El último
hablante de chaná, una lengua que se creía extinguida desde hace un siglo
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/ 030817
Blas Jaime, a orillas del río
Uruguay.
El argentino Blas Jaime atesora en
su cabeza un idioma indígena que se consideró extinguido durante más de 100
años, el chaná. Se lo enseñó su madre, quien lo había aprendido de su abuela,
que a su vez lo heredó de la bisabuela, en una cadena de transmisión oral
secreta que se remonta a siglos atrás, cuando comenzaron a ser perseguidos por los colonizadores españoles y
evangelizados a la fuerza, en las orillas del río Uruguay. "Los
nombres aborígenes fueron prohibidos (...) Y a las niñas que hablaban chaná les
cortaban la punta de la lengua", recuerda Jaime en el documental Lantéc chaná, filmado por la directora
argentina Marina Zeising.
Este expredicador mormón de 71 años
no enseñó el idioma a su hija y renegó de él durante décadas. Su vida cambió
cuando en una conversación casual mencionó que hablaba chaná y la noticia llegó
a oídos del investigador Pedro Viegas Barros.
"Los chanás no existen",
fue la primera respuesta de Viegas. Escéptico, se trasladó de Buenos Aires a
Paraná para verle. Y allí comprobó que el vocabulario que Jaime había retenido
durante noches de enseñanza materna correspondía con el único testimonio
escrito de la lengua de su etnia, el Compendio del idioma de la nación chaná,
escrito por Dámaso Larrañaga en 1823 a partir de entrevistas a ancianos de esta
tribu, que durante siglos vivió de la pesca y de lo que le proveían los ríos.
"Timú" le dice el chaná
al hijo. "Atá" es el agua, "ata má" es el río, y
"vanatí ata ma" los hijos del río, los arroyos. "Beada" -la
palabra favorita de Jaime- significa madre y "beada á", la Tierra. El
árbol es el hijo de la Tierra, "vanatí beada", y sus ramas se denominan
"palá".
Viegas escuchó esas palabras de
Jaime por primera vez en 2005. Desde ese momento, ambos se embarcaron en una
odisea para reconstruir la lengua y la cultura chaná e intentar que no
desaparezca.
En 2010 el idioma fue incluido en
el Atlas de lenguas del mundo en
peligro de la Unesco y en 2014 publicaron el primer Diccionario
Chaná-Español Español-Chaná. La cinta de Zeising es un nuevo testimonio de la
recuperación de la memoria de uno de los pueblos indígenas que habitaron el
extremo sur del continente americano.
"El día que (mi hija)
Evangelina se haga cargo de transmitir el chaná, yo preferiría volver a la
Iglesia", dice Jaime a EL PAÍS tras la proyección del documental, recién
estrenado en Argentina. Entrecierra sus ojos oscuros, se apoya en su bastón y
en voz baja lamenta no haberle enseñado la lengua de niña. Cuando más tarde
quiso hacerlo, su hija se negó. "Me dijo que no quería ser india, que la
iban a maltratar e insultar", recuerda. El sentimiento es común en
numerosos descendientes de indígenas en Argentina, un país que no reconoció los
derechos de los pueblos originarios hasta 1994. Evangelina cambió de opinión al
ser madre. Comenzó a estudiar chaná y ahora ayuda a su padre a dar clases a
alumnos que quieren aprenderlo.
A Jaime le gustaría que además de
conocer su lengua, los argentinos adoptasen algunos de los valores de sus
antepasados. "El principal es el respeto a la mujer", subraya, al
recordar que el pueblo chaná era un matriarcado, en el que eran las mujeres las
responsables de impartir justicia y de transmitir la cultura de madres a hijas.
"También el respeto a los niños y a la madre naturaleza. Los chanás
creemos que es un ser vivo y que su sangre son los ríos y los arroyos",
continúa.
La difusión de un pedazo de la
historia de Argentina le ha quitado soledad a los últimos años de su vida y le
emociona hasta las lágrimas la esperanza de que su lengua le sobrevivirá.