José
M. Castillo S.
www.religiondigital.com
/ 05/03/18
El
prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, Luis F. Ladaria,
ha publicado (hace pocos días: 22. II. 18) un documento importante sobre el
tema capital de la “salvación”. Un documento, por tanto, que intenta dejar
claros “algunos aspectos de la salvación cristiana”. En definitiva, se trata de
una carta, dirigida a los Obispos de la Iglesia Católica, para responder a esta
pregunta elemental: ¿de qué nos salva el cristianismo? Lo que, en definitiva, equivale
a preguntar: ¿para qué nos sirve y qué aporta la Iglesia a este mundo convulso
en que vivimos?
El
cardenal Ladaria nos recuerda, ante todo, dos limitaciones inherentes a la
condición humana. Y que, por tanto, de una forma o de otra, están presentes en
todos. Estas dos limitaciones son viejas herejías, que siguen y siguen, como
constantes de la condición humana. De una parte, el “neo-pelagianismo”,
que consiste en el proyecto de todo el que “pretende salvarse a sí mismo”,
cuando en realidad dependemos de tantos otros condicionantes y, sobre todo, de
la realidad última y trascendente a la que los creyentes denominamos “Dios”.
Y,
de otra parte, el “neo-gnosticismo”, que es el proyecto de los
que solo aspiran a “una salvación meramente interior”, sea cual sea el origen
religioso que tenga semejante idea. Y conste que, en estos dos colectivos, hay
más gente de la que imaginamos. Con el agravante de que la mayoría de quienes
andan metidos en estas andanzas, ni se dan cuenta de lo desorientados que van
por la vida. Sin ir más lejos, yo mismo me pregunto: ¿seré yo uno de ellos?
Por
otra parte, que todos anhelamos – de una manera o de otra – algún tipo de
salvación, es cosa que, a poco que se piense, resulta evidente. Ya sea en esta
vida (por las muchas cosas que apetecemos y de las que carecemos), ya sea
después de la muerte (por lo mucho que de eso ignoramos), el hecho es que todos
– lo pensemos o no, lo digamos a lo neguemos – absolutamente todos deseamos y
buscamos salvación. ¿Qué respuesta le ofrece el cristianismo (la
religión, la Iglesia…) a esta cuestión tan fundamental?
Por
supuesto, el cardenal Ladaria, en su reciente documento, nos recuerda que Jesús
el Señor es nuestro Salvador. ¿Por qué? ¿Cómo? La respuesta que ofrece
hoy el Santo Oficio es clara y elocuente: “Cristo es Salvador porque ha asumido
nuestra humanidad integral y vivió una vida humana plena, en comunión con el
Padre y con los hermanos. La salvación consiste en incorporarnos a nosotros
mismos en su vida, recibiendo su Espíritu” (nº 11).
En
definitiva, si buscamos salvación (y la buscamos), la solución y la respuesta
que nos da hoy la Iglesia es sencillamente genial y cuadra con nuestras más
profundas aspiraciones: Jesús el Señor es nuestro Salvador porque “asumió
nuestra condición humana”. Es decir, Jesús es el Salvador porque “se
humanizó” plenamente. De ahí que el camino de la Salvación consiste en
“incorporarnos a nosotros mismos en su vida”. Es decir, nos salvamos (y
aportamos salvación) en la medida en que, como Jesús, somos plenamente humanos,
superando y venciendo todo cuanto pueda ser o representar cualquier forma de
deshumanización, en nuestras vidas o en nuestras conductas.
Con
razón, el cardenal Ladaria indica, desde el comienzo de su Carta, que escribe
sobre la Salvación, que ofrece la Iglesia, “con particular referencia a
la enseñanza del Papa Francisco” (nº 1). ¿Dónde está el centro de esta
enseñanza? No está en sus enseñanzas llamativas y brillantes. Ni está en sus
decisiones organizativas de nombramientos que quitan y ponen dicasterios,
oficinas, cargos, traslados que traen y llevan decisiones que son noticia
mundial. No. Nada de eso. O mejor, en todo eso, lo indispensable.
Entonces,
¿dónde y en qué está la novedad o la originalidad de “la enseñanza del
Papa Francisco”? En algo tan sencillo y tan difícil como esto, al algo
tan “original” como la sabia y profunda indicación que nos acaba de hacer el
cardenal Ladaria: vivir en plenitud y coherencia la profunda y
llamativa humanidad de Jesús el Señor.
Cuando
la Iglesia se despoje de sus muchas elucubraciones estelares y de tantos
oropeles, que apuntan a glorias y tronos, en lugar de seguir el camino de
Jesús, que se inició entre pobres pastores y acabó entre malhechores, “como uno
de tantos”, cuando veamos ese día, sin duda alguna, hemos inaugurado la enorme
autopista que nos lleva derechos a la salvación. ¡Gracias, querido
hermano y amigo, Luis F. Ladaria!