Leonardo Boff
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Vivimos el tiempo de los “pos”:
pos-moderno, pos-capitalista, pos-neoliberal, pos-comunismo, pos socialismo,
pos-democracia, pos-religioso, pos-cristiano, pos-humano y recientemente pos-verdad.
Prácticamente todo tiene su pos. Tal hecho denota solamente que no hemos
encontrado todavía el nombre que defina a nuestro tiempo, y estamos viviendo
rehenes del viejo. Sin embargo, aquí y allá asoman señales de que algún nombre
adecuado está por llegar. En otras palabras, no sabemos aún cómo definir la
identidad de nuestro tiempo.
Así ocurre con la expresión posverdad.
Esta fue acuñada por un dramaturgo serbio-norteamericano, Steve Tesich, en un
artículo de la revista The Nation de 1992 y retomada después por él al
referirse irónicamente al escándalo de la Guerra del Golfo. El presidente Bush hijo,
reunido con todo el Gabinete, pidió permiso para retirarse algunos minutos.
Fundamentalista como era, iba a consultar al buen Señor. Dice, “de rodillas
pedí al Buen Señor luces para la decisión que iba a tomar; tuve claro que
debíamos ir a la guerra contra Saddam Hussein”. Las informaciones más seguras
afirmaban que no había armas de destrucción masiva. Era una posverdad. Pero
gracias al “Buen Señor”, contra todas las evidencias, reafirmó: “Vamos a la
guerra”. Y, bárbaros, fueron y destruyeron una de las civilizaciones más
antiguas del mundo.
El diccionario Oxford de 2016 la escogió
como la palabra del año. La define así: “Lo que es relativo a la circunstancia
en la cual los hechos objetivos influyen menos en la opinión pública que las
emociones y creencias personales”. No
importa la verdad; sólo cuenta la mía. El periodista británico Matthew
D’Ancona le dedicó un libro entero titulado “Pos-verdad: la nueva guerra contra
los hechos en tiempos de fake news
(Faro Editorial 2018). En él muestra cómo se da el predominio de la creencia y
de la convicción personal sobre el hecho bruto de la realidad.
Es doloroso verificar que toda la
tradición filosófica de Occidente y de Oriente, que significó un esfuerzo
exhaustivo en la búsqueda de la verdad de las cosas, está siendo ahora
invalidada por un inaudito movimiento histórico que afirma que la verdad de la
realidad y la dureza de los hechos es algo irrelevante. Lo que cuenta son mis
creencias y convicciones: sólo serán acogidos aquellos hechos y aquellas
versiones, sean verdaderas o falsas, que encajan con estas creencias y
convicciones mías. Ellas representarán para mí la verdad. Esto funcionó
ampliamente en las campañas presidenciales de Donald Trump y de Jair Bolsonaro.
Si Sócrates, que dialogaba incansablemente
con sus interlocutores sobre la verdad de la justicia, de la belleza y del
amor, constatase el predominio de la posverdad, seguramente no necesitaría
tomar la cicuta: Moriría de tristeza.
La
posverdad denota la profundidad de la crisis de nuestra civilización.
Representa la cobardía del espíritu que no consigue ver y convivir con aquello
que es.
Tiene que deformarlo y acomodarlo al gusto subjetivo de las personas y de los
grupos, generalmente políticos.
Aquí son oportunas las palabras del poeta
español, Antonio Machado, huido de la persecución de Franco: “¿Tu verdad? No,
la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”. Ahora
vergonzosamente ya no es necesario buscar juntos la verdad. Educados como
individualistas por la cultura del capital, cada uno asume como verdad la que
le sirve. Pocos se enfrentan con la verdad “verdadera” y se dejan medir por
ella. Pero la realidad resiste y se impone y nos da duras lecciones.
Bien observaba Ilya Prigogine, premio
Nobel de termodinámica en su libro El fin
de las certidumbres (1996): vivimos el tiempo de las posibilidades más que
de las certidumbres, lo que no impide buscar la verdad de las leyes de la
naturaleza. Zygmunt Bauman prefería hablar “de las realidades líquidas” como
una de las características de nuestro tiempo. Lo decía más bien con ironía,
pues de este modo se sacrificaba la verdad de las cosas (de la vida, del amor
etc). Sería el imperio del everything
goes: del todo vale. Pero sabemos que no todo vale, como violar a un niño.
La posverdad no se identifica con las fake
news: estas son mentiras y calumnias difundidas a millones por los medios
digitales en contra de personas o partidos. Tuvieron un papel decisivo en la
victoria de Bolsonaro así como en la de Trump. Aquí se da por válido el
descaro, la falta de carácter y una total falta de compromiso con los hechos. En
la posverdad predomina la selección de aquello, verdadero o falso, que se
adecúa a mi visión de las cosas. Su defecto es la falta de crítica y de
discernimiento para buscar lo que es realmente verdadero o falso.
No creo que estemos ante una era de la
“posverdad”. Lo que es perverso no tiene cómo sustentarse por sí mismo para
fundar una historia. La palabra decisiva la tiene siempre la verdad cuya luz
nunca se apaga.
*Leonardo Boff es filósofo y ha escrito Tiempo de Transcendencia: el ser humano como
proyecto infinito, Sal Terrae, 2007.