Alberto
Rabilotta
www.alainet.org/210114
A finales de los años 20
del siglo pasado el economista Karl Polanyi escribió que era “necesario
trascender la ética individual cristiana, reconocer la realidad de la sociedad,
la naturaleza última e insuperable de la sociedad, y adquirir conciencia de ese
carácter insuperable” (1).
En un artículo reciente
(2), el teólogo y filósofo Leonardo Boff subraya algunas de las posiciones del
Papa Francisco en la Exhortación Pontifical y apunta que “hay una afinidad
perceptible” con el pensamiento de Karl Polanyi. En efecto, leyendo lo
que dice y escribe el Papa, y conociendo un poco la obra de Polanyi, sea por
casualidad o causalidad, esa afinidad existe.
Polanyi, considerado como
economista, antropólogo e historiador de la economía, hizo el más lucido y
profundo análisis sobre las fases de liberalismo económico en el capitalismo
industrial durante los siglos 19 y 20. Desentrañó la mecánica como los
objetivos del liberalismo, de los mercados autorregulados que exigen que el
Estado desmantele toda forma de protección social; igualmente, la regulación de
los monopolios y los sistemas bancarios, la redistribución de la riqueza
mediante programas sociales, que elimina las legislaciones o regulaciones que
fueron creadas gracias a las luchas sociales y políticas para proteger a los
trabajadores de la explotación abusiva, y que para poner el Estado y sus
poderes al servicio exclusivo de sus intereses económicos restringe lo que haya
existido de democracia.
Este análisis sigue siendo
válido y es el que permite hacer una crítica profunda de lo que hoy llamamos la
“globalización neoliberal”, o sea el existente sistema global de mercados
autorregulados.
Este economista húngaro
centró gran parte de su atención en las desastrosas consecuencias políticas y
sociales que provoca el liberalismo económico, entre ellas la disolución de los
lazos sociales que convierten al individuo en parte de la comunidad, y de paso
brindó la más realista y completa explicación del ascenso del fascismo en
muchos países como consecuencia de las crisis producidas por el liberalismo
económico, así como la respuesta social que en otros países condujo a la
creación del Estado de bienestar, o sea de la intervención estatal en la
economía.
En Polanyi encontramos la
descripción de un sistema que para poner la sociedad al servicio de egoístas
intereses económicos, en situación de servidumbre y con toda la destrucción
social y miseria humana que eso conlleva, está llamado a imponer una tiranía
del mercado.
En efecto, lo que Francisco
expone en su crítica del sistema neoliberal, tanto en su parte social como
política o económica, e incluso en sus efectos sobre el sistema de relaciones
internacionales –las guerras e intervenciones militares-, tiene muchas
“afinidades perceptibles” con la crítica que Polanyi elabora en su libro “The
Great Transformation”, publicado en 1944, y en otros escritos (Essais de Karl
Polanyi, Editions du Seuil).
Haya leído o no a Polanyi,
lo importante es que lo conocido hasta ahora del pensamiento de este Papa va
más allá, como señala Boff, de la simple reiteración de la Doctrina Social de
la Iglesia de León XIII, la encíclica Rerum Novarum de 1891.
¿Un Papa a la altura de la
realidad neoliberal?
La crítica radical que
Francisco hace de la realidad económica, social y política del neoliberalismo
es importante porque elevó la “barra” del debate social y político actual, y
del que necesariamente se viene, y porque con su mensaje claro y conciso puso
el tema al nivel de las masas de católicos y no católicos. Como escribió
John Cassidy en la revista New Yorker, la crítica moral que Francisco hace del
capitalismo neoliberal es algo “incendiario” en Estados Unidos, y superó a las
que se escucharon de los oradores de Ocupemos Wall Street.
Un aspecto importante, que
explica tanto la crítica al neoliberalismo como la gran importancia que
Francisco otorga a una “conversión” de la Iglesia católica, es que esta última,
como los partidos políticos (y en particular los que realmente representan o
buscan representar los intereses de las mayorías), sólo pueden tener una acción
efectiva en sociedades con lazos comunitarios y laborales sólidos. La
disolución social en un individualismo del tipo “sálvese quien pueda” solo es
favorable para el cultivo de las ideas fascistas.
Elaborando sobre un
análisis del sociólogo estadounidense Richard Sennett, para quien el
neoliberalismo erosiona la capacidad misma de imaginar una real pertenencia a
la “sociedad moderna” porque nos desarticula y deshabilita para la práctica de
la cooperación, y nos hace perder las habilidades para “tratar con las
diferencias intratables” de una sociedad compleja, el antropólogo maltés Ranier
Fsadni -en un artículo en The Times of Malta (3-5-2012)- planteaba que esta
deshabilitación se produce por tres condiciones.
1) la creciente desigualdad
entre las clases sociales que reduce el “terreno común” de contacto social, lo
que explica el nacimiento de “políticas tribales”; 2) los cambios en el mundo
laboral por la división y la organización del trabajo, cada vez más inseguro, a
tiempo parcial y fuera de la comunidad, y -agregaríamos- el desempleo y la
exclusión social; 3) la “reacción violenta” o el contragolpe cultural a esta
realidad, cuyos síntomas son los votos ganados por los partidos de extrema
derecha, que proclaman solidaridad y proteccionismo, pero sólo para quienes
tienen las condiciones para pertenecer a la “tribu”.
Y nuevamente nos
encontramos con un Polanyi muy actual: “La obstrucción hecha por los liberales
a toda reforma comportando planificación, reglamentación y dirigismo (estatal)
hizo prácticamente inevitable la victoria del fascismo. La privación
total de libertad en el fascismo es, diciendo la verdad, el resultado ineluctable
de la filosofía liberal, que pretende que el poder y las limitaciones
(institucionales o estatales) son el mal, y que la libertad exige que no ocupen
lugar alguno en una comunidad humana. Nada de tal es posible, lo
percibimos bien en una sociedad compleja. Quedan dos posibilidades
solamente: o continuamos fieles a una idea ilusoria de la libertad y negamos la
realidad de la sociedad, o bien aceptamos esta realidad y rechazamos la idea de
la libertad. La primera es la conclusión de los adeptos del liberalismo
económico; la segunda es la de los fascistas. Ninguna otra, parece, no es
posible” (3).
Y con un Francisco
advertido, que nos dice (4) que “algunos todavía defienden las teorías del
‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la
libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión
social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los
hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan
el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico
imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para
poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder
entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la
indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de
compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de
los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad
ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y
perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado,
mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un
mero espectáculo que de ninguna manera nos altera” (Exhortación 54).
Y que por ello “ya no
podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado.
El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico,
aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos
específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación
de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el
mero asistencialismo. Estoy lejos de proponer un populismo irresponsable,
pero la economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como
cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y
creando así nuevos excluidos (Exhortación 204).
O como lo escribió Polanyi,
“la verdadera critica que podemos hacer a la sociedad de mercado no es que esté
basada sobre lo económico –en un sentido, toda sociedad, no importa la cual,
debe basarse en ello-, sino que su economía se basa en el interés personal.
Tal organización de la vida económica es completamente antinatural, lo
que debe ser entendido en el sentido estrictamente empírico de excepcional”
(Pág. 320 de la obra citada).
El Papa y las relaciones
internacionales
Un aspecto que me parece
importante y que forma parte de la crítica al sistema neoliberal, es el interés
que manifestó el Papa en su carta al G20 para que se restablezca el
multilateralismo basado en el respeto de las soberanías. Esto fue visto
por algunos, entre ellos el corresponsal de CBS en Londres, Mark Phillips, como
un “apoyo a Putin y una crítica a Obama”, y en efecto esa carta llegó a su
destino cuando se produjo el punto de inflexión en la agresiva política de
Washington hacia Siria, y que probablemente abrió el camino para el cambio de
la política hacia Irán.
Sabemos, por la experiencia
de la “primera globalización” (1870 a 1914), que fue una era de liberalización
y de acumulación de riquezas que condujo a la “Gran (o Larga) Depresión”, de
1873 a 1896, que en sistemas imperialistas dominados por el liberalismo
económico estas crisis profundas desatan guerras, conflictos y rebatiñas
coloniales. Durante ese período las potencias europeas y Japón duplicaron la
extensión de los territorios y poblaciones de sus posesiones coloniales.
Esa era fue marcada por
importantes migraciones producto del desempleo y la miseria, y por
dislocaciones sociales en muchos países europeos, y condujo a una guerra
inter-imperialista, como fue la Primera Guerra Mundial (5), y también sabemos
que el intento de revivir el laissez-faire en el período de la pos-guerra y de
mantener el rígido sistema monetario, como analizaba Polanyi, llevó a las
destructivas crisis monetarias y financieras, a las espirales deflacionistas y
el desempleo masivo que caracterizan todo el período de la Gran Depresión de
los años 30, creando las condiciones para el ascenso del fascismo al poder en
muchos países, el intento de expansión de la Alemania nazi y la Segunda
Guerra Mundial.
Por esta razón la carta que
en septiembre pasado Francisco envió al anfitrión del G20, el presidente ruso
Vladimir Putin, y de la cual las agencias de prensa citaron solo algunas
líneas, es importante para entender el papel que entiende jugar en materia de
las relaciones internacionales, en tanto que jefe de Estado del Vaticano.
En la primera parte de esta
carta el Papa se ajusta a la temática de la reunión y recuerda a los países del
G20 que “el contexto actual, altamente interdependiente, exige un marco
financiero mundial, con propias reglas justas y claras, para conseguir un mundo
más equitativo y solidario, en el que sea posible derrotar el hambre, ofrecer a
todos un trabajo digno, una vivienda decorosa y la asistencia sanitaria
necesaria”.
Y agrega que “en esta
perspectiva, parece claro que en la vida de los pueblos los conflictos armados
constituyen siempre la deliberada negación de toda posible concordia
internacional, creando divisiones profundas y heridas lacerantes que requieren
muchos años para cicatrizar. Las guerras constituyen el rechazo práctico
a comprometerse para alcanzar esas grandes metas económicas y sociales que la
comunidad internacional se ha dado, como son, por ejemplo, los Millennium
Development Goals. Lamentablemente, los muchos conflictos armados que aún
hoy afligen el mundo nos presentan, cada día, una dramática imagen de miseria,
hambre, enfermedades y muerte. En efecto, sin paz no hay ningún tipo de
desarrollo económico. La violencia no lleva jamás a la paz, condición necesaria
para tal desarrollo”.
En la segunda parte de esta
carta el Papa Francisco precisa que el G20 “no cuenta entre sus principales
objetivos la seguridad internacional”, pero que aun así “no podrá prescindir de
reflexionar sobre la situación en Oriente Medio y en particular en Siria.
Desgraciadamente, es doloroso constatar que demasiados intereses
partidarios han prevalecido desde que empezó el conflicto sirio, impidiendo
hallar una solución que evitara la inútil masacre a la que estamos asistiendo.
Los líderes de los Estados del G20 no deben permanecer indiferentes
frente a los dramas que vive ya desde hace demasiado tiempo la querida
población siria, con el riesgo de llevar nuevos sufrimientos a una región tan
castigada y necesitada de paz. A todos y cada uno de ellos dirijo un
sincero llamamiento para que contribuyan a encontrar los medios para superar
las diversas oposiciones y abandonen toda vana pretensión de una solución
militar. Y que sea tomado, por el contrario, un nuevo compromiso para
proseguir, con valentía y determinación, una solución pacífica a través del
diálogo y la negociación entre las partes interesadas con el apoyo unánime de
la comunidad internacional. Además, es un deber moral de todos los
Gobiernos del mundo favorecer toda iniciativa orientada a promover la
asistencia humanitaria a quienes sufren a causa del conflicto dentro y fuera
del país” (6).
El seguimiento a la
situación en Siria y los llamados a que se ponga fin a las matanzas y a la
persecución de las minorías religiosas en el Oriente Medio y otras regiones,
así como la reunión que sobre la situación humanitaria en Siria celebró la
Academia Pontifical de Ciencias del Vaticano el 13 de enero (7), muestran que
este Papa concede importancia a la política internacional, que busca el
restablecimiento de un multilateralismo que evite las guerras y permita la
solución de los conflictos y problemas a través del diálogo y la negociación en
el respeto de los intereses de las partes, un asunto clave en momentos en que
las agresivas políticas neoliberales de un caótico y decadente sistema imperial
no reconocen la soberanía nacional de los pueblos, se dedican a la rapiña y
amenazan o tratan de desestabilizar a aquellos gobiernos que luchan por reducir
o escapar al dominio neoliberal para crear sus propias políticas de desarrollo
social y económico.
La Vèrdiere, Francia.
- Alberto
Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
Notas:
1.- Esta
cita proviene del texto que Ilona Duczynska Polanyi escribió en 1970 para
resumir la vida y la evolución de las ideas de su esposo Karl Polanyi, y figura
en la edición en francés (Editions Gallimard, 1983).
2.- El Papa
Francisco y la economía política de la exclusión, Leonardo Boff, http://alainet.org/active/70130
3.- K.
Polanyi, La Grande Transformation, Editions Gallimard, 1982, página 330,
capítulo « La transformation en marche – la liberté dans une société
complexe ». Traducción libre del francés al español de AR.
4.-
Exhortación pontifical Evangelii Gaudium http://www.vatican.va/holy_father/francesco/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium_sp.html#Econom%C3%ADa_y_distribuci%C3%B3n_del_ingreso
5.-
Michel Huberman y Christopher M. Meissner: Evidence from the first Great Wave
of Globalization, 1870-1914 http://www.international.ucla.edu/media/files/Huberman.pdf y Guillaume Daudin, Matthias Morys y Kevin H. O’Rourke:
Globalization, 1870-1914; http://dev3.cepr.org/meets/wkcn/1/1679/papers/Daudin-Morys-O%27Rourke-Chapter.pdf
6.- Carta
del papa Francisco al Presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin http://www.vatican.va/holy_father/francesco/letters/2013/documents/papa-francesco_20130904_putin-g20_sp.html#
La versión oficial en español tiene partes que son confusas, por lo cual la
cotejé y adapté a las versiones en francés e inglés, disponibles en el mismo
portal.
7.- El
folleto para la convocatoria de esta conferencia, en la cual participaron
expertos, representantes de diversas religiones y diplomáticos rusos, señalaba
que el llamado de Washington para que el Presidente sirio Bashar Al Assad
renuncie “puso a EE.UU. en una efectiva oposición” a los intentos de la ONU, a
comienzos del 2012, de organizar un diálogo entre el gobierno sirio y los
rebeldes, y que “Rusia argumentaba que la insistencia estadounidense en la
salida inmediata de Assad era un impedimento para la paz. En esto, quizás Rusia
tenía razón”. También se acredita al Presidente Putin el haber convencido al
Presidente Barack Obama de “no llevar a cabo los planeados ataques militares en
Siria” en septiembre 2012, como “respuesta a los ataques con armas químicas
contra civiles que se pensó habían sido hechos por fuerzas leales a Assad”. Ver
http://www.thetablet.co.uk/news/277/0/tony-blair-to-address-vatican-summit-pushing-for-syria-ceasefire
http://www.alainet.org/active/70530