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Pocas veces se celebraron
elecciones en un contexto tan signado por la violencia como las de este domingo
pasado en Venezuela. Hay pocas experiencias similares en el Líbano, Siria e
Irak. Tal vez en los Balcanes durante la desintegración de la ex Yugoslavia.
Dudo que en algún país europeo o mismo en Estados Unidos se hubiera celebrado
elección alguna en un contexto similar al venezolano.
Por eso que algo más de ocho
millones de personas hayan desafiado a la derecha terrorista con sus sicarios,
pirómanos, saqueadores y francotiradores y concurrido a emitir su voto
demuestra el arraigo del chavismo en las clases populares y, además, un valor a
toda prueba para luchar por la paz y repudiar la violencia.
Y cuando el CNE dice que votaron 8.089.320
personas es así nomás, doblemente certificado por la cédula electoral y el
control de las huellas dactilares de cada uno de los votantes. Ese material
está allí, sujeto a verificación por parte de la oposición o de observadores
independientes, contrariamente a lo ocurrido con la pantomima electoral de la
MUD el 16 de julio que en una hilarante innovación en el arte y la ciencia de
la política procedió a admitir votantes con o sin documentos, sufragar cuantas
veces lo quisiera para luego quemar todos los registros una vez terminado el
relampagueante recuento de los 7 millones y medio de votos que mienten haber
recibido.
Pese a estos antecedentes el
resultado de la elección a la Asamblea Nacional Constituyente fue tildado como
fraudulento tanto por la derecha internacional, gubernamental o no, como por
algunas sectas delirantes de la izquierda eternamente funcionales al
imperialismo. Algunos ilustres gobiernos de dentro y fuera de la región:
México, Argentina, Chile, Perú, Estados Unidos, Panamá, Colombia, Paraguay, Brasil,
Canadá, España y Costa Rica se apresuraron a declarar al día siguiente de
la elección que no reconocerían la ANC surgida del voto ciudadano en Venezuela
algo que, sin dudas, le quita el sueño al gobierno bolivariano y a millones de
venezolanos abatidos por tan degradante noticia. Se comprende que aquellos
gobiernos no puedan hacerlo porque tienen demasiadas preocupaciones en casa
como para perder un minuto en reconocer la lección de democracia que el bravo
pueblo venezolano ofreciera el domingo.
México está azorado por el octavo
periodista asesinado en lo que va del año, y sin nunca hallar al responsable
amén de otras minucias como los 57 asesinatos por día registrados durante el
2016; el gobierno argentino por la muy probable derrota en el principal
distrito electoral del país y una economía que no levanta vuelo; Chile, por la
profunda deslegitimación de su sistema político y las protestas sociales que a
diario conmueven las principales ciudades del país; Colombia, absorta en la atención
de sus siete millones y medio de desplazados por el paramilitarismo y el
narcotráfico; Paraguay por la penetración del narco en los distintos niveles de
la administración pública; Brasil por el estercolero en que se ha hundido el
conjunto de su dirigencia, para ni hablar del caos en que se encuentra Estados
Unidos con un jefe de estado impredecible y veleidoso como pocos y una pobre España
sumida ella también en la corrupción de sus ricachones, la putrefacción de la
monarquía y el irreparable desprestigio de su clase política.
Gobiernos excelsos que seguramente
ignoran que el ex presidente de EEUU James Carter –no precisamente un chavista-
aseguró que el sistema electoral de Venezuela era más confiable y transparente
que el de Estados Unidos.
Pero, envalentonados por el apoyo
de tan distinguidos gobiernos, los críticos de la revolución bolivariana no se
arredran y levantan su dedo acusador señalando que el grado de participación en
la elección de la ANC, 42 % del padrón electoral, fue muy bajo y mal puede
avalar las pretensiones del oficialismo de legitimar su instalación en los
próximos días.
La prensa canalla, cuya misión
excluyente es mentir y manipular con absoluta inescrupulosidad la conciencia
pública, nada dice de las condiciones bajo las cuales las venezolanas y los
venezolanos salieron de sus casas a votar. Peor aún, en su absoluta
descomposición moral al diario El País, nave insignia del terrorismo mediático,
se le olvidó que el 21 de febrero del 2005 tituló “Sí rotundo a la Constitución
Europea con una participación del 42 %” de los españoles, resultado obtenido en
medio de un clima de total tranquilidad, sin guarimbas ni sicarios sueltos por
las calles.
Pero doce años más tarde lo que en
España permitía hablar de un “sí rotundo” se transmutaba en una crítica por la
“violencia y la abstención en la Constituyente de Maduro”. Nada dijo ese “house
organ” del capital que su tan admirada Michelle Bachelet obtuvo la presidencia
en 2013 en elecciones que contaron con la participación del 41.9 % de los
empadronados, y que en las municipales de Chile del año pasado la participación
fue menor aún: 34.9 %. O que en Colombia Juan M. Santos fue elegido en un
balotaje con 47 % de concurrencia de votantes y que en el referendo por la paz,
de comienzos del 2016 la participación para decidir un asunto tan crucial como
ese fue de sólo el 38 %; o que Bill Clinton fue reelecto en 1996 en comicios en
los cuales tomó parte sólo el 49 % de los registrados para votar y su sucesor,
George W. Bush, en otros en los cuales participó el 50.3 %. ¡Y eso que lo que
estaba en juego era nada menos que la presidencia de Estados Unidos!
En conclusión: excelente nivel de
participación, dadas las circunstancias y fracaso total de la estrategia de la
derecha para sabotear la ANC. Esto seguramente redoblará el accionar de la
fracción terrorista de la oposición cuyo desprecio por las reglas democráticas
es incurable. Y eso que hay elecciones de gobernadores pautadas para diciembre
de este año, y que en el año próximo tendrán lugar las presidenciales.
Pero a esa “elite de forajidos”,
como el laborista británico Harold Laski llamaba a la dirigencia fascista
europea cuya descendencia hoy devasta Venezuela, esto no les interesa en lo más
mínimo. Quieren acabar con el chavismo ya, apremiados por sus amos y
financistas del norte, y para ello están dispuestos a hacer cualquier cosa, a
violar cualquier norma ética. Le tocará a un relegitimado gobierno de Nicolás
Maduro acabar sin más demoras con el ala terrorista de la oposición y
recomponer el orden público y la vida cotidiana, sin lo cual será imposible
relanzar el proyecto bolivariano.