Por: Rev. Manning Maxie
Suárez +
El pasado domingo 31 de
mayo, la Santa Iglesia, en todas partes del mundo, celebra con alegría la “Festividad
de Pentecostés”, Fiesta del cumplimiento de la promesa de Jesucristo a sus discípulos
sobre el advenimiento del “uno como Él”, del Paráclito, o del Consolador, que vendría
sobre todos los que son sus seguidores, para dotarlos con los dones y talentos
necesarios para poder cumplir con la misión encomendada por Jesucristo.
En este glorioso día,
hace dos mil años, se abrió el camino hacia la vida eterna a toda raza, pueblo o
nación por el don prometido del Espíritu Santo.
Dios esparció ese don sobre todo el mundo por la predicación del
Evangelio, para que llegara a los confines de la tierra; por la acción directa
de Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina con Dios Padre, en la unidad de
este Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos.
La festividad de “Pentecostés”
originalmente no nace en la Iglesia Cristiana propiamente, sino más bien el
cristianismo la adopta de la rica tradición judía y del cual éramos parte de
ella durante el primer siglo de esta era. Ellos le llamaban la “fiesta de
las semanas” (en hebreo Shavuot), y se celebraban dos cosas específicas: el
día de la aparición de Dios en el monte Sinaí y por otro lado, la entrega de la
Ley (Toráh) o los mandamientos a Moisés, para ser presentados luego al pueblo
Israelita. Para
nosotros los cristianos, Pentecostés es el cumplimiento de las promesas de
Jesucristo a sus discípulos:” Y ellos se alegraron de
ver al Señor. (21) Luego
Jesús les dijo otra vez: —¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así yo
los envío a ustedes. (22) Y sopló sobre ellos, y les dijo: —Reciban el
Espíritu Santo. (23) A quienes ustedes perdonen los pecados, les
quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”
(Juan 20, 20-23).
Así que, el milagro de la
venida del “Espíritu Santo” sobre los discípulos de Jesús, es para
empoderar a los mismos, para el cumplimiento de esa misión de evangelización del
mundo que Jesús, desea que transmitamos a todo hombre y mujer, no como una
doctrina más, sino más bien como un estilo de vida que nos da poder
sobre la cultura de la opresión del pecado y la muerte. Los tres Credos que rezan y proclama la
Iglesia y que son: El Credo de los Apóstoles, el Credo Niceno así como el
Credo de San Atanasio, que es un antiguo
documento que proclama la naturaleza de la Encarnación y de Dios en Trinidad nos
enseñan que ese “Espíritu Santo” es “Dios” mismo.
El Espíritu Santo es la
Tercera Persona de la Santísima Trinidad, Dios actuando continuamente
en el mundo, en y a través de su Iglesia.
Se revela a nosotros como el “Señor que nos guía en toda verdad”
y nos capacita a su vez, para crecer en y hacía la semejanza de Cristo. Cuando fuimos bautizados en la Iglesia de
Cristo, el Espíritu Santo vino sobre nosotros, y ese día recibimos su gracia
interna y espiritual, como el medio seguro y eficaz por medio de la cual recibiríamos
su gracia. Esa gracia es “el favor de
Dios” para con nosotros, gracia esta que no hemos ganado ni merecido.
Pero al recibir la
gracia ese día, sucedió un milagro en las vidas de todos los que nos hemos
hecho seguidores de Jesucristo a través del sacramento del bautismo. Por
medio de esa gracia Dios ese día, perdonó todas nuestras faltas,
justificándonos ante la presencia de su Padre. Esa acción de Jesús provocó en
nosotros una maravillosa iluminación en nuestras vidas, enviándonos su luz que
nos ayuda a ver el mundo a través de los ojos de Dios Trino y entender cómo
debe ser nuestras relaciones con el mundo y los hombres. Avivó por otro lado nuestros
corazones y fortaleciendo nuestras voluntades estamos presto al servicio de su
Palabra para la Evangelización del Mundo.
Una vez, el Espíritu Santo llega a nosotros es para siempre, y
nos hace participes del “Misterio de su Iglesia” convirtiéndonos en
testigos de su amor.
En esta época de
Pandemia, tiene mucho más sentido estar presto a la voz del Espíritu de Dios
que nos invita a practicar con amor los valores del Reino: a ser Solidarios, a
practicar la Compasión, a tener y compartir la Esperanza, y a mantener y
promover en todos la Fe. No olvidemos
como dice el mismo apóstol san Pablo a la comunidad griega de Corintos cuando
señala que: “(12) El cuerpo humano, aunque está formado por
muchos miembros, es un solo cuerpo. Así también Cristo. (13) Y de la
misma manera, todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, fuimos
bautizados para formar un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu; y a todos
se nos dio a beber de ese mismo Espíritu” (1 Corintios 12:12-13). Celebremos
la Festividad de Pentecostés con ese sentido de Cuerpo de Cristo que pertenece
a ese pueblo de Dios con sentido de pertinencia, sirviendo con amor a todos
nuestros hermanos en esta época de pandemia pero en el poder y la fuerza de su
Espíritu.
Oremos: “Oh Dios, que
en este día enseñaste a los corazones de tus fieles, enviándoles la luz de tu
Espíritu Santo: Concédenos por el mismo Espíritu, que tengamos un juicio
acertado en todas las cosas, y que nos regocijemos siempre en su santa
fortaleza; por Jesucristo tu Hijo nuestro Señor, que vive y reina contigo, en
la unidad del Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los
siglos. Amén.”
Sacerdote.