Por:
Rev. Pbro. Manning Maxie Suárez
Acababa
de cenar en casa cuando de pronto, sale en las noticias de la tarde, el informe
diario del Ministerio de Salud sobre la situación de la Pandemia del Covid-19 a
nivel mundial y después, el trago amargo de la situación en Panamá. Inmediatamente después de haber escuchado la
cantidad de contagiados y de muertos por esta Pandemia, se me acabaron las
ganas de seguir comiendo.
Más
de 10 millones de personas han sido contagiados en el mundo, con más de 500 mil
muertes. Según la OMS, 100 mil personas
se contagian diariamente y en Panamá los mismos van por arriba de las 31 mil
personas. Verdaderamente es una
situación preocupante en todos los sentidos de la palabra. Ahora se nos suman la problemática del Dengue
Clásico y Hemorrágico y para sumar más tragedias, los científicos acaban de
hacer una declaración escalofriante al señalar que en China, otro virus
respiratorio “con potencial para convertirse en pandemia se está gestando en
estos momentos. Se trata del H1N1 como
una variante G4, especialmente preocupante porque su núcleo es un virus de
influenza aviar, al que los humanos no tienen inmunidad, con fragmentos de
cepas de mamíferos mezclados. Qué locura, Dios mío, pareciera que estamos en un
“tiempo bíblico apocalíptico de los últimos tiempos”, por los diferentes signos
que se experimentan en estos momentos.
En
Panamá, ya van más de 650 muertos y siguen aumentando diariamente
desgraciadamente. Solo pienso en esas
650 familias, lo que han estado sufriendo desde el momento en que sus seres
queridos, ahora difuntos, pasaron y pasan por la falta de estas personas
queridas y apreciadas por todos. El tema
de la muerte siempre ha sido un trauma para las familias panameñas, no se nos
ha enseñado a aceptarla y la vemos como la desgracia más grande que nos pueda
pasar, enlutando la vida de todos en las familias. En este sentido, los sacerdotes, pastores de
las diversas Iglesias conjuntamente con especialistas psicólogos deben brindar
el apoyo necesario a esas familias que padecen y sufren a diario.
Tenemos
que bregar con la muerte todos los días de nuestra vida, nuestra “hermana
muerte” como señalaba el fraile san Francisco de Asís. “Buscaba el origen del mal y no encontraba
solución" decía san Agustín (Confessiones, 7,7.11). Sin embargo, nadie escapa a la experiencia
del sufrimiento de “los males en la naturaleza”, aparecen ligados a nuestros
límites propios como seres humanos. Es
una experiencia que todos hemos vivido en algún momento de nuestras
existencias. San Pablo lo llegó a
señalar en una de sus grandes epístolas cuando decía “en Adán todos mueren “(1 Cor.
15:22.). Él llegó a nombrarla también como
el “Misterio de la Iniquidad”.
Nosotros
los hombres hemos creado modelos socio políticos y religiosos que han permitido
montar sistemas económicos que han ayudado a deshumanizar al ser humano cada
día a perder su conciencia y esencia como un ser creado dentro de este
macrocosmo inmenso, haciéndose daño terrible y al medio ambiente al cual
pertenece, esta actitud provoca en los humanos y las sociedades un suicidio
colectivo. La manipulación genética mal
intencionada y su falta a la bioética hacen pensar que existen solo malas
intenciones en organizaciones humanas con el futuro de la humanidad. Así hablamos hoy día de laboratorios civiles
y militares alrededor del mundo que se dedican a la creación de armas de guerra
biológica con la única intención de matar masivamente a cierta parte de la
humanidad solo con la idea de mantener el control del poder político en alguna
parte del mundo. Hemos roto los límites
infranqueables que el hombre en cuanto criatura debe reconocer libremente y
respetar con confianza.
Hoy,
estamos expuesto a una muerte segura con la pandemia del Covid-19, no hay
seguridad en el sistema de salud que ya todos están colapsados. Sin embargo, Dios nos ha dado la Fe, que es
Don del Espíritu Santo. Pidamos al Señor
que nos dé ese Don, el Don de la Fe, que en estos momentos de angustia
necesitamos para enfrentar con esperanza esta como otras situaciones que se
presenten.
San
Pablo Apóstol, señalaba lo siguiente: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh
sepulcro, tu victoria?” (1 Cor. 15:51 ss), esto refiriéndose a aquellos hombres
y mujeres de fe donde les explicaba que “Todos ciertamente no dormiremos, mas
todos seremos transformados”. Nuestros muertos serán levantados sin
corrupción, y nosotros seremos transformados. Y esto que es mortal será
vestido de inmortalidad. Entonces se
efectuará la palabra que está escrita: “Sorbida es la muerte con victoria”. Así
podemos preguntarle a la muerte con toda seguridad ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria?
Sacerdote