La vida llena de gracia.
“Pues Dios ha
mostrado su bondad,
Al ofrecer la salvación a toda la humanidad.
Esa bondad de
Dios nos enseña a renunciar
a la maldad y a
los deseos mundanos,
y a llevar en el
tiempo presente una
vida de buen
juicio, rectitud y piedad,
mientras llega
el feliz cumplimiento
de nuestra
esperanza: el regreso glorioso
de nuestro gran
Dios y Salvador Jesucristo”.
Tito 2:11-13.
La
cita bíblica de la segunda carta del apóstol San Pablo a la comunidad de los
Corintios, nos hace reflexionar mucho sobre la bendición de Dios para el hombre
de esta era: “No puede haber nada en común entre el templo de Dios y
los ídolos. Porque nosotros somos templo del Dios viviente, como él mismo dijo:
«Viviré y andaré entre ellos; yo seré su
Dios y ellos serán mi pueblo”.» 2 Corintios 6:16.
Pensemos
profundamente, estas palabras milenarias del apóstol San Pablo… “Templos del
Dios Viviente…” ¿Qué significa realmente
estas palabras…?, ¿Qué profundidad deberá tener la misma para los hombres y
mujeres dedicados a Dios?.
Sin
duda alguna, debo señalar que en este sentido, no habrá límites alguno, para
los que deseamos reflexionar o teologizar con las afirmaciones de san
Pablo. Lo cierto es que, la misma
expresión nos pone en una situación continua de reflexión, sobre la verdadera
naturaleza del hombre como creación de Dios.
Recuerdo
que Jesús en cierta ocasión, hace una afirmación parecida a la de san Pablo, en
un momento crítico de su ministerio. En
Jerusalén, en la fiesta de dedicación del Templo, Jesús se manifiesta a los
judíos como Uno con Dios Padre, así levanta el tema de la Unicidad de Dios
Trino (concepto plenamente desarrollado en la época patrística en la era
cristiana); al crear una situación prácticamente de herejía y plenamente
ofensiva para los judíos de su época, Jesús declara: “En la ley de ustedes está
escrito: Yo dije que ustedes son dioses (cf. Salmo 82:6). Sabemos que lo que la escritura dice, no se
puede negar; y Dios llamó dioses a aquellas personas a quienes dirigió su
mensaje”. Juan 10:34-35.
Estas
palabras de Jesús, que es una citación específica del salmo 82, refleja la
profundidad del mensaje de salvación: El rescate de la naturaleza de los hijos
de Dios. La segunda parte del versículo
6 de dicho salmo, justifica por sí mismo el porqué debemos considerarnos
dioses, señala: “Que todos son hijos del Altísimo”, es decir, hijos de Dios
mismo.
Al
ser hijos de Dios, debemos vivir una vida basada en la gracia, aspirando los dones del
Espíritu: “Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Temor de Dios
y Piedad”. Nuestra vida personal será
una vida en paz con Dios: “pero ahora Cristo los ha reconciliado
mediante la muerte que sufrió en su existencia terrena. Y lo hizo para tenerlos
a ustedes en su presencia, santos, sin mancha y sin culpa”. (Col.1:22).
A
partir de esta realidad, podemos entonces declarar, que el hombre y la mujer
dedicados a Dios, se verán a sí mismos como personas consagradas para ejecutar
la voluntad de Dios en sus vidas y en este mundo que es creación suya. Cada persona se verá a sí mismo, como templo
de lo más sagrado de Dios mismo: su Espíritu.
Por lo tanto, ya nuestra vida antigua quedará en el pasado para asumir
la nueva. Una vida libre de culpa y sin
exigencias algunas que no sea amar, para cumplir con la ley religiosa que antes
nos sometía a una situación de muerte (Romanos 3:28).
Somos
libres de culpa y de la muerte gracias a la fe (Romanos 5:1), no gracias al
cumplimiento de la ley religiosa; esta fe que es don de Dios, nos permite por
otro lado, aceptar que hemos quedado unidos a Cristo Jesús en el bautismo. “¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús en el
bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues por el bautismo fuimos
sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva,
así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre”.
(Romanos 6:3-4).
Esta
postura teológica, nos lleva a comprender como cristianos, que si aceptamos en nuestras
vidas el hecho innegable de ser: “Templos del Espíritu Santo”, entonces debemos
obedecer a Dios para vivir una vida de rectitud, es decir una vida
caracterizada por la “Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia,
Temor de Dios y Piedad”. Nuestra fe debe
ser consecuente con nuestra forma de vivir la vida, no debe haber
distanciamiento entre la fe y la praxis de esa fe.
Ser
Templos del Espíritu Santo, nos convierte en hombres y mujeres consagrados a
Dios de por vida; con la fuerza de Dios de nuestra parte, podremos vencer así,
toda actitud que no permita que la voluntad de Dios sea cumplida en medio de
nosotros. Este don de Dios, por otro
lado, nos hace libres y no debemos someternos nuevamente al yugo de la
esclavitud.
Es
por eso, que toda persona debe vivir su vida personal según el espíritu;
desechando de sí la mala voluntad fomentada por los malos deseos. Así, la moral cristiana nos alerta de
actitudes que ponen en peligro el Templo de Dios en la vida de los hombres y
así su salvación personal. Estas
actitudes contradictorias al Espíritu son bien claras, por ejemplo: Las
inmoralidades sexuales, la adoración de ídolos, la práctica de la brujería, las
actitudes como el odio, las discordias, los celos, el enojo, la rivalidad, el
fomento del divisionismo en el cuerpo de Cristo, el partidismo. Agregase a esto también, actitudes como la
envidia, las borracheras y la glotonería.
Todo
ellos son actitudes que nos alejan de la vida en el Espíritu y nos acercan de
una manera u otra al pecado propiamente hablando, entristeciendo con ello al
Espíritu de Dios que está en nosotros y hasta podría llegar a apagar su llama
en nuestras vidas.
La
exigencia de la vida en el Espíritu, no es otra cosa, que el amor que cada
persona pueda depositar en el sacrificio que Cristo mismo realizó por amor a
nosotros; de manera que el aceptar la palabra de Jesús es para nosotros no solo
un mandato sino más bien una bendición.
El hombre o mujer de Dios deberá procurar ser como Jesús mismo,
conduciendo su vida personal con amor, alabando en todo momento el nombre de
Dios; esta debe ser una alegría diaria y una fortaleza para cada persona. Por otro lado, somos hijos de la luz (cf.
Mateo 5:13-16), así esa luz en nosotros,
nos producirá frutos excelentes en nuestras vidas de manera tal que, la bondad,
la rectitud y la verdad resaltarán en tu vida, haciéndote un testigo del poder
de Dios entre los hombres de este mundo.
¿Qué
hacer para reforzar nuestra fe en la acción del Espíritu Santo en nuestras
vidas?. Es sencillo, tenemos que
deshacernos de nuestra vieja naturaleza.
San
Pablo, señala sobre este particular lo siguiente: “Por eso, deben ustedes renunciar
a su antigua manera de vivir y despojarse de lo que antes eran, ya que todo eso
se ha corrompido, a causa de los deseos engañosos. Deben renovarse
espiritualmente en su manera de juzgar, y revestirse de la nueva naturaleza,
creada a imagen de Dios y que se distingue por una vida recta y pura, basada en
la verdad”. (Efesios 4:22-24)
Esa es la acción fundamental para vivir en el Espíritu: Revestirse. Sin ello, no podremos avanzar en nuestra
perfección en la fe (Romanos 13:14).
Es
un cambio de mentalidad, si vamos a vivir una vida recta y pura que es igual a
consagrada, teniendo como base la verdad, entonces ya no podremos mentir, no
podemos seguir haciéndonos solidarios con la mentira que promueve el mundo
anticristiano. “Esto, pues, es lo que les digo y les encargo en el
nombre del Señor: que ya no vivan más como los paganos, los cuales viven de
acuerdo con sus equivocados criterios y tienen oscurecido el entendimiento.
Ellos no gozan de la vida que viene de Dios, porque son ignorantes a causa de
lo insensible de su corazón. Se han endurecido y se han entregado al vicio,
cometiendo sin freno toda clase de cosas impuras. Pero ustedes no conocieron a
Cristo para vivir así, pues ciertamente oyeron el mensaje acerca de él y
aprendieron a vivir como él lo quiere, según la verdad que está en Jesús. Por
eso, deben ustedes renunciar a su antigua manera de vivir y despojarse de lo
que antes eran, ya que todo eso se ha corrompido, a causa de los deseos
engañosos. Deben renovarse espiritualmente en su manera de juzgar, y revestirse
de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y que se distingue por una vida
recta y pura, basada en la verdad. Por lo tanto, ya
no mientan más, sino diga cada uno la verdad a su prójimo, porque todos somos
miembros de un mismo cuerpo. Si se
enojan, no pequen; que el enojo no les dure todo el día. No le den oportunidad al diablo. El que
robaba, deje de robar y póngase a trabajar, realizando un buen trabajo con sus
manos para que tenga algo que dar a los necesitados. No digan malas palabras, sino sólo palabras
buenas que edifiquen la comunidad y traigan beneficios a quienes las escuchen. No hagan que se entristezca el Espíritu
Santo de Dios, con el que ustedes han sido sellados para distinguirlos como
propiedad de Dios el día en que él les dé la liberación definitiva. Alejen
de ustedes la amargura, las pasiones, los enojos, los gritos, los insultos y
toda clase de maldad. Sean
buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los
perdonó a ustedes en Cristo”. (Efesios 4:17-32).
He
ahí el sentido profundo de la vida en el Espíritu; cuando Jesús señala al
fariseo Nicodemo, hombre importante entre los judíos de aquella época lo
siguiente: “Te aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar
en el reino de Dios”. (Juan 3:1-15).
Nacer en el Espíritu Santo de Dios, nos permitirá gozar de todas las
bendiciones de Dios incluyendo los dones del Espíritu para fortalecer nuestra
fe en Jesús.
Si
hacemos un alto, podemos observar sin ningún temor, que nuestra aceptación de
Jesús por fe va ligado íntimamente a la vida en el espíritu, haciéndonos con
ello, verdaderos Hijos de Dios, esto es indiscutible en la fe. He ahí el sentido de las palabras de san
Pablo a Timoteo cuando en su segunda carta señala: “Por eso te recomiendo que avives
el fuego del don que Dios te dio cuando te impuse las manos. Pues Dios no nos
ha dado un espíritu de temor, sino un espíritu de poder, de amor y de buen
juicio”. (2 Timoteo 1:6-7). Y
agrega a este mensaje: “Sigue el modelo de la sana enseñanza que de
mí has recibido, y vive en la fe y el amor que tenemos gracias a Cristo Jesús.
Con la ayuda del Espíritu Santo que vive en nosotros, cuida de la buena
doctrina que se te ha encomendado”. (vv.13-14).
En
definitiva, somos templos del Dios Viviente, y por tanto, nuestra fe debe ser
cuidada de tal manera que las acechanzas del diablo no penetre la fuerza de
nuestros escudos protectores. Solo una
vida bendecida por los dones del Espíritu de Dios, podrá hacernos declarar una
fe al mundo como la misma fe de san Pablo en Jesús: “Doy gracias a aquel que me ha
dado fuerzas, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me ha considerado fiel y me
ha puesto a su servicio, a
pesar de que yo antes decía cosas ofensivas contra él, lo perseguía y lo
insultaba. Pero Dios tuvo misericordia de mí, porque yo todavía no era creyente
y no sabía lo que hacía. Y nuestro Señor derramó abundantemente su gracia sobre
mí, y me dio la fe y el amor que podemos tener gracias a Cristo Jesús”.
(1 Timoteo 1:12-14).