José
M. Castillo S.
www.religiondigital.com/140614
En vísperas de la
proclamación de Felipe VI como rey de España, se anda diciendo que el nuevo
monarca seguramente no va a jurar, ante un crucifijo y una Biblia, el cargo de
jefe del estado que asumirá en breve. En caso de no jurar, sino de limitarse a
prometer fidelidad a la Constitución, ¿hace bien o hace mal?
Por supuesto, si Felipe
VI no hace un juramento (invocar a Dios), sino una promesa (dar su palabra),
hace lo que tiene que hacer, si es que este asunto se contempla desde el punto
de vista constitucional. Si la Constitución es aconfesional, la toma de
posesión del jefe del estado debe serlo también. Pero, ¿y si esta situación se
analiza a fondo desde el punto de vista religioso? Si sociológicamente España
sigue siendo un país religiosamente cristiano (y católico), ¿no sería lo más
coherente que este nuevo rey haga, al ser coronado como tal, lo mismo que han
hecho, en la larga historia de la monarquía, todos los reyes que en España
hemos tenido?
La respuesta ahora
tiene que ser más tajante que si la cosa se mira solamente desde una
consideración meramente política, jurídica, civil o laica. Quiero decir, si
pensamos en este asunto desde la fe cristiana, es decir, desde el Evangelio,
entonces es cuando hay que oponerse con firmeza a que el rey (o cualquier otro
ciudadano, que se considere cristiano) haga un juramento.
Por una razón tan clara
como sencilla: el Evangelio prohíbe
jurar. Lo dijo Jesús de forma terminante: “Yo os digo que no juréis en
absoluto: no por el cielo... No por la tierra... Tampoco por vuestra cabeza...
A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno” (Mt 5,
33-37). Por eso tenía toda la razón del mundo Soren Kierkegaard cuando advirtió
que no tiene razón alguna hacer un juramento poniendo la mano sobre un libro
(la Biblia) que prohíbe jurar.
Y sin embargo, los
juramentos se encuentran entre todos los pueblos y en todas las culturas. ¿Por
que? Porque son un símbolo primario de la religión. Dado lo que es la condición
humana, y supuesto que los humanos (con demasiada frecuencia) anteponemos
nuestros intereses o conveniencias a la realidad de lo que es “lo verdadero”,
también con demasiada frecuencia los humanos nos comportamos como unos
perfectos embusteros. De ahí que nuestra palabra, tantas y tantas veces, no
merece crédito alguno.
Por eso, desde que en
este mundo hay religión, ni los contratos, ni los tratados, ni la
administración de justicia funciona sin un juramento. Así, el juramento es el
lugar donde claramente se encuentran la religión, la moralidad y la ley. Y esto
se hace con una finalidad evidente: para que un poder superior y absoluto le dé
a nuestra palabra humana el poder y la credibilidad que ella por sí misma, y por
sí sola, no tiene. De ahí, la necesidad que tienen de la religión sobre todo
los más embusteros.
Y me permito acabar
esta breve reflexión con una última sugerencia. La postura tajante del
Evangelio contra los juramentos es, en el fondo, una postura tajante contra la
religión. O, si se prefiere, es una de las pruebas más claras de que,
efectivamente, el Evangelio no es un “libro de religión”, sino un “proyecto de
vida”. Cuando Jesús dijo “a vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí
viene del Maligno” (Mt 5, 37), en última instancia, lo que Jesús estaba
afirmando era la condición laica del Evangelio.
Jesús nos estaba
diciendo a todos los seres humanos: tenéis que ser tan profundamente humanos,
tan auténticos, tan cabales, tan sinceros, tan honrados, que quien se vea en la
necesidad de echar mano de los dioses para marrarlos a nuestras palabras
(tantas veces interesadas y falsas), ése está diciendo (sin darse cuenta de lo
que dice), no solamente que es un mentiroso, y por eso pone a Dios por testigo
de su credibilidad, sino que además hace eso porque en su vida actúa como motor
el Maligno.
Porque eso, y no otra
cosa, es lo que hace Satanás: utilizar a Dios para que me dé la credibilidad
que yo no merezco. Cuando la religión se utiliza para esto, como se utiliza
para hacer carrera, para mandar sobre los débiles, para defender intereses o
conveniencias, en definitiva, para disfrazar nuestras contradicciones y hasta
nuestras maldades, semejante religión no es cosa de Dios. Es cosa muy oscura,
que viene del Maligno.