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/ 20/02/2020
La guerrilla más antigua de Asia acaba de
cumplir 50 años de existencia, y lo hace con una gran cantidad de jóvenes en
sus filas. Viajar a las entrañas de este conflicto, caminar con sus frentes
móviles y escuchar sus motivaciones es descubrir la cara menos paradisíaca de
las siete mil islas que componen las Filipinas.
Más que llover diluvia, pero nada impide al
camarada Drigo terminar su arriesgada tarea. “Mira, la única forma de llegar a
donde hemos acampado es mediante este sendero. Si un operativo del Ejército se
acerca, cojo estos dos cables, los pego a la batería, y la carga explosiva que
he dejado a un lado del camino, estalla. Con eso tenemos unos cuantos minutos
extra para escapar tan lejos como podamos”. Drigo, de veintitrés años,
complexión fuerte y bigotillo incipiente, es miembro del Nuevo Ejército del Pueblo (o NPA
según sus siglas en inglés) la guerrilla más antigua de todo Asia. Fundada en
1969 por el profesor de Literatura y Ciencias Políticas, José María Sisón,
esta estructura armada está formada por unos 5.000 hombres y mujeres que responden a las directrices
del ilegalizado Partido Comunista filipino.
Sisón, que a sus 80 años sigue gozando de buena
salud, reside desde 1987 en Holanda, país de una Unión Europea que en el 2009
decidió suprimirlo de su lista de líderes y organizaciones “terroristas”. Ajena
a cómo la puedan juzgar los gobernantes de unos estados tan ricos como
distantes, la guerrilla es capaz de mantener combatientes en todas las islas
más importantes del archipiélago. En el caso del “Frente Apolonio Mendoza” del
que hace parte el camarada Drigo, esta presencia significa vivir a las faldas
de la Sierra Madre, en la Isla de Luzón, no muy lejos de esa metrópoli de 21
millones de almas a la que sus habitantes se refieren como “la Gran Manila”.
El recodo de un río, y mejor aún, si éste está
protegido por alguna cota desde la que divisar la posible llegada de militares,
es el lugar ideal donde poder instalarse durante unas pocas semanas. Allí,
mientras una unidad peina el perímetro, los oficiales de inteligencia definen
sus próximas acciones armadas junto a los integrantes del bureau político.
Sentada sobre un banco hecho con juncos (todo
el mobiliario de la guerrilla se construye a golpe de machete) y tejiendo una
bandera roja con la hoz y el martillo, está “Cleo del Mundo”, una mujer curtida
en mil batallas, y ya hoy, pese a su juventud, uno de los rostros más visibles
del NPA. Con más de una década en el frente bélico, Cleo (o Ka Cleo, pues aquí
el Ka de camarada se antepone a todo nombre de guerra) expone los motivos por
los que se sumó a la insurrección. “En Filipinas la mayoría de los campesinos
siguen viviendo en un régimen semifeudal. Ni poseen la tierra que trabajan ni
su esfuerzo les da para salir del ciclo de pobreza que se releva generación
tras generación. Por eso decimos que el régimen es semifeudal. Porque la tierra aún está en poder de
una elite que gana mucho y paga poco. Y ese fue el primer objetivo de nuestra
lucha armada. Destruir los mecanismos militares que los oligarcas tienen para
dar continuidad al sistema que sigue manteniendo al país en la pobreza”.
Preguntada por las escasas posibilidades de
lograr amplias victorias en el terreno militar, responde: “Cierto, pero podemos
debilitarlos. Desestabilizarlos para que cedan en algunos aspectos, cosa que a
menudo conseguimos. Lo
nuestro es la guerra popular. Ellos llevan casi medio siglo diciendo que
van a terminar con nosotros, pero aquí seguimos. Nunca nos rendiremos”.
Las acciones armadas que habitualmente se
llevan a cabo son la quema de maquinaria agroindustrial en plantaciones, “donde
se explota al proletariado rural”, y ataques, “a proyectos de minería que
destruyen el medio ambiente, el futuro del país y la vida de sus operarios
explotados”. Admiten aquello que el gobierno califica de “extorsión” y ellos
tildan de simple “impuesto revolucionario”. No en vano, a lo largo de los días
pasados en el campamento era común ver cómo los jóvenes guerrilleros, (algunos
de ellos incluso menores) simulaban atentados con sus armas ligeras de 9 mm. En
ocasiones, a empresarios que no pagan lo que se les pide. En otras, a presuntos
confidentes que avisan al ejército de sus planes, rutas de suministros o
escondites habituales.
Según Ka Apo, uno de los oficiales políticos
del frente Apolonio Mendoza, “el dinero se pide a dos sectores. Primero a la
burguesía que comercia y trafica con lo que producen los grandes industriales,
y luego a los industriales terratenientes que poseen el territorio donde se
produce la explotación”. Este joven con la cabeza rapada y aspecto intelectual,
asegura que “ambos tienen representación en los grupos de burócratas
capitalistas”, que ostentan el poder, “gracias a la financiación de los
anteriormente citados, así ellos hacen el juego de la democracia mientras se
valen del poder ejecutivo y legislativo para hacer la guerra al pueblo y seguir
lucrándose”. En Filipinas lo del “régimen semifeudal” no es retórica marxista.
Organizaciones No Gubernamentales como la británica Oxfam también se refieren
en esos términos a una realidad que en muchas zonas del país mantiene a 7 de
cada 10 familias bajo el umbral de la pobreza.
El NPA
se ha definido como maoísta. Para ellos, dos de los principales problemas que
históricamente atraviesa el archipiélago son el reparto de la tierra y las
políticas neocolonialistas. Con 105 millones de habitantes, repartidos fundamentalmente en sólo 11 de
sus más de 7.000 islas, la pobreza rampante es campo abonado para la
continuidad de la guerrilla. Década a década, generación a generación, la suya
es la guerra prolongada tal y como definió el padre de su ideario, Mao
Tse-Tung. Apoyarse en las masas para subsistir; practicar una guerra ligera,
donde la capacidad de moverse es mucho más importante que la capacidad de
fuego; y por encima de todo, valerse del factor sorpresa. Dadas estas condiciones,
encontrarse con estos combatientes exige meses de preparación, algunas
formalidades y seguir un protocolo de actuación una vez se aterriza en el
archipiélago.
Relativamente aislada del exterior, y siempre
en zonas remotas, la insurgencia delega en su base social el contacto con lo
urbano, de ahí aquello de que “el pueblo es a la guerrilla, lo que el agua al
pez”, que dejó escrito Mao. Saliendo en autobús desde Manila se llega a un
municipio acordado, lugar en el que, se es recibido por alguien con quien
nuevamente se toma un jeep colectivo hasta alcanzar un segundo punto de
encuentro, por lo general, una infravivienda del campo. Con la noche encima y
una vez cenados, se hacen los preparativos para iniciar un camino que
dependiendo del lugar y terreno no suele durar más de tres o cuatro horas.
Selva a dentro se terminan escuchando unos silbidos, un santo y seña, y por
fin, la presencia de unos guerrilleros con pistolas de 9mm asomando en la
cadera.
“El secreto de nuestra supervivencia es muy sencillo.
Conocemos el terreno al detalle y nos movemos donde las masas simpatizan con
nosotros. Aquí particularmente nos apoyan desde hace mucho”, afirma la curtida
Ka Cleo. De hecho, el embrión del NPA bebe de estas selvas, y se remonta a la
experiencia del Hukbalahap, que primero fue resistencia armada contra la
ocupación japonesa durante la II Guerra Mundial y después, ya en los cincuenta,
contra el neocolonialismo estadounidense que terminó erradicándolos.
Esos “Huks” (tal y como se les conoció popularmente)
fueron, de alguna manera, el origen del pálpito rebelde que recorre las aldeas
de esta región. “De todos modos en el NPA no sólo hay campesinos. En nuestros
cuadros hay también muchos universitarios que han renunciado a una vida pequeño
burguesa para cambiar el país. Yo misma vengo de ese proceso”, afirma Ka Yumi,
una joven de gafas, “aún en proceso de adaptación a este frente de guerra”. Una guerra que entre
insurgentes, soldados y civiles ya ha costado 40.000 vidas.
El legado del imperialismo español está bien
presente, no sólo en algunos edificios y topónimos, sino en la propia guerrilla
que en días de fiesta hace “cocido con chorizo”, dicho tal y como suena en la
lengua de Cervantes, o celebrando la boda entre los camaradas con nombres
castellanos como José y Andrés, pues el NPA acepta y celebra matrimonios
civiles entre combatientes del mismo sexo. Es algo que lleva haciendo desde el
2005, años antes de que la mayoría de países europeos aprobaran este tipo de
derechos para el colectivo LGTB. Una mirada progresista del mundo que, en las
filas del Ejército que los combate, fue vista como “inmoral y cuestionable”.
Así las cosas, mientras otros países de la
región, como China o Vietnam, hacen tímidos progresos en relación a la pobreza
entendida como falta de acceso a la salud, nutrición y vivienda, Filipinas no
termina de sacudirse una desigualdad que empuja a sus ciudadanos a ser mano de
obra barata en otros rincones de Asia como Hong Kong o Emiratos Árabes, donde
se han reportado casos de semiesclavitud.
En las ciudades más pobladas del archipiélago,
como Cebú o Manila, son innumerables los menores que sobreviven solos en la
calle, desnutridos y a merced de todo tipo de abusos. Tierra adentro y lejos de
las urbes, la situación no es mejor. En las aldeas de campesinos que a lo largo
de la elaboración de este reportaje frecuentó el NPA, se vieron aldeas
alumbradas a la luz del fuego y niños con heridas por sanar. De vuelta en el
campamento, los muchachos del NPA viven en unas condiciones no menos difíciles
que las del campesinado. Buena prueba de ello es la visión del camarada Lito
bajo una lluvia implacable, comiendo arroz blanco servido en una cascara de
coco, que es lo que usa como platos la guerrillerada.
En el Frente Apolonio Mendoza, el arroz es la
base del desayuno, comida y cena. Este se sirve junto a un exiguo trozo de piel
de cerdo, y en ocasiones especiales, con unas sardinas en lata o un trozo de
lagarto a la brasa. Además de la comida, aquí el mundo de los objetos también
brilla por su ausencia. Un pequeño pedazo de cristal viene a ser un espejo; un
peine se comparte cada mañana, y toda bala es un objeto codiciado que se cuenta
en poco más de un puñado por cada militante armado.
Aunque unos viejos M16 de fabricación estadounidense
son los fusiles más populares, también se ven reliquias con más de 60 años de
batalla a cuestas. Tal es el caso del M14 que se usó en la guerra de Corea y
hoy tiene en las manos un combatiente con rostro de niño. Las pocas granadas
que atesoran estas unidades sirven o bien para esconder trampas en el camino, o
bien para persuadir al enemigo en caso de encontronazo.
Sin embargo, y aún con carencias, el buen humor
es el espíritu que aparentemente predomina en el campamento. Desde que se
inicia el día con la gimnasia colectiva al ritmo del, “un, dos, tres, un, dos,
tres, derecho, otra, derecho…”, dicho así, en castellano, hasta el pequeño
“desayuno” las bromas y risas forman parte del despertar cotidiano. Luego, tras
tomarse un respiro, la tropa que no está comprometida con ninguna
responsabilidad concreta se reúne para programar las actividades del día.
Asimismo, el trabajo de alfabetización y formación de cuadros
políticos también es diario, tanto para los militantes como para
aquellos civiles de confianza que se encuentren en el área. En fechas como las
presentes, las clases coinciden con el aprendizaje de canciones y consignas que
serán entonadas en las celebraciones de su próximo aniversario. Con gran ahínco
y determinación, los muchachos se vuelcan con temas como la Internacional, el
himno del NPA y otras canciones que relatan los sacrificios de la vida
revolucionaria. Escribiendo con un rotulador sobre una bolsa de basura verde,
el siempre animado camarada Lito instruye a una unidad de muchachos imberbes y
algún que otro varón maduro. La tropa parece pasarlo en grande. Aquí, “salir de
la rutina siempre nos gusta”, afirma Lito, que dice haber sobrevivido a una
infancia de penurias en Makati.
Mientras tanto la dirección política se reúne
en ese cuadrilátero de bambú y toldo al que llaman “aula”. Hoy hablan de los
campesinos y de los problemas a los que se enfrentan con los grandes hacendados
por la tenencia de vacas. No lejos de aquí, hay una empresa que cede las vacas
a los campesinos para que estos las críen y engorden, sin embargo, los pequeños
granjeros están notablemente insatisfechos. Por lo que cuentan, la empresa les
paga mucho menos de lo acordado. Sin sindicatos ni cooperativas eficaces, el
campesino con sobrecarga familiar se encuentra a expensas de lo que decida el
empresario. Alertada la guerrilla, “se esperan consecuencias”, afirma Ka Cleo
sin dar más explicaciones.
Filipinas, hoy una república y, según hallazgos
científicos, territorio habitado desde hace 67.000 años, mantiene esta
denominación desde el siglo XVI, cuando los colonizadores peninsulares la
impusieron como homenaje a la hispanidad y Felipe II. Hoy, el presidente,
Rodrigo Duterte, un abogado que ha puesto precio a las cabezas de los
guerrilleros muertos, quiere cambiar el nombre del país, recuperando una
propuesta de un senador que en los setenta propuso Maharlika, un término no
menos polémico dado que los historiadores no se ponen de acuerdo sobre su
significado real.
Para Ka Wino, uno de los más veteranos
combatientes del Frente Apolonio Mendoza, “el nombre de Filipinas nos recuerda
cada día que el hecho colonial aún no se puede decir que sea pasado, pues
tenemos multinacionales saqueando como de costumbre y fuerzas de Estados Unidos
en nuestro archipiélago… De todos modos y aun siendo un viejo debate, lo
importante no es tanto los nombres, sino las políticas. Decir que se deja de
ser una colonia por el simple hecho de cambiar el nombre es querer ganarse a
las masas con propaganda barata”.
Duterte, quien nada más llegar al poder detuvo
las últimas negociaciones de paz auspiciadas por Noruega, ha declarado la
“guerra total” al NPA, asegurando que terminará con la guerrilla para el 2022,
año en el que termina su actual legislatura. Esta previsión suena optimista
dado que la guerrilla sigue operando en todos sus frentes y causando bajas en
las filas del Estado.
Fuente: Gara, 16 de febrero de 2020