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“Lo
más importante para nosotros es que Ríos Montt se murió en manos de la
justicia, o sea, huyendo de la justicia. Y logramos la sentencia y la
desclasificación de los documentos militares y ese es un paso muy importante”,
afirma Antonio Caba, sobreviviente de la masacre de la aldea Ilom, en Chajul,
Quiché. Tenía once años cuando el Ejército arrasó con todo. Años más tarde,
encontró en una exhumación los restos de sus familiares. Vio sus huesos,
reconoció la ropa, recordó el dolor del pasado y cuando los volvió a enterrar
sintió la necesidad de justicia. Sus palabras contrastan con las de Zury Ríos,
la hija del general, que afirma a voz en grito: “Murió libre y está libre”.
El
general por antonomasia se marcha sin honores de Estado, en un acto íntimo,
aunque acompañado por una amplia representación militar, que se celebra en el
cementerio de La Villa Guadalupe, en la zona 14 de la capital de Guatemala. Sus
familiares declinaron trasladar el cuerpo al Palacio Legislativo “para evitar
todo tipo de confrontación”, según su abogado, Jaime Hernández, que repite una
idea: “no fue declarado genocida”.
“Que
todos recuerden que se fue libre y que está libre”. La frase de Zury Ríos es la
más aplaudida durante el sepelio del General. Viene acompañada de un “amén” en
coro. Aplausos y más aplausos. El mensaje será repetido por compañeros de armas
y fieles, reunidos para darle sepultura. Aun pronunciada por una hija en duelo,
la frase tiene mucho de declaración política y reivindicación de un legado.
El
deceso de Efraín Ríos Montt, exjefe de facto de 1982 a 1983, era algo que
temían las víctimas del conflicto armado: el final indeseado para un proceso
penal que empezó en 2012, y desembocó en una condena a 80 años de prisión en
contra del ex militar, anulada poco después por la Corte de Constitucionalidad,
que ordenó repetir el proceso.
Hubo
que esperar cuatro años para que se reiniciaran las audiencias.
Desde que
en 2015 lo declararan mentalmente incapaz, se preveía que el juicio por
genocidio al pueblo ixil y el inicio del debate por la masacre de 178
pobladores, niños y adultos, en la aldea Dos Erres, en La Libertad Petén, no
iban a llegar a sentencia firme. El primer proceso avanzaba a cuenta gotas. En
octubre pasado, los testigos que sobrevivieron al retraso judicial empezaron a
viajar desde el triángulo ixil hasta la capital para rendir testimonio. Pero ya
no estaba Ríos Montt para escuchar los relatos. El juicio era en ausencia del
acusado. En el segundo caso, los recursos legales bloquearon el avance.
El Código
Penal establece que la persecución penal se extingue con la muerte del acusado.
El consuelo en el que se refugian algunas víctimas, es que a Ríos Montt la
muerte lo encontró en manos de la justicia. La casa en la que falleció era su
prisión desde hace cinco años. Ahí se recluyó cuando la Corte de
Constitucionalidad anuló su condena y lo rescató. Oculto, enfermo, alejado, y
procesado.
La sentencia que no se puede borrar
El 10 de mayo de 2013 es una fecha imborrable para quienes buscan
justicia por los hechos cometidos en el conflicto armado interno. Ese día a
Efraín Ríos Montt se le sentenció por la muerte de 1,700 mayas ixiles,
habitantes de Nebaj, Cotzal y Chajul, municipios que sufrieron la embestida
militar en contra de la guerrilla.
“Fueron
considerados como enemigos”, repetían los peritos, los fiscales, los querellantes.
Población civil, pobre, reprimida, obligada a reubicarse en aldeas modelo o a
ser perseguidos como guerrilleros. La muerte no les llegó solo por las armas,
porque el enfrentamiento no solo ocurrió en combate. Los registros indican que
además de ataques directos, adultos y niños murieron por hambre y enfermedades
en su intento de huída.
Antonio
Caba fue parte del grupo –liderado por Rigoberta Menchú– que acudió a la
Audiencia Nacional Española en 2000 para buscar justicia, porque en Guatemala
Ríos Montt era poderoso. Fue presidente del Congreso de 2000 a 2004. Fue
diputado hasta 2012, cuando perdió la inmunidad y pudo ser enjuiciado.
A Caba le
sabe amarga la muerte de Ríos Montt. “Esto significa mantener la impunidad en
Guatemala, porque como sabemos los poderes económicos y políticos y la
jerarquía militar son dueños del sistema de justicia. La justicia no es del
pueblo", asevera, "sino es de un grupo”.
Víctimas
del conflicto armado celebraban en 2013 la condena
/ Fotografía Archivo
Aunque ya
no podrán ver cómo se juzga a Ríos Montt, continúa el juicio en contra de José
Rodríguez Sánchez, el exjefe de inteligencia militar durante el gobierno de
facto de Ríos Montt. Contra él pesan los mismos cargos, aunque en 2013 fue
absuelto de los señalamientos.
Rodríguez
Sánchez pasó casi desapercibido en aquella oportunidad, porque el foco de
atención fue Ríos Montt. Sin embargo, ahora que su proceso se lleva por
separado, de forma oral y pública, la fiscalía ha reenfocado su estrategia de
acusación. Con la lectura de los documentos militares (Victoria 82, Firmeza 83
y el Plan Sofía) tratan de evidenciar la teoría de que la información que
trasladaba este general retirado fue fundamental para que el Ejército planificara su estrategia de
ataque a la población civil.
El fiscal
Erick de León, jefe de la fiscalía que conoce los delitos ocurridos durante el
conflicto armado interno, explica que el caso por genocidio es un capítulo de
la historia que queda abierto.
Aunque
ellos se enfocaron en juzgar sólo a la alta jerarquía militar que gobernó
durante los años en que ocurrieron las masacres, queda mucho por investigar.
“Habría que ver quiénes quedan vivos. Hay comandantes de las fuerzas de tarea,
jefes de las zonas militares, autores materiales”, describe. Una lista de
personas que van desde Ríos Montt hacia abajo, incluso quien disparó el arma.
Pero abrir un nuevo proceso no es tarea sencilla. La fiscalía está enfocada
ahora en el actual. Un nuevo caso no se vislumbra en el futuro inmediato.
Haydeé
Valey, asesora legal de Impunity Watch, recuerda que Ríos Montt no es el único
alto mando del Ejército en librarse de las acusaciones. Antes fallecieron
Héctor Mario López Fuentes, quien fungió como Jefe del Estado Mayor General del
Ejército; y Óscar Humberto Mejía Víctores, quien ocupó el cargo de Ministro de
la Defensa. Solo queda pendiente Luis Enrique Mendoza, encargado de operaciones
militares, que está prófugo.
“En el
proceso actual ya no se puede vincular a otra persona, a menos que se inicie un
nuevo juicio”, explica.
La
abogada Valey, sin embargo, hace una reflexión jurídica en relación a lo que
ocurrió con Ríos Montt. “Lo que se atacó (por la defensa de Ríos Montt ante la
CC) fue la forma del proceso, no el fondo. Con la sentencia (de 2013) está
probado que había una responsabilidad. El fondo sigue siendo mismo, lo que se
esperaba es que este (nuevo juicio) culminara nuevamente con una sentencia
condenatoria y bajo esa claridad ellos (las víctimas) estaban dispuestas a
testificar las veces que fuera para que su verdad se escuchara”. Ante la falta
de una nueva sentencia, para ellos, asegura Valey, la de 2013 es la que
persiste.
Un funeral express
Mientras
allegados y uniformados loaban la vida del General con su cuerpo en un ataúd
cubierto por la bandera de Guatemala, decenas de personas, llamadas por la
asociación H.I.J.O.S. de familiares de detenidos y desaparecidos, se
concentraban en el parque central de la capital reivindicando que “sí hubo
genocidio” y que el finado fue uno de sus principales responsables.
“Da mucha
rabia el hecho de que este personaje que ya fue condenado por genocidio haya
muerto plácidamente en su casa, beneficiado por la impunidad que impera en este
país. Se sigue permitiendo que los militares sigan gozando de medidas
sustitutivas. Mientras Ríos Montt fue enterrado por sus familiares, existen
miles de personas y comunidades que siguen buscando a sus muertos”, dice Raúl
Nájera, integrante de H.I.J.O.S.
En la
misma línea habla Paulo René Estrada Velásquez, hijo de Otto René Estrada
Illescas, desaparecido en 1984, cuando Ríos Montt ya había sido depuesto por
Óscar Humberto Mejía Vítores. No conoció a su padre, ya que tenía apenas un año
cuando los militares lo capturaron. “Es muy injusto que se le pretenda poner
como el gran líder, el gran santo”, dice. “El ejército mantiene pensamientos y
acciones contrainsurgentes, a pesar de que no hay guerra”.
/
Fotografía Simone Dalmasso
El
general falleció a las 6 de la mañana, en su cama, a causa de un infarto, según
su médico, Mario Bolaño. Para el mediodía el cuerpo era velado por allegados e
incondicionales. Poca gente hablaba en el exterior del domicilio de Ríos Montt.
Luis Rosales, abogado de la familia, aseguraba que murió con la “conciencia sana”
y negando la existencia de un genocidio; su letrado, Jaime Hernández, exaltaba
sus virtudes militares y reivindicaba que “nunca fue derrotado por la
izquierda”; su médico, que se limitaba a explicar los pormenores del deceso, y
Ricardo Méndez Ruiz, presidente de la Fundación Contra el Terrorismo, que
describía al militar como un “líder irrepetible” que permitió a Guatemala hacer
frente a “una agresión marxista dirigida desde el extranjero”.
No
todos conocían la noticia del fallecimiento del exdictador. Los propios vecinos
de Ríos Montt se enteraban al ver al grupo de periodistas apostado junto a su
casa. Javier González es uno de ellos. Vivía casi pared con pared con el
exmilitar, aunque se mudó recientemente, por lo que no tenía relación. “Se fue
una de las grandes personas de Guatemala”, dice. “Ya no le podrán hacer
juicio”, dice con una sonrisa entre dientes, para añadir, al ser preguntado por
los crímenes que se imputaban al militar, que “una guerra es una guerra”, y que
“nadie ha juzgado a la izquierda”.
A
las 15:12 exactamente se escuchan aplausos desde el interior del domicilio. El
carro fúnebre que trasladará los restos del dictador ya se encuentra dentro de
la vivienda. Seis policías motorizados de la Municipalidad aguardan para abrir
paso a la comitiva.
El
traslado del cuerpo desde el domicilio familiar al cementerio La Villa de
Guadalupe simboliza las prisas con las que Ríos Montt tuvo sus exequias. Por
delante, los agentes permitiendo saltarse los semáforos en rojo. Por detrás,
una comitiva formada, en su mayor parte, por periodistas, que trataban de no
atropellarse unos a otros mientras tomaban las imágenes del vehículo. Al paso
del carro fúnebre lo saluda, como mucho, una decena de personas dispersas por
el camino.
En
el cementerio la presencia militar evidencia que los uniformados despedían a
uno de los suyos, y con honores. “General de generales”, lo calificará su hija.
En el trayecto que une la entrada al camposanto con el lugar donde se ubica el
nicho en el que Ríos Montt será enterrado, hileras de soldados se forman para
dar un último adiós castrense. Realizando el saludo militar, hacen el pasillo
miembros de la primera y tercera Compañía y de la Compañía de Reconocimiento.
También integrantes de la Policía Nacional Civil y de la Policía Militar. Entre
ellos pasará el ataúd, entre gritos de “¡viva el General Ríos Montt!” y
“¡gracias, General!”
Frente
al nicho se ha colocado un toldo y unas sillas para los familiares. El
perímetro lo vigilan policías militares. No habrá más de 200 personas.
Lo
que viene a continuación es una sucesión de discursos de reivindicación de
su papel político y militar. Alabanzas al golpe de Estado de 1983. Defensa
a ultranza de todo su mandato y un toque religioso, muy del gusto del militar
fallecido, que se caracterizó por la ostentación de su credo evangélico. No
faltaron las referencias al domingo de Resurrección, fecha en el que el
cristianismo celebra la ascensión de Jesucristo a los cielos y, precisamente,
el día en el que el General falleció. También, y esto es importante,
declaraciones destinadas a exculparle de las acusaciones de genocidio.
Además
de Zury Ríos, hablarán varios compañeros de armas y fieles a la obra del
dictador. Estas fueron algunas de las frases escuchadas:
“Gracias
a Dios, el general se hizo cargo de la estrategia política, económica y
militar. Será ejemplo de no haber dejado entrar al comunismo. En Guatemala
amamos a Dios, estamos en contra de las teorías que no aman a Dios”.
“Yo
de él nunca recibí una instrucción fuera de la Constitución”. “Si hubiese
habido más tiempo, todo esto estaría lleno, vendrían del Oriente, del interior,
porque saben lo que hizo por el país”.
Turno
para las salvas. Primer batallón. Segundo batallón. Tercer batallón. El sonido metálico de los fusiles.
“Cuando
Ríos Montt cobró el primer cheque de presidente me dijo que no vino a cobrar
salarios sino a servir y lo entregó al fondo común. A 36 años del movimiento
del 23 de marzo recordamos que dignificó el país, recuperó las instituciones y
la dignidad, que estaban a punto de ser tomadas por la guerrilla comunista. No
eran solo 60.000 combatientes, también millón y medio de civiles, de fuerzas
irregulares. ¿Por qué la guerrilla no tomó el país? Porque ustedes, los
oficiales jóvenes, dieron el golpe de Estado y pusieron al general Ríos Montt”.
Terminan las exequias.
“Ni en la
muerte lo vencieron”, grita alguien. Los asistentes desfilan ante la familia y
le dan el pésame. Zury Ríos recibe la bandera de Guatemala que cubría el ataúd
de su padre. Solo están los más allegados. Nada de grandes pompas fúnebres
características de los antiguos jefes de Estado. “Querían evitar cualquier tipo
de confrontación”, reitera Jaime Hernández, su abogado.
Gracias a
un golpe de Estado Ríos Montt gobernó Guatemala durante 17 meses y, como
resultado de los crímenes de guerra cometidos bajo su mando, encaró dos
procesos por genocidio que se extendieron casi cuatro veces la duración de su
ejercicio como jefe de Estado. Doce horas después de morir, el General de
generales, como le llamó su hija, ya había sido enterrado.