Manlio
Dinucci
www.voltairenet.org
/ 21-03-18
Siete
años después de la intervención militar de la OTAN contra Libia, todos los observadores
coinciden en reconocer que aquella intervención se basó en mentiras enormes y
que contradecía el mandato otorgado por el Consejo de Seguridad de la ONU.
Aunque hoy reconocen que la población libia era la más rica de África y que su nivel
de vida se derrumbó a raíz de la invasión, provocando que los libios se exilaran
masivamente, los occidentales siguen sin tomar conciencia del hecho que Muammar
el-Kadhafi había vencido en Libia la práctica del esclavismo y del racismo. Al destruir
la Yamahiria, la OTAN abrió deliberadamente las puertas del infierno. No sólo
fueron perseguidos los trabajadores inmigrantes de piel oscura sino también los
libios negros de Tawerga. Además, el trabajo que la Yamahiria había realizado
en materia de cooperación africana entre árabes y negros se ha visto reducido a
nada en todo el continente.
Hace
7 años, el 19 de marzo de 2011, comenzaba la guerra contra Libia, dirigida por
Estados Unidos, primeramente a través del AfriCom y después mediante la OTAN,
bajo el mando estadounidense. En 7 meses se realizaron unas 10,000 misiones de
ataque aéreo, con el uso de decenas de miles de bombas y misiles.
Italia
participó en esa guerra aportando cazabombarderos y sus bases aéreas, rompiendo
así el Tratado de Amistad y Cooperación que había firmado con Libia. Ya antes
de la agresión aeronaval, sectores tribales y grupos islamistas hostiles al
gobierno libio habían recibido financiamiento y armas para que operaran en Libia
y se había procedido a infiltrar allí fuerzas especiales, principalmente de
Qatar. Así fue destruido aquel Estado que, en la costa africana del
Mediterráneo, registraba «altos niveles de crecimiento económico y elevados
indicadores de desarrollo humano», como señalaba el mismísimo Banco Mundial en 2010.
Unos 2 millones de migrantes, en su mayoría africanos, encontraban trabajo en Libia.
Al
mismo tiempo, Libia hacía posible, con sus fondos soberanos, el nacimiento de
organismos económicos independientes en el seno de la Unión Africana, como el
Fondo Monetario Africano, el Banco Central Africano y el Banco Africano de
Inversión.
Estados
Unidos y Francia –como lo demuestran los correos electrónicos de la secretaria
de Estado Hillary Clinton– se pusieron de acuerdo para bloquear primeramente el
proyecto de Kadhafi de creación de una moneda africana alternativa al dólar
estadounidense y al franco CFA, que Francia todavía impone a sus ex colonias
africanas.
Ya
destruida la Yamahiriya y asesinado Kadhafi, el botín libio es enorme: grandes
reservas de petróleo –las mayores de África– y de gas natural; el inmenso manto
freático nubio de agua fósil, un oro azul que puede llegar a ser más valioso
que el oro negro; el territorio mismo de Libia, de primera importancia
geoestratégica; los fondos soberanos [creados bajo el «régimen» de Kadhafi] de
unos 150,000 millones de dólares que el Estado libio tenía invertidos en el
exterior, «congelados» en 2011 por mandato del Consejo de Seguridad de la ONU.
De
los 16,000 millones de euros de los fondos libios bloqueados en la Euroclear
Bank –en Bélgica– ya han desaparecido 10,000 millones sin que se haya emitido
ninguna autorización de retiro de fondos. El mismo proceso de rapiña está
teniendo lugar en los demás bancos europeos y estadounidenses.
En
la Libia actual, los ingresos fiscales provenientes de la exportación de
recursos energéticos –que fueron 47,000 millones en 2012 pero sólo 14,000 millones
en 2017– se comparten entre facciones de poder y las transnacionales. La moneda
libia –el dinar– que antes valía 3 dólares se cambia actualmente a 9 dinares
por 1 dólar mientras que los bienes de consumo corriente se importan pagándolos
en dólares, con una tasa de inflación anual de 30%.
El
nivel de vida de la mayoría de la población se ha derrumbado por falta de
dinero y de servicios esenciales. La seguridad es inexistente y no existe un
verdadero sistema judicial. Los migrantes africanos se llevan la peor parte.
Falsamente acusados (alegaciones que los medios occidentales alimentaron
ampliamente) de ser «mercenarios de Kadhafi», fueron encarcelados por las
milicias islamistas, incluso en jaulas para fieras del zoológico, torturados y
a menudo asesinados.
Libia
se ha convertido en la principal vía de tránsito, controlada por traficantes de
personas, de un caótico flujo migratorio hacia Europa.
También
son perseguidos los libios acusados de haber apoyado a Kadhafi. En la ciudad de
Tawerga, las milicias islamistas de Misurata, respaldadas por la OTAN (se trata
por cierto de las mismas que asesinaron a Kadhafi) emprendieron una verdadera
campaña de purificación étnica, torturando, violando y matando. Los aterrorizados
sobrevivientes huyeron de esa ciudad.
Hoy
unas 40,000 personas que vivían en Tawerga tratan de sobrevivir en condiciones
inhumanas, sin poder regresar a esa ciudad. ¿Por qué no hablan de eso los representantes
de la izquierda que hace 7 años reclamaban a gritos una intervención militar en
Libia en nombre de los derechos humanos?