Leonardo Boff
090218
El presente texto quiere ser una pequeña
contribución al debate sobre lo femenino, tan distorsionado por la cultura
patriarcal dominante. De salida ya afirmamos: lo femenino fue primero. Veamos
cómo surgió en el proceso de la sexogénesis. Varias son las etapas.
La vida ya existe en la tierra hace 3.800
millones de años. El antepasado común de todos los vivientes fue probablemente
una bacteria unicelular sin núcleo que se multiplicaba espantosamente por
división interna. Esto duró cerca de mil millones de años.
Hace dos mil millones de años, surgió una
célula con membrana y dos núcleos, dentro de los cuales se encontraban los
cromosomas. En ella se identifica el origen del sexo. Cuando ocurría el
intercambio de núcleos entre dos células binucleadas, se generaba un solo
núcleo con los cromosomas en pares. Antes, las células se subdividían; ahora se
da el intercambio entre dos diferentes con sus núcleos. La célula se reproduce
sexualmente a partir del encuentro con otra célula. Se revela así la simbiosis
–composición de diferentes elementos– que, junto con la selección natural,
representa la fuerza más importante de la evolución. Este hecho tiene
consecuencias filosóficas: la vida está hecha más de intercambios, de
cooperación y simbiosis, que de la lucha competitiva por la supervivencia.
En primeros dos mil millones de años, en
los océanos de donde irrumpió la vida, no había órganos sexuales específicos.
Existía una existencia femenina generalizada que, en el gran útero de los
océanos, lagos y ríos, generaba vidas. En ese sentido podemos decir que el
principio femenino es el primero y el originario.
Sólo cuando los seres vivos dejaron el
mar, lentamente surgió el pene, algo masculino, que tocando la célula pasaba a
ella parte de su ADN, donde están los genes.
Con la aparición de los vertebrados hace
370 millones de años con los reptiles, éstos crearon el huevo amniótico lleno
de nutrientes y consolidaron la vida en tierra firme. Con la aparición de los
mamíferos hace unos 125 millones de años ya surgió una sexualidad definida de
macho y hembra. Entonces emerge el cuidado, el amor y la protección de la cría.
Hace 70 millones de años apareció nuestro ancestral mamífero que vivía en la
copa de los árboles, alimentándose de brotes y de flores. Con la desaparición
de los dinosaurios hace 67 millones de años, pudieron ganar el suelo y
desarrollarse llegando a los días de hoy.
Está también el sexo genético-celular
humano que presenta el siguiente cuadro: la mujer se caracteriza por 22 pares
de cromosomas somáticos más dos cromosomas X (XX). El hombre posee también 22
pares, pero con sólo un cromosoma X y otro Y (XY). De ahí se desprende que el
sexo-base es femenino (XX) siendo que el masculino (XY) representa una
derivación de él por un solo cromosoma (Y). Por lo tanto, no hay un sexo
absoluto, sólo un dominante. En cada uno de nosotros, hombres y mujeres, existe
"un segundo sexo".
Todavía en referencia al sexo
genital-gonadal, es importante darse cuenta de que, en las primeras semanas, el
embrión se presenta andrógino, o sea, posee ambas posibilidades sexuales,
femenina y masculina. En términos de sexo genital-gonadal podemos decir: el
camino femenino es primordial. A partir de la octava semana, si un cromosoma
masculino Y penetra en el óvulo femenino, la definición sexual será masculina,
mediante la hormona andrógina. Si no ocurre nada, prevalecerá la base común,
femenina. A partir de lo femenino se da la diferenciación, lo que desautoriza
el fantasioso "principio de Adán". La ruta de lo masculino es una
modificación de la matriz femenina, por medio de la secreción de andrógeno por
los testículos.
Por último, está el sexo hormonal. Todas
las glándulas sexuales en el hombre y en la mujer son comandadas por la
hipófisis, sexualmente neutra y por el hipotálamo que es sexuado. Estas
glándulas secretan en el hombre y en la mujer las dos hormonas: el andrógino
(masculino) y el estrógeno (femenino). Son responsables de las características
secundarias de la sexualidad. La predominancia de una u otra hormona, producirá
una configuración y un comportamiento con características femeninas o
masculinas. Si en el hombre hay una impregnación mayor del estrógeno, tendrá
algunos rasgos femeninos; el mismo se da con la mujer con referencia al
andrógeno.
Es importante señalar que la sexualidad
tiene una dimensión ontológica. El ser humano no «tiene» sexo. «Es» sexuado en
todas sus dimensiones, corporales, mentales y espirituales. Hasta la emergencia
de la sexualidad el mundo es de los mismos y de los idénticos. Con la
sexualidad emerge la diferenciación por el intercambio entre diferentes. Son
diferentes para poder interrelacionarse y establecer lazos de convivencia.
Es lo que ocurre con la sexualidad humana:
cada uno, además de la fuerza instintiva que siente en sí, siente también la
necesidad de canalizar y sublimar tal fuerza. Quiere amar y ser amado, no por
imposición sino por libertad. La sexualidad desemboca en el amor, la fuerza más
poderosa "que mueve el cielo y las estrellas" (Dante) y también
nuestros corazones. Es la suprema realización que el ser humano puede anhelar.
Pero quedémonos con esto: lo femenino fue primero y es básico.