www.religiondigital.org / 22.03.2020
Una de las cosas, que están quedando más
patentes en esta enorme desgracia que estamos sufriendo - la pandemia del
coronavirus - es la diferencia que hay entre la religión y el evangelio. Porque
son dos cosas muy distintas. Y, en algunas cuestiones de enorme importancia,
son experiencias y prácticas contradictorias. Me explico.
Una de las cosas más patentes, que estamos
viendo en estos días, es que las manifestaciones públicas de la religión
(procesiones, solemnes ceremonias religiosas, funciones sagradas en los
templos, etc) son un estorbo y hasta un peligro. Mientras que, por el contrario
(en algunos casos y hasta hace pocos días) echamos en falta que, en la vida y
en la convivencia diaria, estuviera más presente el evangelio, que es curación
de enfermos, atención a lo que necesitan los más desgraciados de este mundo,
los que están en peligro de muerte y hasta los difuntos (mendigos, ancianos,
personas marginadas, moribundos y hasta muertos).
Y es que, si todo esto se piensa despacio,
caemos en la cuenta de que fueron los “hombres de la religión” los que no
pudieron tolerar el “evangelio de Jesús”. Y fueron los sumos sacerdotes del
templo los que condenaron a muerte a Jesús, los que forzaron a Poncio Pilatos
para que lo crucificaran, los que se burlaron de Jesús en su agonía. Y no se
quedaron tranquilos hasta que lo vieron muerto. Es un hecho evidente: la
“religión” no pudo convivir con el “evangelio”.
Lo cual es comprensible. Porque “religión” y “evangelio” son medios o caminos para buscar a
Dios. Pero son medios o caminos opuestos. La “religión” es un conjunto de
creencias, normas y ritos, para tranquilizar la conciencia. El “evangelio” es
una “forma de vida” que pone todo su interés en remediar el sufrimiento de
quienes lo pasan mal en la vida. Y todo esto es lo que explica por qué la
“religión” tiene su centro en “lo sagrado”, mientras que el “evangelio” tiene
su centro en “lo humano”.
Y esto es lo que explica por qué, según el
“evangelio”, Dios “se encarnó”, es decir: Dios “se humanizó”. Ante todo, en
Jesús de Nazaret. De forma que el mismo Jesús le pudo decir al apóstol Felipe:
“El que me ve a mí, está viendo a Dios” (Jn 14, 7). Pero no sólo en Jesús. Dios
está presente en cada ser humano. Por eso, el mismo Dios dirá a cada cual en el
juicio final: “Lo que hicisteis con cada uno de éstos, a Mí me lo hicisteis”
(Mt 25, 40).
Y es que el fondo del asunto está en algo que
no nos entra en la cabeza. En nuestra intimidad más honda, llevamos siempre
preguntas que no encuentran respuesta. Muchas veces huimos de nosotros mismos o
intentamos huir, buscando soluciones en la diversión o el egoísmo. Soluciones
de repuesto que duran poco. En el fondo, quedan las preguntas y el vacío.
También hay quienes buscan respuesta en la religión. Pero los ritos religiosos
son acciones que, debido al rigor de la observancia de las normas, acaban
constituyéndose en un fin en sí. Con lo cual, ni resuelven su problema, ni van
a ninguna parte. Y para acabar: cuando centramos nuestra vida en el “ethos”, la
conducta de la honradez y la bondad, el proyecto de vida que nos humaniza, nos
hace honrados y buenas personas, entonces hemos encontrado el EVANGELIO.
Y es con el “proyecto de vida”, que humaniza
nuestras vidas, con eso contagiamos felicidad y seremos felices, incluso
aguantando las pandemias que nos puedan invadir.
¡Qué enorme equivocación se cometió en la
Iglesia cuando, con el paso de los años, terminó por fundirse y confundirse el
EVANGELIO con la RELIGIÓN!