Por: Guillermo Castro H.
La nueva economía, nos decía Manuel Castells en el año
2000 es aquella que emerge la transformación tecnológica y organizativa. La
estructura fundamental de esa economía consiste en una red planetaria de
ciudades que articulan regiones económicas estrechamente vinculadas entre sí
mediante flujos constantes de inversiones, bienes, servicios y personas. [1]
Para
Castells, esa economía se caracteriza por tres rasgos fundamentales. Primero,
es una economía “centrada en el conocimiento y en la información” como bases de
producción, de productividad y de la competitividad, “tanto para empresas como
para regiones, ciudades y países.” Enseguida, “es una economía global”, cuyas
actividades “funcionan cómo una unidad en tiempo real” en la producción y la
gestión de bienes y servicios “a nivel planetario”. Por último, se trata de una
economía que funciona “en redes descentralizadas dentro de la empresa, en redes
entre empresas, y en redes entre las empresas y sus redes de pequeñas y medias
empresas subsidiarias”, lo cual le proporciona “una extraordinaria flexibilidad
y adaptabilidad.”
En esa perspectiva, dice Castells,
Internet no es una tecnología sino “una forma de organización de la
actividad. El equivalente de Internet en la era industrial es la fábrica: lo
que era la fábrica en la gran organización en la era industrial, es Internet en
la Era de la Información.” Por eso, la nueva economía es la de las empresas que
organizan su actividad en el marco de la red de relaciones que Internet hace
posible. Y en esa economía, las ciudades desempeñan un papel decisivo.
Ellas,
en efecto, acogen los nuevos procesos de generación de riqueza, y proveen la
capacidad social de corregir los efectos desintegradores de una economía de
redes sin referencia a valores sociales como la conservación de la naturaleza o
la identidad cultural. En esta economía, las ciudades se constituyen en medios
de innovación tecnológica y empresarial por la sinergia que generan, y su
capacidad para atraer los dos elementos claves del sistema de innovación:
capital de riesgo, y personas con conocimiento, ideas e iniciativa.
Contar
con personas así demanda una educación capaz de producir gente con autonomía de
pensamiento, iniciativa y capacidad de aprender a lo largo de sus vidas.
Requiere además servicios públicos que funcionen, y sobre todo la
calidad de vida que atrae y retiene a la gente adecuada. A eso aspira,
justamente, la Ciudad.
De
este modo, concluye Castells, en la Era de la Información las ciudades son
“medios productores de innovación y de riqueza”, capaces de “integrar la
tecnología, la sociedad y la calidad de vida en un sistema interactivo,… que
produzca un círculo virtuoso de mejora, no sólo de la economía y de la
tecnología, sino de la sociedad y de la cultura.” Esa conclusión coincidió, en
el año 2000, con el punto de partida de la Ciudad. Pocas coincidencias han sido
tan poco casuales, ni tan afortunadas.
Ciudad del Saber, Panamá, 4 de mayo de 2018