cometen constantes abusos de derechos con uso “innecesario, arbitrario y
brutal” de la fuerza, y con “total impunidad”.
Esta
es la lista de las víctimas palestinas, hasta la fecha (4 de julio):
Ahmad
Sabarin (20) fue asesinado en el campo de refugiados de Jalazone (Ramala)
Mohammad
Dodin (13) fue asesinado en Dura (Hebrón)
Mustafa
Aslan (21) en el campo de refugiados de Qalandiya (donde también le dispararon
a Yazan Odeh, que está luchando por su vida);
Jawad
Muhammad Dawud (60) murió de un ataque cardíaco después que los soldados
invadieron su casa en Hares (Salfit) y lo golpearon;
Ahmad
Said Khalid (27) del campo de refugiados de Al Ein, fue asesinado en Nablus.
Mahmud
Atallah (30) de Betunia, fue asesinado en Ramala.
Sakher
Burhan Abu Muhsen, de Tubas, fue asesinado en el Valle del Jordán.
Yusuf
Abu Zaghah (16) fue asesinado en el campo de refugiados de Jenin.
Fatima
Ismail Issa Rushdi (78) murió de un ataque cardíaco después que los soldados
invadieron y vandalizaron su hogar en Hebrón.
Alí
al-Awour (10) murió por un ataque aéreo israelí cuando viajaba en moto con su
tío en el norte de Gaza.
Mohammed
Ziyad Abeed (29) murió por otro ataque aéreo israelí en Al Qarara, al este de
Khan Younis (Gaza).
Mohammed
Al Suni (23) y Osama Teziz (26) fueron asesinados por drones israelíes en el
campo de refugiados de Shati, Gaza.
Mohamad
Abu Khdair (16) fue secuestrado a las 4 am en la mezquita de Shuafat (Jerusalén
Este) por colonos judíos que lo torturaron hasta la muerte; su cuerpo apareció
totalmente quemado.
Además,
Joud al-Danaf (2) murió en Gaza cuando un cohete lanzado por la resistencia
palestina desde al-Atatrah, en el área de Beit Lahia (norte de Gaza) cayó por
error donde jugaban varios niños y niñas. Su hermanita y dos primos (entre 2 y
4 años) resultaron heridos y tuvieron que ser hospitalizados.
“La
culpa del asesinato de los tres jóvenes judíos y del asesinato de infinidad de
niños palestinos debe colocarse en donde corresponde: en las manos del régimen
racista de ocupación, apartheid y sociocidio israelí.”
Nurit
Peled-Elhanan, académica israelí, premio Sakharov de DDHH y co-fundadora del
Tribunal Russell sobre Palestina.
(Nurit
perdió a su hija de 12 años en un atentado suicida palestino en 1997).