Juan Carlos Monedero
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/ 100817
1. Es indudable que Nicolás Maduro
no es Allende. Tampoco es Chávez. Pero los que dieron el golpe contra Allende y
contra Chávez son, y eso también es indudable, los mismos que ahora están
buscando un golpe en Venezuela.
2. Los enemigos de tus enemigos no
son tus amigos. Puede no gustarte Maduro sin que eso implique olvidar
que ningún demócrata puede ponerse al lado de los golpistas que inventaron
los escuadrones de la muerte, los vuelos de la muerte, el paramilitarismo, el
asesinato de la cultura, la operación Cóndor, las masacres de campesinos e
indígenas, el robo de los recursos públicos.
Es comprensible que haya gente que
no quiera ponerse del lado de Maduro, pero conviene pensar que en el lado que
apoya a los golpistas están, en Europa, los políticos corruptos, los
periodistas mercenarios, los nostálgicos del franquismo, los empresarios sin
escrúpulos, los vendedores de armas, los que defienden los ajustes económicos,
los que celebran el neoliberalismo.
No todos los que critican a Maduro
defienden esas posiciones políticas. Conozco gente honesta que no soporta lo
que está pasando ahora mismo en Venezuela. Pero es evidente que del lado
de los que están buscando un golpe militar en ese país están los que siempre
apoyaron los golpes militares en América Latina o los que priman sus negocios
por encima del respeto a la democracia.
Los medios de comunicación que están
preparando la guerra civil en Venezuela son los mismos conglomerados mediáticos
que vendieron que en Irak había armas de destrucción masiva, que nos venden que
hay que rescatar a los bancos con dinero público o que defienden que la orgía
de los millonarios y los corruptos hay que pagarla entre todos con recortes y
privatizaciones.
Saber que se comparte trinchera con
semejante gente debiera llamar a la reflexión. La violencia siempre debe ser la
línea roja que no debe traspasarse. No
tiene sentido que el odio a Maduro ponga a nadie decente al lado de los
enemigos de los pueblos.
3. Maduro heredó un papel muy
difícil -gestionar Venezuela en un momento de caída de los precios del petróleo
y de regreso de Estados Unidos a Latinoamérica después de la terrible aventura
en Oriente Medio- y una misión imposible -sustituir a Chávez-. La muerte
de Chávez privó a Venezuela y a América Latina de un líder capaz de poner en
marcha políticas que han sacado de la pobreza a 70 millones de personas en el
continente. Chávez entendió que la democracia en un solo país era imposible y
puso sus recursos, en un momento de bonanza gracias a la recuperación de la
OPEP, para que se iniciara la etapa más luminosa de las últimas décadas en el
continente: Lula en Brasil, Correa en Ecuador, Morales en Bolivia, Kirchner en
Argentina, Lugo en Paraguay, Mujica en Uruguay, Funes en El Salvador, Petro en
Bogotá e incluso Bachelet en Chile referenciaban esa nueva etapa.
La educación y la salud llegaron a
los sectores populares, se completó la alfabetización, se construyeron
viviendas públicas, nuevas infraestructuras, transportes públicos (después de
la privatización de los mismos o la venta y cierre de los trenes), se frenó la
dependencia del FMI, se debilitó el lazo con los Estados Unidos creándose la
UNASUR y la CELAC.
También hay sombras, principalmente
vinculadas a la debilidad estatal y a la corrupción. Pero haría falta un siglo
para que los casos de corrupción en los gobiernos progresistas de América
Latina sumen, por citar sólo un asunto, el coste de la corrupción que significa
el rescate bancario. La propaganda de los dueños de la propaganda terminan
logrando que el oprimido ame al opresor.
Nunca desde la demonización de
Fidel Castro fue ningún líder latinoamericano tan vilipendiado como Chávez.
Para repartir entre los pobres, hubo que decirle a los ricos, de América y
también de Europa, que tenían que ganar un poco menos. Nunca lo toleraron,
lo que puede entenderse, especialmente en España, donde, en mitad de la crisis,
responsables económicos y políticos del Partido Popular robaban a manos llenas
al tiempo que decían a la gente que tenía que apretarse el cinturón.
¿Iba Chávez, ese “gorila”, a
frenarles sus negocios? Desde que ganó las primeras elecciones en 1998, Chávez
tuvo que enfrentarse a numerosos intentos de derribarlo. Por supuesto, con la
inestimable ayuda de la derecha española, primero con Aznar, luego con Rajoy, y
la ya conocida participación de Felipe González como lobbista de grandes
capitales. (Es curioso que el mismo Aznar que hizo negocios con Venezuela y con
Libia luego se convirtió en ejecutor cuando se lo ordenaron. Gadafi incluso le
regaló a Aznar un caballo. Pablo Casado fue el asistente de Aznar en esa
operación. Luego, cosas de la derecha, celebraron su asesinato).
4. Chávez no legó a Maduro los
equilibrios nacionales y regionales que construyó, que eran políticos,
económicos y territoriales. Eran una construcción personal en un país que salía
de tasas de pobreza del 60% de la población cuando llegó Chávez al gobierno.
Hay cambios que necesitan una generación. Ahí es donde la oposición pretende
estrangular a Maduro, con problemas mal resueltos como las importaciones, los
dólares preferenciales o las dificultades para frenar la corrupción que
desembocan en desabastecimiento.
Sin embargo, Maduro supo reeditar
el acuerdo “cívico-militar” que tanto molesta a los amigos del golpismo. Algo
evidente, pues Estados Unidos siempre ha dado los golpes buscando apoyos en
militares autóctonos mercenarios o desertores. El ejército en América Latina
solo se entiende en relación con Estados Unidos. Les han formado, sea en
tácticas de tortura o en “lucha contrainsurgente”, sea en el uso de las armas
que les venden o en el respeto debido a los intereses norteamericanos.
En Venezuela, los mismos que
formaron a los asesinos de la Escuela Mecánica de la Armada argentina o que
sostuvieron al asesino Pinochet lo tienen complicado (el asalto por parte de
mercenarios vestidos de militares a un cuartel en Carabobo buscaba construir la
sensación de fisuras en el ejército, algo que a día de hoy no parece
que exista).
Igual que ha comprado militares,
Estados Unidos siempre ha comprado jueces, periodistas, profesores, diputados,
senadores, presidentes, sicarios y a quien hiciera falta para mantener a
América como su “patio trasero”. El cártel mediático internacional siempre le
ha cubierto las espaldas. Es la existencia de Estados Unidos como imperio lo
que ha construido el ejército venezolano. Los nuevos oficiales se han formado
en el discurso democrático soberano y antiimperialista. Son mayoría.
Hay también una oficialidad -la
mayoría ya jubilándose- que se formó en la vieja escuela y sus razones para
defender la Constitución venezolana serán más particulares. Las deficiencias
del Estado venezolano afectan también al ejército, aún más en zonas problemáticas
como las fronteras. Pero los cuarteles en Venezuela están con el presidente
constitucional. Y por eso es aún más patético escuchar al demócrata Felipe
González pedir a los militares venezolanos que den un golpe contra el gobierno
de Nicolás Maduro.
5. A esas dificultades de heredar
los equilibrios estatales y los acuerdos en la región (la amistad de Chávez con
los Kirchner, con Lula, con Evo, con Correa, con Lugo), hay que añadir que la
pugna de Arabia Saudí con el fracking y con Rusia, hundió los precios del
petróleo, principal riqueza de Venezuela. Esta inesperada caída del precio del
petróleo colocó al gobierno de Maduro en una situación complicada (es el
problema de los “monocultivos”. Basta para entenderlo pensar qué ocurriría en
España si se hundiera un 80% el turismo por causas ajenas a ningún gobierno.
¿Sacaría Rajoy siete u ocho millones de votos en una situación así?). Maduro ha
tenido que reconstruir los equilibrios de poder en un momento de crisis
económica brutal.
6. La oposición en Venezuela lleva
intentando dar un golpe de Estado desde el mismo día que ganó Chávez. Venezuela
fue el mascarón de proa del cambio continental. Acabar con Venezuela es abrir
la espita para que ocurra lo mismo en los sitios donde aún no ha regresado el
neoliberalismo. A las oligarquías les molestan los símbolos que debilitan sus
puntos de vista. Pasó con la II República en 1936, pasó en Chile con Allende en
1973. Acabar con la Venezuela chavista es regresar a la hegemonía neoliberal e,
incluso, a las tentaciones dictatoriales de los años setenta.
7. Venezuela tiene además las reservas de petróleo más grandes del mundo,
agua, biodiversidad, el Amazonas, oro, coltán -quizá la reserva más grande
del mundo de coltán-.
Los mismos que han llevado la
destrucción a Siria, a Irak o a Libia para robarles el petróleo, quieren hacer
lo mismo en Venezuela. Necesitan ganarse previamente a la opinión pública para
que el robo no sea tan evidente. Necesitan reproducir en Venezuela la misma
estrategia que construyeron cuando hablaban de armas de destrucción masiva en
Irak. ¿O no se creyó mucha gente honesta que había armas de destrucción masiva
en Irak?
Hoy, aquel país antaño próspero es
una ruina. Quien se creyó aquellas mentiras del PP, que mire cómo está hoy
Mosul. Enhorabuena a los ingenuos. Las mentiras siguen todos los días. La
oposición puso una bomba al paso de policías en Caracas y todos los medios
impresos publicaron la foto como si la responsabilidad fuera de Maduro. Un
helicóptero robado lanzó granadas contra el Tribunal Supremo y los medios lo
silenciaron. Son actos terroristas. De esos que abren portadas y los
telediarios. Salvo cuando suceden en Venezuela. Un referéndum ilegal en
Venezuela “presiona al régimen hasta el límite”. Un referéndum ilegal en
Catalunya es un acto cercano al delito de sedición.
8. El cártel mediático
internacional ha encontrado un filón. Se trata de una reedición del miedo ante
la Rusia comunista, la Cuba dictatorial o el terrorismo internacional (nunca
dirán que el ISIS es una construcción occidental financiada con capital
norteamericano principalmente). Venezuela se ha convertido en el nuevo demonio.
Así se les permite acusar de “chavistas” a los adversarios y les evita hablar
de la corrupción, del vaciamiento de las pensiones, de la privatización de los
hospitales, las escuelas y las universidades o de los rescates bancarios.
Mélenchon, Corbyn, Sanders, Podemos
o cualquier fuerza de cambio en América Latina son descalificados con la
acusación de chavistas, ahora que acusar de comunistas o de etarras tiene poco
recorrido. El periodismo mercenario lleva años con esa estrategia. Nadie nunca
ha explicado qué política genuinamente bolivariana va en los programas de los
partidos de cambio. Pero da lo mismo. Lo importante es difamar. Y gente de
buena voluntad termina creyendo que hay armas de destrucción masiva o que Venezuela
es una dictadura donde, curiosamente, todos los días la oposición se manifiesta
(incluso atacando instalaciones militares), donde los medios critican
libremente a Maduro (no como en Arabia Saudí, Marruecos o Estados Unidos) o donde
la oposición gobierna en alcaldías y regiones.
Es la misma táctica que construyó
durante la guerra fría el “peligro comunista”. Por eso en España, con
Venezuela, tenemos una nueva Comunidad Autónoma de la que solamente falta que
nos digan al final de los telediarios el tiempo que va a hacer en Caracas ese
día. De cada cien veces que se dice “Venezuela”, noventa y cinco sólo buscan
distraer, ocultar o mentir.
9. Venezuela tiene un problema
histórico que no ha resuelto. Al carecer de minas durante la colonia, no fue un
Virreinato, sino una simple capitanía general. El siglo XIX fue una guerra
civil permanente, y en el siglo XX, cuando se empezó a construir el Estado, ya
tenían petróleo. El Estado venezolano siempre ha sido rentista, carente de
eficacia, agujereado por la corrupción y rehén de las necesidades económicas de
los Estados Unidos acordadas con las oligarquías locales. El choque entre
la Asamblea y la jefatura del Estado actual debiera haberse zanjado
jurídicamente. Señales de la ineficiencia vienen siendo evidentes desde hace
tiempo. El rentismo venezolano no se ha superado. Venezuela redistribuyó la
renta del petróleo entre los más humildes, pero no ha superado esa cultura
política rentista ni ha mejorado el funcionamiento de su estado.
Pero no nos engañemos. Brasil tiene
una estructura jurídica más consolidada y el Parlamento y algunos jueces han
dado un golpe de Estado contra Dilma Roussef. Donald Trump puede cambiar a
la Fiscal General y no pasa nada, pero si lo hace Maduro, Jefe del Estado
igualmente elegido en unas elecciones, se le acusa de dictador. Una parte
de las críticas a Maduro son tramposas porque olvidan que Venezuela es un
sistema presidencialista. Por eso, la Constitución permite al presidente
convocar una asamblea constituyente. Gustará más o menos, pero el artículo
348 de la Constitución vigente de Venezuela faculta al presidente en esa tarea,
igual que en España el presidente del gobierno puede disolver el parlamento.
10. Zapatero y otros expresidentes,
el Papa, Naciones Unidas vienen pidiendo a ambas partes en Venezuela que
dialoguen. La oposición reunió en torno a siete millones de votos (si bien es
más complicado que puedan llegar a ese acuerdo en torno a un candidato o
candidata a la presidencia del país). Maduro, en un contexto regional muy
complicado, con fuertes estrecheces económicas que afectan a la compra de
insumos básicos, incluidas medicinas, ha juntado ocho millones de
votos (aunque sean siete, según las declaraciones tan sospechosas del presidente
de Smarmatic, que acaba de firmar un contrato millonario en Colombia).
Venezuela está claramente dividida.
La oposición, como otras veces, ha optado por la violencia y luego no entiende
que Maduro sume tantos millones de apoyos. Si en España un grupo quemase centros
de salud, quemase escuelas, disparara contra el Tribunal Supremo, asaltara
cuarteles, contratara a marginales para sembrar el terror, impidiese con formas
de lucha callejera el tránsito e, incluso, quemase vivas a personas por pensar
diferente, ¿alguien se extrañaría que la ciudadanía votase en la dirección
contraria a esos locos?
11. Fracasada la vía
violenta, a la oposición venezolana le quedan dos posibilidades: seguir
con la vía insurreccional, alentada por el Partido Popular, Donald Trump
y la extrema derecha internacional, o intentar ganar en las urnas. Estados
Unidos sigue presionando (en declaraciones a un semanario uruguayo, el presidente
Tabaré dijo que votó para expulsar ilegalmente a Venezuela del Mercosur por
miedo a las represalias de los países grandes).
57 países de Naciones Unidas han
exigido que se respete la soberanía de Venezuela. Como Estados Unidos no logra
mayoría para forzar a Venezuela, insiste en inventar espacios (como la
Declaración de Lima, sin ninguna fuerza jurídica porque no han conseguido
mayoría en la OEA). La derecha mundial quiere acabar con Venezuela, aunque
eso le cueste sangre y fuego a la población venezolana. Por eso algunos
opositores, como Henry Ramos-Allup, han llamado al fin de la violencia. Venezuela
tiene en el horizonte elecciones municipales y regionales. Es el escenario
donde la oposición debiera demostrar esa mayoría que reclaman. Venezuela
tiene que convocar esas elecciones y es una oportunidad excelente para medir
electoralmente las fuerzas. Porque, de lo contrario, el choque que estamos
viendo se enquistará y se convertirá en una gangrena terrible.
¿A quién le interesa una guerra
civil en Venezuela? No nos engañemos. Ni al PP ni a Trump le interesan los
derechos humanos. Si así fuera romperían con Arabia Saudí, que va a decapitar a
quince jóvenes por manifestarse durante la Primavera Árabe, o dan latigazos a
las mujeres que conducen; o con Colombia, donde van 150 asesinados por los
paramilitares en los últimos meses; o en México, donde se asesina cada mes a
algún periodista y aparecen fosas comunes con decenas de cadáveres. Penas de 75
años están pidiendo en Estados Unidos contra manifestantes contra las políticas
de Trump. Venezuela se ha convertido en España en la 18 comunidad autónoma
sólo porque el presidente Rajoy ha tenido que comparecer como testigo por la
corrupción en su partido. Es más airoso hablar de Venezuela que de la
corrupción de los 800 cargos del PP imputados.
Hay ingenuos que les
creen. ¿Qué dirán ahora que el grueso de la oposición ha aceptado
participar en las elecciones regionales? El pacto entre el PSOE y Podemos en
Castilla-La Mancha ha sido presentado por la derecha manchega como el comienzo
de la venezonalización de España. Cuánta caradura y cuánta estupidez. Hay gente
que les cree.
Mientras, el PP guarda
silencio ante, por ejemplo, las persecuciones que la dictadura monárquica
marroquí, hace en España de los disidentes políticos, o encarcela por orden del
dictador Erdogan a un periodista crítico con la dictadura turca. ¿Nos va a
decir alguien que a estos gobiernos les interesan los derechos humanos?
Conclusión: no hace falta
comulgar, ni mucho menos, con Maduro y su manera de hacer las cosas, para no aceptar
el golpe de estado que se quiere construir en Venezuela.
Estamos hablando de no volver a
cometer los mismos errores creyéndonos las mentiras que construyen los
medios. Venezuela tiene que solventar sus problemas dialogando. Y es
evidente que tiene problemas. Pero dos mitades enfrentadas no van a ningún lado
monologando. Aunque a una parte le apoyen los países más poderosos del ámbito
neoliberal. Ni el PP ni la derecha quieren diálogo. Quieren que Maduro se
entregue.
¿Y cree alguien que los ocho millones
de votantes de la Asamblea Constituyente se iban a quedar de brazos cruzados?
El nuevo gobierno les reprimiría e, incluso, les asesinaría. Los medios dirían
que la democracia venezolana se estaría defendiendo de los enemigos de la
democracia. Y volvería a haber gente ingenua que les creería.
Desde el resto del mundo, en nombre
de la democracia, bastan dos cosas: exigir y alentar el diálogo en Venezuela, y
entender que sería bueno no permitir ni al PP ni a las derechas
internacionales, empezando por Donald Trump, reeditar una de sus miserias más
horribles que consiste en sembrar dolor en otros sitios para ocultar el dolor
que construyen en nuestros propios países.