Marcos Roitman Rosenmann
www.jornada.unam.mx/090417
Como ya es costumbre, las
disyuntivas que presentan los países que avalan el bombardeo de Estados Unidos
en Siria se fundamentan en un hecho controvertido. Nadie puede asegurar que el
ataque con gas sarín fuera una verdad irrefutable, de allí que los medios de
comunicación se curen en salud y antepongan la coletilla presunto ataque con
gas sarín. El resto ya lo conocemos. La fuerza aérea del régimen de Bashar
Assad bombardeó la población de Jan Sheijun.
La noticia saltó a los medios de
comunicación mediante una nota divulgada por la agencia Reuters, citando como
fuente fidedigna al Observatorio Sirio de Derechos Humanos, en manos de la
Coalición Nacional de Fuerzas Opositoras, y el frente Al Nusra. A partir de ese
momento cobró fuerza y se esparció por todo el mundo. Las fuerzas
gubernamentales, se dice, habrían bombardeado con gas sarín a la población
civil, causando centenares de heridos y decenas de muertos.
Pero un artículo publicado por
Javier Benítez, citando a Juan Aguilar, experto internacionalista, ponía en
duda tal hecho. Con un título llamativo: Ataque
químico en Siria, estamos ante un montaje, se limitaba a describir las
imágenes proporcionadas por el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. Mirando
con detenimiento, dice, se puede ver que las personas que prestan socorro no
llevan guantes ni trajes de protección, ni escafandras, elementos
imprescindibles ante un ataque con gas sarín. Entre otras consecuencias, el gas
sarín se pega a la piel, produce intoxicación y puede terminar causando la
muerte. Sin protección, la exposición al gas sarín afectará a toda persona que
estuviera a su alrededor.
Es posible que la intoxicación se
haya producido por la presencia de cloro, componente habitual en los depósitos
donde se fabrican o guardan armas químicas. Ello daría credibilidad al gobierno
de Assad negando el uso de gas sarín y reconociendo que bombardeó un depósito
de armamento químico, donde posiblemente se ocultara gas sarín.
Curiosamente, Seymour Hersh,
periodista estadunidense, galardonado, entre otros, con el Premio Pulitzer y
uno de los más respetados por la profesión, señaló en una entrevista publicada
por la página web Conjugando Adjetivos,
el 5 de febrero de 2016, lo siguiente: Hillary Clinton aprobó el envío de gas
sarín a los rebeldes sirios. Según cuenta, la administración Obama buscó acusar
al gobierno de Siria de realizar ataques con gas sarín para utilizarlo como
excusa para invadir Siria. Igualmente, manifestó, Hillary Clinton había
aprobado el suministro de armas químicas a los rebeldes sirios. La CIA y el M16
británico asumieron la misión, subraya Hersh, de trasladar las armas de los
arsenales procedentes de Libia a Siria.
Nada de lo apuntado ha sido puesto
sobre la mesa. Los medios de comunicación se han limitado a reproducir las
afirmaciones de los rebeldes y dar por bueno el ataque de Donald Trump a la
base militar de Shairet. Europa Occidental, la OTAN y los aliados fieles, Gran
Bretaña, Francia, se han apresurado a dar el visto bueno a un ataque que
vulnera todos los principios del derecho internacional.
Parece ser que cualquier duda
razonable cae en el saco del maniqueísmo. Inmediatamente surgen los
cuestionamientos. ¿Acaso estás de acuerdo con el asesinato de niños y población
civil? ¿Apoyas a un tirano? ¿El mundo no estaría mejor sin Bashar Assad?
Cualquier argumento en sentido contrario se desvanece en medio de un aluvión de
insultos y la consabida descalificación.
Lo dicho me recuerda la campaña
lanzada por Estados Unidos para justificar la segunda invasión a Irak: la
existencia de armas de destrucción masiva.
Todos los informes realizados por
científicos, analistas y comisiones señalaban su inexistencia. A pesar de las
manifestaciones y de los millones de personas que en todo el mundo salieron a
protestar bajo el grito de ¡No a la guerra!, desmontando tal afirmación, el
trío de las Azores procedió a invadir Irak en nombre de la lucha contra el
terrorismo internacional. Su argumento central era irrefutable: que Sadam
Hussein y sus ejércitos tenían dichos arsenales. No pasó mucho tiempo para que
se demostrara la falsedad y la inexistencia de las armas de destrucción masiva.
Pero ninguno de los conocidos como el trío de las Azores, Blair, Bush y Aznar,
han asumido responsabilidades ni han sido juzgados por crímenes de guerra. Siguen
defendiendo la invasión argumentando que Irak es un país seguro (sic).
Hoy se pretende hacer nuevamente lo
mismo: ocultar la verdad a cambio de conseguir el objetivo final, que es
invadir Siria bajo el pretexto de poseer arsenales, bombardear con armas químicas
y gas sarín. El negocio será, como siempre, para las multinacionales. Ya se
están frotando las manos y repartiéndose el botín.