Leonardo Boff
www.cpalsocial.org / 061119
En
tiempos de peligro para nuestra libertad es importante que pensemos en su
relevancia. Nacemos completos pero imperfectos. No tenemos ningún órgano
especializado, como la mayoría de los animales. Para sobrevivir, tenemos que
trabajar e intervenir en la naturaleza. Los mitos iluminan esta situación.
Los
indígenas guaicuru, del Mato Grosso del Sur, se preguntaban el por qué de la
imperfección y del alto significado de la libertad. Tardaron mucho tiempo en
llegar a una respuesta. La explicación vino a través del siguiente mito,
portador de verdad.
El
Gran Espíritu creó todos los seres. Puso gran cuidado en la creación de los
humanos. Cada grupo recibió una habilidad especial, para sobrevivir sin mayores
dificultades. A unos les dio el arte de cultivar la mandioca y el algodón; así
podían alimentarse y vestirse. A otros les dio la habilidad de hacer canoas
ligeras y el timbó; de esta forma podían moverse rápidamente y pescar.
Así
hizo con todos los grupos humanos en la medida en que se distribuían por el
mundo. Pero con los guaicuru no fue así. Cuando quisieron partir hacia las
vastas tierras, el Gran Espíritu no les dio ninguna habilidad. Esperaron,
suplicando durante mucho tiempo y nada les fue comunicado. Así y todo,
decidieron partir. Pronto sintieron muchas dificultades para sobrevivir.
Resolvieron buscar intermediarios ante el Gran Espíritu para recibir también
una habilidad.
Primero,
se dirigieron al viento, soplando y rápido siempre: “Tío viento, tú que soplas
por los campos, sacudes los bosques y pasas por encima de las montañas, ven a
ayudarnos”. Pero el viento que sacudía las hojas, ni siquiera oyó la petición
de los guaicuru. Se volvieron entonces hacia el relámpago, que estremece toda
la tierra. “Tío relámpago, tú que tanto te pareces al Gran Espíritu, ayúdanos”.
Pero el relámpago pasó tan rápido, que ni siquiera escuchó su pedido.
Así,
los guaicuru rogaron a los árboles más altos, a las cumbres de las montañas, a
las aguas corrientes de los ríos, siempre suplicando: ”Hermanos nuestros,
intercedan por nosotros junto al Gran Espíritu para que no muramos de hambre”.
Pero no pasaba nada.
Medio
desesperados, vagaron por varios parajes, hasta que pararon debajo del nido del
gavilán real. Éste, oyendo sus lamentos, resolvió intervenir y dijo: “Ustedes,
guaicuru, están muy equivocados y son unos grandes bobos”. “Como así?”,
respondieron todos. “El Gran Espíritu se olvidó de nosotros. Tú eres feliz,
recibiste el don de una mirada penetrante, puedes percibir un ratón en la boca
de la cueva y cazarlo...”.
“Ustedes
no han entendido nada de la lección del Gran Espíritu”, respondió el gavilán
real. “La habilidad que él les dio está por encima de todas las otras. Él les dio la libertad. Con ella,
ustedes pueden hacer lo que crean oportuno”.
Los
guaicuru se quedaron perplejos, y llenos de curiosidad. Pidieron al gavilán
real que les explicase mejor esa curiosa habilidad. Lleno de garbo, el gavilán
les habló así: “Ustedes pueden cazar, pescar, construir malocas, hacer bellas
flechas, pintar sus cuerpos y sus vasijas, viajar a otros lugares y hasta
decidir lo que ustedes quieren de bueno para ustedes y para la propia
naturaleza”.
Los
guaicuru se llenaron de alegría y se decían unos a otros: “Qué tontos hemos
sido, pues nunca discutimos juntos la ventaja de ser imperfectos. El Gran
Espíritu no se olvidó de nosotros. Nos dio la mejor habilidad, la de no estar
sujetos a nada, sino la de poder inventar cosas nuevas, sabiendo las ventajas
de nuestra imperfección.
El
cacique guaicuru preguntó al gavilán: “¿Puedo experimentar la libertad?”
“Puedes”. El cacique tomó una flecha y derribó de lo alto del jaquero una gran
fruta de jaca o yaca, deliciosa para todos.
Desde
aquel momento, los guaicuru, ejercieron su libertad. Se volvieron grandes
caballeros y nunca pudieron ser sometidos por ningún otro pueblo. La libertad
les inspiraba nuevas formas de defenderse y de garantizar mejor la habilidad que
les había dado el Gran Espíritu.
Los
mitos nos inspiran grandes lecciones, especialmente en los días actuales,
cuando fuerzas poderosas, nacionales e internacionales, nos quieren someter,
limitar y hasta quitarnos nuestra libertad. Debemos ser como los guaicuru: saber defender el mayor don que tenemos, la
libertad. Debemos resistir,
indignarnos y rebelarnos. Sólo así haremos nuestro propio camino como
nación soberana y altiva. Jamás aceptaremos que nos impongan el miedo ni que
nos roben la libertad.