Entrevista
a Enrique Dussel Peters
www.cpalsocial.org
/080318
El
proyecto económico chino conocido como «One belt, one road» parece estar
cobrando cada vez más centralidad para diversos países vinculados al gigante
asiático. ¿En qué y cómo podría modificarse el comercio internacional a partir
de esta ambiciosa apuesta?
Es
fundamental comprender los detalles de la iniciativa de la Franja y la Ruta
(OBOR, por sus siglas en inglés) lanzada por el Presidente Xi Jinping a finales
de 2013. Se trata de una propuesta de globalización con características chinas
que se diferencia de las propuestas de diversos países occidentales. China
busca ofrecer tecnología, financiamiento, empresas, proveeduría, construcción,
fuerza de trabajo y múltiples servicios vinculados a estos proyectos de
infraestructura –de puertos a carreteras, hidroeléctricas, conexión internet– a
los países interesados en adherirse e integrarse a esta propuesta de
cooperación. La propuesta no solo incluye una mayor interconectividad, sino que
favorece una intensificación del comercio, la inversión y el financiamiento.
Además,
apunta a acrecentar los vínculos sociales, políticos y económicos que exceden
el ámbito comercial. Desde una perspectiva latinoamericana –y, en tal sentido,
invito a revisar las múltiples reflexiones al respecto del Cechimex y de la Red
ALC-China– esta propuesta implica retos importantes. Desarrollada en extremo,
la totalidad de los procesos y productos podrían ser producidos en China, lo
que implicaría un retroceso al siglo XVI. El valor agregado latinoamericano –y
por ende el empleo, los salarios, la tecnología y los procesos de aprendizaje—
podría ser ínfimo. Es preciso que se desarrollen procesos de negociación
puntuales entre países, empresas, provincias y sectores. Por otro lado, la
propuesta de OBOR en América Latina y el Caribe toca una demanda insatisfecha
muy sensible y relevante en la actualidad, ya que con pocas excepciones existen
enormes demandas sociales y productivas en el ámbito de la infraestructura.
Una de las críticas
más habituales que se le realizan a la iniciativa «One belt, one road» es que
muchos países pequeños y poco desarrollados podrían acabar en una suerte de
dependencia de la economía china. ¿Es esto así? ¿De qué manera puede realizarse
una integración, sino simétrica, al menos en condiciones que no impliquen una
desventaja marcada para los países menos desarrollados?
Los
países latinoamericanos debemos comprender el origen histórico de la propuesta
china y su capacidad de implementar efectivamente estos proyectos de
infraestructura. Las contrapartes latinoamericanas deberían buscar integrar
estos proyectos con su capacidad social y productiva definiendo en forma
autocrítica en qué segmentos de los respectivos proyectos podrían integrarse a
través de la fuerza de trabajo, los insumos particulares, las empresas
proveedoras, y las tecnologías específicas. De este modo habilitarían un
efectivo proceso de aprendizaje y desarrollo. Si las élites y los respectivos
gobiernos de la región no son capaces de definir estas capacidades, se correrá
el riesgo de un «regreso» a niveles de desarrollo de hace siglos. Me parece que
la mayor parte de la responsabilidad está en la cancha latinoamericana, aunque
tampoco sería de interés para China generar retrocesos de magnitudes mayores.
¿Qué
trascendencia puede tener esta iniciativa para los países latinoamericanos?
¿Cuáles son los que más interesados se han mostrado de participar en ella?
La
iniciativa responde a una propuesta de globalización con las características
del gigante asiático. Hoy en día –y con base en el trabajo de la Red ALC-China–
hemos contabilizado más de 60 proyectos de infraestructura china en América
Latina y el Caribe. Ecuador, Brasil, Argentina, Bolivia y Venezuela son algunos
de los principales receptores. En países como Ecuador estos proyectos han
provocado cambios drásticos en su matriz energética. Hasta hace poco, Ecuador
importaba energía y hoy es un exportador importante de energía eléctrica y con un
nivel relativamente alto de energías renovables. No obstante, y como en todo
proyecto de estas dimensiones, en muchos casos existen controversias y serios
debates sobre los impactos sociales y ambientales. Otros países como México y
las naciones de Centroamérica, han participado en forma mucho más discreta de
la OBOR.
Un
proyecto tan imponente como el de la Ruta de la Seda parece marcar un nuevo
tiempo para China como economía en el orden global. ¿Qué papel juega el
proteccionismo de Trump en este proceso? ¿La nueva posición de Estados Unidos
puede favorecer el desarrollo de este proyecto y posicionar aún mejor a China
en el tablero económico con una posición que, paradójicamente, parece ser la
más liberal?
China
ingresó a la OMC en 2001 y, desde entonces, su ascenso en la economía mundial
ha sido meteórico. Como contrapartida, Estados Unidos está viendo caer su
competitividad y, particularmente, su empleo manufacturero. Además, se hace
evidente la creciente dificultad de Estados Unidos para colocar sus exportaciones
en el resto del mundo. Desde esta perspectiva global y geoestratégica, estamos
viviendo enormes reacomodamientos globales de China como potencia con presencia
y aspiraciones, a la vez que asistimos a cierto declive del aparato productivo
norteamericano. Sin caer en automatismos o determinismos –la «necesaria» crisis
o declive de Estados Unidos- en las siguientes décadas asistiremos a una
creciente competencia entre ambos países en el terreno económico, político,
cultural y hasta militar. El «proteccionismo» de la administración Trump, desde
esta perspectiva, contrasta con el aparente «liberalismo» de China y su
apertura a la cooperación, así como a la predisposición del país asiático para
entablar tratados de libre comercio con todo país interesado. Desde esta
perspectiva, y nótese el sarcasmo, el proteccionismo, la incertidumbre y los
cambios por parte de la administración Trump son muy funcionales –¿y hasta
bienvenidos?– por China y su activa estrategia de cooperación internacional de
largo plazo.
¿Qué
rol ha tenido en la consolidación de esta mirada aperturista el último congreso
del Partido Comunista Chino? ¿Cuáles son las líneas directrices que marcó la
reunión para esta nueva etapa que tendrá, una vez más, a Xi Jinping como su
referente fundamental?
El
XIX Congreso Nacional del Partido Comunista Chino (PCC) llevado a cabo a
finales de octubre de 2017 es altamente funcional a esta estrategia. En primer
lugar, la abrumadora presencia de Xi Jinping en los puestos claves del PCC
–secretario general del Comité Central, presidente de la Comisión Militar
Central y presidente de la República Popular China- resulta trascendente. Sus
consideraciones políticas fueron, además, enaltecidas y mensuradas en la
constitución del PCC como «el pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con
características chinas para una nueva era». A diferencia de anteriores
Congresos Nacionales del PCC –donde se avizoraban nuevos liderazgos y grupos–
Xi Jinping se encuentra en la cúspide de su poder político y ha logrado colocar
a gente de su confianza en todos los puestos claves del PCC.
En
segundo lugar, el proyecto de Xi Jinping va mucho más allá de su presidencia
hasta 2022. Avizora y describe a China como una sociedad «moderadamente
próspera» en 2020 y la define como un gran país «moderno y socialista» para
2050. Después de «quince años de trabajo arduo» (2020-2035), China iniciará una
segunda etapa de «modernización socialista». En esa nueva era, China se
desarrollará como «un gran país socialista moderno que es próspero, fuerte,
democrático, culturalmente avanzado, armónico y bello», además de convertirse
en un líder global.
En
tercer lugar, será el propio PCC bajo el «pensamiento de Xi Jinping» y con un
socialismo moderno con características chinas en una nueva era, el que regirá
este proceso. El PCC, desde esta perspectiva, continuará con constantes
reformas y procesos de modernización, incluyendo campañas contra la corrupción.
En
cuarto término, el reporte de Xi Jinping ante el XIX Congreso Nacional del PCC
destacó contradicciones y desequilibrios generados en las últimas décadas en
términos de desigualdades en el ingreso y entre regiones. En tal sentido,
priorizará un incremento en la calidad de vida –por encima de un aparente
ilimitado incremento cuantitativo-, políticas para reducir la pobreza y la
satisfacción de demandas populares democráticas, así como cuestiones vinculadas
a la justicia y el medio ambiente. Desde esta perspectiva, China profundizará
estrategias y políticas implementadas en la última década bajo el rubro de la
«nueva normalidad» y con esfuerzos para incrementar el escalamiento tecnológico
y su orientación al mercado doméstico para elevar el nivel de vida de su
población.
Si
América Latina y el Caribe tienen interés en entablar una «relación estratégica
integral» en términos reales –y no sólo formales– con China, es imperioso que
la región se prepare adecuadamente invirtiendo en instituciones públicas,
privadas y académicas en el corto, mediano y largo plazo con agendas muy
específicas y concretas en sectores puntuales que permitan una agenda de
desarrollo. Si no nos preparamos en forma adecuada ante las propuestas chinas,
es posible que se produzcan retrocesos muy significativos en diversos ámbitos.
Por el momento los esfuerzos latinoamericanos han sido muy tímidos y limitados.
Enrique
Dussel Peters, coordinador de la Red Académica de América Latina y el Caribe
sobre China, analiza el proyecto económico de la Ruta de la Seda. ¿Cuáles son
sus implicancias para América Latina? ¿Estamos preparados para los nuevos retos
que plantea una globalización con características chinas?