www.religiondigital.org / 10.08.2019
La Iglesia se ha organizado de manera y es
gestionada de forma que en ella se palpa la verdad del dicho antiguo: “El
fin no justifica los medios”. ¿Por qué y en qué sentido digo esto? La
finalidad de la Iglesia es difundir y hacer presente lo que difundió e hizo
presente, en este mundo, el mensaje de Jesús, el Evangelio.
Ese es el fin, para el que se fundó y para el que existe la Iglesia. Pero, para
el logro de ese fin, ¿qué medios pone en práctica esta Iglesia?
Si lo original y central, en la Iglesia,
es el Evangelio, a él nos tenemos que atener, no sólo en cuanto se refiere a la
finalidad, que es el Reinado de Dios, sino además en todo lo que se refiere a
los medios para que, efectivamente, se pueda alcanzar el logro de esa
finalidad.
Pero aquí viene la pregunta capital:
¿pone realmente la Iglesia los medios, que el Evangelio indica, para alcanzar
la finalidad que nos presenta el Evangelio?
La respuesta a esta pregunta es
complicada. Porque es evidente que en la Iglesia hay muchas personas a las que,
no sólo entusiasma el Evangelio, sino que además se esfuerzan, cuanto pueden,
para vivir de acuerdo con los se nos dice en el Evangelio.
Lo que ocurre es que resulta muy difícil
saber quiénes son las personas o grupos humanos que viven así. Porque, entre
otras razones, el mismo Evangelio manda que, cuando reces, des limosna (ayudes
a quien lo necesita) o te prives de lo que te gusta (tema del ayuno), hagas
todo eso de manera que nadie se entere (Mt 6:1 ss y par.). Vivir de acuerdo con
el Evangelio es vivir de manera que lo que la gente vea, sea tu honestidad y tu
honradez. Eso y las consecuencias, que de esa forma de vida se siguen. Pero ni
más ni menos que eso.
Esto supuesto, el problema que
tiene la Iglesia está en que, efectivamente, busca y quiere
cumplir el fin que le marca el Evangelio, pero no pone los
medios, que indica el mismo Evangelio, para alcanzar ese fin.
Esto supuesto, resulta inevitable decir
que la Iglesia vive en una patente contradicción. No es una contradicción que
tiene su centro en la ética o en la espiritualidad. Es una
contradicción institucional. Porque esta Iglesia nuestra se ha
organizado de manera que, para ser importante e influyente en ella, no hay más
remedio que “trepar”: subir, ser socialmente importante, tener poder, gozar de
privilegios, manejar dinero. O sea, reproducir a los “hijos de Zebedeo”, los
que querían los primeros puestos, pasar de largo ante los que están tirados en
las cunetas de los caminos de la vida…
Los ejemplos se podrían seguir enumerando.
Pero no hace falta. Baste pensar en que el papa Francisco llama tanto la
atención y se ha hecho tan popular porque, en su manera de vivir y tratar a la
gente, no parece un papa. Este simple hecho, ¿no justifica de sobra que el fin
(anunciar y enseñar el Evangelio) no justifica los medios, que nos llevan a trepar
en la sociedad y apetecer privilegios, que no pueden ser los medios
que nos lleven a tener fe en Jesús y a vivir su Evangelio?