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Monstruoso. Espantoso. Malvado. Es extraño cómo las palabras simplemente se agotan en día en el Oriente Próximo actual. Sesenta palestinos muertos. En un día. Dos mil cuatrocientos heridos, más de la mitad de bala. En un día. Las cifras son un escándalo, inmorales, una vergüenza para todo ejército que las provoque.
¿Y
se supone que tenemos que creer que el ejército israelí es un ejército que
sigue el código de la “pureza de las armas”*? Y tenemos que hacer otra
pregunta. Si esta semana son 60 los palestinos muertos en un día, ¿qué pasa si
la semana que viene mueren 600?, ¿o 6.000 el mes que viene? Las funestas
excusas de Israel (y la cruda respuesta de Estados Unidos) suscitan esta
pregunta. Si ahora podemos aceptar una masacre de estas dimensiones, ¿cuánto
más va a aceptar nuestro sistema inmunológico en los próximos días, semanas y
meses?
Sí,
conocemos todas las excusas. Hamas (corrupto, cínico, carente de “pureza”...)
estaba detrás de las manifestaciones. Algunos de los manifestantes eran
violentos, lanzaron cometas ardiendo (¡cometas, por todos los cielos!) al otro
lado de la frontera, otros arrojaron piedras, aunque, ¿desde cuándo arrojar
piedras ha sido un crimen sancionado con la pena de muerte en algún país
civilizado? Si una bebé de ocho meses muere tras inhalar gases lacrimógenos,
¿qué hacían sus padres llevando a esta bebé a la frontera de Gaza? Y así
sucesivamente. ¿Por qué quejarnos por los palestinos muertos cuando tenemos a
los Sissis en Egipto, los Assads en Siria y a los saudíes en Yemen con los que
lidiar? Pero no, los palestinos siempre tienen que ser culpables.
Las
propias víctimas son los culpables. Eso es exactamente lo que los palestinos
han tenido que soportar durante 70 años. Recuerden que fueron culpables de su
propio éxodo hace siete décadas porque siguieron las instrucciones que daban
las emisoras de radio de abandonar sus hogares hasta que los judíos “fueran
arrojados al mar”. Solo que, por supuesto, nunca existieron esos programas de
radio. Todavía tenemos que agradecer a los “nuevos historiadores” de Israel el
haberlo demostrado. Los programas de radio fueron un mito, parte de la historia
fundacional nacional de Israel inventada para garantizar que ese nuevo Estado,
lejos de haberse fundado sobre los hogares de otras personas, lo había hecho
una tierra sin pueblo.
Y
fue increíble contemplar cómo la misma vieja cobardía informativa de siempre
empezaba a infectar el relato de los medios de comunicación sobre lo que
ocurría en Gaza. La CNN llamó “medidas enérgicas” a los asesinatos israelíes.
En
muchos medios de comunicación las referencias a la tragedia de los palestinos
aludían a su “desplazamiento” hace 70 años, como si diera la casualidad de que
estuvieran de vacaciones cuando ocurrió la “Nakba” (la catástrofe, como se la
conoce) y simplemente no pudieran volver a casa. La palabra utilizada debería
haber sido absolutamente clara: desposesión. Porque eso es lo que les ocurrió a
los palestinos hace todos esos años y es lo que todavía ocurre en Cisjordania
hoy, mientras usted lee estas líneas, gracias a hombres como Jared Kushner, el
yerno de Donald Trump, un defensor de esas execrables e ilegales colonias
construidas en tierra árabe quitada a los árabes que han sido los propietarios
de estas tierras y han vivido en ellas durante generaciones.
Y
así llegamos al más espantoso de todos los acontecimientos aciagos de la semana
pasada: el hecho de que se produjeran simultáneamente la masacre en Gaza y la
espléndida inauguración de la nueva embajada
estadounidense en Jerusalén.
“Es
un gran día para la paz”, anunció el primer ministro de Israel, Benjamin
Netanyahu. Cuando lo oí, me pregunté si había oído bien. ¿Realmente dijo esas
palabras? Desgraciadamente, las dijo. En momentos como este es un inmenso
alivio ver que periódicos como el diario israelí Haaretz conservan su sentido
del honor. Y el reportaje más destacado se publicó en The New York Times donde
Michelle Goldberg captó perfectamente el horror tanto de Gaza como de la
inauguración de la embajada en Jerusalén.
La
inauguración, escribió la periodista, fue “grotesca […] una consumación de la
cínica alianza entre halcones judíos y evangelistas sionistas que creen que la
vuelta de los judíos a Israel marcará el comienzo del apocalipsis y la vuelta
de Cristo, tras lo cual los judíos que no se conviertan arderán para siempre”.
Goldberg indicó que Robert Jeffress, un pastor de Dallas, había oficiado la
oración de apertura en la ceremonia de la embajada.
Y
Jeffress es quien una vez afirmó que religiones como el “mormonismo, el islam,
el judaísmo y el hinduismo” llevan a la gente “a estar separados de Dios toda
una eternidad en el infierno”. La bendición final la pronunció de John Hagee,
un predicador mesiánico que, lo recordó Goldberg, afirmó una vez que Hitler
había sido enviado por Dios para conducir a los judíos a su patria ancestral.
Michelle
Goldberg añadía respecto a Gaza: “Aunque se niegue totalmente el derecho
palestino al retorno (lo cual me resulta más difícil de hacer ahora que Israel
ha abandonado casi totalmente la posibilidad de un Estado palestino), eso no
excusa la desproporcionada violencia del ejército israelí”. Con todo, no estoy
tan seguro de que los demócratas estén más animados a hablar de la ocupación
israelí, como ella cree. Pero me parece que tiene razón cuando afirma que
mientras Trump sea presidente “es posible que Israel pueda matar palestinos,
demoler sus casas y apropiarse de sus tierras con impunidad”.
Rara
vez en la época moderna nos hemos encontrado con que se trata a todo un pueblo,
los palestinos, como si no fueran personas. Entre la basura y las ratas de los
campos de refugiados de Sabra y Chatila en Líbano (¡qué fatídicos siguen siendo
estos nombres!) hay una casucha que sirve de museo y donde se exponen artículos
llevados a Líbano desde Galilea por las primeras personas refugiadas de finales
de la década de 1940: cafeteras y las llaves de la puerta principal de casas
destruidas hace tiempo. Muchas de estas personas cerraron con llave sus casas
pensando que iban a volver al cabo de unos días.
Pero
esta generación va muriendo rápidamente, como los muertos de la Segunda Guerra
Mundial. Incluso en los archivos orales de la expulsión palestina (se ha
grabado a al menos 800 supervivientes) recopilados en la Universidad Americana
de Beirut se está descubriendo que han muerto muchas de estas voces que fueron
grabadas a finales de la década de 1990.
Así
pues, ¿irán a casa?, ¿”retornarán”? Sospecho que ese es el mayor temor de
Israel, no porque haya que “retornar” [devolver] las casas, sino porque son
millones los palestinos que reivindican este derecho, sancionado por las
resoluciones de la ONU, y que la próxima vez podrían aparecer por decenas de
miles ante la valla fronteriza de Gaza.
¿Cuántos
francotiradores necesitará entonces Israel? Y hay, por supuesto, ironías
lamentables ya que en Gaza viven familias cuyos abuelos y abuelas fueron
expulsados de sus casas situadas a menos de una milla de la propia Gaza, de dos
pueblos que estaban exactamente donde está actualmente la ciudad israelí de
Sderot, a la que Hamas lanza cohetes a menudo. Todavía pueden ver sus tierras.
Y cuando puedes ver tu tierra quieres ir a casa.
*El
código de “la pureza de las armas” es uno de los valores que se afirman en la
doctrina ética oficial de las llamadas “Fuerzas Defensivas Israelíes”, el
ejército israelí. Según este código: “El soldado hará uso de su armamento y de
su poder sólo para cumplir la misión y únicamente en la medida necesaria;
mantendrá su humanidad incluso en combate. El soldado no empleará su armamento
ni su poder para herir a no combatientes o a prisioneros de guerra, y hará todo
lo que esté en su mano para evitar dañar sus vidas, cuerpos, honores y
propiedades”. (N. de la t.)