Boaventura
de Sousa Santos
www.atrio.org/140713
Esperé una semana a
que el gobierno de mi país pidiese formalmente disculpas por el acto de
piratería aérea y de terrorismo de estado que cometió, junto a España, Francia
e Italia al no autorizar la escala técnica de su avión cuando regresaba a
Bolivia después de una reunión en Moscú, ofendiendo la dignidad y la soberanía
de su país y poniendo en riesgo su propia vida.
No esperaba que lo
hiciese, pues conozco y sufro el colapso diario de la legalidad nacional e
internacional en curso en mi país y en los países vecinos, la mediocridad moral
y política de las élites que nos gobiernan, y el refugio precario de la
dignidad y de la esperanza en las conciencias, en las calles, en las plazas,
mucho tiempo después de haber sido expulsadas de las instituciones.
No pidió disculpas.
Las pido yo, un ciudadano común, avergonzado por pertenecer a un país y a un
continente que es capaz de cometer esta afrenta y de hacerlo impunemente, ya que
ninguna instancia internacional se atreve a enfrentarse a los autores y
mandantes de este crimen internacional. Mi petición de disculpas no tiene
ningún valor diplomático, pero tal vez tiene un valor superior, en la medida en
que, lejos de ser un acto individual, es la expresión de un sentimiento
colectivo, mucho más importante del que puede imaginar, por parte de los
ciudadanos indignados que todos los días suman más razones para no sentirse
representados por sus representantes. El crimen cometido contra usted fue una
más de esas razones.
Nos alegramos de su
regreso seguro a casa y vibramos con la calurosa acogida que le dio su pueblo
al aterrizar en El Alto. Sepa, Señor Presidente, que, a muchos kilómetros de
distancia, muchos de nosotros estábamos allí, embebidos en el aire mágico de
los Andes.
El señor Presidente
sabe mejor que cualquiera de nosotros que se trató de un acto más de arrogancia
colonial en el curso de una larga y dolorosa historia de opresión, violencia y
supremacía racial. Para Europa, un presidente indio es más indio que presidente
y, por eso, es de esperar que transporte droga o terroristas en su avión
presidencial. Una sospecha de un blanco contra un indio es mil veces más
creíble que la sospecha de un indio contra un blanco.
Conviene recordar
que los europeos, en la figura del papa Pablo III, sólo reconocieron que la
gente de su pueblo tenía alma humana en 1537 (bula Sublimis Deus), y
consiguieron ser tan ignominiosos en los términos en que rechazaron ese
reconocimiento durante décadas como en los términos en los que finalmente lo
aceptaron.
Se necesitaron 469
años para que fuera elegido, en su persona, un presidente indígena en un país
de mayoría indígena. Pero también sé que está atento a las diferencias en las
continuidades. La humillación de la que fue víctima, ¿fue una acto de
arrogancia colonial o de sumisión colonial?
Recordemos otro
“incidente” reciente entre gobernantes europeos y latinoamericanos. El 10 de
noviembre de 2007, durante la XVII Cumbre Iberoamericana en Chile, el Rey de
España, molesto por lo que escuchaba del presidente Hugo Chávez, se dirigió a
él intempestivamente y le mandó callar.
La frase “por qué no
te callas” pasará a la historia de las relaciones internacionales como un
símbolo cruelmente revelador de las cuentas por saldar entre las potencias
excolonizadoras y sus excolonias. De hecho, es inimaginable que un jefe de
Estado europeo se dirija en estos términos públicamente a otro congénere
europeo, por cualesquiera que fueran las razones.
El señor presidente
fue víctima de una agresión todavía más humillante, pero no se le escapará el
hecho de que, en su caso, Europa no actuó espontáneamente. Lo hizo bajo órdenes
de los Estados Unidos y, al hacerlo, se sometió a la ilegalidad internacional
impuesta por el imperialismo norteamericano, tal y como, años antes, lo hiciera
al autorizar el sobrevuelo de su espacio aéreo para vuelos clandestinos de la
CIA, transportando a sospechosos camino de Guantánamo, en clara violación del
derecho internacional. Señales de los tiempos, señor presidente: la arrogancia
colonial europea ya no puede ser ejercida sin sumisión colonial.
Este continente se
está quedando demasiado pequeño para poder ser grande sin estar sobre los
hombros de otro. Nada de esto absuelve a las élites europeas. Sólo profundiza
la distancia entre ellas y tantos europeos, como yo, que ven en Bolivia un país
amigo y respetan la dignidad de su pueblo y la legitimidad de sus autoridades
democráticas.
Boaventura
de Sousa Santos es sociólogo. Director del Centro de Estudios Sociales de la
Universidad de Coímbra. Sus próximos libros en español: Si Dios fuese un
activista de derechos humanos (Madrid, Trotta 2013) y, con Maria Paula
Meneses, Epistemologías del Sur (Madrid, Akal,2013).