Por: José Ignacio González Faus
www.religiondigital.org / 17.02.2020
Hermano Francisco:
Ni siquiera sé si leerás esta carta. El estilo
epistolar se ha convertido para mí en un género literario: porque imaginar a un
interlocutor me ayuda a expresarme.
En cualquier caso, quisiera comentar un poco tu
reciente decisión sobre la ordenación presbiteral de hombres casados, a
propósito del sínodo de la Amazonia. Más que una negativa se trata de una
no-decisión: no has abierto la puerta, pero tampoco has echado el cerrojo. Supongo
que por temor a un cisma en esta Iglesia donde hay un sector que no se cansa de
ponerte palos en las ruedas y que se ha visto ayudado esta vez por todo ese
clamor mediático que daba la impresión de que eso era la único que importaba en
el tema de la Amazonía. Y también por todos aquellos a los que ya se refería
Engels en una célebre carta sobre el socialismo naciente, donde decía que en
cuanto aparece una empresa nueva, todos los frustrados se acogen a ella para
usarla en beneficio propio y no en favor de los destinatarios de esa empresa.
Por todas estas razones intento comprenderte.
Puedo presumir además de haber escrito algunas páginas en elogio del celibato,
reconociendo también el enorme peligro de solteronería y concluyendo que solo
podrá dar un buen testimonio sobre el celibato aquel que humildemente se atreva
a confesar que su celibato le ha enseñado a amar.
Desde esta postura personal quisiera aportar
unas reflexiones con la pretensión -tan extraña hoy- de que no valgan por la
autoridad de quien las dice (que en este caso es nula) sino por la verdad de lo
que dicen.
1.- Hay una frase del evangelio que creo llevar
grabada en el alma y son aquellas duras palabras de Jesús: “¡Farsantes!
Quebrantáis la voluntad de Dios por acogeros a las tradiciones de vuestros
mayores” (Mc 7, 6-8). Cuando era joven, y me gustaba más provocar, escribí que
esas palabras deberían estar escritas en la fachada de san Pedro del Vaticano, en
lugar de aquellas de “tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”…
Pues bien, cuando releo esas palabras de Jesús,
dos cosas me parecen evidentes: es voluntad de Dios que todos los cristianos
(también los de la Amazonía) puedan celebrar la eucaristía. El encargo aquel:
“haced esto en memoria mía” (Lc 22,19) vale para todos los cristianos, tanto si
son korubos como pirikpuras como romanos. En cambio, la ley del celibato no es
un mandato divino sino una tradición humana: todo lo venerable que se quiera,
pero tradición humana.
2.- También pienso en el consejo que te dio un
obispo brasileño cuando se te confió el ministerio de Pedro: “No te olvides de
los pobres”. Y vale ahora el argumento que otras veces se ha dado desde
posiciones más conservadoras: acordarse de los pobres no es solo acordarse de
sus derechos humanos pisoteados, sino también de que puedan recibir a Cristo.
Si la norma del celibato es distinta en el mundo de los pobres de lo que es en
nuestro mundo rico, ¿no parecerá eso una aplicación de aquel celebérrimo
discurso del obispo Bossuet sobre la eminente dignidad de los pobres en la
Iglesia? Allí decía el famoso orador: “en el mundo los primeros son los ricos,
en la Iglesia los primeros son los pobres; en el mundo los favores y privilegios
son para los ricos, mientras que en la Iglesia de Jesucristo las gracias y
bendiciones son para los pobres”… Bien lejos estamos de eso, desgraciadamente.
Pero al menos no vendría mal que algún gesto bien sonoro nos lo recordara.
3.- Y si no, en plan un poco más estrafalario y
bienhumorado, queda otra solución para que aquellos pobres no queden privados
de la eucaristía. En tu curia romana, hermano Francisco, hay legión de
presbíteros que viven en celibato y no tienen prácticamente trabajo ministerial
alguno. Incluso varios de ellos son obispos sin iglesia, en contra de la
prohibición expresa del concilio de Caledonia (ya en el 451). Se intenta eludir
esa prohibición asignándoles una iglesia inexistente. Lo cual parece una
verdadera hipocresía, que ya Benedicto XVI quiso eliminar, pero la curia no se
lo permitió.
Pues bien: ¿sería tan absurdo enviar a todos
esos curas célibes de la Curia, a regiones perdidas de Brasil, de Perú, del
Chad o de Tehuantepec, para que aquellos cristianos pudieran ver cumplido su
derecho a celebrar la eucaristía? La curia romana podría quedar ocupada por
laicos fieles, (“viri probati” también), casados y padres de familia. Porque
ninguna ley eclesiástica exige el celibato para ser oficinista, ni por
importante o sagrada que sea esa oficina. Serían unos excelentes “burócratas
cristianos” (en expresión resignada y humorista de un hermano nuestro jesuita,
que se pasó toda su vida de secretario de unos y de otros).
¿Parece todo eso una patochada? Quizá sí. Pero
a lo mejor es que donde hay problemas extremos hay que buscar soluciones
extremas, y donde las cosas están mal repartidas hay que procurar repartirlas
bien. En cualquier caso, podría ser una excelente ocasión para que hombres como
el cardenal Sarah o el cardenal Miller demostraran el sentido ministerial del
celibato.
4.- Y volviendo a lo serio: todos creemos estar
buscando aquí la voluntad de Dios. ¿Por qué pues no poner a toda la iglesia en
estado de oración para pedir aquello de san Ignacio: “que su santa voluntad
conozcamos y la cumplamos?”. Cuando pedimos eso en la oración, está
superprobado que esa petición sí que es escuchada.
Un abrazo bien fraterno y bien reverente, por
virtual que sea.