Juan José Tamayo
www.atrio.org/140417
El 9 de
abril de 2004 publiqué en el diario EL PAÍS el artículo “El Imperio contra Jesús de Nazaret”. Treces años después, creo que conserva
toda su vigencia tanto en el análisis exegético de los textos de la pasión,
apoyado en prestigiosos especialistas, como en la interpretación políticamente
liberadora y religiosamente subversiva de dicho acontecimiento, en el horizonte
de la teología de la liberación. Por eso he querido recuperarlo y ofrecerlo
como reflexión para estos días de Semana Santa. JJT.
Las dramáticas imágenes de la
pasión de Cristo han estado grabadas en el imaginario social de varias
generaciones de cristianas y cristianos que éramos arrastrados a las “misiones
populares”, a las procesiones de Semana Santa, a los vía crucis, y nos vimos
sometidos a una educación en el sacrificio que exigía reproducir en la propia
carne los padecimientos de Jesús. Y todo ello teñido de un antisemitismo muy
presente en la conciencia colectiva, que la misma religión oficial ayudaba a
fomentar. Tal era el caso de los “oficios” del Viernes Santo, en los que se
pedía “por los pérfidos judíos”, a quienes se hacía responsables de la muerte
de Cristo, definida como un deicidio. Todo esto configuraba un cristianismo
sacrificial sadomasoquista.
Cuando esas imágenes empezaban a
diluirse y entrábamos en un proceso de serena aproximación histórico-crítica a
los relatos evangélicos de la pasión, apareció la película de Mel Gibson para
revivirlas en toda su crudeza y retornar a épocas pasadas. El realizador
cinematográfico australiano confesaba que su decisión de rodar la película “fue
como una especie de mandato divino” y respondía a la necesidad de “unir el
sacrificio de la cruz con el del altar”. Ambas observaciones revelan el nivel
providencialista e iluminado en que se sitúa Mel Gibson y los consiguientes
prejuicios con que aborda cuestiones tan complejas y espinosas como el proceso
de Jesús y la responsabilidad de los judíos en su muerte.
La película fue elogiada por las
autoridades del Vaticano y pronto entró a formar parte de la videoteca personal
de Juan Pablo II, quien, según algunos testimonios, tras ver la película
declaró: “Así fueron las cosas”. La Iglesia Católica, la Iglesia Protestante y
la Comunidad Judía de Alemania, empero, denunciaron la violencia que rezuma el
film y la nueva ola de antisemitismo que podía despertar en Europa. Todo ello pretendía
fundamentarlo Gibson en las visiones de la monja alemana Anne C. Emmerich y en
los textos evangélicos, que ciertamente lee con mirada antijudía, de manera
descontextualizada y sin recurrir a la mediación hermenéutica. ¿Todo sucedió en
realidad como muestra la película? ¿”Así fueron las cosas”?
Mis reflexiones quieren ser una
aproximación a los sucesos de los últimos días de la vida de Jesús de Nazaret a
través de una lectura crítica de los textos evangélicos.
Empecemos por decir que en la
reconstrucción histórica de la muerte de Jesús nos topamos con una dificultad
no pequeña: la peculiaridad de los relatos de la pasión, donde no es fácil
separar la historia de la interpretación, la biografía de la teología. Creo que
a los estudios y filmes sobre la pasión de Cristo, y muy especialmente al de
Gibson, se les puede aplicar lo que el profesor de Estudios Bíblicos
estadounidense John Dominic Crossan dice de las investigaciones en torno al
Jesús histórico: que son un campo abonado para hacer teología y llamarlo
historia, o para hacer autobiografía y llamarla biografía (Jesús: vida de un
campesino judío, Crítica, Madrid, 1994).
Lo que sí parece fuera de toda duda
es que en la detención, el proceso y la ulterior ejecución de Jesús de Nazaret
jugó un papel fundamental la espectacular protesta, o mejor, la provocación de
Jesús en el Templo de Jerusalén, al arrojar al suelo las mesas de los
comerciantes y dispersarlos a latigazos. Se trata de un hecho cuya historicidad
no suele cuestionarse. Como asevera el investigador judío Geza Vermes, Jesús
hizo lo que no debía, causar una conmoción, en el lugar donde no debía hacerlo,
el Templo, y en el momento más inadecuado, inmediatamente antes de la Pascua
(Jesús, el judío. Los Evangelios leídos por un historiador, Muchnik Editores,
Barcelona, 1973).
El Templo era el lugar sagrado por
excelencia y un motivo de orgullo para los judíos. Constituía la principal
fuente de ingresos de Jerusalén y la principal atracción turística. La
actividad mercantil desarrollada en él era necesaria para que los peregrinos
pudieran cambiar la moneda y pagar así el impuesto al Templo. Asimismo, gracias
al mercado, los peregrinos podían comprar allí los animales para los
sacrificios, sin tener que soportar las molestias que suponía el tener que
traerlos de sus propias casas.
¿Qué sentido tenía la acción de
Jesús en el Templo? No parece que su intención fuera la de purificarlo. Se
trataba de una acción simbólica con la que quería mostrar el final de la
religión centrada en los sacrificios (“misericordia quiero, no sacrificios”),
así como la protesta contra su significado económico extorsionador. Jesús
declara derogado el culto sacrificial e innecesarias las actividades
comerciales y fiscales que se desarrollaban en el Templo. Al perder éste sus
funciones litúrgico-sacrificiales, comerciales y fiscales, ya no tenía razón de
ser. La acción provocativa de Jesús se dirige primero y prioritariamente contra
los jerarcas del Templo, verdaderos responsables del establecimiento del
mercado allí. No pocos especialistas coinciden en que la provocación de Jesús
en el Templo es el eslabón perdido entre el conflicto provocado en Galilea, de
donde era oriundo Jesús, y los acontecimientos finales.
Con esta acción estaba tocando el
nervio mismo de la aristocracia sacerdotal saducea, que consideraba el culto
del Templo su núcleo fundamental tanto en el aspecto religioso como en el
económico. Esa acción fue la gota que colmó el vaso de la ira de los sumos
sacerdotes, quienes, junto con los escribas y los ancianos, que pertenecían al
partido de los saduceos o estaban aliados con él, ocupan el primer plano en los
relatos de la pasión.
El conflicto mortal lo tuvo Jesús
no con el judaísmo, sino con las autoridades judías, no con los fariseos, sino
con los saduceos, que se consideraban custodios del orden nacional, basado en
el Templo y en la Ley. Un orden cuestionado por el profeta de Nazaret, que
confirmaba así su actitud de permanente desafío tanto a la jerarquía religiosa
como al Imperio, y se convertía en el principal enemigo de ambos. Por eso,
había que deshacerse de él lo antes posible.
El pueblo judío nada tuvo que ver
en su condena y posterior ejecución. La decisión de ejecutar a Jesús es de la
autoridad política, concretamente del gobernador Poncio Pilato, suprema
autoridad judicial de la provincia de Judea, quien gozaba de una autoridad
ilimitada y poseía amplios poderes judiciales, también el de aplicar la pena de
muerte, como reconoce Flavio Josefo. La potestas gladii era de exclusiva
responsabilidad del gobernador romano.
Hay, con todo, una tendencia
bastante generalizada en los relatos evangélicos de la pasión a cargar sobre
los judíos todo el peso de la responsabilidad en la muerte de Jesús y a eximir
de toda culpa a Poncio Pilato, que se habría limitado a entregar a Jesús para
ser crucificado, pero en contra de su voluntad, y no habría dictado una
sentencia formal de muerte.
Algunos de esos relatos presentan
al gobernador romano en Judea como una persona insegura, vacilante, que parece
no atreverse a tomar decisiones. Pero ese perfil no responde al comportamiento
real de Pilato en el ejercicio de su autoridad al servicio del poder ocupante,
sino que es fruto de la tendencia antijudía ya presente en algunos relatos de
la pasión y radicalizada en la historia del cristianismo. En realidad, Pilato
fue un gobernante duro e inmisericorde, inflexible y obstinado, violento y
cruel, represivo y depravado, arbitrario e insolente. Así lo atestiguan con
todo lujo de detalles Filón de Alejandría y Flavio Josefo.
La responsabilidad de Pilato en la
condena a muerte de Jesús es confirmada por el historiador romano Tácito quien,
cuando narra la persecución de los cristianos bajo Nerón, dice que el nombre de
“cristianos” “procede de Cristo, que, bajo el principado de Tiberio, había sido
entregado al suplicio por el procurador Poncio Pilato”. Éste condena a Jesús
por motivos políticos, en concreto, por poner en peligro el orden público, por
sedicioso.
Es muy posible que el gobernador
romano en Judea aprovechara gustoso la posibilidad de calmar con un acto
intimidatorio la tensión que reinaba en Jerusalén durante la Pascua. Parece
dudoso que las autoridades judías emitiesen contra Jesús una sentencia de
condena, pues “el relato que la menciona (Mc 14,14; par Mt 26,66) es una
excrecencia de origen cristiano elaborada a partir de una sentencia informal en
la residencia de Anás, que no tenía personalmente ningún poder judicial”,
afirma Simon Légasse (El proceso de Jesús, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1996).
No son pocos los investigadores que niegan cualquier intervención del Sanedrín
en el proceso de Jesús o, al menos, consideran improbable una condena oficial a
muerte. No parece que dicho tribunal estuviera facultado para dictar sentencias
de muerte. Y si lo hubiera estado y la hubiera dictado, el castigo hubiera sido
la lapidación.
Otro dato incontestable sobre la
responsabilidad de la autoridad romana en la muerte de Jesús es que fue
crucificado, y la crucifixión era un suplicio romano, no judío. Parece
demostrado que todas las crucifixiones llevadas a cabo en Palestina desde la
época de los procuradores hasta la Guerra Judía se produjeron por razones
políticas.
¿Y la participación del pueblo
pidiendo la amnistía para Barrabás y la ejecución para Jesús? Resulta
discutible que fuera costumbre amnistiar a un preso durante la Pascua. Nada
dice de dicha práctica Flavio Josefo.En definitiva, la lucha de Jesús de
Nazaret no se dirigió contra el judaísmo, sino contra el Imperio, y éste
reaccionó condenándolo a muerte por considerarlo enemigo público, como antes
había hecho con el profeta Juan Bautista. La condena de Jesús no fue un error
judicial como creía Bultmann. ¡Se lo había ganado a pulso por su comportamiento
transgresor y su permanente actitud conflictiva frente a las autoridades
religiosas y políticas!