Nazanin
Armanian
www.publico.es/260614
Sólo durante los
primeros cinco meses del año, alrededor de 3.500 ciudadanos iraquíes de a pie,
de todos los credos, edades y condiciones, fueron asesinados en los atentados
realizados por grupos de origen oscuro. A este dato hay que añadir la cifra de
varios miles de personas ejecutadas en las últimas semanas por el misterioso
grupo Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS, por sus siglas en inglés), al
que la BBC, la emisora estatal británica, llama “combatiente” y no terrorista.
¿Qué ha pasado en Irak
—este milenario crisol de etnias y religiones— para que sus ciudadanos, de
repente, “hayan decidido” matarse entre sí en nombre de Alá, en vez de hablar
con pasión, como lo hacían en los cafés de los años 50 y 60, del panarabismo y
del socialismo, de un futuro de paz y desarrollo?
Desde entonces ha
llovido mucho sobre este sufrido pueblo.
Fundado sobre las
ruinas del Imperio Otomano tras la Primera Guerra Mundial, los británicos y
franceses que crearon nuevos Estados —y a pesar de su promesa, se negaron a
asignar también uno a los kurdos— excluyeron a los chiíes del poder por la
negativa de sus ayatolás a ratificar la Constitución fundacional del 1924. El
hecho de que una élite de árabes suníes monopolizara el poder en Irak y lo
repartiera sólo entre las tribus afines obstaculizó el proceso de la formación
de un Estado-Nación.
Otro golpe mortal le
fue asestado con las agresiones militares encabezadas por EEUU, primero en
1991, al apoyar a los árabes chiíes y kurdos suníes, en perjuicio de los árabes
suníes, y luego en 2003, con la instalación de una teocracia árabe-chií en el
país. Era de cajón que un régimen de rasgos medievales, totalitario y sectario
que, además, se corrompió con los petrodólares, en una sociedad de tradiciones
semi laicas, desarrollada y con diferentes sectores étnico-religiosos, no iba a
tener apoyo. Ni siquiera entre los chiíes que también están divididos por las
clases sociales: miles de familias de Bagdad (nombre persa que significa
“Regalo de dios”) carecen de agua potable y electricidad, mientras caminan
sobre un mar de oro negro cuyas rentas acaban en el bolsillo de cuatro
individuos.
Fidelidades tribales
antes que religiosas
Más que mimar a los
correligionarios, los dictadores que han dirigido Irak, desde la era de Ba’as
hasta la actualidad, han tenido como base social a un pequeño segmento de la
población, por los lazos familiares, tribales, clientelismo y el sistema de
patronazgo, discriminando no sólo al resto de la población por su credo, etnia
y clase social, sino también a la mayoría de personas con las que compartían la
religión.
Así, Saddam Hussein,
pensando en el lema de “uno para todos, todos para uno”, cuidó de los clanes
árabe-suníes de Tikrit dándoles poder y privilegios en su organigrama político,
esperando su fidelidad absoluta. Su mente limitada de déspota narcisista no
podría imaginar que en el mercado del capitalismo, hasta el honor y la sangre
se comercializan y el más leal, devoto, nacionalista o patriota puede venderle
por mucho menos que los 25 millones de dólares de premio que EEUU había
asignado por su captura (ver Saddam: verdugo, héroe, mártir). Este mismo
sistema, el de recompensar la lealtad por encima de otros criterios, también se
ha aplicado en Siria.
Aun así, la familia en
el sentido corleoniano del término, se presentaba como el único
espacio seguro para un solitario y aterrorizado gobernante de esta clase.
Samuel Huntington se
tiraría de los pelos
“Los musulmanes
incivilizados se unirán contra el Occidente judeo-cristiano progresista”, ha
sido una de las sentencias de la teoría del profesor estadounidense Samuel
Huntington y que sigue sirviendo a los intereses bélicos de los cárteles de
armas y de petróleo (ver Ni choque ni
diálogo de civilizaciones). Oculta tanto la lucha de clases que discurre
en todos los países del mundo, como la alianza entre las oligarquías
mundiales. Si no, ¿cómo explicaría la profunda amistad entre los jeques saudíes
—unos fanáticos wahabíes— con los gobiernos “cristianos” occidentales,
contra los seguidores de Mahoma y de Jesús en Irak, Siria o Libia?
Un
ciudadano iraquí primero es iraquí, luego árabe, kurdo o turcomano
perteneciente a una tribu determinada, y en tercer lugar es suní, chií, ateo,
izadi, etc. Por esta lógica, es un error considerar a los chiíes iraquíes como “la
quinta columna de Irán”. Durante la larga guerra irano-iraquí (1980-1988) los
soldados de ambos lados de mayoría chií no reparaban de matarse unos a otros.
Allá donde dichas corrientes del Islam son minoría —como los suníes de Irán o
los chiíes de Arabia Suadi, Kuwait, Indonesia, Egipto, Pakistán, etc.— luchan
por conseguir derechos para ciudadanía, no se juegan la vida defendiendo un
país extranjero (para más información sobre estas dos corrientes
del Islam ver Diferencias entre el chiísmo y el
sunismo).
Los desclasados: bomba
de relojería
En los países
musulmanes, todos capitalistas y dirigidos por la derecha secular o religiosa,
el conflicto inter-clase convive con la lucha de millones de personas
desclasadas —fruto de un capitalismo fallido que ha sido más comprador que industrial—
por encontrar un lugar en la comunidad. Protegidas por unos fuertes lazos
sociales y familiares precapitalistas, esta peligrosa masa deforme, el
lumpemproletariado, se deja moldear por quienes pueden ostentar el poder. No
les costará cambiar de chaqueta, de bando, de credo y de convicciones o matar y
torturar a otros, con tal de mostrar sus méritos a los pequeños y grandes
líderes (Führer), también productos de estas circunstancias anómalas.
Los dos millones de
hombres iraquíes que deberían estar construyendo su país y ahora se han
apuntado para ir a Yihad contra el ISIS forman parte de este desolador panorama
social (ver Los marxistas
y los islamismos, desde la experiencia de Irán).
Es así como el Ejército
de al-Mahdi de Muqtada al-Sadr se ha enfrentado con el Gobierno chií o
contra los ocupantes, a veces incluso uniéndose con las milicias del clérigo
suní Ahmed Kubeisi. El poder y el dinero —que no la religión— también son
los factores que explican la matanza de los suníes del Jabhat al-Nusra por los
suníes del ISIS.
Los Sunshis
Millones de hombres y
mujeres suníes y chiíes han unido sus vidas en matrimonio, innovando el
concepto Sunshi: ya sabíamos que el amor está por encima de la fe, pero pocos
saben que el islamismo político fue promovido en la Guerra Fría (ver Islam político: empujando la historia hacia atrás) y que hasta
entonces, al igual que los fieles de otros credos, los musulmanes practicaban
aquellas normas religiosas que les hacían felices en este mismo mundo y si
cometían algún pecado, contaban con un dios misericordioso. Que unos hombres se
autoproclamasen representantes de Dios en la tierra y convirtieran los pecados
en delitos de duros castigos (relaciones extramatrimoniales, la homosexualidad
o el escalofriante caso de la mujer sudanesa condenada a muerte
por apostasía) era y aún es inaudito, increíble.
En Irak no es extraño
encontrar comunidades de chiíes dirigidas por un suní y viceversa. Los
matrimonios entre personas de distintas creencias son millones en Oriente
Próximo sobre todo en el Golfo Pérsico, en las “zonas mixtas”, como las
ciudades fronteras entre dos nacionalidades. De hecho, Abd al-Karim Qasim,
el primer presidente después de la revolución de 1958, era fruto de un
matrimonio chií-suní, también lo fue Benazir Bhutto, hija de madre chií
iraní y padre suní paquistaní, Zulfiqar Ali Bhutto, ex primer
ministro del país.
¿Fin del poder chií en
Irak?
Israel y Arabia Saudí,
que llevan años pidiendo a Washington que bombardee Irán, no le han perdonado
que su protector instalara en Irak un Gobierno chií, ampliando la influencia de
Teherán en un país árabe. Ahora parece que sus intentos de poner fin al
primer estado chií en Irak estén dando sus frutos. La Casa Blanca ha
organizando un golpe de Estado “blando” para apartar a Nuri Al Maliki.
Irán se enfrenta ahora
a dos problemas importantes en su política exterior: mientras vigila los
acontecimientos de Siria, está viendo cómo el país que hacía de tapón —Irak— se
ha vuelto en llamas alcanzando sus propias fronteras.
Al principio Teherán,
consciente de la ineptitud de Maliki, no se opondría a su cese siempre y cuando
las tropas americanas no vuelvan a patrullar las calles de Irak.
Ahora, la pelota está
en el tejado de Obama:
1. O se rinde ante la
presión republicana-israelí-saudí, apartando a los chiíes del poder en Irak y
también en Siria (el Pentágono ha creado un espacio único, al igual que con
Af-Pak, en Asia Central), para luego y en nombre de la paz, bombardear Irak.
Esta sería una declaración de guerra a Teherán (ver Alauismo, Geopolítica de una religión).
2. O colabora con Irán
y Rusia, buscando una salida política consensuada con las potencias regionales
(¡el pueblo iraquí seguirá sin voz ni voto!) y así dar espalda al aquel eje
anti iraní. Opción poco probable, a pesar de sus consecuencias.