Thierry Meyssan
www.voltairenet.org / 281117
Desde
el inicio de la guerra contra Siria, en 2011, Rusia ha respaldado
a este país frente lo que considera una agresión externa. Mientras
la prensa occidental afirma que se trata de una «solidaridad entre
dictaduras», este artículo expone las razones históricas
de Rusia y observa que la victoria de Siria, que es también un
triunfo de Moscú, abre una nueva etapa para la cultura ortodoxa
en Europa.
Para construir la Rusia moderna, la
emperatriz Catalina II –también conocida como Catalina la Grande– decidió
convertir su capital, San Petersburgo, en el centro cultural más importante del
mundo. Para ello enraizó el país en su base cultural ortodoxa, desarrolló el uso
de la lengua francesa e invitó a su corte a los intelectuales y artistas
europeos más sobresalientes de su tiempo, sin importarle que fuesen católicos,
protestantes u ortodoxos, o incluso musulmanes.
Consciente de que el retroceso del
cristianismo en el Medio Oriente, debido a la intolerancia del Imperio Otomano,
representaba una pérdida para la ortodoxia –y por ende para Rusia– Catalina II
entró en guerra contra el Sultán, anexó Crimea, transformó el Mar Negro en un
mar ortodoxo e inició la liberación de la Gran Siria con la toma de Beirut [1].
Declaró entonces que «La Gran Siria es la llave de la Casa Rusia».
Franceses y británicos rechazaron aquel
sueño durante la guerra de Crimea, en 1853. También lo negaron los bolcheviques,
quienes rechazaban la importancia de la ortodoxia en Rusia. En 1918, los bolcheviques
le hicieron el juego a Mustafá Kemal Ataturk, por cuenta del traficante de
armas Alexander Parvus, mecenas de Lenin.
El sueño de Catalina La Grande ha tenido
que esperar hasta el año 2017 para alcanzar un comienzo de realización. El presidente
Putin recuperó Crimea y liberó Siria –no de los otomanos sino de los yihadistas
entrenados, armados y dirigidos por Francia, el Reino Unido y Estados Unidos.
Rusia se ha convertido en la potencia protectora de todas las poblaciones,
independientemente de la religión que profesen, desde las riberas del Nilo
hasta los montes Elburz (también conocidos como Elbruz).
La cumbre de Sochi confirma ahora el papel
de Rusia en el Medio Oriente ampliado (o Gran Medio Oriente). Hoy es la potencia
protectora de Irán, Siria y Turquía. Recordemos de paso que estos dos últimos
países, que estaban en el bando de Washington en 1991, se hallan ahora, en 2017,
del lado de Moscú.
El despertar de la cultura ortodoxa tendrá
importantes consecuencias en Europa. Históricamente, ese continente ha estado
dividido en una zona oeste, católica y protestante, y el este ortodoxo. En el
oeste de Europa, las poblaciones hablan con Dios y negocian con Él. En el este,
el hombre se somete a Su Grandeza y se le adora. En el oeste de Europa, las
estructuras de la familia son más desiguales mientras que en el este son más
igualitarias.
Desde el siglo XI, esta diferencia
cultural divide Europa. Durante la guerra fría, la «Cortina de Hierro»
contradecía esta división: la Grecia ortodoxa se vio anclada a la OTAN y la Polonia
católica incorporada al Pacto de Varsovia. Actualmente, el proceso de extensión
de la Unión Europea tiene como prioridad imponer el modelo occidental europeo a
los países de cultura ortodoxa. Ya en nuestros días, es posible prever la disolución
de la Unión Europea y el triunfo del modelo cultural abierto de San Petersburgo.
Los cristianos del Oriente nunca se sintieron
implicados en las diferencias culturales intra-europeas. Pero los europeos las
han percibido desde siempre, tanto los católicos como los protestantes, al igual
que los ortodoxos. Ya en 1848, Francia concebía la idea de trasladar a los
católicos y maronitas de Siria a Argelia y de exterminar a los ortodoxos. París
planeaba utilizar a los cristianos árabes fieles a Roma para vigilar a los musulmanes
argelinos. Al no lograrlo, acabó recurriendo a los judíos locales (mediante el
decreto Cremieux, en 1870 [2])
para confiarles esa misión. Más recientemente, durante las guerras contra Irak
y Siria, los europeos del oeste acogieron a numerosos cristianos del Oriente…
única y exclusivamente católicos, nunca ortodoxos.
Para Siria, el resultado de la acción del
presidente Putin constituye una oportunidad para volver a su propio principio
fundamental, después de la experiencia de los yihadistas que pretendieron
imponer su patrón cultural único a todas las poblaciones de ese país. Ese principio
básico estipula que Siria es grande sólo cuando cuida de todas las poblaciones
que en ella conviven, sin excepción.
Al principio, Vladimir Putin pensaba
organizar en Sochi un «Congreso de los Pueblos Sirios». Finalmente, ha
reconocido que, en Siria, contrariamente al caso de Rusia, ninguna comunidad
acapara un territorio, todas viven mezcladas en una patria única. El encuentro
de Sochi será entonces un «Congreso del Diálogo Sirio».
[1]
Al igual que Jerusalén, Beirut es parte de la Siria Histórica o la Gran Siria
(también designada como País de Sham). El Líbano apareció como país sólo como
consecuencia de los acuerdos Sykes-Picot, durante la Primera Guerra Mundial. Un
poco después se inició, con la Declaración Balfour, la formación de Israel,
cuya independencia se proclamó en 1948.
[2]
Con el decreto Cremieux –que porta el nombre de su autor, Adolphe Cremieux–
Francia concedía la ciudadanía francesa a los «israelitas indígenas de
Argelia». Nota de la Red Voltaire.