Aram Aharonian
www.envio.org.ni/marzo2017
Hoy,
la posverdad es el arma de desorientación masiva de la opinión pública,
empleada por los grandes medios de comunicación y por todos los líderes
políticos. Donald Trump es el principal exponente de la política de la
posverdad.
¿De
qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y
de la información? ¿Hablamos sólo de redistribución de frecuencias
radioeléctricas para garantizar el derecho humano a la información y a la
comunicación? ¿De qué forma la redistribución equitativa de frecuencias -éstas
patrimonio de la Humanidad- entre los sectores comercial, estatal o público y
popular (comunitario, alternativo, etc.) puede garantizar la democratización de
la comunicación e impedir la concentración mediática?
A veces pienso que nos instan, nos empujan, a pelear en campos de batalla equivocados o ya obsoletos, mientras se desarrollan estrategias, tácticas y ofensivas en nuevos campos de batalla. El mundo avanza, la tecnología avanza… y pareciera que nosotros -desde lo que llamamos el campo popular- seguimos aferrados a los mismos reclamos y reivindicaciones de un mundo que ya (casi) no existe.
EL
PROBLEMA NO ES SÓLO LA CONCENTRACIÓN OLIGOPÓLICA DE LOS MEDIOS
El mundo cambia, sí, pero el tema de los medios de comunicación social sigue siendo, como en 1980, cuando el Informe McBride, fundamental para el futuro de nuestras democracias. El problema de hoy es la concentración oligopólica: 1,500 periódicos, 1,100 revistas, 9,000 estaciones de radio, 1,500 televisoras, 2,400 editoriales están hoy controlados por sólo 6 corporaciones transnacionales.
Pero ése no es el único problema. Hoy los temas de la agenda mediática tienen que ver con la integración vertical de proveedores de servicios de comunicación, con compañías que producen contenido, con la llegada directa de los contenidos a los dispositivos móviles y con la transnacionalización de la comunicación y sus cortocircuitos con los medios hegemónicos locales. También tienen que ver con los temas de la vigilancia, la manipulación, la transparencia y la gobernanza en Internet y con el “ruido” en las redes que hace el video, un formato destinado a reinar en los próximos años.
Éstos son, hoy en día, junto al largamente anunciado ocaso de la prensa escrita y a la vigencia de la guerra de cuarta generación y el terrorismo mediático, los vértices fundamentales para reflexionar sobre el tema de la democracia de la comunicación, mirando no hacia el pasado, sino hacia el futuro que nos invade.
Hipotéticamente, si realmente en América Latina el 33% de las frecuencias fueran concedidas a los medios populares, ¿quiénes abastecerían de contenidos a tal cantidad de canales y radios? Entonces, ¿de qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información?
UN
IMPERIO MEDIÁTICO NUNCA ANTES VISTO
Han pasado 140 años desde que Alexander Graham Bell utilizó por primera vez su teléfono experimental para decirle a su asistente de laboratorio: “Señor Watson, venga, quiero verlo”. Su invención transformaría la comunicación humana y el mundo. La empresa creada por Bell creció hasta transformarse en un inmenso monopolio: AT&T.
En 1982 el gobierno estadounidense consideró que esa empresa era demasiado poderosa y dispuso la desintegración de la ya gigante de las telecomunicaciones. Hoy AT&T ha regresado, anunciando la adquisición de Time Warner, una de las principales compañías de medios de comunicación y producción de contenidos a nivel mundial. Juntas conformarán uno de los más grandes conglomerados del entretenimiento y las comunicaciones del planeta. Sería la mayor adquisición de AT&T hasta la fecha y llegaría sólo un año después de que AT&T comprara DirecTV.
La fusión propuesta, que aún debe ser sometida a estudio por las autoridades, representa desde ahora no sólo una significativa amenaza a la privacidad y a la libertad básica de comunicarse, sino también un cambio paradigmático en lo que hasta hoy hemos entendido como comunicación.
AT&T ocupa hoy el décimo lugar entre las 500 compañías más grandes de Estados Unidos. Si adquiriera Time Warner, que ocupa el lugar 99 de la lista Forbes, se crearía una enorme corporación, integrada verticalmente, que controlaría no sólo una amplia cantidad de contenidos audiovisuales, sino la forma en que la población accedería a esos contenidos.
Según Candace Clement, de “Free Press”, esta fusión generaría un imperio mediático nunca antes visto. AT&T controlaría el acceso al Internet móvil y por cable, a los canales de televisión por cable, a las franquicias de películas, tendría un estudio de cine y televisión y otras empresas de la industria. Todo esto significa que AT&T controlaría el acceso al Internet de cientos de millones de personas y controlaría los contenidos que miran, lo que le permitiría dar prioridad a su propia oferta y hacer uso de recursos engañosos que socavarían la neutralidad de la red.
BUSCAN
CONVERTIR LA DEMOCRACIA EN UNA DICTADURA DE LA INFORMACIÓN
El mundo de hoy no es el mismo de antes. Tampoco es el mundo de 1980, cuando se publicó el Informe McBride, aunque tanto derecha como izquierda crean que seguimos en 1990. Es difícil a quienes como uno venimos de la época de la tipografía y la linotipia, de los télex y teletipos -o del dogmatismo y la repetición de consignas-, asimilar los cambios tecnológicos y la realidad del mundo actual, donde imperan el big data, la inteligencia artificial… y la plutocracia.
Según los últimos cálculos, en el mundo hay unos 10 zetabytes de información (un zetabyte es un 1 con 21 ceros detrás), que podrían convertirse en nueve mil pilas que llegarían hasta el sol. Desde 2014 hasta hoy los seres humanos hemos creado tanta información como desde la Prehistoria hasta el año 2014. Y la única manera de interpretar esa información es con máquinas.
El Deep Learning es la manera como se hace la Inteligencia Artificial desde hace cinco años: son redes neuronales que funcionan de manera muy similar al cerebro con muchas jerarquías. Apple y Google y todas las Siri en el teléfono, todas lo usan.
El Big Data permite a la información interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones. Se adelantan a cuánto saben las grandes empresas de nosotros y se adelantan también a lo que más les preocupa: lo fácil que está siendo convertir la democracia en una dictadura de la información, encerrando a cada ciudadano en una burbuja distinta.
Si uno tiene Gmail en su celular con Wifi, puede ver en Google Maps un mapa mundial que muestra dónde estuvo uno cada día, a cada hora, durante los últimos dos o tres años. No tiene por qué creerme: consulte www.google.com/maps/timeline. Es una información que se puede coleccionar al aceptar los términos de licencia cuando uno instala en su celular la aplicación.
También las empresas telefónicas, que uno supone que sólo nos cobran el plan, hacen buenos negocios con nuestros datos. Por ejemplo, Smart Steps es la empresa de la española Telefónica, que vende los datos de los celulares Movistar.
Así, de la noche a la mañana la gente pasó a tener un sensor de sí mismo las veinticuatro horas del día. Hoy no sólo se puede saber dónde están las personas. También podemos saber qué compran, qué comen, cuándo duermen, cuáles son sus amigos, cuáles son sus ideas políticas, cómo vive su vida social...
CÓMO
USÓ ESOS DATOS DONALD TRUMP EN SU CAMPAÑA ELECTORAL
El científico alemán Martin Hilbert, asesor tecnológico de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, señala que algunos estudios ya han logrado predecir un montón de cosas a partir de nuestra conducta en Facebook.
Dice Hilbert: “Teniendo entre 100 y 250 likes (“me gusta”) tuyos en Facebook, se puede predecir tu orientación sexual, tu origen étnico, tus opiniones religiosas y políticas, tu nivel de inteligencia y de felicidad, si usas drogas, si tus papás son separados o no. Se puede abusar también, como Barack Obama y Donald Trump lo hicieron en sus campañas y como Hillary Clinton no lo hizo y perdió. Ésos son los datos que Trump usó”.
Con 150 likes los algoritmos pueden predecir el resultado de tu test de personalidad mejor que tu pareja. Y con 250 likes mejor que tú mismo. Este estudio lo hizo Michal Kosinski en Cambridge. Después, un empresario lo tuvo en cuenta y creó la Cambridge Analytica y Donald Trump contrató a la Cambridge Analytica para su campaña electoral.
“Usaron esa base de datos y esa metodología para crear los perfiles de cada ciudadano habilitado para votar. Consiguieron casi 250 millones de perfiles. Obama, que también manipuló mucho a la ciudadanía, tenía 16 millones de perfiles en 2012, pero en 2016 estaban todos. En promedio, puedes tener unos 5 mil datos de cada estadounidense. Y una vez que clasificaron a cada individuo según esos datos, los empezaron a atacar”, señala Hilbert.
Y continúa: “Por ejemplo, si Trump decía “Defiendo el derecho a tener armas”, algunos recibían esa frase con la imagen de un criminal entrando a una casa porque saben que es gente más miedosa. Otros, más patriotas, la recibían con la imagen de un tipo que va a cazar con su hijo. Es la misma frase de Trump, pero con dos versiones. Crearon 175 mil versiones para miles de declaraciones de Trump. Claro, te lavan el cerebro. Esto no tiene nada que ver con la democracia. Es populismo puro: te dicen exactamente lo que quieres escuchar”.
Lo más delicado es que no sólo pueden mandar el mensaje como más le va a gustar a cada persona, sino que también pueden mostrarle sólo aquello con lo que va a estar de acuerdo.
TENEMOS
QUE ENTENDER EL MUNDO EN QUE VIVIMOS
El juego con la tecnología siempre ha sido ver cuáles tareas se pueden automatizar y cuáles no. Si un robot reconoce células de cáncer, uno se ahorra visitar al médico.
Más del 50% de los actuales empleos son digitalizables, afirma Hilbert. Y ya no hablemos de reemplazar a los obreros, como en la revolución industrial. También se pueden reemplazar ya los trabajos de la clase más educada: los médicos, los contadores. El 99% de las decisiones de la red de electricidad en Estados Unidos son tomadas ya por una empresa digital que localiza en tiempo real quién necesita energía.
En ningún caso esto es el fin de la Humanidad. Es la evolución que sigue su camino. Lo más importante es entender en qué mundo vivimos. Por eso llama la atención que operadores mediáticos, que se autodefinen como radicales de izquierda, sigan insistiendo en la necesidad de pelear en escenarios que ya no existen, con léxicos que no se corresponden con las realidades reales, tampoco con las virtuales, que continúen aferrados retrógradamente al pasado.
¿DE
QUÉ ESTAMOS HABLANDO?
Hoy más que nunca la dictadura mediática, en manos de cada vez menos “generales” de las corporaciones, busca formas novedosas para implantar hegemónicamente imaginarios colectivos, narrativas, discursos, verdades e imágenes únicas. Es el lanzamiento global de la guerra de cuarta generación dirigida directamente a los usuarios digitalizados de todo el mundo.
Si hace cinco décadas la lucha política, la batalla por la imposición de imaginarios, se dilucidaba en las calles, en las fábricas, en los partidos políticos, en los movimientos sociales, en los parlamentos -o en las guerrillas-, hoy las grandes corporaciones de transmisión preparan una ofensiva que sortean los medios tradicionales para llegar directamente, con sus propios contenidos de realidades virtuales, a los nuevos dispositivos móviles de los ciudadanos.
¿De qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información? ¿Hablamos de redistribución de frecuencias radioeléctricas cuando hoy el control emerge de la conjunción de medio y contenido?
Quienes controlan los sistemas de difusión, cada vez más inalámbricos y satelitales, eligen, producen y disponen cuáles serán los contenidos, en una planificada apuesta por monopolizar mercados y hegemonizar la información–formación del ciudadano.
¿SEREMOS
“PROSUMIDORES” O SÓLO CONSUMIDORES?
La radio ha cambiado. Bajo la mirada vigilante de otras naciones, Noruega se ha convertido desde enero de 2017 en el primer país del mundo en apagar su señal de Frecuencia Modulada (FM), considerando que tiene 22 estaciones nacionales de radio digital, y aún hay espacio en su plataforma digital para otras 20.
La televisión ha cambiado. La tendencia mundial -y la latinoamericana- demuestra que la juventud televidente ya está pasando del uso lineal de televisión hacia un consumo en diferido y a la carta, optando por el dispositivo fijo (televisor) o por una segunda pantalla (computadora, tablet, teléfonos inteligentes).
Para los comunicólogos optimistas, los ciudadanos están pasando de ser receptores pasivos a ser, mediante el uso masivo de las redes sociales, productores–difusores o productores–consumidores. Son “prosumidores”. Para los menos optimistas, si bien ésa es una posibilidad teórica, la práctica demuestra que la producción y difusión quedarán en manos no de la ciudadanía, sino de las grandes corporaciones, especialmente estadounidenses. Y con esta arremetida del pensamiento único, del mensaje único, de la imagen única, los ciudadanos pasarán a ocupar la casilla de consumidores.
LA
POSVERDAD: ARMA DE DESORIENTACIÓN MASIVA
Quizá aquellos que desde hace años estamos en esta lucha creemos que la discusión sobre la democratización de las comunicaciones está socializada/masificada en nuestras sociedades. No es cierto. No lo está siquiera en aquellos países donde se han hecho esfuerzos de esclarecimiento en este campo, como Argentina y Ecuador. Hay quienes sostienen que aún se trata de una discusión elitista entre los militantes políticos de la comunicación y sus allegados.
¿De qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información en la que ahora se da en llamar “la época de la posverdad”, donde los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones, los imaginarios y las creencias personales?
Hoy, la posverdad es el arma de desorientación masiva de la opinión pública, empleada por los grandes medios de comunicación y por todos los líderes políticos. La sociedad es hoy un monumental simulacro, un plexo cuasi-infinito de significaciones sin referentes ni realidades que las apoyen, una especie de monumental ciencia-ficción que nos domina, como dijera Jean Baudrillard.
EL
ARTE DE LA MENTIRA
En 2016 “The Economist” hablaba de “el arte de la mentira”. Y señalaba que Trump es el principal exponente de la política de la posverdad, que se basa en frases que se sienten verdaderas, pero que no tienen ninguna base real.
Una cosa es exagerar u ocultar. Otra es mentir descarada y continuadamente sobre los hechos. Y lo peor es que esas mentiras se van imponiendo en el imaginario colectivo. Hoy se manipulan, se omiten, se tergiversan o se falsifican desde las cifras del desempleo y las del costo de la vida, mientras opinadores muy mediatizados predican distintas variantes de la consigna thatcheriana: There is no alternative (“No hay alternativa”).
Entonces, ¿de qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información?
PERIODISTA URUGUAYO. FUNDADOR DE TELESUR. CODIRECTOR DEL OBSERVATORIO DE COMUNICACIÓN Y DEMOCRACIA DE CLAE (CENTRO LATINOAMERICANO DE ANÁLISIS ESTRATÉGICO). EL TEXTO ES UN ADELANTO DE SU PRÓXIMO LIBRO “EL ASESINATO DE LA VERDAD”.