Fernando Bermúdez López
www.religiondigital.org / 18.10.2019
Luces
y sombras de Juan Pablo II
Luces.
Juan Pablo II ha
sido uno de los hombres más carismáticos y populares de los últimos tiempos.
Tuvo una fuerte incidencia en la vida eclesial y social, tal vez debido, no
solo a su carisma, sino también a que su ministerio apostólico fue uno de los
más largos en la historia de la Iglesia. Es considerado uno de los líderes más
influyentes del siglo XX. Fue un Papa viajero. Realizó 104 viajes, visitando
más de 60 países durante su pontificado. Hablaba varios idiomas: italiano,
alemán, inglés, español, portugués, ruso, latín, griego clásico y su idioma materno
el polaco. Fue un gran comunicador. Tuvo un gran don de gentes.
Fue un hombre
coherente consigo mismo y sus principios religiosos. Un auténtico creyente. Un
hombre convencido de su fe. Su sentido de la justicia le llevó a la defensa de
los derechos humanos y de la justicia social por donde quiera que peregrinó. No siempre.
De cara a la
sociedad defendió los derechos humanos, sin embargo, de cara al interior de la
Iglesia ejerció un autoritarismo medieval, potenció el centralismo romano,
descalificó y reprimió a notables teólogos y teólogas, destituyó a respetables
obispos que estaban comprometidos con sus pueblos.
Sus encíclicas
“Centésimus Annus”, “Laborem Exercens”, “Solicitudo Rei Socialis”… han marcado
línea en la Doctrina Social de la Iglesia en defensa de la justicia y del bien
común, aunque siempre dentro del pensamiento neoliberal.
La doctrina social
fue siempre un tema privilegiado. Condenó duramente, en nombre del Evangelio,
los abusos del sistema capitalista. Durante su visita a Cuba llegó a denunciar
el neoliberalismo y sus perversos efectos.
En sus viajes a
América Latina insistía constantemente en la
unión de fe y vida frente al discurso de las sectas protestantes que
predicaban que solo la fe basta, y que tanta confusión generaban en algunos
medios católicos.
Denunció en
repetidas ocasiones la carrera armamentista y la política materialista del
“capitalismo salvaje”. Tomó una actitud valiente frente a la paz del mundo. En
sus numerosos viajes alrededor del planeta levantó siempre la bandera de la paz
que nace de la justicia. No siempre.
Se opuso
firmemente a la invasión de Irak por parte de Estados Unidos y sus aliados
(España y Gran Bretaña) considerándola como una inmoralidad histórica.
Tuvo el coraje
evangélico de visitar en la cárcel a Ali Agca, quien intentara asesinarle en
mayo de 1981. Le dio un abrazo y le perdonó. No lo sacó de la cárcel porque el
perdón no está reñido con la justicia.
Impulsó la
recuperación de la memoria histórica sobre los tristes acontecimientos del
nazismo, con el objetivo de que nunca más se vuelva a repetir. Asimismo, animó
al obispo mártir de Guatemala, Juan Gerardi, en su proyecto de la Recuperación
de la Memoria Histórica en este país centroamericano, cuyo objetivo fue
contribuir a la reconciliación nacional.
Fue un gran
defensor de la vida. Adoptó una firme oposición al aborto y a la aplicación de
la pena de muerte.
En lo doctrinal
fue valiente al desafiar la creencia tradicional de que el cielo es un lugar,
diciendo que no es un lugar sino un estado espiritual.
Insistía en la
“mundialización de la solidaridad”, pero sin llegar a abordar en las causas
profundas de la pobreza y las desigualdades sociales. Denunció valientemente el
hambre en el mundo y la pobreza extrema, pero no denunció las causas que
generan pobreza y hambre. En contraste, destacados obispos y cardenales de
América Latina decían: cuando somos solidarios con los pobres nos llaman
santos, pero cuando señalamos las causas de la pobreza nos llaman comunistas”.
Juan Pablo II
vivió su enfermedad y ancianidad sin miedo al dolor y a la muerte, asociándose
a la pasión de Cristo.
Sombras.
Durante su
pontificado la Iglesia católica sufrió una cuantiosa sangría de fieles debido a
la corrupción que se generó en la Curia romana y altos dignatarios de la
Iglesia. Multitud de católicos se pasaron a las sectas protestantes, sobre todo
en América Latina. Y grandes contingentes de hombres y mujeres, especialmente
jóvenes, han dejado de creer en la Iglesia. El islam creció notablemente
durante el pontificado de Juan Pablo II.
Encubrió a
innumerables obispos y clérigos pederastas. Cuando algunos obispos, sacerdotes,
religiosos, religiosas y laicos enviaron cartas al Vaticano o le entregaron
personalmente información de casos de pederastia, él no tomó cartas en el
asunto, más bien los protegió, como es el caso de Marcial Maciel, fundador de
los Legionarios de Cristo y amigo personal suyo, y los numerosos escándalos de
pederastia en Chile. Quiso evitar que se conozcan en los medios de
comunicación.
Configuró una
Curia Romana fuerte conformada por monseñores corruptos, avarientos de poder y
de control de las finanzas del Banco Vaticano (IOR), algunos de los cuales
estaban implicados en la mafia con Michele Sindona y Roberto Calvi. Monseñor
Marcinkus, director del Banco Vaticano mantenía relaciones con la masonería y
la CIA. Fue imputado por la justicia italiana. Juan Pablo II permaneció pasivo
frente a los escándalos financieros del Banco Vaticano.
Guardó silencio
ante la misteriosa muerte de Juan Pablo I, su antecesor, ocurrida en 1978,
quien había determinado acabar con los negocios vaticanos haciendo frente a la
mafia, apostando por una Iglesia más evangélica.
Ante la muerte
violenta en Londres del banquero católico Roberto Calvi (junio 1982), que
durante años había negociado en nombre de las finanzas del Vaticano, no
pronunció una sola palabra. Guardó silencio absoluto.
Cuando el 4 de
mayo de 1998 aparecieron asesinados en el Vaticano el coronel de la Guardia
Suiza Alois Estermann, su esposa Gladys Meza, y el cabo Cédric Tornay, el Papa
se limitó a una lamentación y aceptó que la Curia romana impidiera una
investigación que averiguase la verdad sobre el triple crimen. Las autopsias se
realizaron dentro del Vaticano y quedaron como un asunto secreto.
Protegió
incondicionalmente al cardenal Cody, de Chicago, hombre de muy mala reputación
en los Estados Unidos por actos de corrupción. Éste ofrecía anualmente al Papa
50.000 dólares.
Combatió la
libertad de pensamiento en la Iglesia, silenciando y condenando a casi 200
teólogos y teólogas porque disentían sobre algunas normativas que él dictaba.
Ejerció un pontificado marcadamente autoritario e inquisitorial.
Apoyó con dinero
del Banco Vaticano al sindicato “Solidaridad” de Polonia en la lucha política
contra el gobierno de su país, mientras condenaba a los sacerdotes y religiosos
que colaboraban con las organizaciones sociales y populares en América Latina.
En su visita a Nicaragua
amonestó públicamente al monje y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal que, en
señal de respeto estaba hincado de rodillas ante el Papa, porque
provisionalmente ocupaba el cargo de ministro de Cultura. En Nicaragua hizo
caso omiso al clamor popular pidiéndole al Papa que condenara la guerra de la
“Contra”, que tantas muertes y destrucción estaba ocasionando.
En sus visitas a
Polonia, transformó las homilías en mítines políticos contra el régimen
prosoviético. Cuando asesinaron al sacerdote polaco Jerzy Popieluzko, militante
del sindicato polaco Solidaridad, lo calificó de héroe y mártir.
Designó prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antiguo Santo Oficio) al cardenal
conservador Joseph Ratzinger, que como un inquisidor fue vigilando paso por
paso el pensamiento de cada teólogo y teóloga, sobre todo los que transitaban
por caminos de la libertad y la liberación abiertos por el Concilio Vaticano II
y Medellín. No aceptó que los teólogos repiensen críticamente la fe para dar
razón de ella en cada contexto histórico.
Puso en marcha rígidos
controles y procesamientos que terminaron en dolorosas condenas y sanciones de
teólogos y teólogas. Algunos reducidos al silencio. No admitió el pluralismo ni
el diálogo intraeclesial.
Atacó duramente a
la teología de la liberación, llevando a cabo un proceso sistemático de
desarticulación de la Iglesia que camina al lado de los empobrecidos de la
tierra. El 6 de agosto de 1984 la Congregación para la Doctrina de la Fe
publicó la Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación, firmado
por el cardenal Ratzinger (después Benedicto XVI). Es un documento que no
responde a lo que es verdaderamente la teología de la liberación, por lo tanto,
un documento injusto, porque lo que en este documento se condena no es
realmente la teología de la liberación sino una interpretación subjetiva y
equivocada de la misma. La teología de la liberación es de clara inspiración
evangélica. Se fundamenta en el mensaje y en la praxis de Jesús de Nazaret
quien nos ha revelado que los pobres son el lugar teológico donde se manifiesta
Dios. La teología de la liberación no es una ideología o una teoría sino una
manera de vivir el Evangelio en la proximidad y solidaridad con la humanidad
sufriente. La teología de la liberación tiene dos fuentes: una, la experiencia
de fe en el Dios de la vida manifestada en la práctica de Jesús; y la otra, el
análisis de la realidad socioeconómica y política. Nace en el corazón del
pueblo creyente, de su hambre y sed de Dios y de su hambre y sed de justicia.
Juan Pablo II no
llego a entender la teología de la liberación, la cual estaba apoyada por
multitud de obispos en América Latina. Realizó nombramientos de obispos
próximos al Opus Dei y algunos de discutida conducta. En las diócesis donde
había un obispo comprometido con los pobres y defensor de los derechos humanos,
al jubilarse éste, nombró a otro de línea totalmente opuesta, por ejemplo, San
Salvador, Recife, Sao Paulo, Cuernavaca, Tehuantepec, Quiché…
Cerró Institutos
teológicos, facultades de teología y seminarios que preparaban sacerdotes al
estilo de Jesús, servidores y defensores de los pobres, comprometidos con la
justicia (ITES y SERESURE en México).
Favoreció a los
movimientos ultraconservadores como el Opus Dei y las comunidades
neocatecumenales (conocidos como los Kikos), renovación carismática…, mientras
fustigó a las comunidades cristianas de base, a la JOC (Juventud obrera
cristiana) y a la Teología de la liberación.
Ignoró los
planteamientos pastorales y de renovación de la Iglesia del Concilio Vaticano
II, que convocara el santo Papa Juan XXIII, para volver a la tradición más
conservadora e integrista del concilio de Trento. Asimismo, ignoró los
lineamientos pastorales de la Conferencia de Obispos de América Latina (CELAM):
Medellín y Puebla.
Configuró un modelo
de Iglesia marcadamente piramidal, clericalista y con una jerarquía de poder y
no tanto de servicio. Ejerció su ministerio con una actitud autoritaria.
Fortaleció la centralización romana sobre el espíritu de colegialidad propuesto
por el Concilio Vaticano II.
Ignoró la
inculturación del Evangelio, imponiendo la cultura romana sobre las distintas
culturas indígenas de los pueblos de África, América, Asia y Oceanía.
Sus viajes por el
mundo fueron manifestaciones organizadas mediante acuerdos tecnológicos y
políticos con ayuda de millones de dólares (muchos de ellos programados por el
Opus Dei), en vez de ser expresiones espontáneas de fe del pueblo católico. Estableció
alianzas estratégicas con el presidente norteamericano Ronald Reagan.
Fue cruel con
Monseñor Óscar Romero, arzobispo de El Salvador, cuando éste llegó al Vaticano
con un dossier de documentos sobre las masacres que el ejército de este país
centroamericano realizaba contra humildes campesinos, secuestros, torturas y
asesinatos de sacerdotes, religiosas y catequistas. Juan Pablo le dijo: “Si
usted se llevara bien con las autoridades esto se hubiera evitado”. Juan Pablo II prestó más credibilidad al
embajador salvadoreño en el Vaticano que al arzobispo.
Impulsó
prepotentemente normativas rígidas en materia de moral sexual, condenando
métodos clínicos de regulación de natalidad. No escuchó las voces críticas que
le llegaron desde las bases de la Iglesia, sobre todo de África y América
Latina. Sus orientaciones no son seguidas por la mayoría de los fieles. Este
divorcio entre la moral señalada por Juan Pablo II y la practicada por los
creyentes es una de las mayores escisiones de la Iglesia católica.
Guardó silencio
frente a las dictaduras militares latinoamericanas que costó la vida a millares
de personas y a innumerables cristianos (catequistas, sacerdotes, religiosos,
religiosas y obispos). En su visita a Chile, en abril de 1987, bendijo a
Pinochet y le dio la sagrada comunión, siendo así que éste asesinó a 40.000
personas, la mayoría de ellas torturadas. Se fotografió sonriente con el
dictador en medio de las protestas populares. No aceptó reunirse con
Organizaciones de Derechos Humanos que habían solicitado entrevistarse con él.
Cuando el juez Baltasar Garzón emitió la orden de extradición de Pinochet, el
Papa le solicitó la liberación del dictador por “razones humanitarias”. ¿No
podía haberle pedido al dictador que dejara de torturar y asesinar a tanta
gente “por razones humanitarias”?
Su origen polaco y
la experiencia vivida durante los años de la dictadura pro-soviética le
condicionó notablemente, hasta tal grado que llegó a mirar el mundo desde este
prisma.
Negó la dignidad
de las mujeres en la Iglesia, al no reconocer la participación del género
femenino en la toma de decisiones con liderazgos similares a los hombres
(Mulieris Dignitatem).
A su muerte dejó
una Iglesia dividida, lánguida y sin vida debido a las tensiones internas que
él mismo, sin pretenderlo tal vez, generó al rodearse de los sectores
eclesiales más conservadores. Lo cual está siendo causa que numerosos
cristianos que antes se confesaban católicos, hoy se confiesen agnósticos o
indiferentes. Y en América Latina, continente que antes se confesaba católico
casi en su totalidad, las sectas fundamentalistas avanzan considerablemente.
En síntesis, los
hechos demuestran que durante su “pontificado” ha habido una involución en el
campo doctrinal, pastoral y litúrgico. Se ha desatendido el cambio impulsado
por el Concilio que revolucionó la eclesiología al poner en el centro al pueblo
de Dios y no a la jerarquía. Como consecuencia ha renacido el clericalismo, ha
perdido fuerza el protagonismo de los laicos y se ha controlado el esfuerzo de
emancipación y participación efectiva de la mujer en la Iglesia. Ha quedado
enormemente reducida la corresponsabilidad de los sínodos y las conferencias
episcopales y han sido puestas bajo sospecha la teología de la liberación y las
teologías autóctonas. Benedicto XVI continuó con la línea involucionista de
Juan Pablo II, con la diferencia de que fue consciente de la corrupción de la
Curia romana y, ante la impotencia para enfrentarla y cambiarla, renunció al
papado.
El
Papa Francisco, reformador de la Iglesia
El 13 de marzo de
2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, el jesuita argentino Jorge Mario
Bergoglio es elegido Papa y asume el nombre de Francisco, en honor al santo de
Asís.
Con el Papa
Francisco han llegado nuevos aires a la Iglesia. Es un hombre conocedor de la realidad de
pobreza y sufrimiento de los pueblos del Sur global. Hasta ahora, la Iglesia
era más eurocéntrica. Con Francisco la Iglesia se hace más universal, más
“católica”, que eso significa este término.
Abandonó el
palacio pontificio y se fue a vivir a la residencia Santa Marta. Desde el
primer momento dijo que quería una Iglesia pobre y al servicio de los pobres,
al estilo de Jesús de Nazaret. Volvió a retomar el Concilio Vaticano II, que
durante muchos años había estado marginado.
Concibe el papado
como un servicio de hermano mayor entre hermanos, acentuando su ministerio de
unidad y servicio a la comunidad eclesial y a la humanidad.
Su reforma está
orientada hacia:
Una Iglesia
centrada en Jesucristo y en su mensaje evangélico: la proclamación y vivencia
del reino de Dios.
Una
Iglesia-Comunidad, de relaciones interpersonales y fraternas, que refleje la
práctica de las primeras comunidades cristianas de Jerusalén, donde todos
poseían un solo corazón y una sola alma y compartían como hermanos cuanto
tenían, privilegiando a los más pobres y necesitados (Hc 2, 42-47; 4,32-37).
Una Iglesia que
revaloriza el sacerdocio del pueblo de Dios, pues Cristo, único y eterno
sacerdote, lo asoció a su vida y a su misión, haciéndolo partícipe de su
sacerdocio (Lumen Gentium,34). Hay un solo sacerdocio, el de Cristo y el de su
comunidad, pero diferentes ministerios que emanan de este único sacerdocio.
Esta existencia sacerdotal nos hace iguales a todos los bautizados.
Una Iglesia toda
ella ministerial, corresponsable, fiel a las distintas vocaciones y servicios,
donde los laicos y laicas tengan un papel relevante.
Una “Iglesia, en
donde su jerarquía y servicio de autoridad se constituya en organismo de
instancia de encuentro, de diálogo, de reflexión y decisión comunitaria.
Una Iglesia
profética, libre de poderes y de riquezas, que desde su experiencia de Dios
anuncie con alegría y pasión el Evangelio del Reino y denuncie con valentía
todo aquello que se opone al proyecto de Dios (Evangelii Gaudium). Una Iglesia
que sea voz de Dios en medio del pueblo, que consuele y levante la esperanza de
los afligidos.
Una Iglesia
orante, abierta al Espíritu, con una profunda espiritualidad encarnada en la
historia, consciente de su vocación a la santidad, de manera que sea signo vivo
del reino de Dios en el mundo (Gaudete et Exsultate).
Una Iglesia agente
de reconciliación, de diálogo y tolerancia, para promover la justicia, el
respeto a los derechos humanos y la paz.
Una Iglesia
solidaria con los sufrimientos, luchas y esperanzas de los sectores oprimidos y
excluidos de la sociedad: parados, desahuciados, indígenas y campesinos,
migrantes y refugiados, niños de la calle... y con todas las causas justas de
los pueblos.
Una Iglesia
testimonialmente pobre, fiel seguidora de Jesús, comprometida en la defensa y
promoción de los derechos humanos, la dignidad de la persona, la justicia, la
verdad y la paz. Una Iglesia comprometida en la liberación de toda clase de
esclavitud; que coloque en el centro de su actuación la solidaridad con quienes
son excluidos.
Una Iglesia que
valore la sexualidad como una dimensión más del ser humano, liberada de
complejos y tabúes. Una Iglesia respetuosa con los homosexuales y lesbianas.
Una Iglesia que
haga memoria viva de sus mártires y retome el testimonio de fidelidad y
esperanza que ellos nos dejaron, como un compromiso de hacer presente en la
historia la utopía del reino de Dios. Ellos son testigos fieles de Jesucristo.
Nos convocan a la esperanza en el Dios de la Vida, el Dios trascendente y
absoluto, que nunca defrauda a nadie. Los mártires nos interpelan para ser
fieles a Jesús y a su causa hasta la muerte. Es por eso que reconoció
públicamente la santidad de monseñor Óscar Romero, Enrique Angelelli y de
varios sacerdotes y laicos que fueron asesinados por ser fieles al Evangelio en
defensa de los pobres.
Una Iglesia
acogedora y comprensiva, con un mensaje basado en el amor misericordioso de
Dios a sus hijos e hijas en la fraternidad universal.
Una Iglesia
comprometida con el ecumenismo y el macroecumenismo, abierta al diálogo con los
hermanos de otras confesiones cristianas y no cristianas, dispuesta a trabajar
codo a codo con personas, iglesias y grupos sociales que también buscan un
mundo más justo y humano.
Una Iglesia
pluricultural, promotora de valores éticos y culturales, defensora de los
derechos de los pueblos indígenas.
Una Iglesia
orientada a crear comunidades cristianas que sean agentes de transformación y
humanización del mundo, siendo “fermento en la masa”, como dice Jesús en su
Evangelio.
Una Iglesia
defensora del medio ambiente, nuestra Casa Común. Propone reconocer la
naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja su
hermosura y su bondad (Laudato Si).
Francisco quiere
hacer incluso una reforma del papado. Dice: “Dado que estoy llamado a vivir lo
que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado… Me
corresponde estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de
mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a
las necesidades actuales de la evangelización… También el papado y las
estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar la llamada a
una conversión pastoral” (Evengelii Gaudium, 32).
Quiere una Iglesia
de puertas abiertas, que no se encierra en los templos, sino que sale a la
calle, al encuentro de la gente. “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y
manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y
la comodidad de aferrarse a las propias seguridades… Más que el temor a
equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras
que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces
implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera
hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cesar: Dadles vosotros de
comer” (Mc 6,37 (E.G.49).
Centra la misión
evangelizadora de la Iglesia en la proclamación de la justicia y la
misericordia, porque el amor es la esencia del Evangelio de Jesús. Por eso dice
que, si un párroco en sus predicaciones a lo largo del año litúrgico habla solo
sobre la templanza y no habla sobre la justicia, la fraternidad y la
solidaridad, se abandona aquellas virtudes que deberían estar más presentes en
la predicación y en la catequesis (E.G.37).
Como hemos
señalado, son sugerentes y desafiantes sus exhortaciones y encíclicas Evangelii
Gaudium (La alegría del Evangelio), Laudato Si (sobre el cuidado de la casa
común), Amoris et laetitia (sobre el amor y la familia), Gaudete et exultate
(sobre el llamado a la santidad en el mundo actual…) y multitud de discursos y
homilías llenas de vitalidad y de profunda espiritualidad.
Francisco ha
encontrado mucha resistencia en la Curia romana y en algunos cardenales y
obispos conservadores, aliados con el poder y la riqueza, que no aceptan
ninguna reforma en la Iglesia. Por eso,
pide humildemente a los cristianos que recen por él.
El
Papa Francisco, líder moral de la humanidad
Hoy, muchas personalidades
relevantes del mundo, académicos, intelectuales, premios Nóbel de la Paz,
líderes políticos y religiosos de las distintas confesiones reconocen en
Francisco un líder de la humanidad. Su estilo de vida sencillo y coherente así
lo atestigua. Proclama lo que vive y vive lo que proclama, por eso su palabra
adquiere credibilidad.
El Papa Francisco
insiste en que evangelizar es humanizar este mundo. El reino de Dios que Jesús
proclamó consiste en ser hombres y mujeres nuevos y en conformar una nueva
humanidad basada en la práctica de la justicia, la misericordia, el amor y la
fe sincera en el Dios Padre de todos los seres humanos. (Mt 23,23).
Es un hombre
profundamente sensible al sufrimiento de la gente, de los pobres, enfermos,
migrantes, refugiados, niños de la calle, desempleados, jóvenes desorientados y
sin futuro… Por eso dice que todo evangelizador debe “tocar la carne sufriente
de Cristo en el pueblo” (Evangelii Gaudium, 24).
Denuncia el
desarrollo económico que no tiene en cuenta el desarrollo humano. Señala que
necesitamos cambiar el modelo de desarrollo global… Ha llegado la hora -dice-
de aceptar cierto decrecimiento en los países ricos, aportando recursos para
que puedan crecer sanamente los países subdesarrollados (Laudato Si, 193).
Y sigue diciendo:
“Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de las
mayorías se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este
desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los
mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de los
Estados encargados de velar por el bien común. “Hoy, algunos sectores
económicos ejercen más poder que los mismos Estados” (L.S,196).
“Se instaura una
nueva tiranía invisible que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes
y sus reglas… Se ha divinizado el mercado y convertido en regla absoluta”
(EG.56). “No podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del
mercado” (E.G.204).
“La situación
actual del mundo provoca una sensación de inestabilidad e inseguridad que a su
vez favorece formas de egoísmo colectivo… Mientras más vacío está el corazón de
la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir” (L.S, 204).
Y llama a un
cambio de la conciencia y a un estilo de vida sobrio, sencillo y contemplativo,
capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo. Asimismo, llama a
un cambio de las estructuras socio-económicas y exhorta ”a la solidaridad
desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética a favor
de todos seres humanos, particularmente de los más desfavorecidos” (L.S, 222 y
E.G.58).
A Francisco le
duele la falta de solidaridad con la humanidad sufriente. Uno de sus primeros
viajes fue a la isla de Lampedusa para encontrarse con los inmigrantes y
refugiados que llegaban a este lugar, muchos de ellos sobrevivientes de
naufragios. Allí gritó que es una vergüenza lo que está ocurriendo en Europa y
en el mundo. Hace una llamada a la cooperación para resolver las causas estructurales
de las migraciones y de la pobreza y para promover el desarrollo integral de
los pueblos del Sur.
Insiste en que los
bienes de la tierra tienen un destino universal y que el bien común está por
encima de la propiedad privada, como ya lo habían dicho los anteriores Papas.
Por eso dice que la solidaridad es devolverle al pobre lo que le corresponde
(E.G.189). “Nos escandaliza el hecho de saber que existe alimento suficiente
para todos y que el hambre se debe a la mala distribución de los bienes de la
tierra”.
Y retomando a
Pablo VI dice que “los más ricos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con
mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás” (E.G.190).
Denuncia la de
ética en la sociedad, en la economía y en la política. Dice: ”Molesta que se
hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se
hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de un Dios que exige
un compromiso por la justicia” (E.G.203). Y hace una imperiosa llamada a reconstruir
los valores éticos en la sociedad. Porque la crisis de valores éticos es la
mayor crisis del mundo de hoy.
El desafío es ser
hombres y mujeres libres para amar y servir. No hay mayor esclavitud que el
individualismo y el egoísmo. “Deseo que aquellos que están esclavizados por una
mentalidad individualista, indiferente y egoísta, puedan liberarse de esas
cadenas indignas y alcancen un estilo de vida y de pensamiento más humano, más
noble, más fecundo, que dignifique su paso por esta tierra” E.G.208).
Francisco tiene
una visión global del mundo, pero al mismo tiempo llama a concretizar todo eso
que deseamos para el mundo que lo llevemos a la práctica en la realidad local.
“Es necesario prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad
cotidiana, pero al mismo tiempo no hay que perder de vista lo local, que nos
hace caminar con los pies sobre la tierra” (E.G. 234).
Francisco es un
hombre de diálogo y de paz. Busca un diálogo al interior de la Iglesia y con
todas las confesiones religiosas en orden a contribuir al desarrollo de la Paz
que nace de la justicia. Denuncia el uso de la violencia como medio de
resolución de conflictos. Se opone radicalmente a la guerra y a la carrera
armamentista.
Y, sobre todo, es
un hombre de esperanza porque “en medio de la oscuridad siempre comienza a
brotar algo nuevo”, dice.
A Francisco le
preocupa la degradación del medio ambiente, la casa de todos los seres vivos.
La paz del mundo tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el
bien común. Porque el clamor de los pobres está unido al clamor de la tierra
(L.S. 225).
Para hacer frente
a los graves problemas que sufre la humanidad, tanto humanos como ambientales,
proclama la urgencia de la conformación de una verdadera Autoridad política
mundial (Laudato Si, 175).