Llamados
a ser testigos
Y cuando vieron a Jesús, lo adoraron,
aunque algunos dudaban. Jesús se acercó a ellos y
les dijo:
—Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la
tierra.
Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones,
y háganlas mis discípulos;
bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo,
y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a
ustedes.
Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días,
hasta el fin
del mundo.
Mateo 28:17-20.
¿Cómo
mantenernos cerca de Jesús, en un mundo tan secularizado y apartado de Dios en
sus relaciones y valores personales?.
Esta
pregunta no es nueva para nuestra fe, es tan milenaria como la historia del
pecado original relatada en los primeros capítulos del génesis. Lo importante tal vez, es como mantenernos en
la fe con fuerza y positivismo. He ahí,
la verdadera pregunta: ¿Cómo mantenernos fielmente a nuestro llamado?.
La
Iglesia nos enseña que entre más nos descuidamos en nuestros votos hechos a
Dios el día de nuestro bautismo, estamos cerca de encontrarnos de caer en
situación de pecado. Es decir, al no
cumplir con el pacto bautismal, nos colocamos automáticamente en una posición
de vulnerabilidad y nuestra salvación personal se encontrará en peligro.
El compromiso bautismal es la clave para mantenernos en Jesús; recordemos sus palabras fuertes cuando nos dice “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el que la cultiva. Si una de mis ramas no da uvas, la corta; pero si da uvas, la poda y la limpia, para que dé más. Ustedes ya están limpios por las palabras que les he dicho. Sigan unidos a mí, como yo sigo unido a ustedes. Una rama no puede dar uvas de sí misma, si no está unida a la vid; de igual manera, ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí. »Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada”(Juan 15:1-5). Permanecer en él será inclusive, la clave de las respuestas a nuestras oraciones personales dirigidas a Dios Padre: “Si ustedes permanecen unidos a mí, y si permanecen fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará”. (Juan 15:7).
Así
podemos señalar, que existen varias herramientas para lograr estar unidos a
Jesús y poder cumplir en nuestra existencia la voluntad de Dios. Señalemos esas herramientas una por una, y
hágamos juntos una breve reflexión bíblica sobre ellas. Estas herramientas son: La Oración; El
Cumplimiento del Pacto Bautismal; La Vida Sacramental y La Conversión diaria a
nuestro Señor Jesucristo.
La
Oración como Herramienta.
No
cabe duda, para ningún cristiano, que la oración es la llave por excelencia de
comunicación del hombre con Dios; es a través de esta acción sencilla del
hombre, que el mismo permite un canal directo para unir ambas naturalezas en
una sola y misteriosa realidad. Cuando
un hombre en lo profundo de su ser se dispone a orar con sinceridad y verdadera
humildad, las puertas del cielo se abren de par en par para ser escuchado por
lo sagrado.
Orar
es comunicarse, pero también es saber ser recipiente de lo que la otra voluntad
desea que sepamos. En nuestro caso
específico, oramos a Dios para gozar de su presencia en constante adoración
espiritual. Nuestra mente y espíritu, se
abre a la acción directa de Dios sobre nosotros; queremos ser de Dios, queremos
que Dios nos posea; queremos ser todo suyo.
Pero también queremos que Dios nos guíe, nos ilumine, derrame su
espíritu sobre nosotros para hacer lo imposible una verdad en nuestras vidas.
La
oración reflejada en la vida de los hombres y mujeres de la biblia, por ejemplo
se puede describir de muchas maneras, desde la adoración hasta la misma agonía
son descriptibles en ella, pero una cosa si es cierta, la oración de los
hombres y mujeres de la biblia tienen un común denominador: Ven a Dios, en esa
comunicación, con suma confianza y como un amigo respetable, donde su palabra
no se cuestiona ni se pone en tela de juicio; para ellos Dios no es solamente
lo santo, sino que es el único Dios verdadero a donde se puede acudir en todo
momento de súplica. Súmase a esto el
regocijo de saberse salvados y la esperanza de una redención final.
Cítese
cualquier hombre o mujer en la biblia y los mismos contendrán estos elementos
fundamentales: la fe, la confianza, el compromiso, la bendición, la esperanza y
la salvación. La oración será siempre la
clave en nuestra fe, ella finalmente nos fortalecerá enormemente: “No
dejen ustedes de orar: rueguen y pidan a Dios siempre, guiados por el Espíritu.
Manténganse alerta, sin desanimarse, y oren por todo el pueblo santo”(Efesios
6.18ss.).
La
oración diaria debe ser para el cristiano, un arma poderosísima y de gran
eficacia. Cuando una persona entra en el
ejército, la institución provee lo necesario para que esa persona pueda
realizar con eficiencia su misión. Para
ello, debe prepararse debidamente, deberá fomentar su conocimiento en el arte
de la guerra, consolidar sus estudios, realizar prácticas de campo y sobre todo
estar alerta para el momento en que se requiera de su vocación.
Así
como el soldado está presto a su llamado, el cristiano de igual manera debe
prepararse no solamente cuidando su cuerpo sino su espíritu, su mente, que es a
fin de cuenta lo más importante. San
Pablo, nos exhorta a que nuestra fe sea madura (cf. Filp. 3:15ª), y esta es
concebida en la actitud firme de “lo que sí hago es olvidarme de lo que queda
atrás y esforzarme por alcanzar lo que está delante,”(v.13b). La mejor actitud es la que él mismo señala
diciendo: “Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a
cambio de ganarlo a él 9 y encontrarme unido a él; no con una
justicia propia, adquirida por medio de la ley, sino con la justicia que se
adquiere por la fe en Cristo, la que da Dios con base en la fe” (Flp.
3:8b-9). Ello solo es posible a través
de la oración continua y la entrega diaria a Dios.
En
la carta de san Pablo a los Efesios, nos agrega el apóstol a estas frases
sabias, otra de trascendental importancia pues tenemos que preguntarnos ¿contra
qué o quiénes luchamos y el por qué de esta preparación?. Luchamos contra “malignas fuerzas espirituales del
cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre el mundo de tinieblas
que nos rodea” (Efesios 6:12).
Que de manera despiadada dirigen contra nosotros y contra todos los que
obran según la voluntad de Dios sus “flechas encendidas del maligno”(Efesios
6:16. Cf. 6:10-20).
He
ahí, que san Pablo mismo nos previene y nos da la solución inmediata para ser
verdaderos soldados de Cristo: “No dejen ustedes de orar: rueguen y pidan a
Dios siempre, guiados por el Espíritu. Manténganse alerta, sin desanimarse, y
oren por todo el pueblo santo” (Efesios 6:18). Señalemos de manera más desmenuzada las
palabras mismas de san Pablo en esta epístola:
1.
Firmes
como soldados;
2.
Revestidos
de la Verdad;
3.
Protegidos
por la Rectitud;
4.
Listos
para Anunciar el Evangelio;
5.
La
fe es nuestro escudo;
6.
La
salvación es nuestro casco;
7.
La
palabra es nuestra espada.
Añadamos
a este elemento fundamental y bíblico, el pacto bautismal; analicemos los cinco
(5) elementos al cual nos comprometimos el día de nuestro bautismo y veremos
otras herramientas que nos permitirán estar, más aún, unidos a Jesús. Señalo uno por uno este compromiso de
continuidad:
1.
Continuar
con la catequesis.
2.
Con
la comunión de los apóstoles.
3.
En
la asidua asistencia a la fracción del pan.
4.
En
la continua oración.
5.
En
perseverar contra la maldad.
6.
El
arrepentimiento inmediato al acto de pecado.
7.
A
la conversión diaria.
8.
A
la proclamación del evangelio.
9.
A
buscar y servir a Dios en las personas.
10.
A luchar por la justicia y la paz.
11.
A respetar la dignidad de todo ser humano.
Sumemos
también a esto, la vida sacramental continua; los sacramentos son herramientas
importantísimas en la vida diaria del Cristiano, otras herramientas a nuestro
favor para mantenernos cerca de Jesús.
Ellos, son piedra de apoyo para fundamentar nuestras vidas en Cristo
Jesús; sin ellos, podríamos correr muchos riesgos en esta carrera espiritual
con la subsecuente tragedia de no llegar a la meta. Por ello, los sacramentos son dones de Dios
para todos los seres humanos que se han vuelto a Él, ellos encierran todo el
misterio de la vida y por otro lado, están diseñados para acompañarnos durante
toda la vida.
Señalemos
los siete dones de Dios para el hombre aparte de los ya señalados
anteriormente:
1.
El
Bautismo: “¿No saben ustedes que, al quedar unidos
a Cristo Jesús en el bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues por el
bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir
una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del
Padre. Si nos hemos
unido a Cristo en una muerte como la suya, también nos uniremos a él en su
resurrección. Sabemos que lo que antes éramos fue crucificado con Cristo, para
que el poder de nuestra naturaleza pecadora quedara destruido y ya no siguiéramos
siendo esclavos del pecado. Porque, cuando uno muere, queda libre del pecado.
Si nosotros hemos muerto con Cristo, confiamos en que también viviremos con él.
Sabemos que Cristo, habiendo resucitado, no
volverá a morir. La muerte ya no tiene poder sobre él. Pues Cristo, al morir, murió de una vez para
siempre respecto al pecado; pero al vivir, vive para Dios. Así también, ustedes considérense
muertos respecto al pecado, pero vivos para Dios en unión con Cristo Jesús” (Romanos
6:3-11).
2.
La
Eucaristía: “Yo soy ese pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan,
vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi propia carne. Lo daré por la vida
del mundo” (Juan 6:51).
3.
La
Confirmación: “pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando te
hayas vuelto a mí, ayuda a tus hermanos a permanecer firmes” (Lucas
22:32).
4.
La
Reconciliación: “Después que metieron a Juan en la cárcel, Jesús fue a Galilea a
anunciar las buenas noticias de parte de Dios. 15 Decía: «Ya se
cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y
acepten con fe sus buenas noticias” (Marcos1:14-15).
5.
La
Unción de los Enfermos: “tomarán en las manos serpientes; y si beben
algo venenoso, no les hará daño; además pondrán las manos sobre los enfermos, y
éstos sanarán” (Marcos 16:18).
6.
El
Matrimonio: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su esposa,
y los dos llegan a ser como una sola persona” (Génesis 2:24).
7.
El
Orden Sagrado: “Ustedes deben considerarnos simplemente como ayudantes de Cristo,
encargados de enseñar los designios secretos de Dios. 2 Ahora bien,
el que recibe un encargo debe demostrar que es digno de confianza” (1
Cor. 4:1-2).
Y
finalmente veamos como herramienta “La Conversión Diaria” a nuestro Señor y su
mandato. S. Kierkegaard, en su diario
personal, señalaba sobre este tema y específicamente sobre la remisión de los
pecados lo siguiente: “Creer en la remisión de nuestros pecados es la crisis
decisiva por medio de la cual podemos convertirnos de hombres en espíritus; el
que no crea en ella, no puede ser espíritu”.
Yo personalmente estoy de acuerdo con esta reflexión.
En
toda experiencia de remisión, el espíritu humano se eleva al nivel de
experiencia divina; solo cuando nos volvemos a Dios por nuestros muchos
pecados, experimentamos la redención y por consecuencia la verdadera
liberación, añádase una experiencia de paz absoluta pero inquietante y
motivadora que te inspira a la acción.
La
conversión diaria, nos permitirá curar nuestras almas; ahí donde estamos más
enfermos espiritualmente la sangre de Cristo nos cura de manera
definitiva. Esta experiencia nos permite
recrearnos, y experimentar la redención total; todo hombre o mujer de Dios,
debe recordar las palabras del maestro cuando nos decía: “Pórtense de tal modo que se vea
claramente que se han vuelto al Señor, y no presuman diciéndose a sí mismos:
“Nosotros somos descendientes de Abraham”; porque les aseguro que incluso a
estas piedras Dios puede convertirlas en descendientes de Abraham. El hacha ya
está lista para cortar los árboles de raíz. Todo árbol que no da buen fruto, se
corta y se echa al fuego” (Mateo 3:8-10).
Aún
así, cuando es un compromiso de parte nuestra, el perseverar en resistir al mal,
y cuando caemos en pecado, debemos arrepentirnos y volver nuestra mirada al
Señor; debemos entender en lo más profundo de nuestro corazón que aquí está
también la clave para una buena espiritualidad y fortaleza humana: El Perdón es
el inicio de toda liberación de culpa.
Ahí inicia nuestra liberación personal y común.