José Mª Castillo S.
www.religiondigital.com/100817
En la primera semana de agosto, se
ha celebrado en Italia una importante Semana de Estudios Bíblicos sobre un tema
que siempre tiene la máxima actualidad y que, sin embargo, no se suele analizar
a fondo. Me refiero al tema de la muerte.
No la muerte de los demás, sobre
todo si son víctimas de la violencia o la injusticia. En tal caso, el problema
de la muerte se analiza como problema social, político o jurídico. Lo cual, sin
duda alguna, es uno de los asuntos más urgentes y más graves que tenemos que
afrontar en este momento. Esto es un hecho indiscutible.
Pero también es un hecho que la
muerte personal -de la que nadie se escapa- es un tema que cada cual suele
afrontar en su intimidad secreta, pero en la que poca gente piensa,
compartiendo su pensamiento con otros, a no ser cuando vamos al médico, para un
problema serio, o cuando tenemos que ir al cementerio para dar el pésame por la
muerte de un pariente o un amigo.
La semana a la que me refiero -y en
la que he tenido la suerte de participar- ha sido organizada en el Centro de
Estudios Bíblicos "G. Vannucci", con sede en Montefano (Maccerata),
no lejos de Ancona. Asistencia más que plena, con gentes venidas de toda
Italia, desde Sicilia a Trieste o Génova. Señal indiscutible de que el problema
de la muerte nos preocupa a todos. ¿Qué ha dicho y qué dice la religión sobre
este asunto?
El fundador y director del Centro
de Estudios Bíblicos de Montefano, Alberto Maggi, ha estado (hace poco) a las
puertas de la muerte durante meses. En él, la vida ha sido (y es) más fuerte
que la muerte. Fruto de su experiencia única, el precioso libro L'ultima beatitutdine. La morte come pienezza
di vita (Garzanti, Milano).
Sobre el contenido de este libro,
con la valiosa ayuda del profesor del "Marianum", de Roma, el español
(de Granada), Ricardo Pérez Márquez, quienes hemos tenido la suerte de poder
asistir a la semana de estudio y reflexión sobre la muerte, hemos podido pensar
a fondo en lo que ha sido y debe ser el hecho de "tener que morir". Y
esto, tanto en la vida de la Iglesia, como sobre todo en la experiencia de cada
uno de los creyentes en Jesús, el Señor.
Dado que yo me encontraba entre los
asistentes, la amistad que me une a los profesores de la Semana Bíblica,
Alberto y Ricardo, me puso en la grata obligación de exponer (brevemente) a los
oyentes tres temas relacionados con la muerte: el pecado original, el pecado
personal, el infierno.
Por desgracia, el uso pastoral que
la Iglesia ha hecho (tantas veces) de la muerte, ha sido el abuso del miedo,
que todos tenemos a morir, para obtener la sumisión de la gente a la normativa
moral y sacramental que la ley eclesiástica impone a los fieles. No hace falta
explicarlo. Todos lo hemos soportado y sufrido.
Cuando en realidad, como bien dice
Alberto Maggi, la muerte es "la plenitud de la vida". No es el final.
La "vida eterna", de la que tanto habla el Nuevo Testamento, la
tenemos ya, en esta vida, según la asombrosa e insistente afirmación del cuarto
evangelio. La muerte no puede ser el final. Es la última y la más grande de
todas las "bienaventuranzas" que nos dejó el recuerdo genial de
Jesús.
Y acabo resumiendo mi modesta
aportación a la "Semana":
1) "Pecado original": no
es pecado alguno, ni por semejante pecado entró la muerte en el mundo (Rm 5,
12). La religión no puede convertir un mito (Adán y Eva) en historia y menos
aún en teología.
2) "Pecado personal": se
ha explicado como "culpa", "mancha", "ofensa" (P.
Ricoeur). Pero, ¿puede el ser humano, inmanente, ofender al Trascendente?
"Sólo si actuamos contra nuestro propio bien" (Tomás de Aquino).
3) "Infierno": no existe.
Ni está definido como dogma de fe. Además, ¿puede el absolutamente Bondadoso
ser, a la vez, absolutamente castigador eternamente, o sea sin otra posible
finalidad que hacer sufrir? Si creemos
en el infierno, no podemos creer en Dios.
La muerte da que pensar. Para el
creyente, es una fuente inagotable de esperanza y felicidad, ya poseída y
lograda.