Por: Xavier Pikaza
www.religiondigital.org /25.02.2020
Fariseos y bautistas antiguos (y bastantes
cristianos actuales) entienden la religión como renuncia, un modo de ayunar, y
su signo más importante la prohibición, en dos campos fundamentales que son la
comida y el sexo:
+No comer (no gozar en la comida), ayunar por
sacrificio, pues Dios nos pide grandes sacrificios para así ser perfectos.
+No tener relaciones sexuales, optar por el
celibato, y, de tenerlas, tenerlas bien reguladas, según norma, según ley (pues
el matrimonio es de clase de tropa, de gente que no sabe moderarse).
Pues bien, en contra de eso, la religión de
Jesús no es ayuno (como proponen algunos “virtuosos” de la religión), sino amor
de bodas (intimidad) y comunión de mesa (comidas), como ha puesto de relieve
Jesús en su doctrina más importante sobre el amor y el ayuno (cf. Mc 2, 18-20).
El evangelio oficial del miércoles de ceniza es
el de Mt 6, 1-18, con normas importantes sobre la limosna, la oración y el
ayuno... Pero he comentado varias veces ese texto en este blog, y así prefiero
comentar hoy el de Mc 2,18-20 que es cristianamente hablando más significativo.
Mc 2, 18 Y estaban los discípulos de Juan y los
fariseos ayunando; y vinieron a decir a Jesús: ¿Por qué los discípulos de Juan
y los discípulos de los fariseos ayunan y los tuyos no?19 Jesús les contestó:
¿Pueden acaso ayunar los hijos (=amigos) del novio mientras el novio está con
ellos? Mientras tengan al novio con ellos, no pueden ayunar.20 Llegará un día
en que el novio les será arrebatado. Entonces ayunarán.
"Iglesia de Jesús, experta en amores y
comidas"
Bautista y fariseos... Identifican la religión
con el ayuno de tipo sexual y alimenticio, pues a Dios le placen los
sacrificios de los hombres, que muestran así su sometimiento.
Jesús identifica la religión con unas
"bodas", esto es, con un camino de amor. El amor de bodas no es
ayuno, sino don y aprendizaje en intimidad, en felicidad. Dios ha hecho a los
hombres para que gocen en amor, no para que ayunen.
Las bodas de amor son despliegue vida... Comer
juntos, que haya comida para todos, gozarse comiendo, aprender a disfrutar.
Maestros de bodas, eso han de ser los discípulos y servidores de Jesús, una
escuela y ejemplo de felicidad en el amor.
Pero vendrá el ayuno cuando el novio sea arrebatado...
Ayunarán hombres y mujeres cuando no tengan "bodas", cuando se les
vaya (arrebate) el amor... Pero tendrán que esforzarse para que llegue de nuevo
el tiempo de bodas, de comida, de amor... (como seguiré indicando).
Explicación
Pregunta: ¿Por qué los discípulos de Jesús no
ayunan? (2, 18). La formulación del texto nos sitúa en el tiempo de Marcos,
cuando los fariseos constituyen ya un grupo organizado, con su propia
religiosidad (lo mismo que los bautistas de Juan), separados del movimiento de
Jesús, cosa que sólo parece haber sucedido en torno al año 70 d.C., cuando se
van estabilizando las tendencias del nuevo judaísmo (evidentemente, aquí no
aparecen ya celotas y sacerdotes, saduceos y apocalípticos, que han perdido su
protagonismo tras el 70).
Nota
erudita. Diferencias ante el ayuno
Fariseos. (a) Ayunan algunos días de
penitencia, es decir, de expiación (Lev 16, 29-31) o duelo nacional y/o
familiar. (b) Comen: Toman alimentos cultivados y sus comidas comunitarias, con
pan y vino, son signo sagrado de Dios y esperanza de salvación. (c) Rechazan
las comidas impuras (cerdo, sangre, animales ofrecidos a los ídolos...). De esa
forma se separan de los no observantes (judíos impuros y todos los gentiles).
Juan (y otros bautistas). (a) Ayunan siempre,
no en tiempos especiales, oponiéndose al pecado del pueblo y de la humanidad,
concebida como impura. Así pueden vincularse con los que pasan hambre, por
razón de la injusticia social. (b) Comen sólo alimentos silvestres, en actitud
de protesta contra-cultural (los alimentos cultivados/vendidos aparecen como
patrimonio de los más ricos, al servicio del sistema) y quizá de retorno a una
vida de naturaleza. En esa línea, compartir los alimentos injustos va para
ellos en contra de la voluntad de Dios (c) Rechazan no sólo los alimentos
impuros de la Escritura (cerdo, sangre…), sino los alimentos en sí buenos, pero
culturalmente contaminados, como el pan y vino. Por eso, anuncian el juicio, no
expresan el Reino. No podrían celebrar la eucaristía.
Jesús (y los cristianos o mesiánicos). (a) No
ayunan: Rechazan la visión penitencial de la existencia. Entienden y celebran
las comidas como signo de Dios, pero han de ser comidas abiertas a los pobres,
sin distinciones de pureza-impureza, como en las multiplicaciones (cf. Mc 6,
34-46; 8, 1-2 par). (b) Comen y beben, en medio de un mundo injusto, no para
avalar la injusticia, sino para iniciar un camino de revelación de Dios (de
Reino), compartiendo el pan y los peces (multiplicaciones) y el pan y el vino
con los necesitados, por alegría y por solidaridad. En ese contexto ellos
pueden afirmar que está presente el novio: el amor es más fuerte que la
injusticia; la creación de Dios supera a la injusticia de los hombres (cf. Mc
2, 19). (3) No rechazan ningún alimento. En principio, comen de todo, superando
así, como había hecho ya Juan, un tipo de leyes de pureza que ratificará (cf.
Mc 7, 15-19). En esa línea, la Iglesia de Jesús superará pronto el régimen de
comidas puras e impuras (cf. Hch 15), aunque quedará en el fondo, como
indicaremos, el tema del ayuno por la ausencia del novio (cf. Mc 2, 20), que
puede vincularse al ayuno por solidaridad con aquellos que sufren (o no pueden
comer).
Este comportamiento (y la comparación de Jesús
con fariseos y bautistas) nos recuerda que el mensaje y proyecto de Jesús no
desemboca en un sistema de espiritualidad pura, separada de la vida, ni en un
modelo de ley impositiva, sino en un proyecto y programa de bodas de amor (con
novio: símbolo de amor) y de comidas (es decir, de Reino).
Fariseos y bautistas podrían aceptar el camino
de Jesús, pero sólo a condición de que exigiera penitencia a los conversos
(pecadores, publicanos...), creando así una iglesia penitencial, centrada en el
ayuno, pues ellos interpretan la religión como ejercicio programado de
autodominio, en las márgenes del mundo (Bautista) o en el centro los pueblos
habitados (fariseos). Ellos, bautistas y fariseos, son lo mejor que Israel ha
ofrecido en clave nacional judía. Por eso, como representantes de la tradición
legal, vienen y preguntan a Jesús: ¿por qué tus discípulos no ayunan?... (2,
18) [3].
En la línea de fariseos y bautistas, los
discípulos de Jesús deberían ayunar, realizando así un gesto de ruptura frente
a otros grupos de judíos ayunantes. (a) Los bautistas centran el camino de Dios
en un "bautismo de conversión», en el que confiesan sus pecados; ellos
tienen que reconocerse pecadores, por eso ayunan. (b) Por su parte, los
fariseos ayunan dentro de la lógica legal del judaísmo, para obedecer la ley de
Dios que así lo ha mandado; la mortificación constituye para unos y otros un
aspecto esencial del camino de los hombres religiosos, que sólo así pueden
evitar el contagio de un mundo destructor y someterse a la soberanía del Dios que
impone su Ley para educarnos y mantenernos sumisos. Los cristianos, en cambio,
no ayunan [4].
"Jesús
ha definido su evangelio como amor activo"
Bautistas y fariseos son virtuosos de la
ascesis, capaces de vencerse y dominar sus apetencias con esfuerzo, y así
interpretan la vida y religión como heroísmo. Pero, a los ojos de Jesús su
ayuno corre el riesgo de volverse elitista porque puede entender la salvación
de Dios como resultado de la obra de los "buenos" y esforzados. Pero,
¿qué pasa con los demás, con los millones de pobres del mundo que no logran
comportarse como ascetas? Un tipo de ayuno corre el riesgo de silenciar (o de
poner en un segundo plano) la gracia de Dios.
En contra de eso, Jesús ha definido su
evangelio como amor activo, por encima de la ley-ayuno, como amor de bodas,
amor de comidas...
Los amigos del novio no ayunan (2,19).
Siguiendo una técnica que es propia de las discusiones judías de aquel tiempo,
este versículo se compone de una pregunta expresa (¿pueden ayunar los
hijos/amigos del novio mientras el novio está con ellos?) y de una respuesta
implícita (¡no pueden ayunar!). La respuesta era comprensible, y está recogida
en diversos pasajes (posteriores) de la Misná. La mayor parte de los grupos
judíos afirmaban que el gozo de las bodas está por encima de la ley del ayuno
(e incluso de la recitación del Shema, para el novio), de manera que los ayunos
quedaban dispensados en tiempo de bodas. Es normal que los oyentes respondan a
Jesús: ¡No, los amigos del novio no ayunan durante su fiesta! Hasta aquí todo
es claro. La novedad de Jesús está en suponer que él ha venido como “novio” y
que su tiempo mesiánico debe entenderse como fiesta de bodas, hasta que culmine
el Reino de Dios.
Pues bien, para Jesús todo tiempo es tiempo de
bodas y comida, no es sacrificio de ayuno ni ascesis sexual. De esa
manera, Jesús está invitando a sus amigos (discípulos, pobres, enfermos) al
gozo supremo del Reino de Dios, como heraldo de las Bodas de Dios, y novio
universal; por eso, él no quiere iniciar a poseídos y leprosos, paralíticos y
publicanos, en técnicas de ascesis, que les seguirían encerrando sobre el mundo
viejo de la lucha y de la muerte.
La religión de Jesús no es ayuno, sino gozo. No
es terapia de negación, sino tiempo de vino y ropa nueva, pues él viene como
“novio”, invitando a los hombres y mujeres a la fiesta de las bodas (fiesta
universal de Dios). Por eso, la “religión” no es resultado de un esfuerzo
(según la ley de los ayunos), sino regalo gratuito de Dios. No son los hombres
(¡los pobres, leprosos…!) los que tienen que dar algo a Dios ayunando, sino que
es Dios el que “da” su reino a los hombres. Por eso, la Iglesia de Jesús no se
funda en ayunos y ritos, ni se eleva sobre leyes represivas y separaciones
(como quieren fariseos y bautistas), sino que brota y culmina como boda
mesiánica, donde el mismo Jesús es novio, amigo universal que ofrece a los
hombres y mujeres su alegría. Por eso, lógicamente, sus hijos (= amigos) no
ayunan (2, 19) [5].
Jesús no ha venido levantando un estandarte de
leyes y vedas, sino con el vino y vestido de bodas, para que todos coman y
beban y se casen (=celebren al amor). Él es el nymphios o novio de la humanidad, en palabra que quizá debe
entenderse desde la experiencia primera del gozo de amor del paraíso, cuando
Adán canta su gozo por Eva (cf. Gen 2, 23-24). Por eso, frente a la ley de
ayuno que imponen a sus comunidades los bautistas y los fariseos, Jesús ha
proclamado la gracia de las bodas, que definen el sentido de la iglesia.
En este contexto, Jesús se atreve a presentarse
veladamente como novio universal, interpretando el evangelio como un camino de
bodas... Aprender a amar en intimidad desbordante, aprender a comer en
comunicación generosa.
Por eso quiere iniciar a sus amigos (¡hijos de
la cámara nupcial!) a la fiesta y terapia de bodas, es decir, a amarse, a
compartir la comida. Estas bodas universales de Jesús son principio y sentido
de la iglesia. El amor de Dios es fuente y principio de todo y el amor se
expresa en la comida compartida, que es signo de vida, el sacramento de la
iglesia.
Según eso, el evangelio no se impone (ni
avanza) por ayuno, como ejercicio de ascesis negadora. Tampoco se puede
interpretar, conforme a este pasaje, en claves de vinculación simplemente
interior, en una especie de mística matrimonial separada de la vida. Al
contrario, las “bodas mesiánicas” de Jesús se expresan del modo más real (más
escandaloso y exigente), en forma de comida compartida, con publicanos, pecados
y excluidos de la “buena” sociedad del mundo.
De esta forma, la llamada de Jesús al Reino (1,14-15)
se convierte en una fuerte invitación al gozo: solo son (o pueden ser)
discípulos suyos aquellos que saben disfrutar con él, aquellos que han abierto
los ojos ante el don de la existencia. No les llama Jesús para promover con
ellos una pedagogía de renuncia o ascesis, no quiere enseñarles negaciones,
sino para enseñarles a celebrar el banquete de la vida, en comunión con Dios,
en alegría compartida.
Sólo pueden ser servidores o ministros de Jesús
los que saben amar y ayudan a amar a los demás, los que saben compartir y
comparten la comida.
Éste es su “secreto”, su novedad frente
fariseos y bautistas: Jesús es un experto en gozo y en bodas, a las que todos
están invitados, de manera que él no puede cerrar su experiencia en grupos
pequeños (dos novios, una familia reducida), sino que la expande, a través de
sus discípulos, al gozo de unas bodas universales, de Reino, donde todos los
que quieran “apuntarse” (mujeres y varones, niños y mayores) son ya «amigos»
(hijos) de las bodas. El seguimiento de Jesús se entiende así a manera de
experiencia nupcial. Pescadores como Andrés y Simón, publicanos como Leví y sus
amigos, enfermos como la suegra de Simón o el poseso de la sinagoga, y la
muchedumbre de “curados” de la noche de Cafarnaúm (que son los personajes que
han venido apareciendo en Marcos, antes de este pasaje) no han venido a Jesús
para ayunar con él, para llorar y lamentarse en el desierto, sino para
compartir sus bodas de reino [6].
20 Llegará un día en que el novio les será
arrebatado. Entonces ayunarán.
De forma que parece inesperada, sobre la
alegría de bodas del versículo anterior, esta palabra de la iglesia proyecta
una sombra de muerte de separación, un principio de ayuno. De pronto se nos
dice que el novio será “arrebatado”, indicando así, quizá, que tiene enemigos,
personas que quieren matarle… (o que será arrebatado por Dios, sin culminar él
mismo, directamente, las bodas mesiánicas). Es como si el novio tuviera que
morir para ser fiel a su amor. Entonces, cuando él falte, ayunarán (llorarán)
sus amigos.
Marcos ofrece así el primer anuncio, todavía
velado, pero intensamente triste, de la pasión del novio, a quien llevarán con
violencia, dejando abandonados a sus "hijos" (seguidores), que
aprenderán entonces a ayunar, no por separación elitista o por ascesis
escatológica (como fariseos y bautistas) sino por solidaridad de amor, no para
negar la mesa compartida y la alegría de las bodas, sino para experimentarla
mejor, con más realismo, con más profundidad.
La presencia del novio se traducía en forma de
comida que comparten y celebran con él sus amigos; por el contrario, su
ausencia se hace ayuno, tristeza para los amigos. Cuando el amigo falta, cuando
llega el luto, no hay que exigir ayuno pues lo cumplen por sí mismos, de manera
natural, los auténticos amigos. Pero se tratará de un ayuno que debe desembocar
de nuevo en la mesa compartida y al signo de las bodas, pues en ellas se
recuerda al novio arrebatado [7].
Notas
[1] También Juan acogía a publicanos y
prostitutas (cf. Mt 21, 32), pero no para comer con ellos, sino para ofrecerles
un camino de conversión. Jesús, en cambio, come con ellos y con ellas, en señal
de Reino (cf. también Lc 19, 2-8). Sobre el no ayuno de Jesús cf. J. Klausner,
Jesús de Nazaret, Paidós, Buenos Aires 1971, 369-376; J. B. Muddiman, Jesus and
Fasting en J. Dupont (ed.), Jésus aux origines de la Christologie (BETL 25),
Duculot, Gembloux 1975, 283-301. Visión de conjunto del tema de las comidas y
del ayuno según Jesús en E. Schillebeekx, Jesús, la historia de un viviente, Cristiandad,
Madrid 1981, 173-226.
[2] Los nazireos o consagrados (del hebreo
nedser, vinculados a la causa de Dios por un voto especial, cf. Num 6) no
parecen haber tenido, en general, un proyecto mesiánico directo (no se
creían portadores del Reino de Dios), sino que eran más bien ascetas
consagrados (abstemios) e incluso guerreros (como puede verse en el caso
ejemplar de Sansón: Jue 14-16): pensaban que no había llegado aún la hora del
Mesías, que ofrecerá a los suyos el «vino nuevo» del Reino (cf. Mt 14, 25), de
manera que sólo podían entenderse, a lo más, como precursores suyos.
El Jesús de Marcos, en cambio, no habría sido
nazireo ayunante, sino nazoreo mesiánico, de la «descendencia» davídica (del
hebreo netzer, cf. Is 11, 1), pero en un sentido muy especial (como veremos en
12, 35-37, donde él pone una interrogación sobre la ascendencia davídica del
mesías). Sea como fuere, utilizando quizá una fuente judeocristiana, Lucas ha
interpretado a Juan Bautista como nazireo, en la línea de Samuel, de quien dice
su madre: «lo dedicaré ante ti (el Señor) hasta el día de su muerte; no tomará
vino ni bebida fermentada y la navaja no pasará por su cabeza» (LXX 1 Sam 1,
11; cf. Lc 1, 15).
[3] Jesús parece haber empezado ayunando (cuando
estuvo con Juan, a la vera del río, antes de bautizarse), pero luego ha
superado ese nivel, descubriendo y cultivando la presencia de Dios en el gozo
del amor (¡tú eres mi Hijo) y en la vida (mesa) compartida, como ha puesto de
relieve este pasaje, visto de conjunto (cf. 2, 13-22), que hemos entendido como
un “apotegma”: parte de un hecho tipo sorprendente y extraño, que rompe las
normas o costumbres de aquel tiempo (¡los de Jesús no ayunan, comen con
publicanos, pecadores y pobres); luego ofrece una pregunta sobre el sentido que
tiene ese “comer”, mientras otros ayunan; y finalmente responde de manera
decisoria, fijando y descendiendo a la nueva situación en que se encuentran sus
discípulos.
[4] La experiencia religiosa de fariseos y
bautistas puede condensarse en los rituales de purificación y sacrificio que se
encuentran bien explicitados en los textos del judaísmo de ese tiempo. De esa
forma destacan la importancia de un tipo «ley» entendida como exigencia activa
de un tipo de sumisión, que mantiene la unidad de los hombres con Dios por
medio de las obras buenas de ayuno y conversión. Por eso, ellos, verdaderos
israelitas se deben curtir por el ascetismo, mortificando los apegos de la vida
y logrando de esa forma un tipo nuevo de transparencia ante el Dios que se
revela como ley para los hombres
[5] Mientras los novios celebran su amor, en
fiesta que reúne a la familia, sería indecoroso que algunos de su grupo fueran
pregonando ayuno. Jesús ha venido a invitar a los hombres a las bodas de Dios,
que son bodas de vida compartida (abierta a publicanos y pecadores). Por eso,
sus discípulos no pueden ayunar. Jesús no es predicador penitencial, profeta
del gran miedo sino amigo universal, Hijo querido de Dios (cf. 1, 11) que va
abriendo a los hombres y mujeres el gozo de la vida, la experiencia fascinante
de la transformación esponsal, la terapia del gozo compartido. Noviazgo y amor
no son ley, no se realizan con imposiciones. Por eso sus discípulos no ayunan.
En ese contexto, debemos añadir que Jesús no aparece,
sin embargo, como esposo varón de una esposa femenina, en una línea que ha
desarrollado Ef 5, haciendo al varón signo específico del Cristo (cabeza) y a
la mujer figura de la iglesia (cuerpo). Nuestro pasaje no separa aún (o ya) la
función de amor entre los dos sexos: todos los humanos, varones y mujeres, se
vinculan como amigos del novio, es decir, como invitados de su fiesta, sin
separación ni jerarquía interna; así celebran unas mismas bodas de reino. Por
eso no pueden ayunar.
[6] Lo contrario al ayuno de bautistas y
fariseos no es comer mucho en plano material, en gesto de egoísmo, sino comer
juntos: sentarse a la mesa con los marginados (publicanos), aceptar su
invitación y seguirles invitando, de tal forma que la vida se convierta en gozo
de comunicación. Por eso, el signo de comer en una mesa abierta a todos,
vinculado al gozo de las bodas (la forma suprema de comunicación interhumana),
es el signo supremo de Jesús, la verdad del evangelio (como diría Pablo: cf.
Gal 2, 5. 14)
[7] Conforme a la lógica del texto, esta frase
(¡llegará el día en que el novio…!) debe entenderse como añadido (una
excepción) introducida por la iglesia posterior, que no niega la frase previa
(¡los amigos del novio no ayunan…!), pero la matiza. Este nuevo ayuno brota del
amor (entrega y muerte) del novio, que Marcos desarrolla en la segunda parte
del evangelio (desde el anuncio de 8,31) y que culmina de un modo especial en
el pan y vino de la eucaristía, es decir, es decir, en el Reino que sigue
viniendo (pero que viene en forma de amor hasta la muerte y en la muerte). No
se trata, por tanto, de ayunar para no comer, sino de ayunar para comer de otra
manera, en gesto de entrega de la vida (cf. 14,23-25). Pierden su importancia
los ritos fariseos y bautistas, con sus leyes minuciosas sobre aquello que se
puede o no se puede comer, y desde la ausencia del amigo (arrebatado) surge la
exigencia de fortalecer la comunión en la comida.
Esta visión de la iglesia de Marcos contrasta
con la práctica penitencial de otras iglesias que, tras pocos años, regularán
la práctica del ayuno, tanto en una línea de interioridad, que puede volverse
sectaria, pues dice que los que ayunan de otra forma son “hipócritas” («cuando
ayunéis no sean como los “hipócritas”, que desfiguran su rostro para mostrar a
los hombres que ayunan… Por el contrario, tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y
lávate la cara…»; Mt 6, 16-17), como en línea de exterioridad ya claramente
sectaria, como en la Didajé, donde la hipocresía se expresa en los días de la
semana («es preciso que vuestros ayunos no como los de los hipócritas, puesto
que ellos ayunan el segundo y quinto día de cada semana; en cambio vosotros
ayunaréis el día cuatro y la víspera del sábado», Did 8).