Thierry Meyssan
voltairenet.org / 04-08-2020
La historia del Irán de los siglos XX y XXI no corresponde a la imagen que se tiene de ese país en el mundo occidental. Pero tampoco corresponde a la imagen que transmiten los discursos oficiales de los dirigentes iraníes. Históricamente vinculado a China, pero fascinado por Estados Unidos desde hace dos siglos, Irán se debate hoy entre el recuerdo de su pasado imperial y el sueño liberador del imam Khomeini. Khomeini veía en el chiismo algo más que una religión. Lo consideraba también un arma política y militar y vaciló entre proclamarse protector de los chiitas o libertador de los oprimidos. Hoy comenzamos la publicación de un estudio, en dos partes, sobre el Irán moderno.
En 1925, Londres se las arregla para derrocar la dinastía Qayar, que ejercía el poder en Persia, y poner un oficial del ejército británico a la cabeza del país con el título de shah. Durante la Segunda Guerra Mundial, ya bajo el nombre de Reza Pahlevi, aquel elegido de los británicos resulta ser un ferviente germanófilo y Londres lo sustituye por su hijo, Mohammad Reza Pahlevi. En 1971, tratando de alcanzar la estatura de personalidad internacional, el nuevo shah convoca un encuentro de reyes, jefes de Estado y jefes de gobierno de todo el planeta para celebrar los 2,500 años del imperio persa. Inquietos ante aquella muestra de megalomanía, Estados Unidos y el Reino Unido sacan del poder al shah Mohammad Reza Pahlevi para poner en su lugar al ayatola Roullah Khomeini.
Los persas conformaron vastos imperios, pero no lo hicieron conquistando los territorios de los pueblos vecinos sino federándolos. Comerciantes más que guerreros, los persas impusieron su lengua a toda Asia durante todo un milenio, a todo lo largo de las rutas chinas de la seda. El farsi, lengua que hoy se habla únicamente en Irán, ocupaba entonces un lugar sólo comparable al inglés actual. En el siglo XVI, el soberano persa decidió convertir su pueblo al chiismo para unificarlo y aportarle una identidad particular en el seno del mundo musulmán. Ese particularismo religioso sirvió de basamento al imperio safávida.
En 1951, el primer ministro iraní, Mohammad Mossadegh (sentado a la derecha) hace uso de la palabra ante el Consejo de Seguridad de la ONU.
A principios del siglo XX, Persia se ve enfrentada a las ambiciones de los imperios británico, otomano y ruso. Como consecuencia de una terrible hambruna deliberadamente provocada por los británicos –que deja 6 millones de muertos–, Teherán pierde su imperio y, en 1925, Londres impone a Persia una dinastía de opereta –la dinastía Pahlevi– para acaparar la explotación de los yacimientos petroleros únicamente en beneficio del imperio británico.
Pero en 1951 un nuevo primer ministro iraní, Mohammad Mossadegh, nacionaliza la Anglo-Persian Oil Company. Furiosos, el Reino Unido y Estados Unidos derrocan a Mossadegh y mantienen en el poder al shah Mohammad Reza Pahlevi. Para contrarrestar la influencia de los nacionalistas iraníes, Washington y Londres convierten el régimen del shah en una feroz dictadura, liberando al ex general nazi Fazlollah Zahedi e imponiéndolo como primer ministro. Este individuo crea una policía política, la Savak, cuyos cuadros son ex oficiales de la Gestapo nazi, reciclados por Washington y Londres y reagrupados en las redes denominadas stay behind.
El derrocamiento del primer ministro Mossadegg
llama la atención del Tercer Mundo hacia la explotación económica de la que
está siendo objeto. El colonialismo francés era un colonialismo tendiente a
instalar pobladores franceses en las naciones que colonizaba mientras que el colonialismo
británico es sólo una forma de saqueo organizado. Antes del gobierno de Mossadegh,
las compañías petroleras británicas no revertían más de un 10% a los pueblos
cuyos recursos explotaban. Inicialmente, Estados Unidos se pone del lado de
Mossadegh y propone que se revierta la mitad. Impulsado por Irán, la tendencia
a ese reequilibrio se mantendrá en todo el mundo durante todo el siglo XX.
Amigo de los intelectuales franceses Frantz Fanon y Jean-Paul Sartre, el iraní Alí Shariati reinterpreta el islam como una herramienta de liberación. Según sus palabras: “Si no estás en el campo de batalla, da igual que estés en la mezquita o en un bar.”
Poco a poco van surgiendo dos principales movimientos de oposición en el seno de la burguesía iraní: en primer lugar, los comunistas, respaldados por la Unión Soviética, y después los tercermundistas, reunidos alrededor del filósofo Alí Shariati. Pero será un clérigo, el ayatola Roullah Khomeni quien logrará finalmente despertar la conciencia de los más desfavorecidos. Khomeini estima que más que llorar por el martirio del profeta Hussein lo más importante sería seguir su ejemplo luchando contra la injusticia. Debido a esa posición, Khomeini será estigmatizado como hereje por el resto del clero chiita. Al cabo de 14 años de exilio en Irak, Khomeini se instala en Francia, donde sus ideas impresionan a numerosos intelectuales de izquierda, como Jean-Paul Sartre y Michel Foucault.
Mientras tanto, Occidente convierte al shah Mohammad Reza Pahlevi en el «gendarme del Medio Oriente». El shah se ocupa personalmente de aplastar los movimientos nacionalistas y sueña con recuperar el esplendor de otros tiempos, tanto que llega incluso a celebrar con fastuosidad hollywoodense el aniversario 2,500 del imperio persa, montando toda una ciudad tradicional en Persépolis.
Durante el “shock” petrolero de 1973, el shah Mohammad Reza Pahlevi se da cuenta bruscamente del poderío que tiene en sus manos, se plantea la posibilidad de restaurar un verdadero imperio y solicita la cooperación de la dinastía real de Arabia Saudita. Esta última informa de inmediato a su amo estadounidense, quien decide entonces deshacerse de un aliado al que ahora considera demasiado ambicioso, sustituyéndolo por el ya anciano ayatola Khomeini –de 77 años en aquel momento– a quien, por supuesto, rodeará con sus agentes. Pero, primero que todo, el MI6 británico procede a “limpiar el terreno”: los comunistas iraníes son encarcelados; el «imam de los pobres», Moussa Sadr, de nacionalidad libanesa, desaparece para siempre durante una visita en Libia; y el filósofo iraní Alí Shariati es asesinado en Londres. Sólo entonces, las potencias occidentales invitan al shah Mohammad Reza Pahlevi a salir de Irán por varias semanas para recibir “tratamiento médico”.
El 1º de febrero de 1979, el ayatola Khomeini regresa de su largo exilio. Desde el aeropuerto de Teherán, va directamente al cementerio de Behesht-e Zahra (ver foto), donde pronuncia una alocución llamando el ejército a unirse a la tarea de liberar Irán de los anglosajones. La CIA descubre entonces que el hombre al que había tomado por un predicador senil es un verdadero tribuno capaz de movilizar multitudes y de comunicar a cada iraní la convicción de que puede ayudar a cambiar el mundo.
El ayatola Khomeini regresa triunfalmente de su exilio el 1º de febrero de 1979. Desde de la pista de aterrizaje del aeropuerto internacional de Teherán, un helicóptero lo traslada de inmediato hasta el cementerio de la ciudad, donde acaban de ser sepultados 600 manifestantes abatidos cuando participaban en una protesta contra el régimen del shah. Khomeini pronuncia entonces un encendido discurso donde, para sorpresa de todos, no arremete contra la monarquía sino contra el imperialismo. El ayatola se dirige directamente al ejército, exhortándolo a ponerse del lado del pueblo iraní, en vez de seguir al servicio de Occidente. El «cambio de régimen» organizado por las potencias occidentales se convierte instantáneamente en una verdadera revolución.
Khomeini instaura un régimen político no vinculado al islam, denominado Velayat-e faqih e inspirado en la República de Platón, cuyas obras el ayatola conoce a fondo: el gobierno se hallará bajo la autoridad de un sabio, en aquel momento el propio Khomeini. El ayatola aparta uno a uno a todos los políticos prooccidentales. Washington reacciona organizando primero varios intentos de golpes de Estado militares y después una campaña de terrorismo a través de elementos ex comunistas, los denominados “Muyahidines del Pueblo”.
Estados Unidos acabará pagando –a través de Kuwait– al gobierno iraquí del presidente Saddam Hussein para utilizarlo como fuerza contrarrevolucionaria frente a Irán. Washington orquesta así una sangrienta guerra entre Irak e Irán, conflicto que se extenderá desde septiembre de 1980 hasta agosto de 1988 y a lo largo del cual las potencias occidentales apoyarán cínicamente a los dos bandos. Irán no vacila entonces en comprar armamento estadounidense a través de Israel, lo cual dará lugar al escándalo conocido como «Irángate» o «Irán-Contras». Mientras tanto, el imam Khomeni transforma la sociedad iraní, desarrolla entre su pueblo el homenaje a los mártires y un verdadero sentido del sacrificio. Cuando Irak agrede indiscriminadamente a los civiles iraníes lanzando misiles a diestra y siniestra sobre las ciudades, Khomeini prohíbe al ejército iraní responder haciendo lo mismo y anuncia que las armas de destrucción masiva contradicen su visión del islam, lo cual prolongará un poco más el conflicto.
Cuando las víctimas de la guerra se elevan a un millón de muertos, el presidente iraquí Saddam Hussein y el imam Khomeini se dan cuenta de que están siendo manipulados por las potencias occidentales y la guerra se detiene como había comenzado, sin razón alguna. Khomeini fallecerá poco después dejando como sucesor al ayatola Alí Khamenei. Los 16 años siguientes estarán dedicados a la reconstrucción del país. Pero Irán se ha desangrado y la revolución ya no es más que un eslogan vacío. Durante las plegarias de los viernes, los creyentes siguen clamando «¡Abajo Estados Unidos!», pero el «Gran Satán» yanqui y el «régimen sionista» se han convertido en socios privilegiados. Los sucesivos presidentes iraníes Hachemi Rafsanyani y Mohammad Khatami organizan la economía del país alrededor de la renta petrolera. La sociedad iraní se relaja y las grandes desigualdades sociales comienzan a reaparecer.
Hachemi Rafsanyani (a la izquierda) se convierte en el hombre más rico de Irán. Pero no será vendiendo pistachos sino gracias al tráfico de armamento a través de Israel. Cuando finalmente llega a ocupar la presidencia de la República Islámica, Rafsanyani envía los Guardianes de la Revolución a luchar en Bosnia-Herzegovina… bajo las órdenes de generales estadounidenses.
Rafsanyani, quien se ha enriquecido gracias al tráfico de armas revelado en el escándalo Irán-Contras, convence al ayatola Alí Khameini para enviar los Guardianes de la Revolución a luchar en Bosnia-Herzegovina, junto a los sauditas y bajo las órdenes de la OTAN. Por su parte, Mohammad Khatami establece relaciones personales con el especulador estadounidense George Soros.