www.nuso.org / febrero 2019
Nayib Bukele tiene 37 años y es el
presidente más joven en la historia de El Salvador. El nuevo presidente de El
Salvador es una incógnita para todos. Su irrupción a la política ocurrió en
2012 cuando compitió por la alcaldía de un municipio periférico de la capital, Nuevo
Cuscatlán, bajo la bandera del partido de izquierda que había asumido el
ejecutivo desde 2009, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional
(FMLN). A partir de su gestión, se creó una imagen mediática importante bajo el
color cyan que llamó la atención de los salvadoreños, catapultándolo a la
candidatura por la alcaldía más importante del país: la capital.
Antes de 2012, Bukele había tenido una
fuerte relación comercial con el partido efemelenista desde sus agencias de
publicidad, realizando varias campañas políticas a lo largo de la década
previa. Además, su padre, el intelectual salvadoreño Armando Bukele, de origen
palestino, había sido amigo cercano del líder histórico de izquierda Schafik
Handal. Por ello, su candidatura a alcalde de San Salvador no presentó mayores
obstáculos y en 2015 triunfó nuevamente en las urnas, convirtiéndose en el
alcalde de los capitalinos. Desde esos años se le mencionaba como potencial
candidato presidencial para las elecciones de 2019 y las encuestas de la época
confirmaban su popularidad, la que se incrementó con los señalamientos al
partido que emitía desde sus redes y que fueron dañando la relación, al grado
de surgir voces que pedían incluso su remoción del FMLN.
Dos hechos en el interior de la alcaldía capitalina
produjeron la ruptura: primero, el despido de varios empleados municipales,
miembros del partido, porque decidieron seguir la línea partidaria y
distanciarse de las órdenes del alcalde, lo que trajo críticas públicas de la
dirección del FMLN. Apenas unos días después, en medio de una sesión del
concejo municipal, Nayib según testigos y una grabación circulada en redes
sociales, ofendió a la síndica municipal, lo que devino en una demanda ante el
Tribunal de Ética del partido y en una denuncia ante los tribunales comunes por
el delito de expresiones violentas contra la mujer, que aún está en trámite.
La suerte estaba echada. En octubre de
2017 el FMLN expulsó a Nayib Bukele y con eso sus posibilidades de obtener un
tercer período en el gobierno se agotaron. No había ninguna figura dentro o
fuera del partido que gozara de los mismos niveles de simpatía de Bukele. El
ahora alcalde independiente inició una carrera contra el reloj para poder
formar un nuevo partido político a tiempo que le permitiera competir en 2019 o
inscribirse en otro que ya estuviera formado.
En marzo de 2018 se celebraron las
elecciones legislativas. Nayib afirmó que no valía la pena votar, y sugirió
anular la papeleta de votación. Su llamado produjo casi 200 mil votos nulos,
que regularmente oscilaban entre 25 a 40 mil, y dejó un ausentismo superior al
52%. En esa elección el FMLN obtuvo 437 mil votos, es decir, 400 mil votos
menos que en la elección legislativa de 2015 y 1,1 millones de votos menos que
en la elección presidencial de 2014.
Luego de las elecciones, su primer
esfuerzo fue culminar el proceso de inscripción del partido Nuevas Ideas (NI).
Más allá de las denuncias de Bukele sobre supuestos bloqueos al reconocimiento
jurídico del nuevo partido político, de acuerdo a los plazos establecidos en la
legislación electoral salvadoreña, un instituto político no puede ser inscrito
mientras no se declaren firmes los resultados electorales de una anterior
elección; por lo que después de un proceso electoral complejo, debido a la existencia
de listas abiertas, fue hasta mediados de abril que el país tuvo certeza de los
ganadores y por ende se abrió el periodo tan esperado para registrar el partido
Nuevas Ideas. Sin embargo, había un plazo fatal: el 4 abril de 2018, última
fecha en la que según el calendario electoral un partido político que pretendía
competir en la elección presidencial 2019 debía convocar elecciones internas
para elegir sus candidatos, por lo que, aun cuando NI presentó más de 175 mil
firmas de apoyo ciudadano para constituirse en partido (más del triple de las
exigidas por la ley), no podía competir en la elección al no existir legalmente
en la fecha mencionada.
Por tanto, en la búsqueda de un vehículo
para competir en las elecciones presidenciales, el siguiente paso de Bukele fue
anunciar su afiliación al partido de centro izquierda Cambio Democrático. Pero
unos meses después, el 26 de julio de 2018, el Tribunal Supremo Electoral
canceló a este partido por no haber obtenido el mínimo de votos necesarios para
subsistir en la elección de 2015, es decir, 3 años antes; teniendo como
sustento una sentencia de la Sala de lo Constitucional, que tardó más de dos
años en emitirse.
Ese mismo día y a minutos de que venciera
el plazo para la inscripción de candidatos para las elecciones internas del
partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), Nayib se afilió a este
partido y se inscribió para competir internamente, resultando victorioso dos
días después y convirtiéndose en candidato a la elección presidencial 2019. Acto
seguido, GANA cambió sus colores y símbolos a unos muy parecidos al color cyan
de Nuevas Ideas, tratando de influir así en el elector para que este pensara
que estaba apoyando a NI y no a GANA, un partido con credenciales cuestionadas,
surgido de un fraccionamiento en 2010 del partido de derecha Alianza
Republicana Nacionalista (ARENA).
Nayib basó su campaña en prometer combatir
la corrupción por medio de la creación de una comisión internacional, tal como
ha ocurrido en Guatemala; en la construcción de un aeropuerto de gran
envergadura en el oriente del país y un tren. Sabiéndose primero en las
encuestas, rehuyó al debate y casi no dio entrevistas. Sus adversarios
expusieron todas las presunciones que se le imputan desde su gestión como
alcalde, pero no hay duda que la gente estaba decidida a votar por él sin
importar lo que se dijera. En una frase: votaron motivados por el hartazgo a
los partidos tradicionales que les habían gobernado los últimos treinta años.
La noche del 3 de febrero de 2019 será recordada
no solo como aquella en la que el FMLN perdió el gobierno, sino también como la
que rompió la hegemonía electoral mantenida por los dos partidos mayoritarios
desde la firma de los Acuerdos de Paz de 1992. No hay duda que ambos partidos
fueron derrotados a varios niveles; el FMLN, por ejemplo, perdió dos terceras
partes de los votantes que le dieron una segunda oportunidad en 2014, al ganar
el Ejecutivo. Por otra parte, dejaron a este partido en niveles de votación
solo vistos en los años 1997 y 1999, es decir, más de 20 años atrás. Arena, por
su parte, acumuló la tercera derrota al hilo, lo que reduce aún más su
esperanza de volver a gobernar.
Más allá del tremendo arrastre mediático
de Bukele y de su capacidad para conquistar a una parte del electorado con las
restauraciones que hizo en el centro histórico de San Salvador cuando fue
alcalde, lo cierto es que la victoria de Nayib no puede entenderse al margen
del empacho que existe en la gran mayoría de la población hacia los partidos
políticos y las conductas que se les imputan: corrupción, falta de liderazgo y
ejemplaridad, evasión de impuestos, enriquecimiento ilícito, narcotráfico,
entre otras.
Tanto el partido Arena como el FMLN tienen
expresidentes señalados por actos de corrupción cuando gobernaron. Uno está
asilado, otro está preso y uno más murió sin que finalizara su juicio. Aunado a
lo anterior, en los últimos días se hicieron públicos documentos que mostraban
una política enraizada en casa presidencial desde los tiempos de Arena, que
consistía en pagar sobresueldos a funcionarios del gobierno en turno y que, a
tenor de las publicaciones, se repitió al menos en el primer gobierno del FMLN.
Pero el futuro tampoco se ve prometedor.
La gestión de Bukele al frente de las alcaldías ha sido objeto de varios
señalamientos que van desde el nepotismo y el compadrazgo, hasta la franca
corrupción. Por otro lado, el partido por el que compitió Nayib fue fundado por
el presidente que ahora guarda prisión y varios de sus miembros han sido
señalados por actos que rayan en la corrupción o cuando menos en acciones
antiéticas, como lo reseñan diversas publicaciones periodísticas.
Todavía es pronto para poder establecer
cuál será el futuro de los partidos que ahora son segunda y tercera fuerza. En
el caso de Arena, su resultado es en términos porcentuales mucho más alentador,
pues mantiene consigo un 30% del electorado, por lo que parece improbable que
Gana le arrebate la bandera de ser el principal partido de derecha. El FMLN,
por el contrario, deberá enfrentar la competencia de un presidente cuyo
principal caudal de votos proviene de la misma gente que alguna vez votó por el
mismo FMLN. ¿Cómo hará este partido para crecer electoralmente ahora que Nayib
pretenderá arrebatarle sus principales banderas de lucha? Apenas tiene un poco
más de un año para resolverlo. Las próximas elecciones son en 2021.