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Plataformas virtuales: la acumulación originaria de Silicon Valley


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Las corporaciones de Silicon Valley se hicieron de las jugosas ganancias que generan los medios conectivos, posterior a una serie de inversiones públicas -que fueron de la mano con el desarrollo de fuerzas productivas empleadas en centros de investigaciones especializados (público y privado) de EE.UU.-, con el propósito de construir una red de redes de telecomunicaciones, para conectar una multiplicidad de ordenadores dentro de este territorio.

Fue el Departamento de Defensa de Estados Unidos, institución pública de ese país, por medio de su Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA), el que utilizó recursos públicos para diseñar el ARPANET. Esta fue la red madre de telecomunicación -desde 1969 hasta 1990- que dio paso a la llegada del Internet. Más adelante, otra organización pública, el Centro Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN), logró vincular, en 1991, la tecnología de hipertexto a la Internet, con la creación de la World Wide Web. Este adelanto, diseñado por Tim Berners Lee, fundó los cimientos de una nueva era de telecomunicaciones.

Paralelamente a este espacio entre el desarrollo de la ARPANET y la era del Internet, que tomó cerca de 30 años, en medio de un contexto de guerra fría, los usuarios, y los no, de estas redes de telecomunicaciones, fueron teniendo distintas consideraciones con las nuevas formas de comunicación. Durante la década del sesenta, los ciudadanos norteamericanos, sumergidos en el movimiento contracultural, desconfiaban de todos los avances tecnológicos de la época. Eran consideradas estructuras de control y vigilancia de los aparatos gubernamentales y de las grandes corporaciones.

Hasta la década siguiente empezaron a familiarizarse con las nuevas tecnologías. De hecho, explica Van Dijck (2016:16) que los valores contraculturales, “de comunidad y colectividad con los imperativos de libertad personal y empoderamiento, valores que entraban en conflicto franco con las nociones de opresión y restricción de la individualidad aún asociadas a las tecnologías de la información”, los que encarnaron en la figura del nerd rebelde, amante de las computadoras, que trabajaba, desde un supuesto sótano oscuro de alguna vivienda, ubicada en cualquier ciudad de Estados Unidos, en pro del bien público y en contra de los poderes estatales y económicos. De estos valores de los movimientos contraculturales surgieron los nuevos valores de los defensores de la cultura web que, pasado el milenio, se enfrentarían a las corporaciones de Silicon Valley.

Entrado el siglo en curso, los medios conectivos fueron tomando forma gracias al previo desarrollo de la web 2.0 y el espíritu participativo de los defensores de la cultura web, que preferían desarrollar sus actividades online, colectivamente, en espacios públicos, no comerciales, y que les permitiesen comunicarse -tal cual como lo sintiesen- sin las fuerzas de las restricciones que normalmente se encuentran en los espacios controlados por los gobiernos y/o los mercados. Dado que estos nuevos canales de comunicación permitían tales demandas de los usuarios -gratuidad, libertad, participación, colectividad- en un contexto neoliberal, estos fueron considerados por las comunidades de usuarios como medios alternativos.

Pero esto significó el origen de una tensión entre lo público y lo privado, entre lo libre y lo restringido, entre lo alternativo y lo formal en el mundo online. A las corporaciones que empezaron a adquirir estos medios, entre los años 2004 y 2008, les fue difícil conjugar la coexistencia entre sus intereses comerciales y las normas de usos que imponían las comunidades de usuarios. Estas tensiones llevaron a las corporaciones a apropiarse de los valores colectivos y públicos que contemplaba la retórica de los defensores de la cultura web sobre las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Además, de saber “navegar entre la cultura de inversión capitalista de Silicon Valley, caracterizada por la búsqueda de ganancias rápidas y una veloz capitalización en el mercado accionario, y el espíritu de participación originario, que había favorecido su crecimiento” (Van Dijck, 2016:21).

Este hábil movimiento de las corporaciones, a lo cual ellos catalogan como emprendimiento mixto público y privado, implicó mantener la misma retórica -impregnada de valores como libertad, transparencia, gratuidad, participación y colectividad- pero con significados distintos en el trasfondo. La retórica terminó siendo una fortaleza de eufemismos utilizados por las corporaciones. La libertad la transformaron en vigilancia, la transparencia en pérdida de privacidad, la gratuidad en la mercantilización de la privacidad de los usuarios, la participación en una comunicación canalizada tecnológicamente y la colectividad en la explotación del trabajo de los produsuarios. Con relación a esto último, poco se advierte que estas corporaciones no generan ningún tipo de contenido; todo en ellas es producto del trabajo de los usuarios a cambio de conexión, lo que algunos podrían denominar como ciberexplotación.

Adentrados los medios conectivos en las prácticas culturales de comunicación, los usuarios no tuvieron otro remedio que negociar cuando se sintieron inconformes con algún cambio tecnológico en estas plataformas y cuando supieron que ellos eran el producto a negociar de estas corporaciones (2012). Al parecer, fue demasiado tarde el descubrimiento para un abandono masivo de estos espacios de sociabilidad. Esas negociaciones se mantienen hasta la fecha, pero han tomado mayor relevancia con los escándalos de Cambridge Analytica. Por otra parte, en Europa se habían adelantado ligeramente las discusiones en cuanto a establecer medidas de regulación a las corporaciones que mercantilizan la privacidad de los usuarios sin su consentimiento, mientras en regiones como las nuestras, Latinoamérica, mantienen libre paso para negociar con la privacidad de cada uno de los usuarios.

La acumulación original del capital privado de Silicon Valley no terminó con las cuantiosas inversiones públicas para edificar la red de redes que utilizamos hasta nuestros días ni con los trabajos colectivos desarrollados por comunidades de usuarios aficionados, durante la década del noventa (web 1.0) y que posterior expandieron con los medios conectivos (web 2.0), a inicios del siglo en curso. Se mantendrá mientras el modelo de negocio no sea otro a la mercantilización de la privacidad de los usuarios, sin su consentimiento, y la explotación de su trabajo.

- Mario Enrique De León, sociólogo, Universidad de Panamá. Investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos, (CELA), “Justo Arosemena”.  Becado IDEN-SENACYT. Maestrando en Ciencias Sociales.