www.religiondigital.org / 17.02.2020
Hace menos de una semana, he publicado
en Religión Digital una breve reflexión proponiendo que, en cuanto
se refiere a los problemas que afectan a la Amazonía, en vez de dedicarnos a
criticar al Papa, nos unamos todos a él. Y en esto mismo, ante todo, quiero
insistir. Pero añadiendo una pregunta: lo más peligroso en la iglesia católica,
ahora mismo, ¿es la amenaza de un cisma o es la presión del clericalismo
integrista?
La razón de ser de esta pregunta se comprende
fácilmente: sin duda alguna, en los ambientes de la curia vaticana tienen más
peso las ideas y los intereses de los cardenales, obispos y monseñores que
representan al clero conservador, que las ideas y carencias de los cientos de
miles de cristianos que viven desamparados en la inmensa Amazonía.
Ahora bien, quienes presionan en Roma, para que
el Papa no tome decisión alguna en este momento, deberían (ante todo) recordar
aquel texto importante del concilio Vaticano II: “Los seglares, como todos los
fieles cristianos, tienen el derecho de recibir con abundancia de los sagrados
pastores, de entre los bienes espirituales de la Iglesia, ante todo, los
auxilios de la palabra y de los sacramentos” (LG, 37).
Responder debidamente a este derecho de los
fieles es una obligación apremiante que tiene el gobierno de la iglesia. Una
obligación a la que el Papa tiene que responder, sean cuales sean, los
intereses y argumentos del clero más integrista y conservador.
En la curia vaticana deberían tener siempre muy
presente que la iglesia tiene su origen y su razón de ser, no en determinados
sectores del clero, por importantes que éstos sean. La iglesia tiene su origen
y su razón de ser en Jesús el Señor, la “Palabra” que Dios tenía que decir a
este mundo, y en el Evangelio que Jesús nos dejó. Y no olvidemos que nos lo
dejó como mandato, que tiene su punto culminante en la Eucaristía, para que nos
acordemos de él y le tengamos presente.
León,
Astorga, Mérida y el obispo Cipriano
Este dato es tan determinante, que a él se
supedita todo lo demás. Incluso la designación de obispos y ministros en cada
comunidad cristiana. Es importante saber que, en la iglesia de los primeros
siglos, se le reconocía a cada comunidad el derecho de elegir a sus ministros.
Y también el derecho de quitarlos, cuando los ministros no se comportaban de
acuerdo con su misión. No estoy exponiendo una teoría. Estoy hablando de un
hecho bien demostrado. En el otoño del año 245, se le presentó a Cipriano,
obispo de Cartago, el problema que habían planteado los fieles de tres diócesis
españolas: León, Astorga y Mérida. En estas iglesias, los obispos no habían
cumplido con su obligación de defender la fe cristiana en la persecución que el
emperador imponía contra los cristianos. En tal situación, las comunidades
habían depuesto de sus cargos a los tres obispos. Pero uno de ellos, llamado
Basílides, recurrió a Roma, al papa Esteban, con un informe manipulado en
beneficio de Basílides. El papa lo repuso en su sede diocesana.
Pues bien, estando así las cosas, los fieles de
las tres diócesis mencionadas, al verse desamparados por Roma, acudieron a
Cipriano, que convocó un sínodo local para resolver el asunto. La decisión del sínodo
ha llegado hasta nosotros en la carta 67 de Cipriano, que además está firmada
por los 37 obispos que asistieron al Sínodo.
La
comunidad elige y depone al obispo
Se puede pensar razonablemente que se trataba
de una mentalidad extendida y aprobada por las iglesias del siglo III. Ahora
bien, en la carta sinodal, se hacen tres afirmaciones determinantes:
1ª) La comunidad local tiene poder para elegir
a sus ministros, concretamente al obispo: “Vemos que viene de origen divino el
elegir al obispo en presencia del pueblo, a la vista de todos… Dios manda que
ante la asamblea se elija al obispo” (Epist. 67, IV, 1- 2. Ed. J. Campos,
Madrid, BAC, 1964, 634).
2ª) La comunidad tiene poder para quitar al
obispo indigno: “Por lo cual el pueblo… debe apartarse de un
obispo pecador y no mezclarse en el sacrificio de un obispo sacrílego,
cuando sobre todo, tiene poder de elegir obispos dignos o de rechazar a los
indignos” (Epist. 67, I I I, 2, p. 634.
3ª) Incluso el recurso a Roma no debe cambiar
la situación, cuando tal recurso no se ha hecho con verdad y sinceridad: “Y no
puede anularse la elección verificada con todo derecho, porque Basílides… haya
ido a Roma y engañado a nuestro colega Esteban que, por estar tan lejos,
no está informado de la verdad de los hechos, y haya obtenido de él ser
restablecido ilegítimamente en su sede, de la que había sido depuesto con
todo derecho” (Epist. 67, V, 3, p. 635).
Es evidente que este sínodo indica una
mentalidad según la cual la iglesia consistía más en la comunidad que en el
clero. Lo cual no era atentar contra los derechos del clero, sino sencillamente
reconocer la función y los derechos de la comunidad.
Anteponer
los intereses del clero a los del pueblo
Así se pensaba y se actuaba en la iglesia de
los primeros siglos. En el momento presente, se piensa y se actúa exactamente
al revés: lo que se impone es el interés y las conveniencias del clero, incluso
cuando eso exige abandonar en el desamparo religioso y evangélico a cientos de
miles de cristianos, que no pueden lograr el cumplimiento de sus derechos
porque vivimos en una iglesia que antepone los intereses del clero a los
derechos de los últimos de este mundo.
Y es de suma importancia dejar muy claro que
esta situación se resolverá cuando se tomen dos decisiones, que son cada día
más apremiantes: 1) La ordenación presbiteral de hombres casados; 2) Establecer
en la iglesia la igualdad de derechos de mujeres y hombres.
La mujer
en la Iglesia
Tal como evoluciona la sociedad y la cultura,
estas dos decisiones van a ser inevitables dentro de pocos años. Nos guste o no
nos guste, el mundo va en esa dirección. ¿Una vez más la iglesia se va a
empeñar en imponer, al mundo y a la historia, lo que el mundo y la historia han
demostrado ya sobradamente que la iglesia no tiene poder para eso, ni está en
este mundo para eso?
La conclusión es clara: la misma fidelidad a la
iglesia y al Papa, que me motivó a escribir la reflexión anterior sobre la
Amazonía, es la que me motiva ahora para decir lo que aquí escribo porque es lo
que veo más coherente y esperanzador, no sólo para la iglesia y el Papa, sino
además y también, para la Amazonía.