Por: Michael
Löwy
www.alainet.org
/ 06/05/2020
I. La crisis ecológica está ya presente y se
convertirá todavía más, en los meses y años próximos, en la cuestión social y política
más importante del siglo XXI. El porvenir del planeta y de la humanidad va a
decidirse en los próximos decenios. Los cálculos de algunos científicos en
relación con los escenarios para el 2100 no son muy útiles, por dos razones: a)
científica: considerando todos los efectos retroactivos imposibles de calcular,
es muy aventurado hacer proyecciones de un siglo; b) política: a finales del
siglo, todos y todas nosotros, nuestros hijos y nietos habrán partido y
entonces, ¿qué interés tiene?
II. La crisis ecológica incluye varios
aspectos, de consecuencias peligrosas, pero la cuestión climática es sin duda
la amenaza más dramática. Como explica el GIEC [Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático], si la temperatura media sobrepasa más de
1,5 grados en relación con la del período preindustrial, existe el riesgo de
que se desencadene un proceso irreversible de cambio climático. ¿Cuáles serían
las consecuencias? A continuación se señalan algunos ejemplos: la
multiplicación de mega-incendios como el de Australia; la desaparición de los
ríos y la desertificación de los suelos; el deshielo y la dislocación de los
glaciares polares y la elevación del nivel del mar, que puede alcanzar hasta
decenas de metros, mientras que solo con dos metros amplias regiones de
Bengala, de India y de Tailandia, así como las principales ciudades de la
civilización humana –Hong-Kong, Calcuta, Viena, Amsterdam, Shangai, Londres,
Nueva York, Río- desaparecerán bajo el mar. ¿Hasta dónde podrá subir la
temperatura? ¿A partir de qué temperatura estará amenazada la vida humana sobre
este planeta? Nadie tiene respuesta a estas preguntas…
III. Estos son riesgos de catástrofe sin
precedentes en la historia humana. Sería preciso volver al Plioceno, hace
algunos millones de años, para encontrar una condición climática análoga a la
que podrá instaurarse en el futuro gracias al cambio climático. La mayor parte
de los geólogos estiman que hemos entrado en una nueva era geológica, el
Antropoceno, en el que las condiciones del planeta se han modificado por la
actividad humana. ¿Qué actividad? El cambio climático empezó con la Revolución
Industrial del siglo XVIII, pero fue después de 1945, con la globalización
neoliberal, cuando tuvo lugar un salto cualitativo. En otros términos, es la
civilización industrial capitalista moderna quien es responsable de la
acumulación de CO2 en la atmósfera y, con ello, del calentamiento global.
IV. La responsabilidad del sistema capitalista
en la catástrofe inminente está ampliamente reconocida. El Papa Francisco, en
la Encíclica Laudatio Si, sin pronunciar la palabra capitalismo, denunciaba un
sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso, exclusivamente
basado en “el principio de maximización del beneficio” como responsable a la
vez de la injusticia social y de la destrucción de nuestra Casa Común, la
Naturaleza. Una consigna universalmente coreada en las manifestaciones
ecologistas en todos los lugares del mundo es: “¡Cambiemos el sistema, no el
clima!” La actitud de los principales representantes de este sistema,
partidarios del business as usual
–millonarios, banqueros, expertos, oligarcas, politicastros- puede ser resumida
en la frase atribuida a Luis XIV: “Después de mí, el diluvio”.
V. El carácter sistémico del problema se
ilustra cruelmente con el comportamiento de todos los gobiernos (con rarísimas
excepciones) al servicio de la acumulación de capital, de las multinacionales,
de la oligarquía fósil, de la mercantilización general y del libre comercio.
Algunos -Donald Trump, Jair Bolsonaro, Scott Morrison (Australia)- son
abiertamente ecocidas y negacionistas climáticos. Los otros, los razonables,
dan el tono en las reuniones anuales de la COP (¿Conferencias de los Partidos o
Circos Organizados Periódicamente?) que se caracterizan por una vaga retórica verde
y una completa inercia. La de más éxito fue la COP21, en París, que concluyó
con solemnes promesas de reducciones de emisiones por todos los gobiernos
participantes -no cumplidas, salvo por algunas islas del Pacífico-; ahora bien,
si se hubieran cumplido, los científicos calculan que la temperatura podría sin
embargo subir hasta 3,3 grados suplementarios.
VI. El capitalismo verde, los mercados de
derechos de emisión, los mecanismos de compensación y otras manipulaciones de
la pretendida economía de mercado sostenible se han revelado completamente
ineficaces. Mientras que se enverdece a diestra y siniestra, las emisiones
suben en flecha y la catástrofe se aproxima a grandes pasos. No hay solución a la crisis ecológica en el
marco del capitalismo, un sistema enteramente volcado al productivismo, al
consumismo, a la lucha feroz por las partes de mercado, a la acumulación del
capital y a la maximización de los beneficios. Su lógica intrínsecamente
perversa conduce inevitablemente a la ruptura de los equilibrios ecológicos y a
la destrucción de los ecosistemas.
VII. Las únicas alternativas efectivas, capaces
de evitar la catástrofe, son las alternativas radicales. Radical quiere decir
que ataca a las raíces del mal. Si la raíz es el sistema capitalista, son
necesarias alternativas anti-sistémicas, es decir anticapitalistas, como el
ecosocialismo, un socialismo ecológico a la altura de los desafíos del siglo
XXI. Otras alternativas radicales como el ecofeminismo, la ecología social
(Murray Bookchin), la ecología política de André Gorz o el decrecimiento
anticapitalista, tienen mucho en común con el ecosocialismo: en los últimos
años se han desarrollado las relaciones de influencia recíprocas.
VIII. ¿Qué es el socialismo? Para muchos
marxistas es la transformación de las relaciones de producción –mediante la
apropiación colectiva de los medios de producción- para permitir el libre
desarrollo de las fuerzas productivas. El ecosocialismo se reclama de Marx,
pero rompe de forma explícita con ese modelo productivista. Ciertamente, la
apropiación colectiva es indispensable, pero es también necesario transformar
radicalmente las mismas fuerzas productivas: a) cambiando sus fuentes de
energía (renovables en lugar de fósiles); b) reduciendo el consumo global de
energía; c) reduciendo (decrecimiento) la producción de bienes y suprimiendo
las actividades inútiles (publicidad) y las perjudiciales (pesticidas, armas de
guerra); d) poniendo fin a la obsolescencia programada. El socialismo implica
también la transformación de los modelos de consumo, de las formas de
transporte, del urbanismo, del modo de vida. En resumen, es mucho más que una
modificación de las formas de propiedad: se trata de un cambio civilizatorio, basado
en los valores de solidaridad, igualdad y libertad y respeto de la naturaleza.
La civilización ecosocialista rompe con el productivismo y el consumismo para
privilegiar la reducción del tiempo de trabajo y, así, la extensión del tiempo
libre dedicado a las actividades sociales, políticas, lúdicas, artísticas,
eróticas, etc., etc. Marx designaba ese objetivo con el término Reino de la
libertad.
IX. Para cumplir la transición hacia el
ecosocialismo es necesaria una planificación democrática, orientada por dos
criterios: la satisfacción de las verdaderas necesidades y el respeto de los
equilibrios ecológicos del planeta. Es la misma población –una vez
desembarazada del bombardeo publicitario y de la obsesión consumista fabricada
por el mercado capitalista- quien decidirá, democráticamente, cuales son las
verdaderas necesidades. El ecosocialismo es una apuesta por la racionalidad
democrática de las clases populares.
X. Para llevar a cabo el proyecto ecosocialista
no bastan las reformas parciales. Sería necesaria una verdadera revolución
social. ¿Cómo definir esta revolución? Podríamos referirnos a una nota de
Walter Benjamin, en un margen a sus tesis Sobre
el concepto de historia (1940): “Marx ha dicho que las revoluciones son la
locomotora de la historia mundial. Quizá las cosas se presentan de otra forma.
Puede que las revoluciones sean el acto por el que la humanidad que viaje en el
tren aprieta los frenos de urgencia”. Traducción en palabras del siglo XXI:
todas y todos somos pasajeros de un tren suicida, que se llama Civilización
Capitalista Industrial Moderna. Este tren se acerca, a una velocidad creciente,
a un abismo catastrófico: el cambio climático. La acción revolucionaria tiene
por objetivo detenerlo, antes de que sea demasiado tarde.
XI. El ecosocialismo es a la vez un proyecto de
futuro y una estrategia para el combate aquí y ahora. No se trata de esperar a
que las condiciones estén maduras: hay que promover la convergencia entre
luchas sociales y luchas ecológicas y batirse contra las iniciativas más
destructoras de los poderes al servicio del capital. Es lo que Naomi Klein
llama Blockadia. Es en el interior de
las movilizaciones de este tipo donde podrá emerger, en las luchas, la
conciencia anticapitalista y el interés por el ecosocialismo. Las propuestas
como el Green New Deal forman parte de ese combate, en sus formas radicales,
que exigen el abandono efectivo de las energías fósiles, pero no en las que se
limitan a reciclar el capitalismo verde.
XII. ¿Cuál es el sujeto de este combate? El
dogmatismo obrerista/industrialista del pasado ya no es actual. Las fuerzas que
hoy se encuentran en primera línea del enfrentamiento son los jóvenes, las
mujeres, los indígenas, los campesinos. Las mujeres están muy presentes en el
formidable levantamiento de la juventud lanzado por el llamamiento de Greta
Thunberg, una de las grandes fuentes de esperanza para el futuro. Como nos
explican las ecofeministas, esta participación masiva de las mujeres en las
movilizaciones proviene del hecho de que ellas son las primeras víctimas de los
daños ecológicos del sistema. Los sindicatos comienzan, aquí o allá, a
comprometerse también. Eso es importante, ya que, en último análisis, no se
podrá abatir al sistema sin la participación activa de los trabajadores y las
trabajadoras de las ciudades y de los campos, que constituyen la mayoría de la
población. La primera condición es, en cada movimiento, asociar los objetivos
ecológicos (cierre de las minas de carbón o de los pozos de petróleo, o de
centrales térmicas, etc.) con la garantía del empleo de los y las trabajadores
y trabajadoras afectados.
XIII. ¿Tenemos posibilidades de ganar esta
batalla antes de que sea demasiado tarde? Contrariamente a los pretendidos colapsólogos,
que proclaman, a bombo y platillo, que la catástrofe es inevitable y que
cualquier resistencia es inútil, creemos que el futuro sigue abierto. No hay
ninguna garantía que ese futuro será ecosocialista: es el objeto de una apuesta
en el sentido pascaliano, en la que se comprometen todas las fuerzas, en un trabajo
por lo incierto. Pero, como decía, con una gran y simple prudencia, Bertold
Brecht: “El que lucha puede perder. El
que no lucha ha perdido ya”.