Adaptación de un texto de Alejandro
von Rechnitz González
160417
Nunca podremos precisar el
impacto de la ejecución de Jesús sobre sus seguidores. Sólo sabemos que los
discípulos huyeron a Galilea. La rápida ejecución de Jesús los hundió si no en
una desesperanza total, sí en una crisis radical.
Sin embargo, al poco tiempo
sucede algo difícil de explicar. Estos hombres vuelven a Jerusalén y se reúnen
en nombre de Jesús, proclamando que el profeta ajusticiado días antes por las
autoridades del templo y los representantes del Imperio está vivo. Cuando les
preguntan, ellos sólo dan una respuesta: “Jesús
está vivo. Dios lo ha resucitado”. Su convicción es unánime e
indestructible.
Los seguidores de Jesús saben
que están hablando de algo que supera a todos los humanos. Nadie sabe por
experiencia qué sucede exactamente en la muerte, y menos aún qué le puede
suceder a un muerto si es resucitado por Dios después de su muerte.
Sin embargo, muy pronto logran
condensar en fórmulas sencillas lo más esencial de su fe. Son fórmulas breves y
muy estables, que circulan ya hacia los años 35 a 40 entre los cristianos
de la primera generación.
Esto es lo que confiesan: “Dios ha resucitado a Jesús de entre los
muertos”. No se ha quedado pasivo ante su ejecución. Ha intervenido para
arrancarlo del poder de la muerte. En todas las fórmulas, los cristianos hablan
de la “resurrección” de Jesús.
El
tercer día.
¿Por
qué se dice que Jesús “resucitó al tercer día, según las Escrituras”? En realidad, en el lenguaje
bíblico, el “tercer día” significa el
“día decisivo”. Después de días de sufrimiento y tribulación, el “tercer
día” trae la salvación. Dios siempre salva y libera “al tercer día”: él tiene
la última palabra; el “tercer día” le pertenece a él. Así podemos leer en el
profeta Oseas: “Vengan, volvamos a Yahvé,
él ha desgarrado, pero él nos curará; él ha herido, pero él vendará nuestras
heridas. Dentro de dos días nos devolverá a la vida, al tercer día nos
levantará y viviremos en su presencia” (Oseas 6,1-2).
Los primeros cristianos creen
que, para Jesús, ha llegado ya ese ha llegado ya ese “tercer día” definitivo.
El ha entrado en la salvación plena. Nosotros conocemos todavía días de prueba
y sufrimiento, pero con la resurrección de Jesús ha amanecido el “tercer día”.
¿En
qué consiste la resurrección de Jesús?
La
resurrección es algo que le ha sucedido a Jesús. Algo que se ha producido en
el crucificado, no en la imaginación de sus seguidores. Esta es la convicción
de todos ellos. La resurrección de Jesús
es un hecho real, no producto de su fantasía ni resultado de su reflexión.
Esta
resurrección no es un retorno a su vida anterior en la tierra. La resurrección no
es la reanimación de un cadáver. Es
mucho más. Nunca confunden los primeros cristianos la resurrección de Jesús
con lo que ha podido ocurrirles, según los evangelios, a Lázaro, a la hija de
Jairo o al joven de Naín. Jesús no vuelve a esta vida, sino que entra
definitivamente en la “Vida” de Dios.
Según los evangelistas, nos
dicen Jesús es el mismo, pero no es el
de antes; se les presenta lleno de vida, pero no le reconocen de inmediato;
está en medio de los suyos, pero no lo pueden retener; es alguien real y
concreto, pero no pueden convivir con él como en Galilea. Sin duda es Jesús, pero
con una existencia nueva.
Tampoco han entendido los
seguidores de Jesús su resurrección como una especie de supervivencia
misteriosa de su alma inmortal, al estilo de la cultura griega. Los discípulos nunca hablan de la
“inmortalidad del alma” de Jesús. El
resucitado no es alguien que sobrevive después de la muerte despojado de su
corporalidad. Ellos son hebreos y, según su mentalidad, El “cuerpo” es toda la
persona tal como ella se siente enraizada en el mundo y conviviendo con los
demás.
Cuando
Dios resucita a Jesús, resucita su vida terrena marcada por su entrega al Reino
de Dios, sus gestos de bondad hacia los pequeños, su vida truncada de manera
tan violenta, sus luchas y conflictos, su obediencia hasta la muerte. Jesús
resucita con su “cuerpo” que recoge y da plenitud a la totalidad de su vida
terrena.
El
sepulcro vacío
El relato del sepulcro vacío,
tal como está recogido al final de los escritos evangélicos, encierra un
mensaje de gran importancia: es un error
buscar al crucificado en un sepulcro; no está ahí; no pertenece al mundo de los
muertos. Es una equivocación rendirle homenajes de admiración y
reconocimiento por su pasado. Ha resucitado.
Hay que “volver a Galilea”
para seguir sus pasos: hay que vivir
curando a los que sufren, acogiendo a los excluidos, perdonando a los
pecadores, defendiendo a las mujeres y bendiciendo a los niños; hay que hacer
comidas abiertas a todos y entrar en las casas anunciando la paz; hay que
contar parábolas sobre la bondad de Dios y denunciar toda religión que vaya
contra la felicidad de las personas; hay
que seguir anunciando que el Reino de Dios está cerca.
¿Qué
tiene esto que ver con Panamá y su realidad?
Para ser claros y directos, se
trataría –para los cristianos- de seguir
el ejemplo de ese Jesús resucitado. Tal y como se concluye de lo dicho en
el párrafo anterior, si siguiéramos a Jesús resucitado, ya no permitiríamos
abusos entre nosotros como el de la isla Pedro González; no habría accidentes
absurdos sin explicación, como el de los ngäbe en Antón; no estaríamos hablando
de corrupción a todos los niveles del país; no debería haber tantos miles de
indígenas viviendo en pobreza; no tendríamos el escandalosamente desigual
acceso a recursos que vivimos actualmente; no habría las insultantes relaciones
por raza, género, etnia, tal como vivimos en nuestros días.
Para los cristianos en Panamá
y para todos los ciudadanos, hay un mensaje claro en esta fecha: Hablar de resurrección significa que con
Jesús es posible un mundo diferente, más amable, más digno y justo. Decir
otra cosa es falsear el evangelio.