www.rebelion.org | 26/02/2020
La guerra que se libra en el norte de Mali,
desde 2012 y que comenzó siendo una “simple” revuelta Tuareg, una más de
periódicas con las que intentan revindicar sus ancestrales derechos sobre la
región de Azawad, no solo se extiende en el tiempo, sino que suma kilómetros
cuadrados y víctimas casi a la misma velocidad.
Miles de muertos y heridos, centenares de miles
desplazados, hasta ahora han sido los únicos resultados que produjo la
intervención occidental y particularmente la de Francia, que con la operación
Barkhane, tiene desplegados en ese territorio, una región mayor a toda el área
de la Unión Europea, a unos 4,500 hombres, que ya suma cerca de 50 bajas. Un
número demasiado alto, para la baja paciencia del electorado francés.
Al estallar la crisis, estaba prácticamente
circunscrita a un sector del norte de Mali, ahora la mancha conforma un arco,
que abarca todo el norte de ese país, el norte de Burkina Faso, Níger y con
coletazos cada vez más frecuentes en Chad y mientras que en el área de Nampala
(Mali), junto a la frontera con Mauritania, existen varios campamentos
terroristas esperando el momento de comenzar a operar en ese país, que no
registra ataques terroristas desde 2011.
El ataque de Inates (Níger) en diciembre
pasado, en el que murieron 74 militares nigerinos (Ver: Sahel: Terrorismo, una
razón para subsistir.) es la confirmación de que toda la región se ha encendido
y ya no existe ni para Francia, ni para sus socios de la Unión Europea y
Estados Unidos, que ya opera abiertamente en Níger, más que dos salidas.
Una: retirarse humillados, con la carga
simbólica que eso puede representar en la política interna francesa, lo que
dejaría herido de muerte al presidente Emanuel Macron, pero lo realmente
peligroso es el altísimo riesgo de generar el mismo efecto que el triunfo de
los muyahidines en Afganistán, sobre el Ejército Rojo, a principio de los años
noventa.
Aquella victoria, alcanzada gracias a los
ingentes esfuerzos de los Estados Unidos, junto a una entente anticomunista que
abarcaban países como Egipto, Turquía, China, Pakistán Israel, Arabia Saudita,
Qatar, Reino Unido, Francia y un largo etcétera, disparó a cientos de miles de
jóvenes musulmanes, que coqueteaban con las vertientes más extremas del islam,
gracias al adoctrinamiento recibido en las miles de mezquitas y madrassas,
financiadas por Arabia Saudita en todo el mundo musulmán y muchas grandes
ciudades de occidente, a lanzarse a lo que ellos y sus doctrinantes llamaron
yihad, un término que va mucho más lejos de lo que en occidente rebajamos a la
categoría de “guerra santa”.
Con ellos y veteranos de la guerra afgana, a la
que habían llegado miles de voluntarios, y no tanto, para combatir, en la
primera gran guerra islámica, prácticamente desde la caída del Imperio Otomano,
encontrando la manera de resarcir a sus pueblos y su Dios, de la humillación y
el sometimiento a los que fueron sometidos por los imperios cristianos y
católicos.
Muchos de aquellos veteranos, con los
financistas de siempre (Washington y Riad), abrieron frentes en Chechenia,
Kosovo y Argelia y lanzaron operaciones en Egipto, Filipinas, entre otras
naciones a donde llegaron las olas de lo que podríamos llamar “el efecto
talibán” y que se verifica en las muchas guerras que hoy sacuden al mundo
islámico, en las que miles de veteranos de Afganistán y también forjados en los
otros frentes, llevados por el fanatismo en muchos casos y la falta de
expectativas e incentivos, se enrolan en movimientos vinculados a al-Qaeda y el
Daesh, lanzados a por todo, cuando nada tienen para perder.
Tal es el caso del Sahel, donde miles de
muyahidines no solo participan, sino que, a la luz de resultados tras ya ocho
años de guerra, y saben que los ejércitos occidentales no los pueden controlar
y que con mejor preparación, paga y armamento apabullan descontroladamente a
las fuerzas locales, que, en el mejor de los casos, apenas pueden resistir sus
embestidas.
Por lo que para que no se repita “el efecto
talibán”, en el Sahel, hablamos de una superficie más grande que Europa, por lo
que Occidente deberá implementar medidas extremas, ya ese arco de
conflictividad podría alcanzar dos polos muy activos en África Occidental, Boko
Haram, que no solo opera en el norte de Nigeria, sino que cada vez con más
frecuencia lo hace en Camerún, (Ver: Nigeria, la amplía estela del terror) y en
oriente del continente, en la siempre crítica Somalia, donde al-Shabbab, golpea
desde la capital Mogadiscio, en el centro del país, y en vastas zonas rurales
del sur del país e incluso con alguna frecuencia en Kenia.
Frente a esta realidad, Estados Unidos y
Francia, las dos naciones de mayor actividad militar en África, tendrán que
alentar al resto de sus socios de la OTAN y a Naciones Unidas, para que
incrementen su presencia no solo aportando ingentes cantidades de armamento,
sino y fundamentalmente, tropa propia para suplantar a los muy poco confiables
efectivos de los ejércitos locales, como la fuerza del Grupo Cinco de Sahel
(G5S) compuesta por hombres de Níger, Mali, Burkina Faso, Mauritania y el Chad,
que no han logrado prácticamente ningún avance.
Dudar acerca de la implementación de medidas
urgentes y extremas en referencia al Sahel, tendría connotaciones suicidas para
los intereses occidentales.
Retrato
de un espectro.
La crisis ya es inconmensurable para países
como Burkina Faso, que apenas un año atrás, prácticamente no sufría
consecuencias de la guerra que se libraba a pocos kilómetros de su frontera con
Mali. Poco a poco la porosidad de esas fronteras ha permitido que milicianos
tanto del Grupo Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes o Jama’at Nasr
al-Islam wal Muslimin, que responde a al-Qaeda o el Daesh en el Gran Sahara,
multipliquen sus operaciones en las provincias de Sum y Udalan, del norte
burkinés, concentrado sus ataques esencialmente contra escuelas, lo que obligó
el cierre de ciento de ellas, junto a la defección de sus maestros quienes son
víctimas propiciatorias de los atacantes e iglesias cristianas donde se han
producido masacres, ya que se ataca en plena misa. El último de estos ataques
se produjo el pasado domingo 16 de febrero, en una iglesia protestante en el
pueblo de Pansi en Yagha, una provincia volátil cerca de la frontera con Níger.
Aunque en las últimas semanas se registraron dos ataques explosivos contra
mercados comunales, donde obviamente las víctimas también puedan ser
musulmanas.
Este marco de situación ha hecho que los
desplazamientos de civiles desde enero de 2019 a enero de 2020, sea de 700 mil
personas, se estima que 150 mil en las últimas tres semanas, cuando antes de
enero de 2019, los desplazados alcanzaban a las 65 mil almas. La mayoría de
estos contingentes buscan llegar a las ciudades malíes de Andéramboukane y
Ménaka. Donde ya había casi 8 mil desplazados provenientes de otras regiones de
Malí.
La situación en Níger, no es mejor, donde 11
mil habitantes de zonas rurales fronterizas con Mali, han debido abandonar sus
casas, y trasladarse a otras poblaciones del sur de su país, En campamentos en
las áreas cercanas a las ciudades nigerinas de Tillaberi y Tahona, hay cerca de
60 mil refugiados malíes y otros 82 mil llegados de localidades del interior de
Níger. Mauritania ha debido recibir en la última, semana mil desplazados
llegados desde los poblados de Segou y Niono, en la región central de Mali.
Y en consecuencia de que ya los terroristas
tienen campamentos en Mali, muy cerca de la frontera de Mauritania, se
incrementan los ejercicios militares Flintlock
(trabuco) que, desde 2005, Mauritania realiza junto a los Estados Unidos. Esta
nueva versión del Flintlock, comenzó
el lunes 17 y se extienden hasta el día 28, junto a una treintena de países
africanos y europeos, en Atar, el centro-oeste del país en Nuakchot y Kaédi
(Mauritania) y en la ciudad senegalesa de Thiès, con la asistencia de unos 1,600
soldados, con la supervisión del Comando de los Estados Unidos para África
(Africom).
A pesar de ellos y de las declaraciones de Mike
Pomeo acerca de que Estados Unidos seguirá colaborando con los países africanos
en su lucha contra el terrorismo, otras versiones señalan que esa asistencia
está cada día más cerca del fin, lo que sin duda aceleraría de manera absoluta
“el efecto talibán”.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino.
Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.