Yuval Noah Harari
www.cpalsocial.org / 24-03-2020
Esta tormenta pasará. Pero las decisiones que
hoy tomemos cambiarán nuestra vida en los años venideros.
La humanidad hoy enfrenta una crisis global.
Quizás la mayor crisis de nuestra generación. Las decisiones que las personas y
los gobiernos tomen en las próximas semanas probablemente moldeen el mundo en
los años venideros. No solo moldearán nuestros sistemas de salud, sino también
nuestra economía, nuestra política y nuestra cultura. Debemos actuar rápida y
decididamente. También debemos tener en cuenta las consecuencias de largo plazo
de nuestras acciones. Cuando elegimos entre alternativas, no solo debemos
preguntarnos cómo superar la amenaza inmediata, sino también qué tipo de mundo
habitaremos una vez pase la tormenta. Sí, la tormenta pasará, la humanidad
sobrevivirá, la mayoría de nosotros seguiremos vivos, pero habitaremos un mundo
diferente.
Muchas medidas de emergencia de corto plazo se
convertirán en hábitos de vida. Esa es la naturaleza de las emergencias. Los
procesos históricos avanzan rápidamente. Decisiones que en tiempos normales
toman años de deliberación se aprueban en cuestión de horas. Entran en servicio
tecnologías inmaduras e incluso peligrosas, porque los riesgos de no hacer nada
son mayores. Países enteros sirven como conejillos de indias en experimentos
sociales de gran escala. ¿Qué sucede cuando todos trabajan en casa y solo se
comunican a distancia? ¿Qué sucede cuando escuelas y universidades operan en
línea? En tiempos normales, gobiernos, empresas y juntas educativas nunca
aceptarían realizar tales experimentos. Pero estos no son tiempos normales.
En este momento de crisis, enfrentamos dos
opciones muy importantes. La primera, entre la vigilancia totalitaria y el
empoderamiento ciudadano. La segunda, entre el aislamiento nacionalista y la
solidaridad global.
Vigilancia
bajo la piel
Para detener la epidemia, poblaciones enteras
deben cumplir ciertas directrices. Hay dos principales maneras de lograrlo. Un
método es que el gobierno vigile a las personas y castigue a quienes infringen
las reglas. Hoy, por primera vez en la historia humana, la tecnología hace
posible vigilar a todos todo el tiempo. Hace cincuenta años, la KGB no podía seguir
a 240 millones de ciudadanos soviéticos las 24 horas del día, ni podía procesar
efectivamente toda la información que recogía. La KGB dependía de agentes y
analistas humanos, y no podía poner un agente humano para seguir a todos los
ciudadanos. Pero ahora los gobiernos pueden confiar en sensores ubicuos y
algoritmos poderosos en vez de espías de carne y hueso.
En la batalla contra la epidemia de
coronavirus, algunos gobiernos ya han usado los nuevos instrumentos de
vigilancia. El caso más notable es China. Vigilando atentamente los teléfonos
inteligentes de las personas, usando centenares de
millones de cámaras[JS1] de reconocimiento facial y obligando a las personas a
comprobar e informar sobre su temperatura corporal y su condición médica, las
autoridades chinas no solo pueden identificar rápidamente portadores
sospechosos de coronavirus, sino rastrear sus movimientos e identificar a todos
con los que han estado en contacto. Una variedad de aplicaciones móviles
advierte a los ciudadanos su proximidad a pacientes infectados.
Este tipo de tecnología no se limita al este asiático.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, hace poco autorizó a la Agencia
de Seguridad de Israel a usar tecnología de vigilancia normalmente reservada
para combatir terroristas para rastrear pacientes con coronavirus. Cuando el
subcomité parlamentario pertinente se negó a autorizar la medida, Netanyahu la
impuso con un “decreto de emergencia”.
Se puede argumentar que no hay nada nuevo en
todo esto. En los últimos años, tanto los gobiernos como las corporaciones han
utilizado tecnologías cada vez más sofisticadas para rastrear, vigilar y
manipular a las personas. Sin embargo, si no somos cuidadosos, la epidemia
podría marcar un hito importante en la historia de la vigilancia. No solo
porque podría normalizar el uso de instrumentos de vigilancia masiva en países
que hasta hoy los han rechazado, sino aún más porque significa una transición
dramática de la vigilancia “sobre la piel” a la vigilancia “bajo la piel”.
Hasta ahora, cuando se tocaba con el dedo la
pantalla de un teléfono inteligente y se hacía clic en un enlace, el gobierno
quería saber exactamente dónde se había hecho clic. Pero con el coronavirus, el
centro de interés cambia. Hoy el gobierno quiere saber la temperatura del dedo
y la presión arterial debajo de la piel.
El pudín
de emergencia
Uno de los problemas que enfrentamos al
determinar en qué estamos en materia de vigilancia es que ninguno de nosotros
sabe exactamente cómo nos están vigilando y qué ocurrirá en los próximos años.
La tecnología de vigilancia se desarrolla a gran velocidad, y lo que parecía
ciencia ficción hace diez años son hoy viejas noticias. Como experimento
mental, considera un gobierno hipotético que exige que cada ciudadano use un
brazalete biométrico que monitorea la temperatura corporal y la frecuencia
cardíaca las 24 horas del día. Los datos resultantes son atesorados y
analizados por algoritmos del gobierno. Los algoritmos sabrán que estás enfermo
incluso antes de que tú lo sepas, y también sabrán dónde has estado y con quién
te has encontrado. Las cadenas de infección también se pueden acortar
drásticamente e incluso romper del todo. Tal sistema podría detener la epidemia
en cuestión de días. Suena maravilloso, ¿verdad?
El aspecto negativo es, supuesto, que
legitimaría un nuevo y terrorífico sistema de vigilancia. Si sabe, por ejemplo,
qué hice clic en un enlace de Fox News y no en un enlace de CNN, eso le puede
decir algo sobre mis puntos de vista políticos y quizá incluso sobre mi
personalidad. Pero si puede controlar lo que sucede con la temperatura de mi
cuerpo, la presión arterial y la frecuencia cardíaca mientras veo el video
clip, puedo saber qué me hace reír, qué me hace llorar y qué me enfurece.
Es esencial recordar que la ira, la alegría, el
aburrimiento y el amor son fenómenos biológicos, igual que la fiebre y la tos.
La misma tecnología que identifica la tos podría identificar las risas. Si las
corporaciones y los gobiernos empiezan a recolectar en masa nuestros datos biométricos,
pueden llegar a conocernos mucho mejor que nosotros mismos, y no solo predecir
nuestros sentimientos sino también manipularlos y vendernos lo que quieran,
bien sea un producto o un político El monitoreo biométrico haría que las
tácticas de hackeo de datos de Cambridge Analytica parezcan de la Edad de
Piedra. Imagina una Corea del Norte en 2030, cuando cada ciudadano tenga que
usar un brazalete biométrico las 24 horas del día. Si alguien escucha un
discurso del Gran Líder y el brazalete recoge los signos reveladores de ira,
estará acabado.
Se puede, por supuesto, estar a favor del
monitoreo biométrico como una medida temporal durante un estado de emergencia.
Que desaparecería una vez termine la emergencia. Pero las medidas temporales
tienen el feo hábito de sobrevivir a las emergencias, en especial porque
siempre hay una nueva emergencia acechando en el horizonte. Mi país de origen,
Israel, por ejemplo, declaró un estado de emergencia durante su Guerra de
Independencia de 1948, lo que justificó una serie de medidas temporales, desde
la censura de prensa y la confiscación de tierras hasta regulaciones especiales
para hacer tortas (no es broma). La guerra de la independencia se ganó hace
mucho tiempo, pero Israel nunca declaró que la emergencia había terminado y no
ha abolido muchas de las medidas “temporales” (el decreto de emergencia sobre
las tortas se abolió misericordiosamente en 2011).
Incluso cuando las infecciones por coronavirus
se reduzcan a cero, algunos gobiernos hambrientos de datos podrían argumentar
que necesitan mantener los sistemas de monitoreo biométrico porque hay una
nueva ola de coronavirus, o porque hay una nueva cepa de ébola en África
central, o porque... ¡ya entiendes la idea! Se ha librado una gran batalla en
los últimos años por nuestra privacidad. La crisis del coronavirus podría ser
el punto de inflexión de la batalla. Cuando a las personas se les da la
posibilidad de elegir entre privacidad y salud, normalmente eligen la salud.
La
policía de jabón
Pedirle a la gente que elija entre privacidad y
salud es, de hecho, la causa del problema. Porque esta es una elección falsa.
Podemos y debemos disfrutar de la privacidad y de la salud. Podemos elegir
proteger nuestra salud y detener la epidemia de coronavirus, no estableciendo
regímenes de vigilancia totalitaria, sino empoderando a los ciudadanos. En las
últimas semanas, Corea del Sur, Taiwán y Singapur organizaron algunos de los
esfuerzos más exitosos para contener la epidemia de coronavirus. Aunque estos
países han utilizado algunas aplicaciones de rastreo, se han basado mucho más
en pruebas generalizadas, en informes honestos y en la cooperación voluntaria
de un público bien informado.
La vigilancia centralizada y las sanciones
severas no son la única manera de hacer que las personas cumplan directrices
beneficiosas. Cuando a las personas se les informan los hechos científicos, y
cuando las personas confían en autoridades públicas que les informan estos
hechos, los ciudadanos pueden hacer lo correcto incluso sin un Gran Hermano que
los vigile atentamente. Una población motivada y bien informada suele ser mucho
más poderosa y efectiva que una población ignorante y vigilada.
Considera, por ejemplo, el lavado de las manos
con jabón. Este ha sido uno de los mayores avances en la higiene humana. Esta
simple acción salva millones de vidas cada año. Si bien la damos por sentado,
solo en el siglo XIX los científicos descubrieron la importancia de lavarse las
manos con jabón. Anteriormente, incluso los médicos y enfermeras pasaban de una
operación quirúrgica a la siguiente sin lavarse las manos. Hoy, miles de
millones de personas se las lavan todos los días, no porque tengan miedo de la
policía de jabón, sino porque entienden los hechos. Me lavo las manos con jabón
porque he oído hablar de virus y bacterias, entiendo que estos pequeños
organismos causan enfermedades y sé que el jabón puede eliminarlos.
Pero para lograr ese nivel de cumplimiento y
cooperación, se necesita confianza. La gente necesita confiar en la ciencia,
confiar en las autoridades públicas y confiar en los medios de comunicación. En
los últimos años, políticos irresponsables han socavado deliberadamente la confianza
en la ciencia, en las autoridades públicas y en los medios de comunicación.
Hoy, esos mismos políticos irresponsables pueden verse tentados a tomar el
camino al autoritarismo, argumentando que no se puede confiar en que el público
haga lo correcto.
Normalmente, la confianza que se ha erosionado
durante años no se puede reconstruir de la noche a la mañana. Pero estos no son
tiempos normales. En un momento de crisis, la manera de pensar también puede
cambiar rápidamente. Puedes tener amargas disputas contra tus hermanos durante
años, pero cuando ocurre una emergencia, de repente descubres una reserva
oculta de confianza y amistad, y te aprestas a la ayuda mutua.
En vez de construir un régimen de vigilancia,
no es demasiado tarde para reconstruir la confianza de la gente en la ciencia,
las autoridades públicas y los medios de comunicación. Definitivamente, también
deberíamos usar nuevas tecnologías, pero estas tecnologías deberían empoderar a
los ciudadanos. Estoy a favor de controlar la temperatura de mi cuerpo y mi
presión arterial, pero esos datos no se deben usar para crear un gobierno
todopoderoso. En cambio, esos datos deben permitirme tomar decisiones
personales más informadas, y también para que el gobierno sea responsable de
sus acciones.
Si pudiese rastrear mi propia condición médica
las 24 horas del día, no solo sabría si me he convertido en un peligro para la
salud de otras personas, sino también qué hábitos contribuyen a mi salud. Y si
pudiese acceder y analizar estadísticas confiables sobre la propagación del
coronavirus, podría juzgar si el gobierno me está diciendo la verdad y si está
adoptando las políticas adecuadas para combatir la epidemia. Siempre que la
gente hable de vigilancia, recuerda que la misma tecnología de vigilancia puede
ser utilizada no solo por los gobiernos para vigilar a las personas, sino
también por las personas para supervisar a los gobiernos.
La epidemia de coronavirus es, por tanto, una
gran prueba de ciudadanía. En los próximos días, cada uno de nosotros tendrá que
elegir entre confiar en datos científicos y expertos en atención médica, o en
teorías conspirativas infundadas y políticos interesados. Si no tomamos la
decisión correcta, podríamos estar renunciando a nuestras libertades más
preciadas, pensando que esta es la única manera de salvaguardar nuestra salud.
Necesitamos
un plan global
La segunda opción importante que enfrentamos es
entre aislamiento nacionalista y solidaridad global. La epidemia y la crisis
económica resultante son problemas globales. Solo se pueden resolver de manera
efectiva mediante la cooperación global.
Primero y, ante todo, para vencer al virus
necesitamos compartir información global. Esa es la gran ventaja de los humanos
sobre los virus. Un coronavirus en China y un coronavirus en Estados Unidos no
pueden intercambiar consejos sobre cómo infectar a los humanos. Pero China
puede enseñar a Estados Unidos muchas lecciones valiosas sobre el coronavirus y
cómo tratarlo. Lo que un médico italiano descubre en Milán a primera hora de la
mañana bien podría salvar vidas en Teherán al anochecer. Cuando el gobierno del
Reino Unido duda entre varias políticas, puede recibir consejos de los coreanos
que ya enfrentaron un dilema similar hace un mes. Pero para que esto suceda,
necesitamos un espíritu de cooperación y confianza global.
Los países deberían estar dispuestos a compartir
información abiertamente y a buscar consejo humildemente, y deberían ser
capaces de confiar en los datos y las percepciones que reciban. También
necesitamos un esfuerzo global para producir y distribuir equipos médicos,
especialmente kits de prueba y máquinas respiratorias. En vez de que cada país
intente hacerlo localmente y atesore cualquier equipo que pueda conseguir, un
esfuerzo global coordinado podría acelerar enormemente la producción y asegurar
que el equipo que salva vidas se distribuya de manera más justa. Así como los
países nacionalizan industrias clave durante una guerra, la guerra humana
contra el coronavirus puede requerir que “humanicemos” las líneas de producción
esenciales. Un país rico con pocos casos de coronavirus debería estar dispuesto
a enviar equipo necesario a un país pobre con muchos casos, confiando en que si
después necesita ayuda otros países le darán ayuda.
Podríamos considerar un esfuerzo global similar
para agrupar al personal médico. Los países menos afectados actualmente pueden
enviar personal médico a las regiones más afectadas del mundo, para ayudarlas
en su hora de necesidad y adquirir experiencia valiosa. Más tarde, si el centro
de la epidemia cambia, la ayuda podría empezar a fluir en dirección contraria.
La cooperación global también es vitalmente
necesaria en el frente económico. Dado el carácter global de la economía y de
las cadenas de suministro, si cada gobierno hace lo suyo sin tener en cuenta a
los demás, el resultado será el caos y una crisis cada vez más profunda. Necesitamos
un plan de acción global, y lo necesitamos rápidamente.
Otra necesidad es llegar a un acuerdo global
sobre los viajes. Suspender todos los viajes internacionales durante meses
causará grandes dificultades y obstaculizará la guerra contra el coronavirus.
Los países deben cooperar para permitir que al menos un pequeño número de
viajeros esenciales siga cruzando las fronteras: científicos, médicos,
periodistas, políticos y empresarios. Esto se puede lograr llegando a un
acuerdo global sobre la preselección de viajeros por su país de origen. Si se
sabe que solo a viajeros seleccionados cuidadosamente se les permite viajar en
avión, se estará más dispuesto a aceptarlos en cada país.
Desafortunadamente, hoy los países difícilmente
hacen estas cosas. Una parálisis colectiva se ha apoderado de la comunidad
internacional. Parece que no hay adultos en la sala de mando. Desde hace
semanas se esperaba que hubiese una reunión de emergencia de líderes mundiales
para elaborar un plan de acción común. Los líderes del G7 lograron organizar
una videoconferencia apenas esta semana, y no se llegó a ningún plan.
En crisis mundiales anteriores, como la crisis
financiera de 2008 y la epidemia del ébola de 2014, Estados Unidos asumió el
papel de líder mundial. Pero la administración estadounidense actual ha
abdicado la tarea de líder. Ha dejado muy claro que le importa mucho más la
grandeza de Estados Unidos que el futuro de la humanidad.
Esta administración ha abandonado incluso a sus
aliados más cercanos. Cuando prohibió todos los viajes desde la Unión Europea,
no se molestó ni siquiera en darle un aviso previo, y mucho menos consultar a
la Unión Europea esa drástica medida. Escandalizó a Alemania cuando
supuestamente ofreció mil millones de dólares a una compañía farmacéutica
alemana para comprarle los derechos de monopolio de una nueva vacuna contra el
Covid-19. Incluso si la administración actual eventualmente cambia de rumbo y
propone un plan de acción global, pocos seguirían a un líder que nunca asume su
responsabilidad, que nunca admite sus errores y que usualmente se atribuye todo
el crédito a sí misma mientras echa toda la culpa a los demás.
Si otros países no llenan el vacío que ha
dejado Estados Unidos, no solo será mucho más difícil detener la epidemia
actual, sino que su legado seguirá envenenando las relaciones internacionales
en los años venideros. Sin embargo, toda crisis es también una oportunidad.
Esperamos que la epidemia actual ayude a que la humanidad entienda el grave
peligro que representa la desunión global.
La humanidad necesita tomar una decisión.
¿Recorreremos el camino de la desunión o seguiremos el camino de la solidaridad
global? Si elegimos la desunión, no solo se prolongará la crisis, sino que
probablemente ocasione catástrofes aún peores en el futuro. Si elegimos la
solidaridad global, será una victoria, no solo contra el coronavirus sino
contra todas las epidemias y crisis futuras que afronte la humanidad en el
siglo XXI.
Fuente
Publicado originalmente como lectura libre en
el diario Financial
Times, marzo 20 de 2020. Traducción de AS, Bogotá, marzo 23 de 2020.
[JS1]“centenares
de millones”????