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Para nadie es un secreto que las
relaciones de un sector del clero con el papa Francisco no son precisamente
fáciles y distendidas. Un ejemplo elocuente, en este orden de cosas, es lo que
recientemente ha dicho el cardenal Müller (ex Prefecto del Santo Oficio), que,
según circula por la prensa y las redes, ha llegado a decir que la Iglesia
tiene ahora mismo “un papa herético”.
No me cabe en la cabeza que un cardenal
tan reconocido, como es el caso del cardenal Müller, haya llegado a decir y
difundir semejante disparate. En todo caso –y sea cual sea el comportamiento del
ex Prefecto del Santo Oficio– el hecho es que la resistencia de un sector del
clero, al gobierno pontificio de Francisco, se hace cada día más patente.
Ahora, cuando nos estamos acercando al
sínodo de la Amazonía, el rechazo de los resistentes a este papado, se acentúa.
Y el motivo más destacado –según dicen los entendidos en el asunto– es el tema
del celibato eclesiástico. Porque, como es lógico, si la ley del celibato deja
de ser obligatoria para los curas que atienden a los indígenas del Amazonas,
¿por qué va a seguir obligando a los párrocos de Europa?
El
celibato no es una ley universal
Esto es lo que piensan y dicen los
clérigos “anti-Francisco”. Pero lo que realmente les motiva a estos curas (y a
sus secuaces) para atacar al papa ¿es el tema del celibato? No hay que ser ni
un sabio, ni un lince, para darse cuenta de que, en todo este asunto, hay
trampa. Porque el celibato de los sacerdotes no es “una verdad que ha de
creerse con fe divina y católica” (can. 751). El celibato de los curas es una
ley eclesiástica. Una ley que no ha sido nunca universal. A los clérigos
católicos de la Iglesia Oriental no les obliga. Además, se introdujo en
Occidente después de siglos de fuertes discusiones.
Celibato
Más aún, en el Nuevo Testamento se dice
que la ordenación de obispos y presbíteros se debe administrar a hombres
casados (1 Tim 3, 2-5. 12; Tit 1, 6), que sepan gobernar bien su casa y su
familia. Porque quien no sepa educar a su familia en la Fe, ¿cómo va a tener el
debido cuidado de la Iglesia de Dios? Es más, se sabe que, en el concilio de
Nicea (año 325), según el historiador Sócrates, algunos obispos propusieron
“introducir una nueva ley en la Iglesia: que los ordenados, es decir, los obispos,
los presbíteros y los diáconos, no durmiesen con sus mujeres con las que se
habían casado siendo laicos”; pero Pafnucio, obispo de la Tebaida Superior,
célibe y venerado confesor de la fe, intervino en contra de la propuesta “y
gritó bien alto que no se debía imponer a los hombres consagrados ese yugo
pesado, diciendo que es también digno de honor el acto matrimonial e inmaculado
el mismo matrimonio; y que no dañasen a la Iglesia exagerando la severidad;
porque no todos pueden soportar la ascesis de la “apatheia” ni se proveería
equitativamente a la templanza de sus respectivas esposas” (Hist. Eccl. I, XI.
PG 67, 101-104).
Esto se dijo en el primer concilio
ecuménico de la Iglesia, algunos años después de que el Sínodo local de Granada
(Ilíberis) les impusiera a los clérigos casados la obligación de la
continencia.
¿Un
Papa herético?
No es cuestión aquí de recordar la
complicada y larga historia del celibato en la Iglesia. En lo que sí quiero (y
debo) insistir es que no tiene pies ni cabeza calificar de “herético” al papa
Francisco por unas decisiones (que aún no se ha tomado) a las que pueda llegar
el Sínodo de la Amazonía. Entonces, ¿qué
hay detrás de todo esto? Sin duda alguna, gastar y desgastar la imagen y la
forma de gobernar del Papa Francisco.
¿Por qué y para qué este desgaste? Lo más
lógico parece ser que todo este desagradable embrollo tiene una finalidad que
salta a la vista: preparar el cónclave, para que el sucesor de Francisco tenga
que tomar otro camino. Sin duda alguna, un papa que humaniza el papado y lo
acerca a los que más sufren en la vida, un papa así, no “le conviene” (¿?) ni a
la “Iglesia”, ni al mundo en que vivimos.