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Hace treinta y siete años esta semana, uno de los capítulos más sangrientos de la historia palestina se desarrolló en un campo de refugiados en el Líbano. Rodeados por las fuerzas israelíes de todos lados, miles de refugiados, privados de liderazgo y protección de la comunidad internacional, fueron asesinados durante una matanza de dos días en el campo de refugiados de Chatila y el vecindario adyacente Sabra de Beirut por la milicia falangista cristiana, los paramilitares aliados de Israel en el Líbano.
Cuándo:
Del 16 al 18 de septiembre de 1982
¿Qué
ocurrió?
15 de septiembre: las fuerzas israelíes,
que habían invadido el Líbano tres meses antes, avanzaron hacia Beirut y
rodearon el campo de refugiados palestinos de Chatila. Los Estados Unidos ya
habían negociado un tenue acuerdo de alto el fuego para permitir que el
liderazgo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) junto con
más de 14.000 combatientes abandonaran el país, que fue devastado por una
guerra civil. La resolución 520 del Consejo de Seguridad de la ONU, de fecha el
17 de septiembre, se aprobó por unanimidad y condenó “las recientes incursiones
israelíes en Beirut en violación de los acuerdos de alto el fuego y de las
resoluciones del Consejo de Seguridad”. Israel
también ignoró esta resolución.
Prácticamente acordonados del mundo
exterior por tanques israelíes, cientos de combatientes falangistas —un grupo
de milicianos cristianos inspirados por fascistas europeos— fueron instruidos
por las fuerzas israelíes para eliminar a los miembros de la OLP del área. Lo
que aconteció durante el siguiente día y medio horrorizó al mundo.
La Falange era archienemiga de la OLP.
Lucharon en lados opuestos en la guerra civil libanesa, que resultó en 120.000
muertes. También querían vengar la muerte del recién elegido presidente del
Líbano, Bachir Gemayel. Los falangistas creían que los palestinos habían
asesinado a Gemayel el 14 de septiembre —una acusación que resultó ser
completamente falsa— provocando la muerte de los palestinos.
En las 38 horas que los israelíes
permitieron que la milicia de la Falange ingresara al campo de refugiados sin
obstáculos, los palestinos se resguardaban en sus refugios improvisados y
sufrieron horrores indescriptibles. Los
milicianos representantes de Israel violaron, torturaron, mutilaron y mataron a
más de 3.000 residentes palestinos y libaneses de Sabra y Chatila. Ayudados
por bengalas brillantes disparadas al cielo nocturno por las tropas israelíes,
que se encontraban en el estadio deportivo con vistas al área, el asesinato
continuó sin pausa. A pesar de que testigos presenciales informaron sobre los
horrores que estaban ocurriendo, el ejército israelí permitió que los refuerzos
ingresaran a Chatila e incluso se dice que proporcionaron a los falangistas,
excavadoras para enterrar los cadáveres de los palestinos muertos.
Decidido a destruir la base de la OLP en
el Líbano e instalar un régimen títere en Beirut, el entonces ministro de
Defensa de Israel, Ariel Sharon, hizo la vista gorda ante lo que estaba sucediendo.
Se dice que el 17 de septiembre se le comunicaron detalles de la masacre, pero
el hombre que luego se convertiría en el Primer Ministro de Israel se mantuvo
impasible, lo que permitió que el asesinato continuara durante varias horas
más.
¿Qué
pasó después?
Siguieron la conmoción e indignación. El
Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 521 por unanimidad,
condenando la masacre. El 16 de diciembre de 1982, la Asamblea General de la
ONU declaró que la masacre fue un “acto de genocidio”.
Israel inició una investigación propia el
28 de septiembre de 1982 con la Comisión de Investigación de Kahan. Llegó a la
conclusión de que la “responsabilidad directa” recaía en los falangistas, y que
ningún israelí se consideraba “directamente responsable”, aunque se consideraba
que Israel era “indirectamente responsable”. Sin embargo, se descubrió que el
ministro de Defensa, Ariel Sharon, tenía “responsabilidad personal” por
“ignorar el peligro de la matanza y la venganza” y “no tomar las medidas apropiadas
para evitar la matanza”. Fue despedido de su cargo, pero eso hizo poco en dañar
su carrera política y se convirtió en el Primer Ministro de Israel en 2001.
Para Estados Unidos, que había garantizado
la seguridad de los civiles que quedaron después de que los combatientes de la
OLP fueran enviados desde el Líbano, la masacre fue una profunda vergüenza.
Causó un daño inmenso a su reputación y llevó a la decisión de desplegar
fuerzas estadounidenses en el país con resultados desastrosos. El presidente
Reagan ordenó a los marines estadounidenses que regresaran al Líbano y, poco
más de un año después, el 23 de octubre de 1983, 241 soldados estadounidenses
fueron asesinados cuando dos camiones bomba destruyeron sus barracones en
Beirut, lo que llevó a Reagan a retirar a las fuerzas estadounidenses para
siempre.
Para los palestinos, la tragedia de Sabra
y Chatila sigue siendo un poderoso recordatorio de su ciclo aparentemente
interminable de desplazamiento. Fue otra consecuencia más de la limpieza étnica
de Palestina en la Nakba de 1948 y nuevamente en 1967. Alrededor de medio
millón de refugiados palestinos todavía están deshumanizados e inseguros en su
situación en el Líbano, con pocos derechos civiles y políticos. Unos 5,4
millones se encuentran dispersos por la región en miserables campos de
refugiados, con una inquietante sensación de permanencia.
Fuente original: https://www.monitordeoriente.com/20190916-recordando-la-masacre-de-sabra-y-chatila/