Miguel Concha
Como informé en mi colaboración
anterior, hoy se cumplen 30 años de la matanza de seis jesuitas de la Universidad
Centroamericana José Simeón Cañas de San Salvador (UCA), y de sus dos
trabajadoras domésticas. Recordé también que, según un informe de la ONU de
1993, el principal objetivo de la agresión era Ignacio Ellacuría, filósofo,
teólogo, analista político y rector de la UCA, a causa de la rabia que le
causaban a la oligarquía salvadoreña sus explicaciones estructurales sobre el
origen de la injusticia y la violencia, a pesar de que por razones particulares
éticas y teológicas él siempre tuvo reparos frente a la violencia física
revolucionaria.
Por la trascendencia de este
acontecimiento en la memoria de los pobres del continente, pensamos que su
conmemoración no puede pasar desapercibida en El Salvador, en México y en toda
América Latina. Ignacio Ellacuría fue un gran mediador del conflicto armado
salvadoreño. Pugnó siempre por el diálogo entre el gobierno y el Frente
Farabundo Martí de Liberación Nacional, la entonces fuerza guerrillera y hoy
partido político que ha llegado a gobernar ese país, tras firmar la paz en el
Castillo de Chapultepec, tres años después de la masacre de los jesuitas.
Para el proceso de paz salvadoreño, el
legado de Ellacuría no puede entenderse sin la vigencia de su pensamiento
teológico y filosófico, pues Ellacuría creía en una paz con justicia social.
Además, como creyente, veía en los pobres del continente el rostro
del Cristo Crucificado por la opresión de las estructuras económicas,
sociales, políticas y culturales.
Como aporte original, en su tiempo como
rector impulsó la cátedra de la Realidad Nacional, que hoy lleva su nombre y se
imparte en muchas universidades jesuitas y no jesuitas en varios países de
Iberoamérica. En esas sesiones se hacía un agudo análisis de las razones que
dan cuenta de las injusticias que se cometen contra los pobres por razones
ideológicas e intereses económicos y políticos particulares.
Su formación filosófica le enseñó a buscar
la verdad de las intenciones de quienes dicen trabajar por el desarrollo, pero
esconden intereses que benefician a unos pocos, en detrimento de las
condiciones de vida de las mayorías populares.
El legado de Ellacuría en teología y en
filosofía puede resumirse en las frases, que retomando al filósofo vasco Xavier
Zubiri, desarrolló en sus escritos: hacerse cargo de la realidad (momento
noético), cargar con la realidad (momento ético) y encargarse de ella (momento
práxico). Lo que significa reconocer las injusticias del mundo a través del
análisis, asumirlas como inaceptables y hacer algo para cambiarlas.
Una obra, como la desarrollada por él, es
en sí misma de gran actualidad, porque pretende desentrañar analíticamente las
claves de esa realidad, para transformarla en beneficio del pueblo crucificado.
En El Salvador de hoy, como en México y en muchos países de América Latina, las
condiciones sociales y económicas son prácticamente las mismas: una enorme
desigualdad social, en la que millones de personas viven en condiciones de
pobreza y sufren violaciones de sus derechos humanos, que contrasta con una
pequeña minoría que acumula riquezas y provoca de facto la
imposibilidad de una verdadera democracia, y la impunidad por sobre el poder
mismo del Estado. Como recién dijo Lula, es lamentable que América Latina
tenga una élite económica que no sabe convivir con la democracia. La región
vive hoy en medio de una globalización económica, en la que el crimen
organizado –narcotráfico, trata de personas y delitos de cuello blanco– juega
un rol preponderante y profundiza esta polarización social en los distintos
países, imponiéndose en los territorios a través de la fuerza y de las armas.
La exclusión social que viven niños,
mujeres, jóvenes y adultos mayores, frente a las escasas oportunidades de
empleo y las pocas posibilidades de reconstrucción del tejido social, se
expresan en la migración y la sobrevivencia de sus familias. El análisis de las
condiciones de vida de los conflictos específicos que viven las mayorías
populares, puede haber cambiado respecto a los conflictos armados de los años
70 y 80 del siglo pasado. Pero los intereses rapaces de las grandes
corporaciones, el neo-extractivismo, el desarrollo de negocios en
telecomunicaciones, el propio narco, y el tráfico de personas y armas, al
amparo del poder político, siguen el mismo patrón de acumulación capitalista,
con unos pocos beneficiados y unos muchos excluidos, enajenados y oprimidos.
El método, el pensamiento y la obra de
Ignacio Ellacuría siguen vigentes para analizar lo que nos está pasando. Sin
embargo, habrá que buscar releer sus escritos con nuevos ojos, para desentrañar
cómo podemos salir de la barbarie en la que nos encontramos.