Por: Nazanin
Armanian
www.publico.es/270115
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Cronología
del diseño de otra intervención militar:
9 de enero: ataque terrorista a la revista Charlie Hebdo en Francia que
deja 12 muertos y conmueve a
Occidente.
14 de enero: la CNN emite un vídeo en el que un hombre, a pesar de tener colgada la
bandera del Estado Islámico, dice ser de Al Qaeda de la Península Arábiga
(AQPA) y admite la autoría del atentado. Francia aprovecha la situación y envía
un portaaviones al golfo Pérsico para luchar contra el terrorismo en Irak y
Siria. Pero, ¿los terroristas no eran de AQPA?
19 de enero: El grupo fundamentalista yemení Ansarullah
(Partidarios de Dios) vence con sus dagas y rifles a un ejército entrenado y
equipado por EEUU y Arabia Saudí desde hace tres décadas y consigue rodear el
palacio presidencial.
Ansarullah
está compuesto mayoritariamente por los houthis, creyentes de la rama
zaidí del chiismo (profesada por el 35% de los 24 millones yemeníes) y que
habitan el norte del país. El lema principal de Ansarullah es “Muerte a
EEUU”. Se habían hecho, desde septiembre pasado, con el control de la capital
Saná ante la presencia masiva de los militares de EEUU para exigir que la
reforma de la Constitución no incluya la división del país en seis regiones
(que es el plan de Washington), el reconocimiento de sus derechos religiosos y
una mejora en las condiciones de la vida de esta comunidad, discriminada y
sumida en una pobreza extrema.
20 de enero: los “rebeldes” se niegan a dar un golpe de estado y a pesar de las
afirmaciones de la CNN siguen reconociendo a Abdrabbo Mansur Hadi como
presidente, exigiéndole el cumplimiento de sus promesas de reforma.
23 de enero: tras el anuncio de la muerte del rey Abdullah de Arabia (se desconoce
cuándo falleció en realidad), el presidente Hadi y su gabinete sorprenden a
Barack Obama y dimiten: ¿Querían dejar la puerta abierta a una intervención
extranjera en vez de buscar una salida negociada con los opositores?
Empieza la guerra entre las tribus sunnitas y la milicia chiita, dejando
decenas de muertos.
24 de enero: Mientras los medios de comunicación republicanos, proisrailíes y
prosaudíes implican a Irán en la revuelta de los houthis (aprovechan también el
contexto del asesinato del fiscal argentino del caso de AMIA, atentado atribuido a Teherán),
la Casa Blanca contraataca: no hay ninguna prueba de ello. Cierto, el chiismo
duodecimano iraní deslegitima la fe zaidí considerada un sunismo disfrazado.
Además a Irán le interesa más en estos momentos mejorar sus relaciones con
Arabia y con EEUU que apoyar a una minoría religiosa sin ninguna posibilidad de
triunfo en Yemen.
25 de enero: Washington, en lugar de evacuar a los cerca de 250 de sus
militares y civiles de la embajada en Saná e impedir otra tragedia
como la de Bengasi, solo repatría a parte de ellos. El embajador sigue en Saná.
25 de enero: EEUU envía a las costas de Yemen a dos buques militares (Iwo Jima y
Fort McHenry). Según el general Daniel Bolger es para evitar que los houthis
“pro iraníes” amenacen el control del estratégico estrecho de Bab el Mandeb,
por donde pasa el 10% del petróleo del mundo. Aunque hay más motivos para que los
marines de EEUU estacionados en Omán, Arabia Saudita, Bahréin y Djibouti,
además de los que ya estaban en Yemen desde 2001, estén esperando órdenes. La
ocupación de Yemen sería otro golpe de los sectores más belicistas de EEUU a la
política de “usar drones en vez de mandar tropas” del presidente de
EEUU: ¿Conocía Obama lo que iba a ocurrir en Yemen y por eso ni él ni
ninguno de altos cargos de su gobierno participaron en los actos de Paris por
el atentado que fue vinculado con Yemen?
El impacto de la caída
de Yemen
Desaparece en medio del
caos el país que era modelo de la “lucha anti terrorista low cost” de Obama. La principal ventaja de su forma de
actuar era impedir bajas entre sus soldados, además de reparar la imagen
dañada de su país como invasor. La principal desventaja es que cierra los
ojos para no ver a los miles de civiles muertos, sepultados bajo las
bombas, y las miles de vidas destrozadas al tiempo que se incrementa el
odio hacia el agresor occidental entre las poblaciones atacadas.
Obama debería oír las
confesiones entre sollozos de Brandon Bryant, exoperador de drones. En ellas
explica cómo mató a, al menos, 1.600 “sombras de gente” solo en Pakistán e
Irak. Es más, Obama ha pisoteado en Yemen incluso las propias leyes
“antiterroristas” del Congreso que le autorizan solo a atacar las posiciones de
Al Qaeda en otros países (¡imagínense si todos los países del mundo tuviesen
este derecho!), al bombardear las posiciones de los simples opositores, matando
a los combatientes de a pie y los jefes milicianos locales, que no representan
una amenaza para la seguridad de EEUU, con el fin de sujetar al régimen títere
de Saná. ¿O es que los zaidies chiitas también pertenecen a Al Qaeda wahabita?
*Con el fin de la era antiBush en EEUU,
vuelve a aplicarse la táctica de “poner las botas sobre el suelo”, o sea,
ocupar países estratégicos, bajo la bandera de la supuesta lucha contra el
terror. En Yemen, al menos de momento, los intereses de EEUU no han sido
atacados.
* El protagonismo de
los chiitas yemeníes no solo cambiaría el equilibrio del poder en el próximo
Oriente, sino que sería un golpe duro al “orgullo” de los saudíes
–quienes permitieron el avance de los houthis, pretendiendo así debilitar
a los Hermanos musulmanes sunitas del partido Islah (Reforma). Ahora Riad
pretende devolver a Ali Abdullah Saleh, el ex presidente exiliado en Arabia, al
mando de Yemen.
A la ONU, Europa, EEUU
y al Consejo de Cooperación del golfo Pérsico, sin estrategias en un Yemen a la
deriva, les es indiferente la catástrofe humanitaria que están sufriendo unos
10 millones de yemeníes desde
septiembre, o que un millón de niños pueden morir en breve.
Arabia, en
incertidumbre
Con Bahréin y Yemen en
tensión, el inquietante escenario de la península Arábiga se completa con la
muerte del rey Abdelá Saud, sin que su sustituto, Salman bin Abdulaziz, de
79 años (y al parecer muy enfermo), consiga tranquilizar a quienes se preocupan
por el equilibrio de potencias en esta sensible región del planeta.
Entre otros, decenas de
líderes del mundo “democrático” asistieron en el funeral
del monarca de un reinado del terror, Abdelá, para rendir homenaje a
otro dictador que murió en la cama sin ser juzgado por crímenes cometidos
dentro y fuera de su país (financiando
el terrorismo sunnita-wahabita en Afganistán, Pakistán, Irak, Siria,
Libia, Sudán, Nigeria, Chechenia, etc.). El mismo rey que tenía grifos de oro
en sus lavabos mientras millones de sus compatriotas pasaban calamidades quiso
jugar a la falsa humildad y ser enterrado en una tumba sencilla.
¿Qué Dios querría ver
igualdad en la riqueza de sus criaturas cuando están muertas pero no
cuando están vivas?
Abdolá, el aliado imprescindible del imperialismo occidental contra
el socialismo y el progreso, el quinto importador de armas del mundo, el que
aplica sin rubor el apartheid contra la mayoría de la población, o sea, las
mujeres y las minorías étnicas y religiosas –sin que el país fuese sancionado
por la ONU-, enemigo de la libertad, de la tolerancia, de la alegría y de
los colores vivos, pudo ver unos días antes de morir cómo sus
agentes decapitaban a la joven birmana Laila Basim en plena calle (al
igual que a otros 87 seres humanos en 2014). También pudo ver cómo los latigazos
arrancaban la piel del cuerpo del bloguero Raif Badawi y cómo la última ley
aprobada por la “familia” Saud consideraba terroristas a los ateos
y disidentes políticos. Aquellos que en Occidente se quejan de su
“islamización”, no se atreven confesar que en realidad se refieren a la “saudización” y “wahabización” del Islam exportado, la
versión de la religión que considera perverso hasta hacer muñecos de nieve.
Los desafíos del nuevo
rey
En el interior de la casa
Saud dirigida por el Rey Salman –que pertenece a la poderosa familia de
“siete hermanos Sudairi” (apellido de la Princesa Hassa, una de las 22 esposas
del fundador del reino Abdul-Aziz Ibn Saud), y de los que cuatro ya han sido
reyes-, hay una dura lucha entre hermanos e hijos, sobrinos y primos que
reclaman su parte del trono.
Desde su fundación en
1932, el poder ha ido cambiando en Arabia entre los hermanos varones de la
misma generación que hoy tienen entre 70 y 80 años. Los jóvenes de la élite y
también los del pueblo llano (que constituyen la mitad de la población del
país), piden ya en voz alta la modernización tan aplazada. En este país
sin instituciones ni partidos políticos, todo el peso de cambio cae sobre la
Casa Saud.
Por si fuera poco,
Salmán también debe entenderse con varias corrientes político-religiosas aún
más duras y oscurantistas que la casa Saud, como el movimiento totalitario
Al-Sahwa Al-Islamiyya o “despertar islámico”. Sin ser opositores (pues
consideran que Arabia es el único régimen musulmán verdadero del mundo), se
presentan más estrictos en cuanto al respeto a los códigos de conducta de la
Shari’a y combinan las ideas religiosas wahabitas con las políticas de la
Hermandad Musulmana egipcia. En 1990 Al Sahwa encabezó las protestas contra la
presencia de tropas estadounidenses en el suelo saudí durante la guerra contra
Irak.
En el exterior, el
nuevo rey, que en calidad de ministro de Defensa desde el 2011 cooperó con EEUU
en aplastar primaveras árabes, sigue distanciado
del presidente Obama por acercarse a Irán y no derrocar a
Assad, mientras vigila la creciente tensión en Bahréin (país de mayoría chiita,
gobernado por una minoría), al rebelde hermano menor catarí y el caos reinante
en los dos países vecinos: Irak y Yemen.
Aunque su majestad pensó que los
miles de millones de dólares que pagó a los
militares egipcios bastarían para acabar con la revolución
y también con los Hermanos Musulmanes, se ha encontrado con malas noticias: los
egipcios han decidido conseguir la democracia económica y política cueste lo
que cueste y han ocupado las calles del país conmemorando el aniversario de la
revolución abortada. Estas movilizaciones impidieron que un asustado
presidente-general Al Sisi acudiera al funeral de Abdelá.
Hay más. Pronto Salmán
verá que hacer ‘dumping’ con el precio del
petróleo con la complicidad de EEUU, que ha tenido como objetivos
ganar nuevos mercados, presionar a
Irán, Rusia y también a Venezuela (Arabia financió a los contras
nicaragüenses) y proteger el dólar; es también tirar piedras a su propio
tejado. No podrá seguir “comprando lealtad” de los políticos occidentales y
árabes, ni seguir financiando a miles de yihadistas en Irak y Siria, ni
cumplir las promesas sociales de su antecesor sobre paliar la pobreza
(construir 500.000 viviendas sociales, por ejemplo) debido a que ya sufre de un
déficit presupuestario de 39 mil millones de dólares para el 2015.
No habrá cambios
progresistas en un régimen teocrático. Por lo que ante el aumento de
disidencia, Riad seguirá aumentando la represión.
La península Arábiga, como el resto del Oriente
Próximo, va a la deriva. En el horizonte, ante el estupor e
impotencia de sus gentes, solo se ven más guerras infernales.