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La hipocresía del alto a la guerra química


Robert Fisk

Oh, la hipocresía de todo. Los innobles objetivos. La distracción. Las escandalosas mentiras y excusas.

No hablo del presidente estadunidense, dado a tuitear como si disparara un revólver, y su deseo de escapar a la incursión de la policía en la oficina de su abogado; claro que hay una conexión rusa. Y tampoco hablo de su desaseo más reciente. Tal vez la vida con Melania no sea estupenda en este momento. Es más distractor sentarse con los generales y ex generales y hablar de Rusia y Siria.

No hablo de Theresa May, que quiere salir de la zanja del Brexit con cualquier distracción propia: los ataques en Salisbury, Duma… incluso Trump. ¿Así que Trump telefoneó a Macron cuando la pobre dama creía que había ganado su mano? ¿Qué tonterías son esas?

Macron ha atado ahora su propia carreta a los sauditas contra el expansionismo israelí, y sin duda las ventas de armas al reino tienen algo que ver con eso. Pero qué triste que el deseo de los jóvenes presidentes franceses de actuar como Napoleón (puedo pensar en algunos otros) signifique unirse a una guerra en vez de negociar contra ella.

Ahora tenemos a nuestros voceros y ministros despotricando sobre la necesidad de prevenir la normalización de la guerra química, evitar que se convierta en parte de la guerra normal, en un retorno a los terribles días de la Primera Guerra Mundial.

Esto no significa ninguna excusa para el gobierno sirio, aunque sospecho, luego de ver con mis propios ojos el involucramiento ruso en Siria, que tal vez Putin se impacientó con terminar la guerra y quiso erradicar a los que quedan en los últimos túneles de Duma para no esperar que pasaran más semanas de combates. Recuérdese la crueldad de Grozny.

Pero todos conocemos los problemas de obtener pruebas cuando se trata de armas químicas y gas. Al igual que el uranio empobrecido –que solíamos usar en nuestras municiones–, no dejan un revelador trozo de metal con una dirección grabada, como un fragmento de proyectil o un recubrimiento de bomba. Cuando empezó todo esto con el primer ataque con gas en Damasco, los rusos lo identificaron como municiones de gas manufacturadas en la Unión Soviética, pero enviadas a Libia, no a Siria.

Pero hoy recuerdo una guerra diferente: la de Irán-Irak entre 1980 y 1988, cuando Saddam Hussein invadió Irán. Cuando los iraníes volvieron a cruzar su frontera e irrumpieron en Irak, años después, Saddam usó gas contra miles de soldados iraníes… todos civiles, porque había enfermeros y médicos en el frente de guerra. Curioso que hoy olvidemos eso. No hablamos del tema. Hemos olvidado todo lo referente a él. Hablando de normalización de la guerra química… ¡aquello lo fue!

Pero en nuestro deseo de concentrar las mentes en Siria, no mencionamos los gaseos en Irán –ese país es otro de nuestros enemigos actuales, claro–, y tal vez sea por nuestra falta de memoria oficial.

Más probablemente es por lo que ocurrió: la institucionalización de la guerra química, el uso de químicos por Saddam, que entonces era aliado de Occidente y de todos los estados sunitas del Golfo, nuestro héroe sunita en el frente. La radio iraquí se refirió a los millares de soldados iraníes que iban a morir después de cruzar la frontera. Anunció que los insectos persas habían cruzado la frontera. Y así los trataron.

Los precursores del gas iraquí provinieron en gran parte de Estados Unidos –uno de Nueva Jersey– y más tarde personal militar estadunidense visitó el frente sin hacer comentario alguno sobre los químicos que fueron vendidos al régimen iraquí, desde luego, para fines agrícolas. Así es como se trata a los insectos, ¿o no?

Nadie menciona ahora aquella guerra terrible, librada con nuestro total consentimiento. Es casi una exclusiva mencionar ese conflicto, así de religiosamente lo hemos olvidado. Esa fue la verdadera normalización, y nosotros permitimos que ocurriera. Religiosa, sin duda, porque fue la primera gran batalla de la guerra sunita-chiíta de nuestros tiempos. Pero fue real.

De los miles de iraníes que fueron asfixiados, unos cuantos sobrevivientes fueron enviados a hospitales británicos para recibir tratamiento. Yo viajé con otros en un tren militar a través del desierto a Teherán; los vagones estaban atestados de jóvenes sin sonrisa, que tosían moco y sangre en vendajes blancos mientras leían Coranes en miniatura.

Tenían ampollas en la piel y algo horrible: más ampollas sobre las ampollas. Escribí una serie de artículos sobre esa obscenidad para el Times, en el que trabajaba entonces. Más tarde la Oficina del Exterior dijo a mis editores que mis artículos no ayudaban.

No hay tal discreción hoy día. No había temor entonces de que salieran a capturar a Saddam porque en esos días, por supuesto, los chicos buenos usaban los químicos. ¿No recordamos a los kurdos de Halabja, que fueron gaseados por Saddam con gas que la CIA ordenó a sus oficiales afirmar que fue usado por los iraníes?

Saddam debió ser juzgado por ese crimen de guerra. De hecho, fue un animal que mata con gas. Pero fue colgado por una masacre mucho menor con armas convencionales… porque, como siempre sospeché, no queríamos que expusiera a sus socios en la guerra química en un tribunal abierto.

En eso estamos, pues. May realiza un gabinete de guerra, por todos los santos, como si nuestras bajas crecieran en el Somme en 1916, o estuvieran despegando Dorniers de la Francia ocupada para arrasar Londres en 1940.

¿Qué hace esta pueril primera ministra? Conservadores más viejos y sabios han identificado la calidad juvenil de esta tontería, y quieren un debate en el Parlamento. ¿Cómo podría May seguir a un presidente estadunidense a quien el mundo tiene por un demente, crónicamente inestable, pero cuyos mensajes infantiloides –sobre misiles “nuevos, bonitos e ‘inteligentes’”– son tomados en serio por muchos de mis colegas en Estados Unidos? Tal vez debería preocuparnos más lo que ocurriría si se aparta del tratado nuclear con Irán.

Este es un momento muy malo de la historia de Medio Oriente. Y, como de costumbre, serán los palestinos quienes sufrirán, con su tragedia totalmente olvidada en medio de esta locura. Entonces, ¿iremos a la guerra? ¿Y cómo saldremos de esa guerra una vez iniciada? ¿Alguien tiene planes? ¿Qué tal si ocurre un caos gigantesco, como el que las guerras por lo regular producen? ¿Qué ocurrirá entonces?

Bueno, supongo que Rusia vendrá al rescate, como lo hizo con Obama cuando por primera vez se usó gas en la guerra en Siria.